Hundí a Sheena en el agua. Cuando salió para respirar, grité:

—¡Un tiburón! ¡Un tiburón!

Sheena me golpeó en la cabeza con el puño.

—Ni se te ocurra bromear sobre ese tema, Billy.

Aun así, vi que miraba con nerviosismo a su alrededor. Yo también escudriñé el horizonte. No se veían aletas por ninguna parte.

Un banco de peces amarillos pasó a nuestro lado, centelleando como soles diminutos en el agua. Muy despacio, los seguí hacia el arrecife de coral.

«Caramba —me dije—. En este sitio el coral ha creado unas siluetas formidables.» Los peces atravesaron un gran círculo y rodearon un pico de coral.

Los rayos de sol se filtraban a través del agua. Parecía la torre de un castillo de arena mágico.

Un cangrejo diminuto asomó por uno de los orificios que había en la torre de coral. Al verme, volvió a ocultarse.

Los peces amarillos ascendieron súbitamente a la superficie, al lecho de plancton que flotaba sobre el agua. El plancton era idéntico al que el doctor D. guardaba en los frascos del laboratorio.

Vi a los peces comiendo plancton, como habían hecho los míos. Salí a la superficie y me quité el tubo.

—¡Sheena, ven a ver esto! —grité.

No obtuve respuesta.

—¿Sheena?

Oí un chapoteo al otro lado del arrecife; y luego otro más. Divisé las aletas de Sheena levantando espuma en el agua.

Nadé tras ella. Estaba mirando el fondo del mar, con las gafas de bucear puestas. Debía de estar observando alguna cosa con mucho interés. Nadaba deprisa, batiendo las aletas a un ritmo rápido y uniforme.

—¡Sheena! —insistí, pero no me oía.

Tampoco me oiría si me pusiera a su lado y le chillara al oído. A veces mi hermana es así.

Por ejemplo, cuando hace los deberes, se concentra y se abstrae de todo lo demás. Por eso saca sobresalientes en todo. Mis padres siempre alardean de eso.

Aspiré con fuerza y me dirigí hacia ella.

Tenía que alcanzarla, ya que estaba adentrándose en alta mar sin tan siquiera darse cuenta.

Mientras la seguía, la miraba a través de las gafas. ¿Qué era eso que había delante de ella?

¿Una turbulencia en el agua?

No, no era agua. Jamás había visto una cosa igual.

No parecía que Sheena la hubiera visto porque seguía nadando en su dirección, derecha hacia ella.

Me quedé petrificado cuando ¡aquella cosa empezó a moverse! Soplé para sacar el agua que se me había metido en el tubo y forcé la vista. Aquella mole se estaba acercando. Era de color rosa y tenía una textura gelatinosa. Parecía una pompa de chicle.

Avanzaba ondulándose hacia Sheena. A continuación, pareció abrirse.

Se hinchó y se abrió, se desplegó como un paracaídas rosa hasta hacerse más grande que Sheena.

«¿Qué es eso? —me pregunté—. Sheena, ¡vuelve la cabeza!» ¿Es que no lo veía? ¿No lo veía hincharse, ondularse, abrirse ante ella?

«¡Sheena! ¡Vuélvete! ¡Vuélvete!»

Quería gritar, pero no podía hacerlo bajo el agua. Así que braceé con todas mis fuerzas, batí las aletas, giré sobre mí mismo. Intente desesperadamente llamar la atención de mi hermana.

«¡Sheena! ¡Vuélvete! —pensé—. ¡Aléjate de esa cosa! ¡Aléjate… venga!»

Pero ella seguía con la mirada puesta en el fondo del mar, y nadaba directamente hacia aquella mole rosa ondulante. Sin que yo pudiera hacer nada para evitarlo, la mole la rodeó. Como una enorme almeja rosa, se abrió lentamente y la envolvió.

La apresó. La inmovilizó. La arrastró hacia sus entrañas. Y la engulló.