Al final de la noche, cuando la luz de la mañana surgía de entre las tinieblas del amanecer, una sirvienta de el-Sukkariyya llamó a la casa del señor, e informó a Amina de que a Aisha ya le habían venido los dolores de parto. Amina estaba en la habitación del horno y confió el trabajo a Umm Hanafi, apresurándose hacia la puerta de la escalera. En el rostro de la sirvienta apareció el fastidio, quizás por primera vez en la historia de su largo servicio en aquella casa. ¿Es que ella no tenía derecho a presenciar el parto de Aisha…? Tenía todo el derecho, exactamente igual que Amina. Aisha había abierto los ojos en su regazo. Todos los hijos de aquella casa tenían dos madres, Amina y Umm Hanafi, ¿cómo podían apartarla de su «hija» en esa hora terrible…? «¿Recuerdas tu parto y la residencia de el-Tombakshiyya…?». El patrón estaba fuera como de costumbre, y ella estaba sola desde medianoche. Encontró en Umm Hasaniyya una amiga y una matrona a la vez… ¿Dónde estará ahora Umm Hasaniyya? ¿Seguirá aún con vida…? Después vino Hanafi, entre gritos de dolor…, y se fue, también entre gritos de dolor, estando todavía en la cuna. «¡Si hubiese vivido tendría ahora veinte años…! Mi señorita sufriendo, y yo aquí preparando la comida…».
El corazón de Amina se colmó de alegría a la vez que de cierta preocupación: el sentimiento que había hecho temblar su corazón por primera vez, el día en que ella misma se enfrentó a la prueba… y ahí estaba Aisha preparada para recibir el primer nacimiento, con el que comenzaría su maternidad, al igual que la suya había comenzado con Jadiga; así se extendería la vida que había brotado de ella hacia el infinito. Se dirigió a ver al padre y le comunicó la noticia en un tono amable, educado, esforzándose esta vez en su modestia y corrección, por miedo a que se transparentase tras su voz el deseo apasionado de salir corriendo para ver a su hija. El señor recibió la buena nueva con tranquilidad, y luego le ordenó que fuera inmediatamente. Empezó a vestirse con prisa, sintiendo que el privilegio que adquiría una mujer débil como ella por haber tenido hijos era digno a veces de realizar milagros. Los hermanos supieron la noticia al despertarse, un poco después de la partida de su madre. Una sonrisa iluminó sus rostros, y se intercambiaron miradas interrogantes… «¡Aisha mamá!, ¿no resulta extraño…? No hay nada extraño en eso, mamá era más joven que ella el día que nació Jadiga… ¿Habrá ido mamá para sacar al niño con sus propias manos…? Dos sonrisas. Eso va dedicado a mí…, dentro de poco parirá también la hija de perra… ¿A quién te refieres…? A Zaynab… ¡Ay, si te oyera papá…! Aisha madre y yo padre…, ¡y yo, tío paterno y materno…! Tú también vas a serlo señorito Kamal… Tendré que faltar a la escuela para ir a ver a la hermanita Aisha. ¡Muy bien, pediré permiso a papá, si puedo, cuando estemos en la mesa…! ¡Uh!, necesitamos más nacimientos para saldar las pérdidas que nos causan los ingleses… Si faltase a la escuela no sucedería nada fuera de lo común; tres cuartas partes de los alumnos están en huelga desde hace más de un mes… Dile eso a papá; se convencerá tanto con tu argumento, que te tirará la fuente de habas a la cara… ¡Uh, un nuevo niño!; dentro de una hora o dos papá se convertirá en abuelo, y mamá en abuela… y nosotros en tíos, es algo importante… ¿Cuántos niños verán la luz del mundo en este momento…?, y ¿a cuántos hombres se les apagará esa luz también en este mismo momento…? Tenemos que informar a la abuela; yo podría ir a el-Juranfísh para decírselo, si faltase a la escuela… Te hemos dicho que tu escuela no es asunto nuestro; díselo a papá y él aceptará tu ocurrencia… ¡Uh! Quizás Aisha está sufriendo ahora, pobrecita; los dolores del parto no se apiadan ni de los cabellos dorados ni de los ojos azules. ¡Dios quiera que lo supere con salud…! Después de esto beberemos mugat y encenderemos las velas… ¿Varón o hembra, qué prefieres…? Varón, claro… Quizás empiece con una hembra, como su madre… ¿Y por qué no va a empezar con un varón, como su padre…? ¡Ay, ay! ¡Cuando llegue la hora de marcharse del colegio, el niño ya habrá salido, y no podré ver como sale…! ¿Es que quieres verlo salir…? ¡Claro…! ¡Aplaza ese deseo hasta que el que nazca sea tu propio hijo…!». Kamal era el más impresionado de todos por la noticia; le absorbía el cerebro, el corazón y la fantasía. Si no hubiera sido porque se percató de que el vigilante de la escuela lo controlaba y tenía en cuenta todos sus movimientos para referírselos uno a uno a su padre, no habría podido resistir el deseo que lo empujaba a irse hacia el-Sukkariyya. Se quedó en la escuela en cuerpo, no en espíritu; su espíritu pensaba en el-Sukkariyya, interrogándose sobre el recién llegado cuya venida había esperado durante meses, esperanzado en descubrir su oculto secreto. Una vez presenció el parto de una gata cuando aún no tenía seis años. Le llamó la atención por sus maullidos agudos, y se apresuró a verla arriba en la azotea debajo del tejadillo de la hiedra. La encontró retorciéndose de dolor con los ojos desorbitados. Después vio que su cuerpo se deshacía de un trozo de carne caliente y se retiró asqueado, gritando con todas sus fuerzas. Ese recuerdo daba vueltas en su imaginación, insistiendo hasta hacer volver su antiguo asco, y extendiéndose a su alrededor inquietante e intrigante como la niebla. Pero él no se rindió al miedo y rehusó imaginarse que hubiese alguna relación entre la gata y Aisha, si no era la que existe entre los hombres y los animales; aunque para él, en su opinión, estaban más alejados entre sí que la tierra y el cielo. Pero ¿qué sucedía entonces en el-Sukkariyya? ¿Qué cosas extraordinarias le estaban ocurriendo a Aisha…? Había preguntas desconcertantes que no tenían respuestas convenientes. En cuanto abandonó el colegio, por la tarde, se lanzó a todo correr por la calle, en dirección a el-Sukkariyya.
Entró en el patio de la casa de la familia Sháwkat sin aliento. Cruzó hacia la puerta del harén, y desde allí echó una ojeada al recibidor. De repente, sus ojos se encontraron con los de su padre, que estaba allí sentado, con las manos cruzadas sobre el puño de su bastón colocado entre las piernas. Kamal se quedó clavado en el sitio, inmóvil, con los ojos muy abiertos como si estuviese hipnotizado. No parpadeó ni hizo ningún movimiento; lo dominó un sentimiento de culpa que no entendía. Se quedó esperando que le cayese el castigo encima, y el frío del miedo se propagó por sus extremidades, hasta que el señor Ahmad se enredó en una conversación con alguna persona que estaba sentada a su lado, volviéndose hacia ella. Entonces Kamal retiró los ojos, tragando saliva, y vislumbró en el interior del recibidor a Ibrahim Sháwkat, a Yasín y a Fahmi, antes de huir hacia dentro. Subió la escalera a saltos hasta llegar al piso de Aisha, empujó una puerta encajada y entró. Se encontró con Jalil Sháwkat, el marido de su hermana, de pie en la sala. Vio la puerta del dormitorio cerrada. Llegaron a sus oídos, desde detrás de la puerta, unas voces que conversaban, de las cuales distinguió la de su madre y la de la viuda de Sháwkat, y una tercera que no conocía. Saludó al marido de su hermana y le preguntó, mirándolo con ojos sonrientes:
—¿Mi hermana Aisha ha parido?
El hombre se llevó el índice a los labios en señal de advertencia diciendo:
—¡Chist!
Kamal comprendió que el hombre no había acogido bien la pregunta, incluso que no había acogido bien su llegada, como era su costumbre, y se sintió avergonzado, sufriendo una inquietud cuya causa no comprendía. Quiso acercarse a la puerta cerrada, pero la voz de Jalil lo paró gritándole con una sequedad que manifestaba disgusto:
—No…
Se volvió hacia él interrogante, pero el hombre le dijo con precipitación:
—Vete abajo, diablillo, y ponte a jugar.
Al muchacho se le partió el corazón y retrocedió lentamente, apagado. Le dolió que le pagasen el tormento de la larga espera de todo el día a ese precio tan bajo. Pero cuando llegó al umbral de la sala resonó en sus oídos una voz extraña que venía de la habitación cerrada. Empezó alta, aguda y fuerte, después se hizo opaca y se debilitó hasta enronquecer, acabando en un resuello largo y doloroso. Luego desapareció para poder recobrar el aliento entrecortado, y después se transformó en un gemido profundo y quejumbroso. Al principio le pareció una voz extraña, como si no conociera a su dueño, pero uno de sus gritos atormentados se distinguió en medio de la agudeza, la opacidad y el resuello, denunciando la identidad de su procedencia. Era la voz de Aisha, sin duda, o de una Aisha exhausta y rota. Después se le confirmó lo que pensaba, cuando se repitieron los gemidos profundos y quejumbrosos. Le empezaron a temblar las piernas, y se figuró que la veía retorcerse de dolor en una situación que le trajo a la conciencia la antigua imagen de la gata. Giró su cabeza en dirección a Jalil, y lo encontró contrayendo y estirando la mano, tartamudeando: «¡Por Dios, Señor!». Se imaginó otra vez que el cuerpo de Aisha se contraía y se estiraba como la mano del hombre. No pudo controlarse y salió disparado hacia fuera, sofocado por el llanto. Cuando llegó a la puerta del harén escuchó unos pasos que bajaban detrás de él; levantó la cabeza y vio a Suwaydán, la criada, que bajaba de prisa. Ella pasó por su lado sin verlo, hasta que se paró en el umbral de la puerta del harén y llamó a su señor Ibrahim. El hombre vino en seguida, y ella le dijo: «Alabado sea Dios, señor…». No añadió nada más ni esperó oír lo que él le decía, sino que volvió sobre sus pasos y se precipitó hacia la escalera subiéndola sin vacilar. Ibrahim regresó al recibidor con la cara radiante. Kamal se quedó solo, sin saber qué hacer; pero no había pasado un minuto cuando Ibrahim volvió seguido del señor Ahmad, Yasín y después Fahmi. El muchacho se inclinó a un lado para que pasaran, y luego subió detrás de ellos con el corazón palpitante. Jalil recibió a los que llegaron delante de la entrada del piso. Kamal oyó decir a su padre:
—¡Alabado sea Dios, todo ha salido bien!
—¡Alabado sea Dios en cualquier caso! —murmuró Jalil apenado.
—¿Qué te pasa? —preguntó el señor Ahmad con preocupación.
—Voy a avisar al médico —contestó en voz baja.
—¿El niño? —inquirió angustiado.
—¡Aisha…! No está como debería; volveré inmediatamente con el médico…
Y se marchó, dejando tras de sí una congoja y una inquietud manifiestas. Después Ibrahim Sháwkat los llamó al salón, y se encaminaron hacia allí taciturnos. Al poco vino la esposa del difunto Sháwkat y los saludó sonriendo para infundir confianza en sus corazones. Luego se sentó diciendo:
—La pobre ha sufrido mucho tiempo, hasta quedar extenuada; pero es una situación accidental y pasará en seguida; estoy segura de lo que digo. Sin embargo, mi hijo parece hoy muy asustado en contra de su costumbre; aunque la decisión de traer al médico no va a causar ningún daño… —después añadió, hablando consigo misma en voz baja—: El médico es nuestro Señor, Él es el que cura.
El señor ya no fue capaz de mantener la gravedad y frialdad que acostumbraba delante de sus hijos, y le preguntó con una angustia manifiesta:
—¿Qué es lo que tiene…?, ¿no puedo verla?
—La verás en seguida —dijo la mujer sonriendo—, cuando esté bien y repuesta. La culpa es del loco de mi hijo que os ha inquietado sin necesidad.
Tras el amplio y fuerte pecho y la enérgica y temible solemnidad del señor había un corazón que sufría un intenso tormento. Tras los ojos tristes y adustos había un llanto contenido… «¿Qué le ha ocurrido a la pequeña?, ¿por qué se interpone la vieja entre mi hija y yo? Una sonrisa amable o unas palabras de mi parte, especialmente de mi parte, seguro que aliviarían sus dolores. Casamiento, marido y sufrimiento. En mi casa no probó ella nunca la amargura del dolor. ¡Mi querida y hermosa pequeña! ¡Que Dios sea misericordioso contigo! La vida ha perdido el sabor; lo pierde cuando el más mínimo daño los amenaza. Fahmi…, lo veo taciturno, dolorido…, ¿acaso comprende el significado del dolor?, ¿cómo podría él conocer el corazón de la madre…? La vieja está confiada y segura de lo que dice… Su hijo nos ha hecho preocuparnos sin necesidad… ¡Oh, Dios, responde; tú conoces bien mi situación como para no salvarla como me salvaste a mí de los ingleses…! Mi corazón no puede soportar este tormento… Dios tiene misericordia y es capaz de preservar a mis hijos de cualquier mal; la vida no tiene sabor sin eso; la alegría, la música y la diversión no tienen sabor si tengo clavada en mi costado una espina penetrante… Mi corazón ruega por su salud porque es un corazón de padre, y porque las alegrías sólo satisfacen al que está libre de preocupaciones… ¿Voy a afrentar la velada de esta noche con el corazón feliz…? Cuando me ría quiero que la risa brote clara desde el fondo de mi corazón. Un corazón angustiado es como una cuerda sin tensar… Ya he tenido bastante con Fahmi, que me importuna como un dolor de muelas… ¡Qué odioso es el sufrimiento…! Un mundo sin dolor; nada es demasiado para Dios; un mundo sin dolor aunque fuese efímero; un mundo en el que disfrutar con todos ellos; allí reiría, cantaría, me divertiría… ¡Oh, misericordioso entre los misericordiosos…! ¡Aisha! ¡Oh, misericordioso entre los misericordiosos!
Después de una ausencia de veinte minutos, Jalil regresó acompañado por el médico; ambos entraron en la habitación inmediatamente y la puerta se cerró tras ellos. Al enterarse el señor de su llegada, se levantó en dirección a la puerta del salón, y se detuvo un momento en el umbral tendiendo la mirada hacia la puerta cerrada. Luego volvió a su sitio y se sentó. La viuda de Sháwkat dijo:
—Sabréis que yo estaba en lo cierto, tan pronto como hable el médico.
—Sólo en Él está el perdón —murmuró el señor levantando la cabeza hacia lo alto.
En un momento se sabría la verdad, y saldrían de las tinieblas de la duda, cualesquiera que fuesen las consecuencias. Su corazón palpitaba con latidos apresurados y continuos. ¡Paciencia! ¡Sólo queda un poco! Su fe en Dios era fuerte y profunda, inconmovible; tenía que ponerse en sus manos. El médico saldría de allí dentro, tarde o temprano, y entonces le preguntaría qué noticias había… ¿El médico…? No había pensado antes en eso… «¡Un médico junto a una parturienta…, cara a cara con el útero…! ¿No es cierto…? ¡Pero es un médico! ¿Qué hacer…? Lo importante es que Dios la ayude; pidámosle salud…».
El señor se encontraba, además de inquieto, avergonzado e irritado. El reconocimiento duró unos veinte minutos; después la puerta se abrió, y él se levantó, dirigiéndose a la sala seguido de sus hijos para reunirse todos alrededor del médico. Este era un conocido del señor; lo saludó sonriendo y le dijo:
—Está bien y a salvo.
Luego añadió con cierta seriedad:
—Me han traído aquí por la madre, pero me he encontrado que verdaderamente quien necesitaba cuidados era la niña…
El señor respiró con tranquilidad por primera vez desde hacía aproximadamente una hora, y preguntó con una sonrisa amable brillándole en la cara:
—Entonces, ¿puedo confiar en tu palabra?
—Sí, ¿pero no te preocupa tu nieta? —dijo el médico aparentando asombro.
—No conozco todavía las obligaciones de un abuelo —contestó sonriendo.
Jalil preguntó:
—¿No hay esperanzas de que viva?
—Las vidas están en manos de Dios —respondió el hombre frunciendo el ceño—; sin embargo, he encontrado débil su corazón. Es posible que muera esta noche. Si la pasa con vida, habrá superado el peligro aparente; no obstante, no creo que viva mucho tiempo; supongo que no llegará más allá de los veinte años… Pero ¿quién sabe? Las vidas están sólo en manos de Dios.
Cuando el médico se fue a sus ocupaciones, Jalil se volvió hacia su madre con una ligera sonrisa en los labios que revelaba tristeza, y dijo:
—Tenía la intención de llamarla Nayma, como tú…
—El propio médico ha dicho que las vidas están en manos de Dios… ¿Vas a tener tú menos fe que él? ¡Ponle Nayma! ¡Tiene que llamarse Nayma en mi honor, y su vida, si Dios quiere, será tan larga como la de su abuela!
El señor se decía para sus adentros: «El idiota ha llamado al médico para que vea a su mujer sin ninguna necesidad… ¡Sin ninguna necesidad…! ¡Qué imbécil…!». No pudo reprimir su enojo y dijo, ocultándolo bajo un tono sutil:
—En realidad, el miedo hace perder el buen juicio a los hombres… ¿No hubiese sido mejor para ti reflexionar un poco antes de apresurarte a hacer venir a un hombre extraño para que se deleite viendo a tu esposa…?
Jalil no contestó, pero miró a los que estaban a su alrededor, y dijo con seriedad:
—Aisha no debe saber lo que ha dicho el médico.