El barco se inclinó hacia un lado. El enorme caracol resbaló por el suelo y se dio contra la pared. Las mesas se desplazaron. Los cuadros se cayeron de las paredes. Sheena, el doctor D. y yo nos golpeamos contra la pared. El barco se inclinó todavía más hasta que estuvimos prácticamente horizontales.

—¿Qué pasa? —gritó Sheena.

¡Pum! La puerta de mi camarote se abrió de par en par. Algo enorme se retorcía en su interior.

—¿Qué ha sido eso? —pregunte—. ¡Algo ocurre en mi camarote!

PUM, PUM, PUM. Oí unos pesados golpes en mi habitación.

—¿Qué diablos…? —murmuró mi tío.

Sheena tragó saliva.

—¡Parece algo monstruoso!

PUM, PUM, PUM.

—Voy a ver —dije.

Intenté ponerme en pie, pero la inclinación del barco me obligó a pegarme a la pared.

—¡No puedo levantarme! —me lamenté.

Sheena se deslizó de espaldas por la pared.

—¡Prueba a deslizarte!

Avancé lentamente por el pasillo. Sheena y el doctor D. me siguieron. Llegué a una puerta cerrada: la del camarote de Sheena. Intenté sortearla, pero la fuerza de gravedad era excesiva.

Me apoyé…

—¡AY!

Se abrió de golpe. ¡Estuve a punto de caerme de espaldas en la habitación!

Me aferré al marco de la puerta con ambas manos. El suelo del camarote de Sheena estaba inclinado detrás de mí. Era como estar en el Castillo del Terror de un parque de atracciones.

—¡Agárrate fuerte, Billy! —exclamó mi tío.

El suelo se inclinó todavía más. Si me soltaba, me resbalaría hacia abajo. Luego tendría que regresar al pasillo a gatas, si es que lo conseguía.

Me aferré al marco de la puerta tan fuerte como pude. La fuerza de la gravedad me arrastraba al interior del camarote de Sheena.

—¡Socorro! —Los pies empezaron a resbalarme. Noté que la madera cedía.

—¡Sal de ahí! —me instruyó mi tío—. ¡No te sueltes!

Me arrastré hacia arriba y me eché hacia la izquierda. Me di un espaldarazo contra la pared del pasillo. Lo había conseguido. Había pasado la habitación de Sheena. Ahora sólo tenía que deslizarme por el pasillo hacia mi camarote.

PUM, PUM, PUM. Otra vez oí los golpes en el interior de mi camarote.

Detrás de mí, Sheena y el doctor D. Intentaban sortear la puerta abierta del camarote de Sheena.

Al fin llegué a mi camarote. Los golpes se oyeron más cerca. PUM, PUM, PUM.

¿Qué sucedía ahí dentro?

Me asomé a la puerta abierta.

—¡Mis peces! —grité—. ¡Oh, noooo!