En la sede del Priorato de San Juan, aquel frío lunes se recibía un correo del monasterio de Valfermoso. Don Juan José de Austria, que creía haber perdido la partida con el fiasco del cañón de Río Lobos, atisbaba una nueva posibilidad.
Muy querido hijo:
De nuevo unas líneas, a tenor de los acontecimientos que en estos días pasan en la Corte y nos aprisionan el corazón. Pues está todo Madrid que no vive, y tampoco el Rey, nuestro señor, vuestro padre. Son ya tantos los frailes fallecidos de aquella atroz manera, al igual que ese párroco del pueblo de Torres, que parece cosa diabólica.
Éstas, me convierten en mensajera ante Su Serenidad, y no debería decíroslo, pero os lo digo, porque más puede el alma de madre que de secretaria. Es recado de Su Majestad, a cuenta de cierto jesuita, un don Alonso del Colegio Imperial donde fuisteis discípulo aventajado del padre Faille.
El Rey, vuestro padre, me dice que habéis de saber de discreta manera —pues razones tiene para no comunicároslo derechamente— que el tal don Alonso está en lo del libro. Y no sé más, ni si es algo de importancia, que me supongo, debe de serlo.
Tengo por sabido, porque se me dejó muy claro, y con grande insistencia, que al deciros esto ya es bastante para que comprendáis en qué deben andar, con presteza, los vuestros. Que supongo será santamente.
Cuidaos, pues todo este secreto parece lleno de peligros.
Yo sé tirando a muy poco; nada pregunto, no está en mí incomodar con impertinencias a Su Majestad, sino servir a Dios donde me tiene. Si alguna vez venís, abrigaos. Siempre os espera, vuestra madre afectísima.
MARÍA INÉS CALDERÓN
En Valfermoso, sábado 20 de noviembre de 1658.