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—¿Qué pasa en la calle?

Así preguntó el señor Ahmad, mientras se levantaba apresuradamente desde detrás de su escritorio, dirigiéndose a la puerta de la tienda seguido de Gamil el-Hamzawi y algunos clientes. La calle de el-Nahhasín no era una calle tranquila; cualquier cosa menos tranquila. Su intenso ruido no disminuía desde el alba hasta un poco antes del siguiente amanecer. Las gargantas de esta calle eran poderosas, y pregonaban las llamadas de los vendedores, el regateo de los clientes, las plegarias de los locos y las bromas de los que pasaban. Todos allí hablaban como si pronunciasen un discurso; incluso los más privados secretos llegaban a sus rincones y volaban hasta sus minaretes, además del alboroto general procedente del ruido de los suarés unas veces, y del traqueteo de los carros otras. En cualquier caso, no era una calle tranquila, y aun así un clamor súbito se elevó; al principio llegaba desde lejos, como el bramido de las olas, y después se espesó y se intensificó hasta convertirse en algo parecido al zumbido del viento, envolviendo el barrio por todos lados. Parecía extraño, insólito incluso en esta calle ruidosa. El señor Ahmad pensó que se trataba de una manifestación revolucionaria, como era natural en un hombre que vivía en ese tiempo, pero en medio del ruido sonaron albórbolas que anunciaban alegría, y el hombre se dirigió extrañado hacia la puerta. Apenas llegó, se topó con el sheyj del barrio, que se acercaba corriendo y gritando exultante de alegría.

—¿Te has enterado de la noticia?

—Pues no, ¿qué noticias traes? —dijo el señor con los ojos resplandecientes de optimismo, incluso antes de oír nada.

—¡Saad Basha! ¡Lo han soltado! —contestó el hombre con entusiasmo. El señor no pudo evitar preguntar exclamando:

—¿De verdad?

—Allenby acaba de difundir un comunicado con esta buena nueva…

Acto seguido se abrazaron. La emoción del señor Ahmad fue en aumento, y sus ojos se inundaron de lágrimas; después dijo riendo, para disimular su emoción:

—Se le conocía porque siempre transmitía ultimátums y no buenas noticias…, ¿qué ha cambiado a ese hijo de puta?

—¡Gloria a Dios, el inmutable!

El sheyj estrechó la mano al señor y abandonó la tienda, gritando:

—¡Dios es el más grande, Dios es el más grande…! ¡Victoria para los creyentes! Ahmad Abd el-Gawwad se quedó parado en el umbral de la tienda, moviendo los ojos en todas direcciones de la calle, con el corazón engalanado con la inocencia y la alegría de la infancia. El efecto de la feliz noticia aparecía por todas partes: en las tiendas, cuyas entradas estaban obstruidas por dueños y clientes intercambiándose felicitaciones,» en las ventanas, donde se agolpaban los jóvenes y desde detrás de las cuales se lanzaban albórbolas, en las manifestaciones que se habían formado espontáneamente entre el-Nahhasín, el-Saga y Bayt el-Qadi, aunando corazones que vitoreaban a Saad, Saad, Saad y más Saad, en los minaretes, a cuyos balcones habían subido los almuédanos, dando gracias, implorando y gritando, y en los carros, que apiñados por decenas, llevaban a cientos de mujeres envueltas en sus melayas, bailando y entonando canciones patrióticas. Ya sólo podía verse gente, o más bien, gente que gritaba. La tierra y las paredes desaparecieron, y los vítores a Saad se elevaron por todas partes, como si el aire se hubiese convertido en un disco enorme que daba vueltas sin parar, repitiendo su nombre. Por encima de las cabezas apiñadas corrió la noticia de que los ingleses levantaban los campamentos colocados en los cruces de las calles, preparando la partida hacia el-Abbasiyya; continuó el entusiasmo, dando rienda suelta a la embriaguez. El señor Ahmad no había visto antes un espectáculo como este; empezó a mover sus ojos resplandecientes de un lado a otro, mientras el corazón le saltaba en el pecho. En su interior repetía con las mujeres que bailaban: «¡Oh, Huseyn…! ¡Era una carga y ha sido levantada!», hasta que Gamil el-Hamzawi acercó la cabeza a su oído para decirle:

—Las tiendas distribuyen bebidas e izan banderas…

—¡Haz lo mismo que ellos y todavía más! ¡Demuéstrame tu eficacia! —le dijo con entusiasmo; y después, con voz trepidante—: Cuelga la foto de Saad debajo de la basmala.

Gamil el-Hamzawi lo miró dubitativo; luego dijo con precaución:

—En ese lugar se ve la foto desde el exterior, ¿no será mejor que esperemos hasta que la situación se consolide?

—La época del miedo y las lágrimas se fue para no volver, ¿no ves que las manifestaciones pasan por delante de los ojos de los ingleses sin que se metan con ellas…? ¡Cuelga la foto y confía en Dios!

«La época del miedo y las lágrimas ha desaparecido, ¿no es así? Saad está libre, suelto; quizás esté ahora en camino hacia Europa… Sólo un paso o una palabra nos separan de la independencia… Son manifestaciones con albórbolas y no con balas… Los que está vivos de entre nosotros son gente feliz; traspasaron el fuego y salieron ilesos. ¡Dios se apiade de los mártires…! ¿Fahmi? Se ha salvado de un peligro que no había calculado; se ha salvado, ¿a qué esperas? ¡Ruega a Dios, tu señor…!».

Cuando la familia se reunió por la tarde, las gargantas roncas denunciaban toda una jornada llena de gritos. Era una tarde feliz; su felicidad se manifestaba en los ojos, las bocas, la agitación, las palabras…, e incluso en Amina, cuyo corazón bebía por primera vez el trago generoso de la felicidad en compañía de sus hijos, celebrando el regreso de la paz, y alegrándose de la liberación de Saad.

—Desde la celosía he visto algo que mis ojos no habían visto antes; ¿es que ha empezado el Juicio Final y han instalado la balanza? ¿Están locas esas mujeres? El eco de lo que repetían no deja de resonar en mis oídos: «¡Oh, Huseyn, era una carga y ha sido levantada!».

—Era un saludo para despedir a los ingleses que se van, como se despide al invitado pesado, rompiendo la cántara tras él —dijo Yasín riendo y jugueteando con el cabello de Kamal.

El muchacho lo miró sin hablar, mientras Amina volvía a preguntar:

—¿Estará Dios por fin satisfecho de nosotros?

—Sin duda —le contestó Yasín; luego, dirigiéndose a Fahmi—: ¿qué piensas tú?

—Si los ingleses no hubieran admitido nuestras reivindicaciones, no habrían liberado a Saad. Viajará a Europa, y regresará trayendo la independencia; eso es lo que aseguran todos. Sea como fuere, el día 7 de abril de 1919 perdurará como símbolo del triunfo de la revolución.

—¡Oh, qué día! —volvió a decir Yasín—; los funcionarios han participado públicamente en las manifestaciones; nunca habría imaginado que yo tuviese esa enorme capacidad para marchar sin descanso y gritar tan alto.

Fahmi se rio y dijo:

—Me hubiera gustado verte gritando entusiasmado. ¡Yasín manifestándose enardecido y gritando…! ¡Qué espectáculo tan insólito!

¡Verdaderamente un día maravilloso como ninguno! Su marea desbordante lo había arrastrado, transportándolo entre sus olas violentas, como una hoja pequeña, sin peso, haciéndolo volar por todas partes. Apenas podía creer que hubiese recobrado el juicio, y que se hubiera refugiado en la tranquila atalaya, observando los acontecimientos desde su mirador con calma e indiferencia. Se puso a evocar la situación en que se había visto envuelto durante las manifestaciones, a la luz de las observaciones de Fahmi, hasta que dijo extrañado:

—Uno se olvida de sí mismo, cuando está entre la gente, de una forma insólita, como si se reencarnase en otra persona.

—Pero ¿sentías un entusiasmo sincero? —preguntó Fahmi con interés.

—Vitoreé a Saad hasta quedarme ronco, y una o dos veces se me saltaron las lágrimas.

—¿Cómo es que participaste en la manifestación?

—Nos llegó la noticia de la liberación de Saad estando en la escuela, y verdaderamente sentí una gran alegría… ¿Acaso esperabas otra cosa? Entonces los profesores propusieron unirse a la gran manifestación que tenía lugar fuera. Yo no me encontraba muy decidido a seguirlos, y pensé en escabullirme hacia casa, pero me vi obligado a marchar con ellos hasta que se me presentase la ocasión de desviarme. ¿Qué ocurrió después…? Me encontré en un mar alborotado de gente, en una atmósfera electrificada de entusiasmo, y no pude evitar olvidarme de mí mismo y fundirme con la corriente ¡con la mayor vehemencia y esperanza de que es capaz un hombre…! Créeme en eso.

—Es algo raro —murmuró Fahmi moviendo la cabeza. Yasín se rio a carcajadas; luego dijo:

—¿Es que me considerabas un mal patriota? La cuestión es que no me gusta el alboroto ni la violencia, pero no encuentro dificultad alguna en conjugar el amor a la patria con el amor a la seguridad.

—¿Y si fueran difíciles de conciliar?

—Preferiría el amor a la seguridad… —contestó riéndose, pero sin vacilar—. ¡Yo, primero! ¿Acaso la patria no puede ser feliz sin zamparse mi vida? Dios me ayude, yo no sobrevaloro mi existencia, pero amaré a la patria sólo en tanto que esté «vivo».

—¡Eso es sentido común! —dijo Amina; después, dirigiéndose a Fahmi—: ¿Acaso mi señor tiene otra opinión?

—No, claro que no… —dijo este con tranquilidad—. Eso es de sentido común, como tú has dicho.

Kamal no consintió en quedarse al margen de la conversación, especialmente porque estaba convencido de que ese día él había jugado un papel verdaderamente importante, y dijo:

—Nosotros también hicimos huelga, pero el director nos dijo que éramos aún pequeños, y que si salíamos de la escuela, los mayores nos arrollarían. Después nos permitió manifestarnos en el patio; nos reunimos allí y gritamos —entonces gritó fuerte—: ¡Viva Saad!, durante mucho tiempo, ¡y luego no volvimos a clase porque los profesores habían abandonado el colegio para unirse a la manifestación de fuera!

Yasín le lanzó una mirada burlona, diciendo:

—¡Pero tus amigos se han marchado!

—¡Que los parta un rayo!

Esa frase se le escapó sin pensar, aun estando muy lejos de ser lo que realmente sentía. Por una parte, porque la situación lo requería, y por otra, porque quería encubrir con ella su derrota ante la burla de Yasín. Pero su corazón se sentía confuso y lastimado. No podía olvidar cómo se había quedado parado, a la vuelta del colegio, en el lugar abandonado que antes ocupara el campamento, examinándolo en un silencio doloroso y con los ojos llenos de lágrimas. Pasaría mucho tiempo antes de que olvidara la reunión del té en la acera de la fuente de Bayn el-Qasrayn, la admiración que obtenían sus canciones, el cariño que había encontrado en los soldados, especialmente en Julián, y la amistad que lo unió a esos distinguidos señores que, según él, eran superiores al resto de los hombres.

—Saad Basha es un hombre afortunado —dijo Amina—; todo el mundo vitorea su nombre. No llegó a tanto nuestro efendi en su tiempo. Un hombre creyente, sin duda, porque Dios sólo ayuda a los creyentes. Le ha dado la victoria sobre los ingleses, que incluso habían vencido a los zepelines…, ¿qué más victoria puede haber después de esta? Ese hombre nació en la «noche del destino».

—¿Lo quieres? —preguntó Fahmi sonriendo.

—Lo quiero puesto que lo quieres tú.

Fahmi extendió las manos, levantó las cejas con reprobación y dijo:

—¡Eso no significa nada!

Ella suspiró con cierto apuro y contestó:

—Cada vez que me llegaba una noticia amarga se me partía el corazón de tristeza, y me decía a mí misma: «¿Hubiese ocurrido esto si Saad no hubiera empezado su sublevación…?». Aunque a un hombre al que todos coinciden en amar, Dios no puede sino amarlo también.

Luego, dando un sonoro suspiro, dijo:

—Lo siento por los muertos; ¿cuántas madres llorarán ahora con insistencia?, ¿a cuántas la alegría de hoy sólo les aumentará la angustia…?

—La madre verdaderamente patriota hace albórbolas por el heroísmo de su hijo —le dijo Fahmi, guiñando un ojo a Yasín.

Ella se tapó los oídos gritando:

—¡Dios, te pongo por testigo de lo que ha dicho mi pequeño señor! ¡Una madre haciendo albórbolas por el martirio de su hijo! ¿Dónde? ¿Sobre esta tierra…? ¡Ni siquiera debajo, en el mundo de los demonios!

Fahmi se rio con ganas, y pasó largo rato reflexionando; luego dijo con una sonrisa brillándole en los ojos:

—¡Mamá, voy a revelarte un importante secreto que ya es hora de descubrir: yo participé en las manifestaciones y me enfrenté con la muerte cara a cara!

La mujer lo miró muy seria, sin creerlo; después contestó con una tenue sonrisa en los labios:

—¿Tú…? Imposible. Tú eres de mi carne y de mi sangre, y tu corazón es mi corazón; tú no eres como los otros.

—Te lo juro por Dios todopoderoso —replicó con seguridad mientras le sonreía.

La sonrisa de la madre desapareció y sus ojos se abrieron de asombro; luego paseó la vista entre Fahmi y Yasín, mientras este a su vez clavaba una mirada interrogante en aquel.

—¡Señor, cómo dar crédito a mis oídos! —murmuró la mujer tragando saliva. Luego, moviendo la cabeza con una dolorosa consternación—: ¡Tú!

El joven esperaba que ella se inquietase, pero no hasta el extremo en que parecía estarlo, y teniendo en cuenta que la confesión le llegaba después de que el peligro hubiese acabado, la abordó diciendo:

—Es una historia que ya pasó y se ha acabado. No hay motivo para preocuparse ahora.

—¡Calla! —contestó ella con obstinación y nerviosismo—, tú no quieres a tu madre; Dios te perdone.

Fahmi se vio algo apurado, y Kamal dijo a su madre sonriendo con malicia:

—¿Te acuerdas del día de la tienda de basbusa y los disparos…? Yo lo vi al volver por la calle desierta, y me advirtió que no contase a nadie que lo había visto. —Después miró a Fahmi y le rogó con interés y anhelo—: Fahmi, cuéntanos lo que viste en la manifestación; ¿cómo ocurrió la batalla?, ¿cómo caían los muertos?, ¿tú nunca disparaste…?

Pero Yasín intervino en la conversación dirigiéndose a la madre:

—Es una historia que ya pasó y se ha acabado. Agradezcamos a Dios que se haya salvado; te conviene más eso que preocuparte.

—¿Tú lo sabías? —le preguntó ella con sequedad. Y él se apresuró a decirle:

—¡No, por la tumba de mi madre! —luego, retractándose—, ¡por mi religión, por mi fe, por mi Señor!

Después se levantó de su asiento, yéndose al lado de la mujer; le colocó la mano en el hombro y le dijo con dulzura:

—¿Cómo estabas tranquila cuando había que preocuparse y te preocupas ahora que hay que tranquilizarse? ¡Por Dios, el peligro ya ha pasado y ha vuelto la paz…! Ahí está Fahmi, delante de ti —y añadió riéndose—: A partir de mañana podremos cruzar El Cairo a todo lo largo y ancho, de noche y de día, sin miedo ni angustia.

—¡Mamá, te ruego que no enturbies nuestra dicha con una tristeza innecesaria! —dijo Fahmi con seriedad.

Ella suspiró… Abrió la boca para hablar, pero sus labios se movieron sin decir nada. Esbozó una pálida sonrisa para declarar que respondería a su petición, y luego inclinó la cabeza para ocultar sus ojos inundados de lágrimas.