Primero metí las manos. Después bajé la cabeza y me impulsé hacia dentro.

La baba se me pegó a la cara. Las venas rojas me dejaron la piel en carne viva. Contuve la respiración y me abrí paso hacia los pies de Sheena. Si conseguía meter medio cuerpo y agarrarla por los pies, quizá podría sacarla de un tirón.

La burbuja palpitó, succionándome hacia sus entrañas. Yo avancé un poco más, intentando alcanzar el pie de Sheena. Tenía los pulmones a punto de reventar. No podría aguantar sin respirar durante mucho mas tiempo.

Un poco más… ¡Bingo! ¡Conseguí agarrar la aleta de Sheena!

Tiré con fuerza. Con más fuerza.

Sheena empezó a deslizarse. ¡Oh, no! La aleta de Sheena. Me había quedado con ella en la mano.

La solté y alargué un poco más el brazo.

Atrapé a Sheena por el pie, y tiré de ella. Sheena se deslizó un poco.

Volví a tirar.

«¡Venga! —pensé—. ¡Muévete!»

Pero esta vez Sheena no se movió.

La pegajosa piel rosa nos estrujó con más fuerza. ¡Tuve la impresión de que iban a estallarme las entrañas!

La medusa nos estrujaba cada vez con más fuerza. ¡Íbamos a morir!