—¡Abajo!

Adam empujó al doctor D. al interior de la angosta cabina. Sheena y yo entramos a trompicones detrás de él. Mel nos pisaba los talones.

—¿Qué van a hacernos? —repetí.

—Ya lo veréis —gruñó Adam.

Pasamos junto a una diminuta cocina. Mel y Adam nos obligaron a entrar en un camarote que olía a cerrado y tenía una mesa y sillas. Mel ató al doctor D. a una silla.

—Esto no es en absoluto necesario —dijo mi tío en voz baja. Me di cuenta de que procuraba mantener la calma.

—Dígaselo al doctor Ritter —murmuró Mel.

Adam ató a Sheena, luego a mí.

—¡No apriete tanto! —grité. Me incorporé y le mordí a Adam en el brazo.

—¡Bravo! —Sheena brincó en su silla.

—¡Eh! —Adam se apartó, frotándose el brazo—. ¡Este crío me ha mordido!

—Pues muérdele tú a él —murmuro Mel.

Adam me enseñó los dientes, pero no me mordió. Y no apretó más mis ataduras.

Mi plan había funcionado. Me había atado a la silla, aunque menos fuerte de lo que él creía.

Mel y Adam se nos quedaron mirando.

—Bien, ya nos hemos encargado de ellos —comentó Mel—. Vamos a comer algo.

Al instante se marcharon, cerrando la puerta al salir. Los oí trajinar en la pequeña cocina, moviendo platos y cubiertos.

Miré por la portilla que había a mi derecha. Vi cómo la lancha se alejaba del Cassandra a toda velocidad; se adentraba en mar abierto.

Moví violentamente las manos, intentando aflojar mis ataduras, que estaban bastante fuertes. Si conseguía aflojarlas, aunque sólo fuera un poquito…

—¿Qué debe de traerse entre manos ese doctor Ritter? —se preguntó mi tío en voz alta. En realidad, no hablaba con nosotros sino que pensaba en voz alta—. Sin duda, el plancton que ha inventado aumenta muchísimo el tamaño de los peces —prosiguió—. Podría acabar con el hambre en el mundo.

—¿No es eso bueno, doctor D.? —preguntó Sheena.

Restregué las muñecas contra la cuerda. «Venga, aflójate», pensé.

—Podría serlo —repuso mi tío—. Pero también podría ser malo. Podría acabar con el equilibrio natural.

Yo seguía restregando las muñecas contra la cuerda. ¿Estaba un poco más floja?

—O sea, ¿qué van a comer esos peces gigantescos? ¿Plancton y más plancton? Pueden acabar con todos los peces pequeños. Pueden incluso empezar a comerse a las personas. ¿Quién sabe?

Abrí las manos. ¡La cuerda se había aflojado! Intenté sacar una mano, pero las ataduras aún no estaban lo suficientemente flojas.

—Y el doctor Ritter ha dicho que su proyecto tenía algunos fallos —continuó mi tío—. Algunos problemas. Me gustaría saber a qué se refería. Podría ser cualquier cosa.

Me esforcé por oír lo que Mel y Adam estaban haciendo en la cocina. Parecía que se hubieran llevado la comida a cubierta.

Seguí intentando aflojar la cuerda. Noté que algo cedía. Empecé a sacar una mano. El nudo me abrasó la piel, pero continué insistiendo.

¡Lo conseguí! ¡Tenía una mano libre!

—¡Doctor D.! —susurré. Alcé la mano libre.

—¡Muy bien, Billy! —me susurró.

Me desaté la otra mano y fui a liberar a mi tío.

—¡Billy, date prisa! —me urgió Sheena—. ¡A lo mejor podemos abandonar la lancha sin que nos vean!

Entonces, la puerta se abrió de par en par.

—No me han dejado que terminara de comer —les reprochó el doctor Ritter, sacudiendo la cabeza—. Eso es una falta de educación.

Estaba de pie en el umbral. Mel y Adam se apostaron a su lado.

—¿Quieren bajarse del barco? —preguntó—. Eso puede arreglarse. Mel, Adam. ¡Subidlos a cubierta! —ordenó.

Mel y Adam desataron a Sheena y a mi tío, y los arrastraron a cubierta. El almuerzo del doctor Ritter, bocadillos y ensalada, estaba a medio terminar sobre la mesa.

Los dos hombres nos condujeron al borde del barco Yo miré hacia abajo, y vi que el mar se arremolinaba a nuestros pies. No se veían barcos, no se divisaba tierra.

No había nadie. Nada que pudiera salvarnos. Solo había mar, infinito e insondable. Y seres marinos de dimensiones gigantescas.

—¿Quién va ser el primero en saltar? —preguntó el doctor Ritter—. ¿O quieren hacerlo todos a la vez?

Miré las aguas revueltas. Luego respiré hondo… y me preparé para saltar.