23

La señora Amina estaba ocupada con los preparativos del café para la tradicional reunión de la tarde, cuando Umm Hanafi fue hacia ella a todo correr anunciando en el brillo de sus ojos buenas noticias; luego dijo con tono sugerente:

—Señora, tres damas desconocidas desean visitarte.

La madre lo dejó todo y se levantó rápidamente, prueba del efecto que la noticia le había producido; clavó en la criada una mirada de intenso interés, como si las visitantes pudieran proceder de la casa real del mismísimo cielo, y murmuró como pidiendo una mayor confirmación:

—¿Desconocidas?

—Sí, señora —dijo Umm Hanafi con un tono alegre y triunfante—. Han llamado a la puerta, yo les he abierto y me han dicho: «¿No es esta la casa del señor Ahmad Abd el-Gawwad?». «Sí», les he dicho. «¿Están las señoras arriba?», me han preguntado. «Sí», les he dicho yo. «Queremos tener el honor de visitarlas», han dicho ellas. Y yo les he preguntado: «¿Quién digo que son ustedes?». Entonces una de ellas me ha dicho riendo: «Déjalo de nuestra cuenta. El mensajero está para informar». Y he venido volando, señora, pues me he dicho, «Señor, que se realicen nuestros sueños…».

—¡Pásalas a la sala de las visitas! ¡Date prisa! —dijo la madre inmediatamente, con el mismo interés en la mirada.

Se quedó quieta unos segundos, sumergida en sus nuevos pensamientos, en el sueño feliz cuyo mundo maravilloso se abría para ella, y que había sido su preocupación a lo largo de los últimos años. Luego volvió en sí y llamó a Jadiga con tono perentorio. La chica llegó al instante y, apenas sus ojos se encontraron, la madre sonrió y dijo sin poder contener se alegría:

—¡Tres señoras desconocidas están en la sala de recibir! ¡Ponte tu mejor vestido… y prepárate!

El rostro de Jadiga se ruborizó igual que el de la madre, como si se le contagiase el pudor. Salió en seguida de la sala y se dirigió a su habitación, en el piso de arriba, para arreglarse y recibir a las visitantes. Jadiga contempló la puerta por donde había desaparecido su madre, con una mirada ausente, mientras el corazón le latía hasta dolerle, y se preguntaba: «¿Qué hay detrás de esta visita?». Luego apartó su mente de aquello y en seguida recuperó su máxima actividad.

Llamó a Kamal, que acudió a su llamada desde la habitación de Fahmi.

—Ve a casa de Maryam —le abordó— y dile: «Jadiga te saluda y te pide que le envíes conmigo la caja de polvos, el kohl y el colorete».

El muchacho entendió rápidamente la orden y se dirigió a la salida. Jadiga, por su parte, se precipitó hacia su habitación, y se quitó la galabiyya mientras le decía a Aisha, que la contemplaba con ojos interrogantes:

—Elígeme el traje más bonito…, el más bonito de todos.

—¿Cuál es el motivo de este interés? —preguntó Aisha—. ¿Una visita? ¿Quién?

—¡Tres señoras! —dijo Jadiga con voz débil—. Des-co-no-ci-das —pronunció acentuando las sílabas.

Aisha volvió la cabeza sorprendida. Luego sus preciosos ojos se dilataron de alegría y saltó.

—¡Ahí! ¿Hay que pensar de esto que…? ¡Qué noticia!

—No te apresures a juzgar… ¡Quién sabe por qué están aquí! —exclamó Jadiga.

—Hay algo en el ambiente… Se huele la boda como los buenos perfumes. Jadiga se echó a reír para ocultar su turbación, se acercó al espejo y contempló su figura con atención. Luego se tapó la nariz con la palma de la mano y dijo con ironía:

—No está mal mi cara ahora. Una cara aceptable. —Luego, quitando la palma de la mano—. Pero de esta manera, que Dios nos asista.

Aisha dijo riendo, al tiempo que la ayudaba a ponerse un vestido blanco bordado con flores violeta:

—No te menosprecies. ¿No estará nada a salvo de tu lengua? ¡La novia no es solamente una nariz, he aquí un par de ojos, esos largos cabellos y esa simpatía!

—La gente sólo ve los defectos —dijo Jadiga torciendo el gesto.

—Esto es verdad con la gente como tú, pero no todo el mundo es igual gracias a Dios.

—¡Te contestaré cuando tenga tiempo para ti!

La otra le dio una palmada cariñosa en la cadera mientras arreglaba el vestido diciendo:

—No olvides este cuerpo delicado y relleno, ¡qué cuerpo! Jadiga rio alegremente y dijo:

—Si el novio fuera ciego no me importaría. Me contentaría con él de esa manera, aunque fuera uno de los sheyjs de el-Azhar.

—¿Y qué defectos tienen los sheyjs de el-Azhar? ¿No hay entre ellos quien tiene la mar de riquezas?

Cuando acabaron con el vestido, a Aisha se le escapó un bufido.

—¿Qué te pasa? —le preguntó Jadiga. Ella contestó en tono de protesta:

—¡No hay en toda la casa ni polvos, ni kohl ni colorete, como si aquí no hubiera mujeres!

—Lo mejor sería que fueras a quejarte a nuestro padre.

—¿Es que mamá no es una señora que tiene derecho a embellecerse?

—Ella es preciosa así, sin arreglarse.

—¿Y su señoría? ¿Recibirás a las visitantes así?

—He mandado a Kamal —dijo Jadiga riendo— a casa de Maryam para que traiga polvos, kohl y colorete. ¿Acaso puedo recibir con esta cara a las casamenteras?

Y como no podía pasar ni un minuto sin hacer nada, Jadiga se quitó el pañuelo de la cabeza y empezó a deshacerse las gruesas y largas trenzas, mientras Aisha pasaba el peine por los cabellos sueltos y decía:

—¡Qué abundante y largo pelo! ¿Qué opinas? Voy a hacer una sola trenza. ¿No es más favorecedor?

—Mejor dos…, pero dime, ¿me dejo las medias o me las quito para entrar a verlas?

—Estamos en invierno, son más indicadas las medias; pero me temo que si te las dejas puedan pensar que tus piernas o tus pies tienen un defecto que intentas ocultar.

—Tienes razón. Sin duda un tribunal sería más clemente que la habitación que me espera ahora.

—Anímate. Nuestro Señor nos asiste con sus promesas.

En ese momento entró Kamal en la habitación, jadeante, y le entregó a su hermana los útiles de belleza mientras decía:

—He subido la escalera y he cruzado la calle corriendo.

—¡Bravo, bravo! —le dijo Jadiga sonriendo—. ¿Qué te ha dicho Maryam?

—Me ha preguntado si tenemos invitadas y quiénes son ellas, y le he contestado que no lo sé.

En los ojos de Jadiga brilló una mirada de interés, mientras le preguntaba:

—¿Se ha contentado con esta respuesta?

—Me ha hecho jurar por el-Huseyn que yo le contaría todo lo que supiera, y le juré que no había nada más de lo que le había dicho.

Aisha se echó a reír mientras sus manos seguían trabajando.

—Barruntará lo que pasa —dijo.

—Es una chica lista —replicó Jadiga mientras se empolvaba la cara—. A esa no se le pasa nada. Te apuesto a que mañana, a más tardar, viene a visitarnos para hacer una investigación completa.

Como era de esperar, Kamal no quiso salir de la habitación, o quizás no pudo dejarla, dominado por el deseo de contemplar lo que se presentaba ante sus ojos y que veía por primera vez en su vida. Nunca había tenido la ocasión de ver cómo el rostro de su hermana sufría esta metamorfosis por la que se había convertido en otro nuevo: el cutis se había tornado blanco, las mejillas sonrosadas, los ojos, con los bordes embadurnados de un encantador color negro que los perfilaba de modo atractivo y daba a sus pupilas una espléndida nitidez. Un rostro nuevo que le alegró el corazón.

—¡Hermanita! —exclamó arrebatado por la emoción—. Ahora eres como la muñeca que papá compró en la fiesta del Mawled.

Las dos chicas se echaron a reír.

—¿Te gusto ahora? —le preguntó Jadiga.

Kamal se le acercó rápidamente, y alargó la mano hacia la punta de la nariz mientras decía:

—¡Si suprimieras esto!

Ella apartó la mano y dijo a su hermana:

—¡Haz salir a este calumniador!

Aisha lo agarró por la mano y lo empujó hacia la salida, a pesar de su resistencia, hasta que lo echó y cerró la puerta. Volvió a reanudar su bonito trabajo; continuaron su actividad en silencio y diligentemente, y, a pesar de que se había convenido en la familia que el encuentro con las casamenteras se limitaba sólo a Jadiga, la muchacha le dijo a Aisha con malicia:

—Es necesario que tú también te prepares para recibir a las visitantes.

—Eso no será —dijo Aisha con la misma malicia que su hermana— antes de que tú seas conducida hacia tu esposo.

Luego rectificó sus palabras antes de que hablara Jadiga:

—Por el momento, ¿cómo pueden las estrellas aparecer con la luna? Jadiga lanzó a su hermana una mirada desconfiada y preguntó:

—¿Quién es la luna?

Aisha dijo riendo:

—¡Yo, naturalmente!

Jadiga le dio un codazo; luego suspiró.

—¡Si me prestases tu nariz como Maryam me ha prestado su caja de polvos!

—¡Olvídate de tu nariz, al menos por esta noche! La nariz, como los granos, se ponen más gordos al pensar en ellos.

Estaban a punto de terminar su tarea de embellecimiento, cuando Jadiga desvió la atención de su aspecto y la centró en su temor ante el examen que la esperaba. Sintió miedo como nunca lo sintiera antes, no con relación a esta novedad, ni mucho menos, sino antes que nada, por la importancia de sus consecuencias, y no tardó en decir quejosa:

—¡Vaya reunión a la que se me condena! Imagínate en mi lugar, entre unas señoras extrañas, sin saber quiénes son ni de dónde vienen; acaso hayan venido con intención sincera o por puro entretenimiento y diversión. ¿Qué será de mí si son criticonas y deslenguadas? —Luego se echó a reír con una risa forzada— como yo, por ejemplo…, ¿eh? ¿Qué puedo hacer sino sentarme entre ellas con cortesía y resignación dispuesta a recibir sus miradas de derecha a izquierda y de delante atrás, a cumplir sus órdenes sin la menor vacilación? Cuando me digan «de pie», me levanto, o «anda», ando, o «habla», hablo, para que nada se les escape de mi modo de sentarme, de levantarme, de callarme, de hablar, de mis miembros y de mis facciones. Y después de todo este «escarnio» tendremos que darles pruebas de afecto, elogiar su amabilidad y su generosidad sin saber si hemos conseguido su aceptación o su rechazo, ¡uf, uf…! ¡Maldito sea el que las envió!

Aisha se apresuró a decir con un tono lleno de sentido:

—¡Aparta el mal de él!

—No lo bendigas —respondió Jadiga riendo también— hasta que no estemos seguras de que es de los nuestros. ¡Ay, Señor, cómo me late el corazón!

Aisha dio un paso atrás fuera del alcance de su hermana, diciendo:

—Ten paciencia. Encontrarás en el futuro muchas oportunidades para vengarte de la terrible reunión de hoy. ¡Cómo se van a achicharrar con el fuego de tu lengua cuando seas tú la señora de la casa! Posiblemente recordarán el examen de hoy diciéndose para sus adentros: ¡Ojalá lo que pasó no hubiera sucedido!

Jadiga se contentó con sonreír; no era el momento de pararse a responder al ataque, pues no encontraba en atacar —cosa que solía producirle una notable alegría— el menor placer, porque el temor había hecho presa en ella y la hacía dudar entre el miedo y la esperanza. Cuando acabaron su tarea, se levantó y echó una ojeada general a su figura, mientras miraba alternativamente la imagen del espejo y el original. Jadiga empezó a murmurar:

—¡Bravo por tus manos! Un hermoso aspecto, ¿no es así? Esta es la verdadera Jadiga. Ahora no importa la nariz. Grande es tu sabiduría, Señor. Con un poco de esfuerzo todo ha quedado bien, pero ¿por qué…? —luego se retractó rápidamente—. Perdón, Dios Excelso. Tienes sabiduría en todo.

Retrocedió y se examinó atentamente; recitó luego la fátiha para sus adentros y se volvió hacia Aisha diciendo:

—¡Reza por mí, hija!

Y abandonó la habitación.