CONCLUSIÓN

Siete días después, nuestros amigos, milagrosamente escapados a tantas y tan extrañas aventuras, y a las traiciones del infame Calderón, desembarcaban sanos y salvos en las costas de Bolivia, Estado neutral, que favorecía así la expansión y la influencia del Paraguay.

Después de algunos días de descanso, nuestros héroes se ponían en marcha para unirse al ejército del Paraguay que se decía estaba concentrado en las inmediaciones de Cerro León. El cruce por Bolivia, cuyas comunicaciones distan mucho de ser cómodas, requirió sus dos buenas semanas, pero, por fin, encontraron al general Solano López que se había atrincherado en Piribebuy donde había establecido la capital provisional en espera de reconquistar Asunción que se hallaba entonces en poder de los aliados.

Los millones fueron entregados escrupulosamente en manos del heroico general, que ya se encontraba con las cajas vacías, y que había perdido toda esperanza de poderlos recuperar después de haber sabido la noticia de la pérdida del «Pilcomayo», volado por su valeroso capitán.

Cardoso, Diego y hasta Ramón, que había eficazmente cooperado a la salvación del tesoro, fueron generosamente recompensados por el Presidente, que apreciaba a los valientes, nombrándolos sus ayudantes de campo. Su fortuna, empero, fue de breve duración, porque dos años más tarde, caído sobre el campo de Cerro Gordo el heroico Presidente, muerto en unión de su hijo de catorce años en el furor de la refriega, el ejército era disuelto por el nuevo Presidente, y los dos marineros eran mandados a bordo de la escuadra fluvial, mientras Ramón emigraba a Bolivia.