Encontré unos cuantos palos y los llevé a la playa. El doctor D. estaba cavando un hoyo para hacer la hoguera.

—¡Buen trabajo, Billy! —Le di los palos—. Esto bastará por el momento.

Sheena caminaba por el agua, que le cubría hasta los tobillos. Yo me senté en la arena.

—Doctor D. —dije—. ¿Qué vamos a hacer? ¿Crees que estamos lejos del Cassandra?

Mi tío suspiró:

—Por desgracia, no tengo ni idea de dónde estamos —admitió.

—Entonces, ¿qué va a pasar? ¿Tendremos que quedarnos en esta isla para siempre? —Sabía que no duraríamos mucho. Por el momento, no había más alimento que los cocos.

El doctor D. frotó dos palitos, intentando encender fuego con ellos.

—A lo mejor ven nuestra hoguera. A lo mejor nos sobrevuela un avión o pasa un barco. A lo mejor encuentran el Cassandra vacío y vienen en nuestra busca.

Me tumbé en la arena y contemple el cielo vacío.

—¡Pero eso puede tardar una eternidad! —grité—. ¡Ni tan siquiera saben que hemos desaparecido! Salvo el doctor Ritter… Y no tengo ningún interés en que él nos encuentre.

Oí un grito. Me volví y vi a Sheena corriendo por la playa con algo en la mano.

—¡Mirad! ¡Eh! ¡Fijaos en esto! —exclamó—. ¡He atrapado un pez! ¡Lo he atrapado con mis propias manos!

Nos enseñó un pequeño pez plateado que se retorcía en su mano.

—Es diminuto —dije.

—¿Y qué? ¡A ver si tú eres capaz de atrapar uno! —replicó ella.

El doctor D. puso el pez sobre la arena.

—Es mejor que nada.

—Yo atraparé uno más grande —afirmé.

Sheena y yo volvimos corriendo al agua. Nos adentramos hasta que el agua nos cubrió hasta la cintura. Unos cuantos pececillos nadaban a nuestro alrededor.

Todos éstos son bastante pequeños —me lamenté—. Nos hace falta el plancton del doctor Ritter para que crezcan.

—No me gustaría comerme uno de esos peces gigantes —respondió Sheena, poniendo cara de asco—. ¡Puaj!

—Si nos metemos un poco más adentro, a lo mejor encontramos peces más grandes —sugerí.

Nos adentramos un poco. Junto a mí pasó un pez plateado con una raya negra.

—Ése era un poco más grande —sentencié.

Intenté cazarlo, pero se me escapó. Volví a intentarlo. Me puse a nadar detrás de él, mar adentro.

Supongo que fui más lejos de lo que pretendía. De repente, sentí una dolorosa punzada en un pie.

Al principio, pensé que Sheena me había pellizcado. Sin embargo, el dolor enseguida se me extendió por toda la pierna.

—¡Eh! ¿Qué pasa? —grité.

Miré a través del agua… y grité horrorizado.