El mensaje del rey
DE ESE MODO, NOIE se convirtió en otro miembro más de la familia Dove, aunque por motivos obvios se cambió de nombre y de ahí en adelante respondió al de Nonha. El reverendo Dove desistió de su idea de establecer una misión en la tierra de los zulúes y se instaló en aquel paraje idílico al que puso el nombre bíblico de Ramah porque, al haber perecido toda la familia de Seyapi bajo las azagayas, era un lugar de llanto. La señora Dove pensó que era un nombre de mal augurio, pero le dejó obrar a su voluntad en este asunto.
—Sospecho que habrá más llantos antes de que todo termine.
Rachel le contestó, sin embargo, que era un nombre tan bueno como cualquier otro. Allí, en Ramah, John Dove erigió una casa en el mismo montículo en el que había establecido su campamento por primera vez. Fue una casa excelente, ya que no reparó en gastos y, además, era un hombre emprendedor e inteligente. Contrató a un albañil para que cortara la piedra, que abundaba en aquella región, y a dos carpinteros mestizos para los trabajos de ebanistería, mientras que los cafres pusieron el techo como solo ellos saben hacerlo.
Después levantó una iglesia en la cima de la colina opuesta, allí donde Ishmael había aparecido la tarde en que llegaron. Fue un templo excelente, al igual que la casa, y el señor Dove se sintió orgulloso cuando, después de más de un año de trabajo, estuvo terminado.
Y en verdad allí fue más feliz de lo que lo había sido desde que arribó a las costas de África, ya que ahora al menos su sueño tenía visos de cumplirse. Muy pronto se congregó a su alrededor una aldea, poblada casi enteramente por los restos de las tribus de Natal a las que Chaka había destruido, muy contentos de vivir al amparo del hombre blanco, especialmente cuando descubrieron que era tan bueno. La verdad es que no comprendían casi nada de las doctrinas que predicaba día y noche, pero lo aceptaron como el precio a pagar por vivir a su sombra. En la mayoría de los casos se negaron a prescindir de todas sus mujeres, salvo una, cuando les exhortó enérgicamente a hacerlo.
Al principio pretendió expulsarlos del asentamiento como castigo a su pecado, pero le respondieron con un argumento irrebatible: le demostraron que tenían tanto derecho a estar allí como él, por lo que se vio obligado a tolerar aquella abominación con la esperanza de que el tiempo ablandara sus duros corazones.
—Continúa predicándonos, Vociferador, que nosotros te escucharemos. Quizás con los años aprendamos a pensar igual que tú. Entretanto, danos tiempo para considerar ese aspecto.
Y él continuó con sus prédicas, contentándose con bautizar a los niños y a los ancianos que ya no tomaban más mujeres. Salvo en esa discrepancia, se llevaron muy bien. En realidad, aquellas pobres gentes no habían sido tan felices desde que el demonio de Chaka destrozó sus poblados. El misionero importó arados y les enseñó a cultivar los campos de forma más avanzada, así pronto se enriquecieron, ya que el fértil suelo virgen dio cosechas abundantes. Su ganado también creció de forma sorprendente, y pronto se volvieron tan prósperos que pensaron que habían vuelto los antiguos buenos días, antes de que supieran de las azagayas de los zulúes, especialmente cuando, para su gran sorpresa, el Vociferador no les exigió ni un ternero ni un grano de trigo como tributo por su protección.
Solo la sombra de las lanzas zulúes pendía sobre ellos, pues si bien Chaka había muerto, Dingaan gobernaba a pocos kilómetros, al otro lado del Tugela. Es más, el monarca zulú envió espías para indagar al saber de la creación de aquel nuevo pueblo y ciertos extraños asuntos relacionados con él. Los espías regresaron y le informaron que allí solo vivía un hombre blanco con su esposa, y un buen número de bantúes. También le relataron con todo lujo de detalles cada una de las maravillosas historias que se contaban de la hermosa doncella de nombre sagrado que se hacía pasar por hija del predicador blanco, que ya se había convertido en tema de conversación de muchos indígenas.
Al saber esto, Dingaan despachó a un embajador con el siguiente mensaje:
Yo, Dingaan, rey de los zulúes, he oído que tú, Blanco Vociferador, has levantado un poblado junto a mis fronteras y lo has poblado con los cachorros de los chacales a los que Chaka dio caza. Desde ahora te advierto que no intentéis atravesar mis fronteras si tú y tus chacales queréis la paz. Mi ejército os aniquilará si encuentro a uno solo de vosotros en mis dominios.
También he oído que vive entre vosotros una hermosa doncella blanca que dice ser tu hija y a la que se conoce como Inkosazanaye-zulú. Nos extraña que esta muchacha ostente semejante título. Una de nuestras isanusis [profetisas] sostiene que es la encarnación de nuestra diosa y, aunque ese manjar pone tantas espinas en mi garganta que no lo puedo tragar, yo la invito a que me visite para que pueda verla y juzgarla. Os prometo por los espíritus de mis antepasados tanto a ti como a ella que ningún daño le sobrevendrá ni antes ni después. Aquel que ose ponerle un dedo encima morirá, él y toda su familia, porque por ese nombre sagrado que ostenta —desde niña, según me han dicho— todos los territorios de los zulúes son su hogar y los miles y miles de zulúes son sus servidores.
Más aún, le ofrezco el derecho de vida y muerte sobre todos aquellos hombres que obedecen mi palabra, y también le ofrezco el envío de doce de mis vacas blancas y un toro, así como un buey enjaezado. Debe montar ese buey cuando acuda a visitarme para que todos puedan reconocerla, pero nadie más puede venir con ella, ya que entre los zulúes solo estos pueden servirla.
He dicho.
Pido que aquella a quien llaman «princesa de los zulúes» conozca el deseo del rey, acepte mi regalo, se presente ante mis emisarios para que estos puedan informarme acerca de ella.
Cuando el señor Dove recibió este mensaje, una tarde al anochecer, penetró en la casa y se lo repitió a Rachel, ya que aquel lo desconcertaba y no sabía qué responder.
Rachel a su vez pidió consejo a Noie, quien se había escondido para evitar que algún miembro de la legación la viera y la reconociera. Esta le dijo:
—Habla con los emisarios, es bueno tener poder entre los zulúes. Sé un poco de estas cosas y te aconsejo que les hables a solas. Dirígete a ellos con dulzura y promételes que irás algún día.
Tras explicar la estratagema a su padre, y haber obtenido su consentimiento, Rachel, que deseaba impresionar a aquellos salvajes, se echó sobre los hombros su chal blanco —tal y como le indicó Noie— y se soltó su melena rubia. Después salió sola de la casa, empuñando una lanza liviana, y se dirigió hacia el kraal de invitados, donde habían acampado los seis emisarios del rey y los encargados de conducir el ganado desde Zululandia, a cuyas puertas había una gran roca.
Se subió a la misma sin que la observaran y permaneció allí, esperando a que brillara la luna llena cuando pasase un nubarrón que la ocultaba y convirtiera sus ropas blancas en plateadas. Los mensajeros, que permanecían sentados juntos, alzaron los ojos y la vieron.
—Inkosazanaye-zulú —exclamó uno de ellos. Se levantaron de un salto y contemplaron aquella figura hermosa y enigmática. Siguiendo un impulso, alzaron el brazo derecho y le tributaron una recepción que ninguna mujer había recibido antes: el saludo real.
—¡Bayète, Bayète! —gritaron, y luego enmudecieron.
—Os escucho —dijo Rachel, que hablaba su lengua tan bien como ellos mismos—. Se me ha informado de que queríais verme, Bocas-del-rey. Comprobad que me agrada aparecer ante vosotros. ¿Qué deseáis de Inkosazanaye-zulú?
Entonces su portavoz, un anciano de alto rango que tenía una mano atrofiada, se adelantó, la miró fijamente durante unos instantes y la saludó de nuevo.
—Señora —dijo respetuosamente—, seas mujer o espíritu, desearíamos saber cómo has adquirido ese nombre tan sagrado.
—Me lo concedieron cuando era una niña muy lejos de aquí —respondió ella— porque en medio de una fortísima tempestad los rayos se apartaban de mí y no me alcanzaron, porque las aguas embravecidas no me arrastraron, porque los leones durmieron junto a mí sin dañarme. Todo fue obra y gracia del Cielo, que es mi amigo, sin que yo sepa cómo vino.
—Hemos oído esa historia y la creemos —repuso el anciano, lo cual era cierto, aunque la historia que habían escuchado estaba más adornada—. Creemos que los Cielos te dieron su propio nombre, que es el del Espíritu de nuestro pueblo. He visto ese Espíritu en sueños y era como tú. ¡Oh, Inkosazanaye-zulú!
—Tal vez sea así, Boca-del-rey, pero, pese a ello, soy una mujer, no un espíritu.
—Pero un espíritu mora en cada mujer, al menos eso es lo que creemos, y en ti habita el más grande de todos, o eso hemos oído y eso creemos. A ti repetimos las palabras de Dingaan y su consejo que antes le dijimos a quien cree ser tu padre. Los caminos están abiertos para ti, tuyos son el ganado y los kraales, aquí tienes una muestra de los mismos. Tuyas son las vidas de los hombres. Mándanos, si lo deseas, que uno de nosotros se mate ante tus ojos, el que te plazca, y habrá visto su última luna.
—Te escucho, pero no deseo la vida de los hombres que son buenos. Agradezco al rey su presente y le deseo lo mejor. Recuerdo que el derecho de vida y muerte descansa en mis manos. Repite estas palabras al rey.
—Así se lo diremos, pero… ¿No vendrás con nosotros, tal y como desea el rey? Un Ibutho [regimiento] saldrá a tu encuentro en la otra orilla del río y te conducirá a tu casa. Irás y volverás sin sufrir daño alguno, y se te concederá cuanto pidas.
—Tal vez vaya un día, pero no ahora. Marchad en paz, Bocas-del-rey.
Mientras Rachel hablaba una nube ocultó la luna y cuando pasó y la luna brilló de nuevo ya no había nadie sobre la roca. Entonces, viendo que se había ido, los mensajeros recogieron las azagayas y las esteras y volvieron rápidamente a Zululandia.
Rachel les contó todo lo sucedido a sus padres en cuanto llegó a casa, riendo mientras hablaba.
—No me parece bien, cielo —le reprochó el clérigo cuando terminó su historia—. Esos crédulos paganos creerán realmente que eres sobrenatural.
—Déjales que lo crean. Eso no les va a hacer ningún daño. Y en cuanto al poder de la vida y la muerte, a menos que sea pura cháchara, que es lo que sospecho, puede serme útil algún día. ¿Quién sabe? Y ahora Inkosazanaye-zulú se irá a poner la cena, ahora que Noie, perdón, Nonha, está relevada de sus obligaciones por ahora.
Más tarde, le preguntó a Noie quién era aquel anciano que se había identificado como portavoz del rey, el que tenía la mano blanca y arrugada.
—Se llama Mopo o Umbopa, ¡oh, Zoola! Él es quien apuñaló a Chaka el Negro. Se dice que de entre todos los hombres vivos, es el único que ha visto al Espíritu Blanco, la Inkosazana. Lo ha visto tres veces, o eso es lo que me contó mi padre, que lo sabía todo. Por eso lo ha enviado Dingaan a verte y que le informe.
Y a continuación, Noie le relató toda la historia de Mopo y la muerte de Chaka, que Rachel memorizó como un tesoro[11].
Y así fue la primera aparición de Rachel ante los zulúes, una ocasión en la que sus indudables habilidades histriónicas la dejaron en buen lugar.
El asunto de la embajada se olvidó muy pronto, aunque es cierto que Rachel se preguntó cómo habían sabido su nombre entre los nativos y la importancia y significado que habría tenido su aparición en la imaginación de los zulúes. Finalmente, descubrió que Ishmael era el principal causante de todo. Había vivido tanto tiempo entre los zulúes que había adoptado algunas de sus creencias y oscuras supersticiones. Para él, como para los salvajes, resultaba algo maravilloso que ella hubiera adquirido el título del legendario espíritu de los zulúes.
La fría determinación, tan inusual en una mujer, que había mostrado al disparar al guerrero y el hecho de que hubiera salvado a Noie arriesgando su propia vida lo había impresionado como si se tratara de algo sobrehumano, especialmente cuando recordaba su propio comportamiento en aquella ocasión. No les había contado nada de aquella historia a los zulúes, por supuesto, ya que temía sus deseos de venganza, pero había disertado con el rey sus izinduna acerca de una hechicera blanca de poderes sobrenaturales, que compartía su nombre con el de uno de los espíritus de su raza. De modo que al final, Dingaan envió a Mopo, «el que conocía al espíritu», para que le informase sobre ella.
Ishmael visitaba Ramah con mucha frecuencia, siempre que no se ausentaba a causa de sus expediciones para cazar o comerciar, sin ningún objetivo concreto, como pronto descubrió Rachel. Casi desde el principio su instinto femenino le llevó a sospechar que aquel hombre se había enamorado de ella —hecho que había sucedido en su primer encuentro— y, a pesar de su natural apostura, ella lo detestaba.
Al principio no hizo ni dijo nada que levantara sus recelos, eso es cierto, pero su actitud hacia ella así se lo sugería, además de otros detalles. Por ejemplo, desechaba lucir sus vestidos de piel, incluyendo los pintorescos pantalones de piel de cebra, y siempre aparecía elegantemente vestido con ropas europeas que había traído de Durban y un gran sombrero tocado con una pluma blanca de avestruz, que a Rachel le parecía aún más ridículo que los famosos pantalones. Además, le estaba regalando continuamente animales, pieles o karosses, esto es, alfombras de piel, que le llevaba personalmente; eran detalles que ella no podía malinterpretar.
Sin embargo, su padre sí lo malinterpretaba, y continuamente. John Dove creía que el cazador buscaba su compañía, pues, en este punto, Ishmael se mostró extremadamente inteligente, simulando acudir al misionero en busca de instrucción y bienestar espiritual que, por supuesto, encontró en grandes dosis. Cuando su esposa se lo reprochó, asegurando que dudaba de él y de su talante, su esposo respondió obstinadamente que era su deber devolver a los pecadores al buen camino y rehusaba continuar la conversación, por lo que Ishmael continuó acudiendo.
Por su parte, Rachel hacía cuanto podía por evitarle, aleccionando a Noie y a los cafres a mantenerse alerta para que le avisaran de su llegada. Entonces se escapaba al monte o bajaba a la playa y permanecía allí hasta que se había marchado. Cuando eso no era posible, por las tardes, por ejemplo, se mantenía pegada a Noie y se retiraba a su habitación a la primera oportunidad.
Ishmael comenzó a odiar a Noie con más intensidad aún de lo que ella lo odiaba a él como resultado de este método de autoprotección. Sospechaba que la joven sabía la terrible verdad sobre él, es decir, que le había aconsejado a Dingaan matar a su padre y a toda su familia y, aunque ella jamás parecía demostrarlo, Ishmael sospechaba que se lo había contado todo a Rachel. Es más, era ella quien siempre frustraba una y otra vez sus intentos de hablar a solas con su señora. Por consiguiente, decidió vengarse de Noie a la primera ocasión que tuviera, pero aún no había encontrado ninguna, pues si les decía a los zulúes que aún vivía y la raptaban o mataban, eso abriría una brecha insalvable entre él y la familia Dove, que se había encariñado con aquella hermosa huérfana. Por ello, alimentó su ira contra ella en secreto.
Entretanto, su pasión crecía a diario, quemándole con más fuerza a causa del esfuerzo constante que tenía que hacer para reprimirla, hasta que al fin llegó la ocasión que había estado esperando durante tanto tiempo.
Al percatarse de la costumbre de Rachel de escabullirse en cuanto él aparecía, se mostró montado a caballo en un lugar cercano para que le pudieran ver y, tras permanecer allí un buen rato, se alejó al galope, en lugar de acercarse a la misión, y se apostó tras unos matorrales, donde podía divisar todo el terreno circundante.
Poco después vio a Rachel, que estaba sola al no haberse entretenido en llamar a Noie, dirigiéndose hacia la playa por aquella torrentera por la que discurría el riachuelo en el que vivían los cocodrilos. Una vez que se hubo alejado lo suficiente para que no pudiera regresar a la casa si lo veía, el cazador fue tras ella y, desmontando, se sentó en una roca junto al lago en el que ella se bañaba la mañana de la masacre.
Rachel no se percató de su llegada hasta ver su sombra, ya que las veld-schoens[12] le habían permitido pasar inadvertido al caminar. Alzó la vista y lo vio hacer una ligera reverencia, sonriente, con el sombrero con pluma de avestruz en la mano. Su primer impulso fue echar a correr, pero se recobró y saludó con una inclinación de cabeza de modo amistoso.
—Buenos días —lo saludó—. ¿Qué hace aquí, señor Ishmael? ¿Va de caza?
—Sí —replicó él—, así es. Le estoy dando caza a usted. Ha sido una larga espera, pero por fin la he pillado.
—Pero yo no soy un animal salvaje, señor Ishmael —respondió la joven con indignación.
—No, es más hermosa y peligrosa que cualquier fiera.
Rachel volvió a mirarle e hizo ademán de irse al tiempo que anunciaba que se marchaba a casa. Ishmael se situó entre dos rocas y obstruyó la única salida de aquel lugar. Extendió los brazos hasta tocar las caras rocosas de ambos lados y le dijo:
—No puede pasar, primero ha de escucharme. He venido a decirle lo que deseaba confesarle desde hace mucho tiempo. La amo, y quiero pedirle que se case conmigo.
—¿De verdad? ¿Cómo es posible? Tenía entendido que estaba casado… y varias veces —dijo Rachel, encarándole.
—¿Quién le ha dicho…? —preguntó con acritud—. ¡Ya sé! Esa maldita bruja de Noie.
—No hable así de Noie, es mi amiga.
—Entonces tiene usted a una embustera como amiga. Esas mujeres solo son mis criadas.
—No me importa qué sean, caballero. No tengo deseo alguno de conocer sus asuntos privados. ¿Podemos dar por concluida esta conversación tan desagradable?
—No. Le digo que la amo y que pretendo casarme con usted… con o sin su consentimiento. Le ruego que consienta, Rachel —añadió con voz suplicante—. Seré un buen marido para usted. Procedo de una buena familia, mucho más de lo que cree, y soy rico, lo suficiente para sacarla de este país si así lo desea. Poseo miles de cabezas de ganado y una gran suma de dinero en monedas de oro inglesas que he ganado con el comercio del marfil. Podría acompañarme a Inglaterra, lejos de todos estos salvajes, y vivir como una reina.
—Gracias, prefiero permanecer entre ellos, como he hecho hasta ahora. ¡No, no intente tocarme! Sabe que puedo defenderme si es necesario —dirigió una mirada elocuente a la pistola que siempre llevaba en aquellas tierras inhóspitas—. No le temo, señor Ishmael, es usted quien me tiene miedo.
—Tal vez —concedió—, porque los zulúes tienen razón, usted es una tagati[13], no se parece a ninguna otra mujer, blanca o negra. ¿Cómo podría haberme hecho enloquecer si no fuera así? No puedo dormir pensando en usted. Rachel, Rachel, no se enfade conmigo. Compadézcase de mí, deme alguna esperanza. En el pasado he llevado una vida licenciosa, pero gracias a su amor volveré a ser bueno y viviré como un cristiano. Si me rechaza, si me envía de vuelta al infierno… se va a enterar de lo que puedo llegar a ser.
—Eso ya lo sé, señor Ishmael, y bastante bien. No deseo parecer descortés ni decir nada que le moleste, pero, por favor, márchese y no se vuelva a dirigir a mí de esa manera porque es inútil. Debe comprender que jamás me casaré con usted, jamás.
—¿Ama usted a otra persona? —preguntó con voz ronca. Rachel se sonrojó un poco ante esa pregunta, aunque ya la había previsto.
—¿Cómo me voy a enamorar de nadie en este lugar a menos que sea de un sueño?
—¡Un sueño! El sueño de hombre querrá decir. Bien, no permita que se cruce en mi camino o pronto será el sueño de un fantasma. Le aseguro que lo mataré. Nadie más podrá tenerla si yo no puedo. ¿Lo entiende?
—Entiendo que me he cansado de esto. Déjeme regresar a mi casa, por favor.
—¿Su casa? Pronto no tendrá otro lugar al que ir salvo a la mía… ¡Así es! A menos que cambie de parecer sobre mí. Tengo influencias… ¿lo entiende? Tengo poder.
El hombre pareció enloquecer mientras pronunciaba aquellas palabras; Rachel se estremeció, pero le replicó enérgicamente:
—Lo que yo entiendo es que usted no tiene ningún poder sobre mí. Nadie lo tiene. Soy yo quien ostenta el poder.
—Cierto, porque tal y como dije es una tagati, pero en cuanto a los demás…
Alguien pasó a su lado apenas hubo pronunciado esa amenaza. Ishmael se revolvió y vio que se trataba de Noie, envuelta con su túnica blanca, ya que no había habido manera de persuadirla para que vistiera ropas europeas. Pasó junto a él —fingiendo no verle—, llegó a la altura de Rachel y le dijo:
—Zoola, estaba trabajando en la casa cuando creí oír tu llamada desde la orilla del mar. ¿Deseas que te acompañe de regreso?
—Esta mujerzuela negra a quien tanto se ha aficionado, por ejemplo —continuó el cazador furiosamente—. Bien, causaré su perdición si no puedo herirla a usted directamente. Hija de Seyapi, ¿sabes cómo mueren los fugitivos en Zululandia? ¿No? Pronto lo sabrás. Te devolveré con creces todos tus trucos.
Y enmudeció, incapaz de hablar a causa de la ira. Noie lo miró de arriba abajo con sus dulces ojos castaños y le preguntó:
—¿Eso piensas, Merodeador de la Noche? ¿Crees que podrás hacer conmigo lo mismo que le hiciste a mi padre y a su casa? Bueno, resulta extraño, hombre blanco, pero la noche pasada, justo antes de que cantara el gallo, mi padre me habló de ti mientras estaba sentada junto a su tumba. Escucha y te revelaré lo que me dijo.
Noie se adelantó y le susurró algo al oído.
Rachel vio cómo palidecía el moreno rostro del hombre conforme escuchaba. Entonces alzó una mano como si fuera a golpearla, pero la dejó caer, se dio la vuelta y se alejó, trastabillando y murmurando maldiciones en inglés y en zulú.
—¿Qué le has dicho, Noie? —inquirió Rachel.
—No importa, Inkosazana. Tal vez la verdad, tal vez lo primero que se me ocurrió. En cualquier caso, le he obligado a irse. Esa silwana [Bestia salvaje] rastrera te estaba cortejando, ¿verdad? Eso pensé, es lo que ha estado persiguiendo todo este tiempo. Y te amenazó, ¿no? No puede hacerte nada y a mí muy poco… creo. Pero es muy peligroso e influyente, y puede perjudicar a otras personas. Tu padre debería marcharse de este lugar si sabe lo que le conviene, Zoola.
—Eso mismo pienso yo —le respondió Rachel—. Vámonos a la misión y contémosle lo ocurrido.