Recorría la cubierta de arriba abajo una y otra vez, devanándome los sesos. Estaba impaciente por vengarme de Sheena después de la jugarreta de la muñeca.

Ella se había mostrado nerviosa durante el resto de la tarde, esperando a que yo me tomara la revancha. Sin embargo, no se me había ocurrido nada lo bastante ingenioso. Había estado pensando durante toda la noche, hasta quedarme dormido.

Un día después, Sheena había bajado la guardia. A lo mejor se había olvidado de que le tocaba repetir.

«¿Cómo podría ponerle los pelos de punta? —preguntaba yo—. ¿Cómo podría asustarla y hacerla chillar como una loca?»

Con el truco de la aleta de tiburón me había salido el tiro por la culata. ASÍ pues, en realidad le debía dos jugarretas.

«¿Y si le metiera algo asqueroso dentro de la cama?»

El sol matinal era fortísimo. En verano hacía mucho calor en el Caribe. Empezó a dolerme la cabeza.

Pero, al final, se me ocurrió una idea genial para vengarme de Sheena.

Fui a buscar el equipo de buceo y me lo puse. Decidí irme sin ser visto para explorar un poco. El doctor D. quería que nos quedásemos cerca del barco, pero nos había pedido que no lo molestáramos, así que bucear parecía una buena idea.

Con las gafas y el tubo puestos, empecé a bajar la escala del barco.

—¡Te he pillado!

La voz chillona de Sheena me perforó los tímpanos. Siempre me descubría haciendo algo.

—¿Adónde vas? —preguntó—. El doctor D. nos dijo que no debíamos alejarnos.

—No iré lejos —insistí—. Tengo calor y me aburro. No puedo seguir en cubierta ni un segundo más.

—Entonces voy contigo. —Sheena recogió las gafas de bucear y empezó a ponérselas.

Yo salté al agua. Ella me siguió.

—No deberíamos hacer esto —susurró—. ¿Y si vuelve el tiburón?

—El tiburón ya no está —anuncié—. No te preocupes. No va a pasarnos nada malo.

—¿Me lo prometes? —preguntó, bajándose las gafas de bucear.

—Sí, claro. Te lo prometo —respondí yo.

El sol brillaba y todo se hallaba en calma.

El mar parecía una balsa. ¿Qué podía ocurrir?

Sheena y yo avanzamos por la superficie del agua, que centelleaba a la luz del sol. Esperábamos ver un montón de pececillos preciosos, pero nos encontramos con algo diferente.

Algo que no podíamos imaginamos ni de lejos.