—Un momento. —Mi tío nos rodeó a Sheena y a mí con los brazos—. No le haga caso a Billy. Tiene una gran imaginación.
—Grandísima —puntualizó Sheena.
—Siempre está inventándoselo todo —prosiguió mi tío.
—Es un grandísimo embustero —añadió Sheena—. Todo el mundo lo sabe.
—Créame, doctor Ritter —le suplicó mi tío—. No hemos visto nada extraño en absoluto. ¿Un pez de colores gigantesco? Usted es científico, doctor Ritter. Sabe tan bien como yo que eso es imposible.
El doctor Ritter abrió la boca para hablar, pero algo lo detuvo. Un fuerte ruido, un ruido sordo.
¡PUM! ¡PAP!
Algo paso con dificultades por la puerta y se plantó en la cubierta ¡El caracol gigante!
Escondí el rostro entre las manos.
El doctor Ritter arqueó una ceja.
—Parece que tu hermano no es un grandísimo embustero después de todo.
—Oh, claro que es un grandísimo embustero —insistió Sheena—. Y también es idiota.
Le di un puntapié en la espinilla.
—¡Ay! —gritó ella.
—¡Chicos! ¡Estaos quietos! —nos ordenó mi tío.
El hombretón rubio me atrapó. Con una mano me sujeto los brazos a la espalda y con la otra me rodeó el cuello.
—¡Suélteme! —aullé—. ¡Me hace daño!
—Cállate…, ¡o sabrás lo que es bueno! —me amenazó.
El tipo con cara de pájaro atrapó a Sheena, que se retorció e intentó darle un puntapié. Pero aquel tipo era demasiado fuerte.
—¡Suéltelos! —gritó mi tío.
Mel me sujetó con más fuerza.
—Lo siento muchísimo, doctor Deep —se disculpó Ritter—. Detesto hacer daño a mis compañeros de profesión, pero no debería haber estado fisgoneando por aquí. Detesto a los fisgones.
Suspiró.
—Es una lástima que se topara con mis lechos de plancton. Es una lástima que metiera las narices en mis experimentos.
—¿Qué experimentos? —preguntó mi tío.
El doctor Ritter le puso la mano en el hombro.
—Estoy trabajando en un proyecto extraordinario. Podría transformar el mundo. ¡Podría solucionar todos nuestros problemas!
—¿De qué se trata?
—¡Ja, ja! ¡No es usted curioso ni nada! —El doctor Ritter se echó a reír—. Bueno, no hay nada malo en que lo sepa. He inyectado una hormona de crecimiento en los lechos de plancton de estas aguas. Los peces que lo ingieren crecen mucho. Ya ha visto los resultados con sus propios ojos.
Mi tío asintió.
—Pero ¿qué soluciona eso?
—En el fondo, soy buena persona —dijo doctor Ritter—. No quiero perjudicar a nadie. ¡Quiero ayudar a toda la humanidad! Mi objetivo es criar peces enormes para alimentar al mundo entero. ¡Nadie volverá jamás a pasar hambre!
—¡Suélteme! —gritó Sheena. Adam seguía sujetándola.
—Ésta ha salido muy chillona —se quejó el ayudante.
—¡Suéltala! —le ordenó el doctor Ritter—. De momento.
Adam lo hizo, pero se quedó justo detrás de Sheena.
—Sus experimentos parecen interesantes, doctor Ritter —aventuró mi tío—. Me gustaría saber más cosas. ¿Está obteniendo buenos resultados?
El doctor Ritter sonrió. Era evidente que le encantaba hablar de su trabajo.
—Bueno, de momento mi proyecto tiene algunos fallos, pero nada que no pueda solucionarse.
—¿Qué va a hacer con nosotros? —interrumpió Sheena.
El doctor Ritter la miró malhumorado.
—Me temo que sabéis demasiado.
—Pero ¡yo soy científico! —exclamó mi tío—. No le hablaría a nadie de su proyecto. Tiene mi palabra.
—Su palabra no basta —estalló el doctor Ritter. Se puso hecho una furia, rojo de ira—. No puedo permitir que me roben la idea.
—¡Yo nunca haría eso! —insistió mi tío.
—Me aseguraré de que así sea —replicó fríamente Ritter. Se dirigió a sus dos ayudantes—. ¡Atrapadlos!
Antes de que Sheena y yo tuviéramos tiempo de reaccionar, Mel y Adam nos atraparon y nos obligaron a bajar a su lancha.
Durante unos instantes conseguí liberarme, y corrí hacia la escala con la intención de regresar a bordo del Cassandra.
Sin embargo, antes de conseguir mi propósito, atraparon a mi tío y lo bajaron a su lancha.
Mel cortó la cuerda de un navajazo. Adam puso en marcha el motor. Todo ocurrió tan deprisa que no tuvimos tiempo de reaccionar.
El doctor Ritter saltó a bordo y se puso al timón. Dirigió la lancha hacia mar abierto.
—¿Adónde nos llevan? —grité—. ¿Qué van a hacernos?