Abre la verja en el momento en que el halo de las farolas empieza a vacilar, se apaga. Por unos instantes parece que retorna la oscuridad. Me vuelvo: la puerta de su alojamiento de guardián ha quedado abierta, veo la lámpara que ha iluminado su rostro toda la noche. Nuestras dos sillas. Nuestras tazas en la mesa. Alrededor de la casita, troncos negros, las lápidas verticales de los monumentos, tumbas, cruces…
Se queda un rato a mi lado entre los dos batientes de la reja. Luego me estrecha la mano y se aleja y desaparece por entre los árboles.
Fin