Me volví vertiginosamente… y me encontré cara a cara con el intruso.

¡Un pulpo gigante!

—¡AAAAAH!

Al gritar, se me salió de la boca el tubo de bucear. ¡Un pulpo! Ascendía hacia la superficie; era una masa de color púrpura ¡tan gran como yo!

Volví a ponerme el tubo, y empecé a bracear frenéticamente para alejarme de él, pero antes de avanzar un solo milímetro, note que algo frío y blando me rodeaba la garganta. Era un tentáculo del grosor de un brazo humano.

—¡Oh, no!

Sus ventosas se me adhirieron a la piel. Empezó a tirar de mí a arrastrarme hacia el fondo.

—¡No!

Sin aire en los pulmones, saqué la cabeza fuera del agua, y pedí ayuda con un grito entrecortado. Noté que otro frío tentáculo me rodeaba la cintura. Y luego otro que se ceñía a mi pecho.

Braceé y pataleé. Pero aquella enorme criatura tenía demasiada fuerza. Sus grandes ventosas se me adherían cada vez más a la piel.

Los tentáculos me arrastraban hacia abajo, me hundían… Hasta que todo se volvió de color negro.

—¡No! ¡No!

No estaba perdiendo el conocimiento. La nube negra que me envolvía era la tinta del pulpo.

Cerré los ojos. Me retorcí y revolví. Pero los tentáculos me arrastraron con más fuerza. Tiraron de mí hacia el interior de la nube negra.

Tosí y escupí. Me debatí con todas mis fuerzas para salir a la superficie. El agua, teñida de tinta negra, se agitaba y arremolinaba. Las grandes ventosas del animal se me hincaron en la piel desnuda. Los tentáculos me apretaron…, me comprimieron las costillas, el estómago.

No podía respirar ni tampoco moverme.

«Me está arrastrando hacia el fondo —comprendí—. ¡Estoy perdido! ¡Estoy perdido!»

Tenía los pulmones a punto de estallar.

«¡No! —medité—. ¡No puedo morir así! Debe de haber alguna forma de que el pulpo me suelte.»

En un último intento desesperado, conseguí liberar el brazo derecho.

«Y ahora, ¿qué? Y ahora, ¿qué?»

Alargué un dedo hacia su palpitante vientre púrpura.

Ante mis ojos discurrieron estrellas rojas y amarillas. Sabía que me quedaba muy poco tiempo. Iba a desvanecerme en cualquier momento.

Acerqué la mano a aquel inmenso cuerpo palpitante. A punto de flaquearme las fuerzas, crispé los dedos.

«Por favor, que funcione —supliqué—. Por favor…»

Y empecé a hacerle cosquillas.