El corazón me dio un vuelco. ¡El doctor D. se había esfumado! ¡Sheena y yo estábamos solos en alta mar!
—¿Qué vamos a hacer? —pregunté en voz baja.
—Mantengamos la calma —declaró Sheena. Pero le temblaba la voz—. Pensemos. ¿Adónde puede haber ido? ¿Sabes? A lo mejor se está dando un chapuzón.
—¿Un chapuzón? ¿Un chapuzón? —exclamé yo, alzando la voz—. ¡Probablemente, lo habríamos visto! Además, ¿desde cuándo se da chapuzones el doctor D.? ¡En su vida!
—Bueno, siempre hay una primera vez —sugirió Sheena. Paseaba la mirada con nerviosismo. Era evidente que estaba pensando, intentando conservar la calma.
—A lo mejor ha salido con el bote —sugirió. Mi tío tenía un pequeño bote en cubierta para recorrer trayectos cortos—. Vamos a ver si está. A lo mejor ha salido a buscarnos.
—Buena idea —al menos, era un resquicio de esperanza al que aferrarnos.
Subimos corriendo a cubierta. Crucé los dedos, deseando no ver el bote.
Si no estaba, era probable que a mi tío no le hubiera ocurrido nada. Pronto estaría de regreso. Pero si el bote seguía atado en cubierta y mi tío no se hallaba a bordo del Cassandra…
Entonces, ¿qué?
Fui corriendo a popa y miré hacia la derecha.
—¡Oh, no! —suspiré.
El bote estaba en su sitio. Mi tío no se lo había llevado.
—Billy, estoy asustada —susurró Sheena.
Yo también lo estaba, pero no quería admitirlo. No todavía, al menos.
—Vamos a mirar otra vez en todos los camarotes —sugerí—. A lo mejor está en el cuarto de baño o algo así. Tal vez no nos ha oído cuando lo hemos llamado.
Sheena bajó detrás de mí las escaleras que conducían al interior del barco. A medio camino, la barandilla empezó a vibrar.
—¡Para ya, Sheena! —le espeté.
—¿Que pare qué? —gritó ella.
Ahora, toda la escalera vibraba.
¿Qué estaba haciendo mi hermana? ¿Dando brincos? Me volví para averiguarlo. Sheena estaba como una estatua.
—¿Lo ves? ¡No estoy haciendo nada!
El barco se bamboleó y se inclinó.
Me agarré con fuerza a la barandilla para no caerme.
—¿Qué pasa aquí? —grité.