66

El señor Ahmad se despertó a primeras horas de la tarde. La noticia sobre lo ocurrido se había difundido entre los familiares y amigos que llegaron a casa para reunirse con él y felicitarlo por haberse salvado. Él les contaba la historia, y la repetía con un estilo no exento de humor y exageración a pesar de la gravedad del caso, hasta tal punto que despertó diversos comentarios. Amina había sido la primera en escuchar la historia; él se la soltó con el ánimo descompuesto, exhausto, sin apenas creer que de verdad estuviese a salvo. Sólo ella se enteró con fidelidad de la parte catastrófica, y apenas lo dejó dormido, rompió en llanto y se puso a rogar a Dios que preservase a su familia, cuidándola y siendo misericordioso con ella. Rezó durante mucho tiempo, hasta que se le cansó la lengua. Pero el señor, en cuanto se vio rodeado de sus amigos, sobre todo de los más íntimos, como Ibrahim Alfar, Ali Abd el-Rahim y Muhammad Effat, recobró en gran parte su moral, y le fue imposible desatender el lado cómico del asunto, que incluso prevaleció sobre los demás; y el relato terminó en una especie de broma, como si les hubiese contado una de sus aventuras.

Mientras que los visitantes se congregaban en el piso alto, la familia al completo se reunió en el bajo, a excepción de la madre que estaba ocupada junto con Umm Hanafi preparando el café y las bebidas. La sala fue de nuevo testigo de la reunión de Yasín, Fahmi, Kamal, Jadiga y Aisha en la tradicional sesión materna. Jalil e Ibrahim Sháwkat se unieron a ellos durante el día, pero subieron a la habitación del padre un poco después de que se despertara, dejando el campo libre a los hermanos. La tristeza que los había envuelto a lo largo de la jornada por lo que le había ocurrido a su padre se alejó de ellos, volviendo la tranquilidad a sus espíritus. Sus corazones latían con sentimientos fraternos, y se lanzaron a conversar y a animarse, como hacían en el pasado. Sin embargo, la tranquilidad no se restableció totalmente hasta que vieron a su padre con sus propios ojos. Se acercaron a él uno tras otro, besándole la mano, deseándole larga vida y paz, y abandonando luego la habitación con un orden y una disciplina militares. Y aunque el señor se limitó a tenderles la mano a Yasín, a Fahmi y a Kamal consecutivamente, sin decir palabra, sonrió ante Jadiga y Aisha, y les preguntó con delicadeza acerca de su estado y su salud, una delicadeza de la que no habían gozado hasta después de casarse, y que Kamal observó con asombro y alegría como si fuese él el favorecido por ella. Lo cierto es que Kamal era el más feliz de todos con la visita de sus hermanas siempre que ocurría. Durante ese tiempo sentía una profunda felicidad, cuya dicha sólo se enturbiaba cuando pensaba en el temido final. El anuncio de ese final siempre procedía de uno de los dos maridos, Ibrahim o Jalil, cuando se desperezaban o bostezaban, diciendo después: «Es hora de irnos», una orden obedecida sin rechistar; ninguna de las dos hermanas se había dignado, ni siquiera una sola vez, a responder diciendo por ejemplo: «Vete tú que yo ya iré mañana». Pero con el paso del tiempo, Kamal se acostumbró a ese extraño lazo que vinculaba a sus hermanas con sus maridos, y lo admitió, contentándose con las visitas cortas que tenían lugar de vez en cuando y sintiéndose satisfecho con ellas sin ambicionar nada más. A pesar de eso, no podía evitar decir a veces con muchas ganas cuando las veía llegar: «¡Si volvieseis a casa os quedaríais aquí como antes…!». Entonces su madre lo abordaba diciendo: «¡Nuestro Señor las libre del mal de tus buenos deseos!». Pero lo más extraño que él encontraba en su vida de casadas era ese cambio brusco que había ocurrido en sus vientres y los síntomas que lo acompañaban, que parecían a veces terribles como una enfermedad, y a veces extraños como leyendas. Acumuló en su memoria palabras nuevas, como embarazo, antojos, y todo lo que rodeaba a esta última: náuseas, malestar, o avidez de pastillas de arcilla seca. Además…, ¿qué ocurría en el vientre de Aisha? ¿Cuándo dejaría de crecer eso que se había puesto como un odre hinchado…? El vientre de Jadiga parecía, al empezar, que iba a seguir los mismos pasos; y si Aisha con su piel de marfil y sus cabellos de oro, tenía antojos de arcilla…, ¿de qué se encapricharía Jadiga…? Sin embargo, esta no confirmó sus temores, pues se le antojaron cosas maceradas en vinagre, hasta tal punto que el asunto suscitó en Kamal innumerables preguntas, a las que ninguno de la familia conseguía dar respuestas satisfactorias. Su madre decía que el vientre de Aisha, y por consiguiente también el de Jadiga, traería un niño que sería una alegría para él, pero ¿dónde estaba ese niño y cómo vivía? ¿Acaso veía y oía? ¿Qué veía y qué oía? ¿Cómo se encontraba allí y de dónde había venido…? Sin embargo, estas preguntas no cayeron en saco roto, y les consiguió respuestas dignas realmente de unirse a sus conocimientos sobre santones, ifrits, hechizos, amuletos y las materias restantes que llenaban la enciclopedia de su madre. Por eso preguntó a Aisha con curiosidad e interés:

—¿Cuándo saldrá el niño?

—Ten paciencia —le contestó riendo—; sólo queda un poco.

—Creo que estás en el noveno mes, ¿no? —preguntó Yasín.

—Sí —respondió—, aunque mi suegra se empeñe en que estoy en el octavo.

—¡El caso es que tu suegra siempre se empeña en tener un punto de vista diferente, eso es todo! —dijo Jadiga con sequedad.

Y como todos estaban enterados de las muchas disputas que se desencadenaban entre Jadiga y su suegra, intercambiaron miradas y se rieron.

—Quisiera proponeros —dijo Aisha— que os mudéis a nuestra casa y os quedéis con nosotros hasta que los ingleses se retiren de vuestra calle.

—Sí, ¿por qué no? —añadió Jadiga con entusiasmo—, la casa es grande y tendréis espacio suficiente para alojaros. Papá y mamá se instalarán con Aisha, porque ella está en el piso de en medio, y vosotros os quedaréis conmigo.

Kamal acogió bien la proposición, y preguntó en un tono incitante:

—¿Quién se lo dirá a papá?

Pero Fahmi dijo encogiéndose de hombros:

—Vosotras sabéis perfectamente que papá no podría adaptarse.

—Pero a él le gusta trasnochar —repuso Jadiga con tristeza—, y se expondrá a las provocaciones de los soldados. ¡Qué bandidos! ¡Se lo llevaron a empujones en la oscuridad, y le hicieron cargar tierra! ¡Ay!, ¡cada vez que me lo imagino, me da vueltas la cabeza!

—Cuando estaba esperando mi turno para besarle la mano —dijo Aisha—, examiné su cuerpo con detenimiento para quedarme tranquila; el corazón me latía y mis ojos intentaban contener las lágrimas… ¡Dios maldiga a esos hijos de perra!

Yasín sonrió, y se dirigió a Aisha avisándola con un guiño mientras miraba de reojo a Kamal:

—¡No insultes a los ingleses de ese modo, pues tienen amigos entre nosotros!

—Quizás papá se alegraría al saber que el soldado que lo apresó anoche no es sino uno de los amigos de Kamal —añadió Fahmi con ironía. Aisha sonrió al pequeño, mientras le preguntaba:

—¿No has dejado de quererlos después de lo que han hecho?

—¡Si hubiesen sabido que era mi padre, no le habrían hecho nada malo! —murmuró Kamal poniéndose rojo de vergüenza y confusión.

Yasín no pudo evitar soltar una gran carcajada, hasta tal punto que se tapó la boca con la mano mirando con precaución hacia el techo, como si temiese que el sonido de su risa llegase al piso superior; después dijo burlón:

—Más exactamente deberías haber dicho que si ellos hubieran sabido que eras egipcio, no habrían impuesto este suplicio a Egipto y a los egipcios; pero no lo sabían.

—Deja esas palabras para otros —replicó Jadiga en un tono mordaz—. ¿Vas a negar que tú eres uno de sus amigos también?

Después, dirigiéndose a Kamal en el mismo tono:

—¿Vas a tener el valor de hacer la oración del viernes en Sayyidna el-Huseyn después de saberse tu amistad con ellos?

Yasín comprendió el objetivo de su ataque, y le contestó manifestando pesar:

—Tienes derecho a atacarme, puesto que te has casado y has adquirido algunos de los derechos de los seres humanos.

—¿Acaso no los tenía antes?

—¡Dios se apiade de aquellos tiempos…! ¡Pero el matrimonio les devuelve el alma a las desgraciadas…! ¡Arrodíllate en señal de agradecimiento ante los santos, los amuletos y las pastillas mágicas de Umm Hanafi!

Jadiga respondió, tratando de vencer la risa:

—Y tú tienes derecho a atacar a la gente con razón o injustamente, después de haber heredado de la difunta y haberte convertido en propietario.

—¡Mi hermano, propietario…! —dijo Aisha con alegría infantil, como si no supiera nada del asunto—. ¡Qué hermoso es escuchar eso! ¿Eres rico de verdad, Si Yasín?

—Déjame que te enumere sus posesiones —se apresuró Jadiga—. ¡Escúchame, señora: la tienda de el-Hamzawi, la residencia de el-Guriyya y la casa de Qasr el-Shawq!

—«Y del mal del envidioso cuando tiene envidia» —dijo Yasín moviendo la cabeza y cerrando los ojos.

Jadiga siguió su relato, sin atender a esta interrupción:

—Las joyas y el dinero que escondió son los más importante…

—¡Todo ha desaparecido, lo juro por tu vida! ¡Robado, ha sido robado! —exclamó Yasín con una sincera pena—. ¡Lo robó el hijo de perra! Hice que mi padre le preguntase si ella había dejado joyas o dinero, y el ladrón dijo: «Buscadlo vosotros; Dios sabe que durante su enfermedad gasté dinero en ella de mi propio bolsillo…». ¡Escucháis eso, de su propio bolsillo! ¡Hijo de puta!

—¡Ay, hijo! —dijo Aisha impresionada—. ¡Una enferma postrada en la cama a merced de un hombre que ambicionaba su dinero…! Sin un amigo, ni un ser querido; dejó el mundo sin que nadie lo sintiese…

—¿Cómo sin que nadie lo sintiese? —preguntó Yasín.

Jadiga señaló a través de una puerta medio abierta las ropas de Yasín colgadas de la percha, y objetó burlona:

—¿Y esa pajarita negra…? ¿No será un signo de tristeza?

—La verdad es que me dio mucha pena —dijo Yasín con seriedad—. ¡Nuestro Señor se apiade de ella y la perdone…! ¿Acaso no nos sinceramos la última vez que nos encontramos? ¡Dios se apiade de ella y la perdone… y a nosotros también!

Jadiga bajó un poco la cabeza elevando las cejas, después lo miró desde arriba como quien mira por encima de las gafas, y le dijo:

—¡Ejem, ejem…, oíd a nuestro señor el predicador! —luego, lanzándole una mirada de duda, apostrofó—: ¡Pues no parece que tengas una pena muy grande!

Él la miró irritado, diciendo:

—No he faltado a mis obligaciones con ella, gracias a Dios. Le preparé un funeral que duró tres noches, y todos los viernes visito el cementerio de el-Qarafa llevándole arrayán y frutas… ¿Quieres que me abofetee, solloce y me eche tierra por la cabeza…? La tristeza de los hombres es diferente a la de las mujeres.

Ella movió la cabeza como si dijera: «Ayúdate y Dios te ayudará». Después, suspirando, exclamó:

—¡Ay, la tristeza de los hombres…! Pero dime, por mi vida, la tienda, la residencia y la casa…, ¿no han aligerado tu sufrimiento?

—¡Qué razón tenía quien dijo: «Es feo de la lengua quien es feo de cara»! —exclamó Yasín con fastidio.

—¿Quién dijo eso?

—Tu suegra —le contestó riendo.

Aisha se rio, y se rio también Fahmi, preguntándole a Jadiga:

—¿No han mejorado las relaciones entre vosotras?

Aisha respondió en su lugar:

—Mejorarán las relaciones entre los ingleses y los egipcios antes de que mejoren las suyas.

—Es una mujer dura —dijo Jadiga enfadada por primera vez—. ¡Nuestro Señor la proteja…! Juro por Dios que yo soy inocente y soy víctima de una injusticia.

—¡No cabe duda de que te creemos, hermana! —repuso Yasín sarcástico—, seremos testigos de eso ante Dios en el día del Juicio.

Fahmi volvió a preguntar a Aisha:

—Y tú, ¿qué tal te llevas con ella?

—Todo va bien —dijo Aisha mirando a Jadiga con lástima.

—¡Ay, tu hermana Aisha…! —exclamó Jadiga—. Ella sabe cómo desenvolverse y agachar la cabeza…, ¡qué asco!

—En cualquier caso —dijo Yasín simulando seriedad—, me compadezco de tu suegra, y a ti te doy una sincera felicitación.

—La felicitación verdadera será próximamente para ti, si Dios quiere —contestó ella con sorna—, cuando te cases con tu segunda mujer…, ¿no es así?

Él no pudo contenerse la risa; luego dijo:

—¡Que Dios te oiga!

—¿De verdad? —preguntó Aisha con preocupación. Él pensó un poco y añadió con cierta seriedad:

—Él pez no muerde dos veces el mismo anzuelo, pero… ¿quién sabe lo que pasará mañana?; quizás haya una segunda, una tercera y una cuarta…

—Eso es lo que me temo —exclamó Jadiga—. ¡Dios se apiade de tu suerte! Rieron todos, incluso Kamal; después Aisha volvió a decir con voz apenada:

—¡Pobre Zaynab! ¡Era una muchacha encantadora y buena!

—¡Era…!, y era idiota también. Su padre, como el mío, es insoportable… Si ella se hubiese conformado con mi compañía, como yo hubiera querido, nunca la habría dejado.

—¡No confieses cosas como esas! ¡Cuida tu honor; que Jadiga no se alegre a tu costa!

—Ha conseguido el premio que se merece —dijo él con indiferencia—; que su padre se la guise y se la coma.

—¡Pero hijo, está embarazada…! —murmuró Aisha—. ¿Y tú vas a consentir que tu hijo crezca lejos de tu protección, para recuperarlo cuando sea un niño mayor?

«¡Ay! Has tocado el punto flaco. Crecerá al cuidado de su madre como creció antes su padre. Quizás sufrirá una desgracia como las suyas o más. Quizás crecerá con él el odio hacia su madre o hacia su padre…, una desgracia, de todas formas».

—¡Que su suerte sea como la de su padre! —dijo taciturno—. ¡No hay solución!

Reinó el silencio durante un momento, hasta que Kamal le preguntó a Jadiga:

—Y tú, hermanita…, ¿cuándo saldrá el niño?

—Está todavía en primer curso —contestó riendo mientras se palpaba el vientre.

—¡Has adelgazado mucho, hermanita, te has vuelto fea!

Todos se rieron tapándose la boca con la mano; se rieron hasta que Kamal sintió vergüenza y apuro; pero Jadiga, que no podía enfadarse con el pequeño, optó por seguirles la corriente, y dijo riendo:

—Os confieso que en los días de antojo he perdido toda la carne que Umm Hanafi se esforzó tantos años en acumular. He adelgazado; se me nota más la nariz y se me han hundido los ojos; me imagino que «el hombre» vuelve la mirada buscando en vano a la novia que se casó con él.

Después se rieron por segunda vez, cuando Yasín dijo:

—La verdad es que tu marido es una víctima inocente, porque, a pesar de su evidente ignorancia, es guapo… ¡Alabado sea quien es capaz de unir al sirio y al magrebí!

Jadiga fingió ignorarlo, y se dirigió a Fahmi diciendo mientras señalaba a Aisha:

—Los dos, su marido y el mío, son igual de ignorantes; casi no salen de casa, ni de día ni de noche; no tienen preocupaciones ni trabajo. Su marido pierde todo su tiempo en fumar y tocar el laúd, como si fuese uno de esos mendigos que recorren las casas en las fiestas. Y a mi esposo sólo lo verás tumbado, fumando o charlando hasta el punto de aturdirme.

—Las personas importantes no trabajan —dijo Aisha disculpándose.

—¡Perdón! —añadió Jadiga burlona—, tienes derecho a defender esa vida; la verdad es que Dios no ha unido nunca a dos seres más parecidos que vosotros dos; en lo referente a pereza, dejadez y apatía, sois como una sola persona. ¡Por el Profeta, Si Fahmi!, él se pasa todo el día fumando y tocando, y ella pintándose y yendo y viniendo delante del espejo.

—¿Y por qué no? —saltó Yasín—. Mientras vea un espectáculo hermoso…

Antes que Jadiga abriese la boca, él mismo se apresuró a preguntarle:

—Dime, hermana…, ¿qué vas a hacer si tu hijo se parece a ti?

Ella estaba harta de sus ataques, y le contestó secamente:

—¡Si Dios quiere, se parecerá a su padre, o a su abuelo, o a su abuela, o a su tía materna, pero… —riéndose— pero si se empeña en parecerse a su madre, entonces merecerá más el exilio que Saad Basha!

Pero Kamal le dijo en tono de experto:

—Los ingleses no le dan importancia a la belleza, hermanita; les gusta mucho mi cabeza y mi nariz.

Jadiga se golpeó el pecho con la mano exclamando:

—Dicen que son tus amigos, pero se ríen de ti… ¡que Nuestro Señor los castigue de nuevo con un Zepelín!

Aisha lanzó una mirada a Fahmi, diciendo:

—¡Cuánto se alegrarían algunos con tu súplica!

Fahmi sonrió murmurando:

—¡Cómo alegrarse si tienen en nuestra casa amigos tan crédulos!

—¡Qué lástima de la educación que le diste!

—Hay gente a quien es inútil educar.

Kamal preguntó protestando:

—¿Es que no le he pedido ya a Julián que haga volver a Saad Basha?

—¡La próxima vez, haz que lo jure sobre tu cabeza que tanto le gusta! —dijo Jadiga riendo.

Fahmi sintió más de una vez que quienes había a su alrededor se empeñaban, siempre que aparecía la oportunidad, en hacerlo hablar y entretenerse; pero eso no servía de nada para aliviar el sentimiento de extrañeza que lo envolvía desde hacía largo tiempo. Era un sentimiento que a menudo lo separaba de su familia mientras estaba entre ellos, y le hacía sentirse extraño o solo, a pesar de lo concurrido de la reunión. Se aislaba con su corazón, su tristeza y su entusiasmo en medio de gente que se divertía y se reía, e incluso se tomaba a broma el exilio de Saad, si lo exigía la ocasión. Los miró a hurtadillas uno a uno, y los encontró contentos. Aisha…, estaba alegre, aunque un poco cansada a causa del embarazo, pero feliz con todo, hasta con su cansancio; Jadiga…, enérgica, risueña; Yasín…, con salud, bienestar, prosperidad… ¿Quién de ellos se preocupaba de los acontecimientos de esos días…? ¿A quién le importaba si Saad se quedaba o se exiliaba, si los ingleses se retiraban o permanecían allí…? Él era un extraño, o al menos, un extraño entre ellos, y aunque habitualmente recibía esta sensación con un espíritu tolerante, esta vez sólo la recibió irritado y alterado. Quizás era eso lo que lo atormentaba en los últimos días. A menudo temía escuchar algo acerca de la boda de Maryam. Era esa su preocupación y su tristeza, aunque él había aceptado de antemano resignarse a la renuncia, y casi se había acostumbrado a eso con el paso de los días. Sin embargo, el amor propio había dejado de ser el centro de sus sentimientos, ocupados ahora por preocupaciones mayores, hasta que ocurrió el suceso de Julián y un temblor lo sacudió. Ella coqueteaba con un inglés con quien no podía pretender casarse…, entonces, ¿qué significado encerraba ese coqueteo? ¿Es que sólo podía venir de una desvergonzada…? ¿Maryam, una desvergonzada? ¿Dónde estaban sus sueños pasados? Apenas se quedaba a solas con Kamal, le rogaba que le repitiese la historia de nuevo, obligándolo a que describiera todos los detalles puntualmente: cómo notó lo que pasaba, dónde estaba colocado el soldado y dónde él, si estaba seguro de que era la mismísima Maryam la que estaba en el tragaluz, si realmente miraba al soldado, si vio que ella le sonreía, si… si… si… Después le preguntaba apretando los dientes, como masticando la desgracia que lo atormentaba: «¿Y ella retrocedió con miedo cuando sus ojos cayeron sobre ti?». Luego pasaba a imaginarse las situaciones y las escenas una a una, imaginándose la sonrisa durante mucho tiempo, hasta que le parecía ver los labios entreabiertos, como los vio el día de la boda de Aisha, cuando ella seguía a la novia en el patio de la casa de los Sháwkat.

—Parece que mamá no va a sentarse con nosotros hoy —dijo Aisha con una voz que mostraba pesar.

—Los visitantes llenan la casa —contestó Jadiga.

Yasín añadió riéndose:

—Temo que los soldados sospechen de tantos como llegan, y piensen que se celebra en nuestra casa una reunión política.

—Los amigos de papá tapan la luz del sol —replicó Jadiga con orgullo.

—He visto al mismísimo señor Muhammad Effat a la cabeza de los que llegaban —dijo Aisha.

Jadiga, ratificando sus palabras, añadió:

—Es amigo íntimo de papá desde antes de que nosotros viéramos la luz del mundo.

Yasín contestó moviendo la cabeza:

—Papá me acusó injustamente de que yo había cortado el lazo que los unía.

—¿Acaso no separa el divorcio a los amigos más queridos?

—¡Excepto a los amigos de tu padre! —sonrió Yasín.

Aisha contestó con orgullo:

—¿Quién se dedicaría por gusto a pelearse con papá? ¡Por Dios que no hay en el mundo entero nadie comparable con él! —Después dijo, suspirando—: Cada vez que me imagino lo que le ocurrió ayer, se me pone el pelo de punta.

Finalmente, Jadiga se angustió por el abatimiento de Fahmi, y decidió curarlo de un modo directo, después de que habían fracasado, en su opinión, los métodos indirectos; y se volvió hacia él preguntándole:

—¡Hermano! ¿Has visto como te honró Dios el día que no permitió que se materializasen tus deseos hacia Maryam?

Fahmi la miró entre asombrado y preocupado; rápidamente todas las miradas se centraron en él; incluso Kamal lo miró con preocupación. Reinó un silencio que en el fondo revelaba un sentimiento reprimido largo tiempo en los corazones de los presentes, ignorándolo todos o disimulándolo hasta que Jadiga lo manifestó con osadía. Observaron al joven en el silencio de quien espera una respuesta, como si fuese él mismo quien hubiera lanzado la pregunta. Pero Yasín consideró necesario acabar con el silencio antes de que se agravase y provocase sufrimientos, y dijo aparentando alegría:

—Lo que ocurre es que tu hermano es amigo de Dios, y Dios ama a sus amigos.

Fahmi estaba sufriendo apuro y vergüenza, y añadió con brevedad:

—Eso es una cuestión antigua que borró el olvido…

—No ha sido Si Fahmi el único engañado por ella —dijo Aisha en un tono atormentado—; todos nosotros lo hemos sido.

Jadiga replicó defendiéndose todo lo que podía de la acusación de haber sido tan crédula:

—De cualquier modo, yo no estuve convencida ni en un solo momento del pasado, incluso creyéndola inocente, de que fuese digna de él.

Fahmi volvió a decir, aparentando indiferencia:

—Es una cuestión antigua, borrada por el olvido. Inglés…, egipcio…, son iguales, dejemos todo esto.

Yasín se encontró reflexionando de nuevo sobre el asunto «Maryam»… ¿Maryam? Sólo la había visto antes furtivamente, si había pasado por su campo de visión. Además, las relaciones de Fahmi con ella le habían bastado para abstenerse, hasta que su deshonra se divulgó entre la familia… Entonces se suscitó su interés, y él se preguntó largo tiempo: «¿Qué clase de muchacha será?». Le habría gustado deleitarse mirándola, hubiera deseado probar a esa muchacha que había atraído el deseo de un «inglés», un inglés venido al barrio para combatir, no para flirtear. Su indignación hacia la chica sólo había aparecido para armonizar con la conversación cada vez que se trataba de ella; aunque por dentro le producía una extrema emoción la presencia de una «desvergonzada» tan atrevida como aquella cerca de él, pues sólo los separaba una tapia. Se extendió por su pecho ancho y robusto esa emoción irracional que lo invitaba a la caza, pero se detuvo —por respeto a la tristeza de Fahmi, a quien quería— en el límite de un sentimiento y una voluptuosidad pasiva y abstracta. Ya no había en todo el barrio quien despertase su interés tanto como Maryam.

—Es hora de irse.

Así dijo Jadiga levantándose, mientras les llegaba la voz de Ibrahim y Jalil que venían del vestíbulo hablando. Se levantaron todos, unos desperezándose y otros ajustándose la ropa…, salvo Kamal, que se quedó sentado mirando a la puerta de la sala con tristeza y el corazón palpitante.