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Con el comienzo del invierno la reunión del café adquirió una nueva peculiaridad que se materializaba en la gran estufa colocada en medio de la sala. La familia se reunía a su alrededor, los varones con sus mantos, y las mujeres arrebujadas en sus toquillas. La reunión les proporcionaba, junto al placer de tomar café y el encanto de la velada, el disfrutar del calor. Fahmi, a pesar de su prolongada y muda tristeza de los últimos días, parecía dispuesto a comunicar a su familia una noticia importante. Su duda y su larga reflexión no eran sino una muestra de la importancia y trascendencia de la noticia, pero acabó por decidirse a soltarla, descargando así el peso sobre sus padres y los hados; por eso dijo:

—Tengo una noticia importante para vosotros, escuchadme.

Los ojos se alzaron hacia él con un interés del que nadie se libró, porque la reconocida ponderación del muchacho les hacía esperar a todos una noticia realmente importante, tal como había dicho. Fahmi, por su parte, prosiguió diciendo:

—La noticia es que Hasan Efendi Ibrahim, oficial de la comisaría de el-Gamaliyya, que es uno de mis conocidos, como sabéis, se ha entrevistado conmigo, y me rogó que comunicara a mi padre su deseo de casarse con Aisha.

Como se había imaginado Fahmi de antemano, lo cual lo había inducido a dudar y a reflexionar largo tiempo, la noticia produjo una impresión muy contradictoria.

La madre lo miró con un gran interés mientras que Yasín silbó al tiempo que clavaba en Aisha una mirada divertida moviendo la cabeza. La menor desvió la suya avergonzada para hurtar su rostro a las miradas, no fuera que su expresión la traicionara y les revelara lo que se agitaba en su corazón palpitante. Jadiga, por su parte, recibió la noticia con sorpresa al principio, que no tardó en convertirse en miedo y pesimismo sin saber por qué a ciencia cierta; pero era como un alumno que espera de un momento a otro que aparezca el resultado del examen, cuando le llega la noticia del éxito de algún compañero suyo que lo ha conocido por una fuente particular. La madre preguntó con un desconcierto que no guardaba proporción con la alegre situación del momento:

—¿Es esto todo lo que dijo?

—Me empezó a decir que quería tener el honor de pedir la mano de mi hermana pequeña —dijo Fahmi soslayando la mirada de Jadiga.

—¿Qué le dijiste?

—Le di las gracias por su deferencia, como es natural.

Ella no le había hecho esta serie de preguntas con el deseo de informarse de algo que quería saber, sino para disimular su desconcierto y sacar de la sorpresa un momento de calma para reflexionar. Luego empezó a preguntarse: ¿Tendrá esta petición algo que ver con las visitantes que habían venido hacía unos días? Entonces recordó cómo una de ellas había dicho antes de aparecer Jadiga, en el curso de la conversación sobre la familia del señor Ahmad, que ellas habían oído decir que él tenía dos hijas. Comprendió en seguida que habían venido a ver a las dos muchachas, pero había guardado silencio ante la alusión. Las visitantes estaban emparentadas con la familia de un comerciante de Darb el-Ahmar, que no era el padre del oficial, del que Fahmi había dicho en una ocasión que era funcionario en el Ministerio de Trabajo, pero esto no excluía en absoluto la relación entre las dos familias, porque era costumbre que cualquier familia enviara a las casamenteras de alguna de sus ramas, y no del tronco, por preservar su propia estima. ¡Cuánto le hubiera gustado preguntar a Fahmi sobre este punto en concreto, aunque se temía que la respuesta confirmara sus temores y diera al traste con las esperanzas de su hija mayor, originando un nuevo desengaño! Pero Jadiga reemplazó a su madre, por pura coincidencia, para echar fuera todo lo que se debatía en su pecho, al tiempo que ocultaba su desmoronamiento con una débil risa, y preguntó:

—¿Es quizás él quien ha enviado a las casamenteras que nos visitaron hace unos días?

Pero Fahmi se apresuró a decir:

—¡Claro que no!, pues me dijo que iba a enviarnos a su madre en el momento preciso si había acuerdo sobre su petición.

A pesar de que su tono revelaba sinceridad, no era verdad lo que decía, pues había comprendido por la conversación del oficial que las señoras que visitaron a su madre eran sus parientas, pero temía hacer sufrir a su hermana mayor por la que, a pesar de su amor por Aisha y de estar convencido de la valía de su amigo el oficial, sentía un cariño fraternal, y le dolía sobremanera su mala suerte. Posiblemente era la decepción que él mismo había sufrido, una razón poderosa para que este cariño llegara a tal extremo.

Yasín soltó una risotada y dijo con pueril regocijo:

—Parece que pronto nos encontraremos con dos bodas.

—Nuestro Señor te oiga —exclamó la madre con sincera alegría.

—¿Hablarás a mi padre por mí?

Se le escapó la pregunta obsesionado por lo que se había callado con respecto a la petición de matrimonio; pero en cuanto la formuló, sonó en sus oídos de modo extraño, como si le hubiera sido hecha desde la memoria de sus recuerdos y no desde la punta de la lengua, o como si cuando llegó a sus oídos no se hubiera detenido en ellos, sino que se hubiera sumergido en lo más profundo de sí mismo para emerger luego llevando prendidos parte de los recuerdos.

Inmediatamente le vino a la memoria una pregunta semejante a esta que había dirigido a su madre en circunstancias parecidas y se le encogió el corazón, se despertó su dolor, y volvió su sentimiento por la injusticia que había enterrado viva su esperanza. Se dijo a sí mismo, como le había dicho a ella repetidas veces en los últimos días, cuan feliz habría sido en su momento, pensando con optimismo en el mañana y completamente satisfecho de la vida, si no hubiera sido por la implacable voluntad de su padre. El recuerdo le impidió ocuparse de otra cosa que no fuera él y se entregó a la tristeza que roía el interior de su corazón. La madre había reflexionado largo rato, y preguntó:

—¿No estaría bien que pensáramos qué puedo contestar a tu padre cuando me pregunte qué ha movido al oficial a solicitar a Aisha precisamente y por qué no ha pedido la mano de Jadiga, ya que no ha visto ni a la una ni a la otra?

Las dos muchachas se apercibieron al unísono de la observación de su madre, y posiblemente ambas recordaron su incidente detrás de la ventana. Pero Jadiga lo hizo con una irritación que se sumó a la que ya tenía, y su corazón protestó contra la ciega suerte que se empeñaba en recompensar la ligereza y el descaro. En cuanto a Aisha, la observación de su madre cortó el curso de su alegría como una espina penetrante que, mezclada en la comida, se atraviesa en la garganta al tragar un manjar delicioso y suculento. Súbitamente el miedo absorbió el ardor de la alegría con la que se había agitado su ser. Fahmi fue el único que se sublevó contra las palabras de su madre, no impulsado a favor de Aisha como parecía, pues no consideraba lícito defenderla en este punto sensible precisamente dándole primacía sobre Jadiga, sino irritado por su propia tristeza reprimida al no haber podido defenderse abiertamente ante su padre. Y dijo furioso, hablándole a este en la persona de su madre, sin saberlo:

—Esto es una arbitrariedad gratuita que no tiene justificación ni por la razón ni por la sabiduría. ¿O es que no saben los hombres muchas cosas de las mujeres recatadas a través de las indiscreciones de sus parientas, que, al hablar, sólo pretenden unir a un hombre y a una mujer lícitamente?

Pero la madre protestaba para escudarse en el padre y así encontrar el modo de salir de la crítica situación en la que se hallaba entre Aisha y Jadiga. Cuando Fahmi se le sinceró con su protesta no tuvo más remedio que hacerlo ella a su vez:

—¿No crees que sería preferible esperar a que nos llegaran noticias de las visitantes?

Jadiga ya no soportaba el silencio; impulsada por su soberbia, que se empeñaba en mostrar indiferencia ante todo este asunto, a pesar de la angustia y del pesimismo que se debatía en su interior, dijo:

—Este es un asunto y aquel es otro, y no hay razón para aplazar una cosa por otra.

La madre dijo con impresionante calma:

—Todos nosotros estamos de acuerdo en aplazar la boda de Aisha hasta que se case Jadiga.

Aisha no pudo por menos que decir con delicadeza y serenidad:

—Eso está ya decidido.

El pecho de Jadiga se llenó de rencor al escuchar el tono amable en el que se expresaba su hermana, y posiblemente era esta misma amabilidad la que la enfurecía con más fuerza, quizás porque inspiraba una compasión que ella rechazaba de plano, o porque le hubiera gustado que la muchacha manifestara su oposición abiertamente, para que se le brindara la ocasión de atacarla, con lo que se sacaría la espina de su cólera. Mientras tanto, esta piedad engañosa y detestable alzaba una coraza que apartaba de ella el dolor y redoblaba la ira de quien se mantenía al acecho. Finalmente, no pudo hacer otra cosa que decir con un tono no exento de violencia:

—No estoy de acuerdo con que eso esté ya decidido, y no es justo que una suerte adversa os haga romper otra feliz. —Fahmi notó la enojosa tristeza que se ocultaba en las palabras de Jadiga, a pesar de que aparentaba altruismo, y dejó de ser presa de sus tristezas personales, arrepentido de haber dicho en su enfado algo que Jadiga podría considerar como una clara inclinación de su parte hacia la causa de su otra hermana:

—Comunicar a papá —dijo dirigiéndose a ella— el deseo de Hasan Efendi no significa admitir que se dé preferencia a la boda de Aisha sobre la tuya. No nos importaría, si conseguimos que apruebe el compromiso, retrasar su anuncio hasta el momento apropiado.

Yasín no estaba convencido de la validez de una opinión que obligaba a anteponer un matrimonio a otro, pero no tuvo la suficiente valentía para expresar la suya. Se consoló de ello con una frase general para que cada uno la interpretara como quisiese:

—El matrimonio es el destino de todo ser viviente, y el que no se casa hoy se casará mañana.

Entonces surgió la estentórea voz de Kamal, que seguía la conversación con interés, preguntando inesperadamente:

—Mamá, ¿por qué el destino de todo ser viviente es casarse?

Pero ella no se preocupó en prestarle atención, y su pregunta sólo produjo efecto en Yasín, cuya risotada sonó sin que dijera esta boca es mía. Entonces la madre dijo:

—Has de saber que toda chica se casará antes o después. Pero hay consideraciones que no conviene desatender.

Kamal volvió a preguntar:

—¿Te vas a casar tú también, mamá?

Todos armaron un bullicio de risas, y esto alivió la tensión. Yasín aprovechó esta ocasión favorable y se envalentonó diciendo:

—Plantéale el asunto a mi padre, pues en todo caso suya va a ser la última palabra.

—No hay más remedio que hacerlo, no hay más remedio —dijo Jadiga con extraña obstinación.

Quería decir lo que decía: porque con unas cosas u otras se sentía obligada a seguir aparentando indiferencia, ya que de un lado conocía la imposibilidad de ocultar a su padre un asunto como este y, de otro, estaba segura de que él no podía aceptar anteponer la boda de Aisha a la suya. Pero a pesar de no saber si existía algún vínculo entre el oficial y las visitantes, la angustia y el pesimismo que sintió al inicio de este asunto no se apartaron de ella ni un solo instante.