Puse cara de asco. Temblé de pies a cabeza.

Luego me quedé rígido. Con todos los músculos tensos, aguardando.

Los demás no me quitaban ojo. Tampoco ellos se movían.

A Sheena le temblaba la barbilla.

—¡No quiero que te conviertas en pez, Billy! ¿Por qué te lo has bebido? ¿Por qué no lo has tirado al suelo?

—Me habría obligado a beberme otro —respondí roncamente. Aún tenía el sabor del líquido en la boca. Lo notaba burbujeándome en el estómago.

Pasó al menos un minuto. Y después transcurrió otro más.

—Muy bien —dijo el doctor Ritter—. Debería suceder… ¡ahora!

Me señaló. Yo seguía allí, y continuaba siendo humano.

—No veo ningún cambio —observó mi tío.

—Espere un minuto más —insistió el doctor Ritter—. Sé que funciona. Lo probé con mi ayudante, Mel, anoche. Ahora mismo está en el mar, ¡persiguiendo a un pez vela!

La habitación se quedó en silencio mientras todos aguardábamos a que yo me convirtiera en pez.

Tenía una ligera sensación de náusea. Aparte de eso, nada. Suspiré y cambié de postura.

—Ya han pasado más de cinco minutos, Ritter —anunció mi tío—. Parece que su plancton no surte ningún efecto.

El doctor se puso furioso.

—¡No! Eso es imposible. ¡Funciona! ¡Sé que funciona!

Me agarró y me zarandeó.

—¡Pez! ¡Conviértete en pez!

Lo aparté de un empujón. Tropezó y cayó hacia atrás, por lo que mi tío aprovechó para abalanzarse sobre él.

—¡Ya es mío!

El doctor Ritter lo apartó de un empujón, y se hizo con un frasco de plancton. Lo alzó por encima de su cabeza.

—¡Cuidado, doctor D.! —gritó Sheena.

Ritter blandió el frasco.

Mi tío se agachó.

Yo le arrebaté el frasco al doctor Ritter. Mi tío se abalanzó sobre él, pero éste lo esquivó y salió corriendo del laboratorio.

—¡Sube a cubierta! —gritó Sheena.

Corrimos tras él. Mi tío lo derribó, y el doctor Ritter rodó por la cubierta. A continuación, saltó sobre mi tío.

Empezaron a forcejear. Yo dejé el frasco de plancton.

—¡Suéltelo! —grité yo, mientras intentaba separarlos.

El doctor Ritter me apartó de un codazo.

Mi tío lo agarró y rodaron por la cubierta.

—¡Doctor D., cuidado! —grité. Estaba a punto de caerse por la borda.

Con un gruñido, mi tío se puso en pie de un salto. Se abalanzó sobre el doctor Ritter y lo inmovilizó en el suelo.

—¡Ve a buscar una cuerda, Billy! ¡Deprisa! —me urgió.

Le llevé la primera cuerda que encontré en la cubierta.

—¡Átalo! —me ordenó mi tío—. Sheena…, ayúdame a sujetarlo.

Sheena tomó carrerilla y saltó sobre el doctor Ritter.

—¡Mi estómago! —se quejó.

Sheena se sentó encima de él. Mi tío sujetó por los brazos mientras yo empezaba atarlo por las muñecas.

El doctor D. me había enseñado algunos nudos marineros el verano anterior. Me estaba devanando los sesos para intentar recordarlos.

«¿Cómo era? —pensé atenazado por el miedo—. ¿Por encima, por debajo, una vuelta?»

El doctor Ritter se revolvió debajo de Sheena.

—¡Deprisa, Billy! —esperó mi hermana.

—¡Eso intento! —repliqué.

—¡Se acabó, Ritter! —sentenció mi tío—. Vamos a entregarle a la guardia costera internacional.

«¿Por encima, por debajo, una vuelta?»

—¡No! ¡No lo harán! —gritó el doctor Ritter. Se quitó a Sheena de encima, la cual rodó por la cubierta.

Ritter se soltó las manos y apartó a mi tío de un empujón.

Mis deplorables nudos no habían servido de nada.

Mi tío intentó atraparlo. Pero el doctor Ritter lo esquivó y se alejó a gatas. Encontró el frasco de plancton.

Se puso en pie y nos lo mostró.

—¡Nunca podrán entregarme! —declaró.

Luego abrió el frasco, se lo llevó a la boca y se lo bebió de un solo trago.