«He vuelto». Eso fue lo que pensé cuando subí a bordo del Cassandra para pasar otras vacaciones de verano en el Caribe.
«Sí, yo, William Deep hijo, el explorador submarino famoso en el mundo entero, he vuelto. Un año mayor. Un año más sabio. Un año más curtido.»
Inspiré profundamente el aire salado. Contemplé el mar verde cristal que me rodeaba. Mi hermana pequeña, Sheena, estaba a mi lado, pero yo ignoraba su presencia. Me estaba dando malas vibraciones, como casi siempre.
El Cassandra, el barco de mi tío, es un laboratorio de investigación flotante. Mi tío, el Doctor George Deep, es biólogo marino. Mis padres nos han enviado a mí y a Sheena a pasar las vacaciones de verano con él; como el año pasado.
El doctor D., así es como nosotros lo llamamos, vive en este barco durante todo el año, dedicado al estudio de los peces tropicales del Caribe. Nosotros nos lo pasamos muy bien porque podemos nadar y todo eso. Mi tío es muy simpático, y mis padres creen que estando con él aprenderemos mucho sobre ciencia y sobre la vida marina.
El verano pasado protagonicé uno de los descubrimientos más extraordinarios en la historia de la biología marina. Encontré una sirena. Una sirena de verdad.
Naturalmente, nadie me creyó. Yo no era un científico adulto sino un chico de doce años que estaba de vacaciones en el Caribe. La sabionda de Sheena pensó que estaba mintiendo y mi tío, el doctor D., que me lo estaba inventando. No creía que existieran sirenas. Hasta que yo le demostré lo contrario.
No le contamos a nadie que habíamos encontrado un gran grupo de sirenas. Unos hombres muy malvados querían capturar las sirenas y encerrarlas en jaulas. Para protegerlas, Sheena, el doctor D. y yo decidimos mantener en secreto lo que sabíamos.
«Y ahora, ¡he vuelto! —me dije—. Billy Deep, uno de los exploradores más importantes de los siete mares. Ya no soy un crío de doce años, he cumplido los trece. Y este verano voy a encontrar algo grande. Algo todavía más fabuloso que la sirena.
»Esta vez el mundo oirá hablar de mí. Esta vez, me haré famoso. Espero.»
El coral de fuego emitía un brillante resplandor rojo. Me acerqué buceando, procurando no rozarlo, porque ya lo pisé en una ocasión. Recuerdo que me abrasó el pie y vi las estrellas.
Contemplé el arrecife de coral. Peces fosforescentes entraban y salían como rayos de los delicados orificios. Era precioso. Allí, bajo el agua, todo parecía estar en calma, en paz.
Pero yo sabía que ocurría algo. Era un buceador experto, un héroe submarino. Un principiante no habría notado nada, ni la leve ondulación del agua, ni siquiera la forma en que los peces desaparecieron de repente.
Sin embargo, para mí no pasó desapercibido. Presentí el peligro. Noté que algo se avecinaba. Algo horrible.