THOMAS.
Una dulce voz. Pronunciando su nombre. Como miel. Thomas.
—Thomas, despierta.
Una voz de mujer. Le acariciaba la mejilla. Él estaba despertando, pero sin seguridad de que ya hubiera despertado de veras. La mano en su mejilla podría ser parte de un sueño. Por un momento dejó que fuera un sueño.
Saboreó ese sueño. Esta era la mano de Monique en su mejilla. La obstinada francesa que se había horrorizado de que él pudiera morir de verdad.
—¡Thomas! —gritaba ella—. ¡Thomas!
No, no. No se trataba de Monique sino de Rachelle. Sí, eso era mejor. Rachelle se arrodillaba a su lado, acariciándole la mejilla con la mano. Inclinándose sobre él, susurrando su nombre. Thomas. Los labios de ella se estaban estirando para tocar los de él. Hora de despertar al gallardo príncipe.
—¿Thomas?
Él abrió bruscamente los ojos. Cielo azul. Cascada. Rachelle.
Lanzó un grito ahogado y se irguió. Aún estaba en la playa donde se quedara dormido durante la noche. Miró alrededor. No había animales a la vista. Ningún roush. Sólo Rachelle.
—¿Recuerdas? —preguntó ella.
Él recordaba. El lago. Profunda zambullida. Éxtasis. Aún perduraba aquí el sonido de la cascada.
—Sí. Estoy empezando a recordar —contestó él—. ¿Qué hora es?
—Mediodía. Los demás se están preparando.
También recordaba el cruce y la afirmación de Teeleh de que él había aterrizado de emergencia.
—¿Para qué se están preparando?
—Para la Concurrencia esta noche —informó ella como si él debiera saber esto.
—Desde luego —asintió él, miró las relucientes aguas que se extendían por el lago, tentado a volver a nadar.
¿Podía zambullirse sencillamente en cualquier momento que quisiera?
—En realidad, todavía no recuerdo todo.
—¿Qué recuerdas?
—Bueno, no sé. Si supiera, lo recordaría. Pero creo que comprendo el Gran Romance. Se trata de Elyon.
—Sí —contestó ella, iluminándosele los ojos.
—Se trata de elegir, rescatar y ganar el amor porque eso es lo que Elyon hace.
—¡Sí! —gritó Rachelle.
—Y es algo que hacemos porque en ese sentido somos como Elyon.
—¿Estás diciendo que me quieres elegir?
—¿Lo estoy?
—Y ahora estás tratando de ser astuto en eso al fingir que no lo estás —aseguró ella arqueando una ceja—. Pero en realidad estás desesperado por mi amor, y quieres que yo esté desesperada por tu amor.
Él sabía que ella tenía toda la razón. Fue la primera vez que pudo admitírselo ante sí mismo, pero al oírselo decir a Rachelle supo que estaba enamorado de esta mujer arrodillada a su lado en la orilla del lago. Se suponía que él la cortejara, pero era ella quien lo cortejaba.
Ella esperaba que él dijera algo.
—Sí —contestó.
—¡Ven! —exclamó Rachelle poniéndose de pie.
—¿Qué debemos hacer? —preguntó él levantándose y sacudiéndose la arena.
—Debemos caminar por el bosque —respondió ella con un pícaro brillo en los ojos—. Te ayudaré a recordar.
—¿A recordar el bosque?
—Yo estaba pensando en otras ideas —enunció ella empezando a subir la ladera—. Pero eso también sería agradable. Rachelle se volvió y se detuvo.
—¿Qué es eso?
Él le siguió la mirada y lo vio claramente. Una gran sombra roja manchaba la arena blanca donde él había dormido.
Sangre.
Parpadeó. ¿Su sueño? La pelea en el hotel le centelleó en la mente.
No, no podía ser. Sólo fue un sueño. No tenía heridas.
—No sé —contestó él—. Nadé en algunas aguas rojas en el lago, ¿se podría deber a eso?
—Nunca sabes lo que ocurrirá con Elyon —afirmó ella—. Sólo que será maravilloso. Ven.
Salieron del lago. Pero la mancha roja sobre la arena perduró en la mente de Tom. Había la posibilidad, aunque remota, de que él fuera diferente a Rachelle. Que él realmente no fuera de aquí. Que ella estuviera enamorada de alguien que no era lo que parecía.
Que Teeleh tuviera razón.
Una hora después el pensamiento se había ido.
Ellos caminaron y rieron, y Rachelle jugueteó con la mente de él en amorosas maneras que sólo fortalecieron la resolución de ganarla. Muy lentamente empezaron a hacer de lado las payasadas y a abarcar algo más profundo.
Ella le mostró tres nuevos movimientos de combate que Tanis le había ensenado, dos aéreos y uno en posición boca abajo, en caso de caer durante una pelea, le informó ella. Él los ejercitó todos, pero no con la misma precisión que ella demostraba. Una vez Rachelle debió agarrarlo cuando él perdió el equilibrio y se fue de bruces contra ella.
Ella lo había rescatado. A él le resultó muy encantador.
Tom le regresó al instante el favor venciendo a cien imaginarios shataikis, levantándola del suelo en el proceso. A diferencia de Tanis y Palus, él no cayó. Fue una pequeña proeza, y él empezó a sentirse bien consigo mismo.
Rachelle se le puso a su lado, con las manos agarradas en la espalda, absorta en sus pensamientos.
—Háblame más de tus sueños —le pidió sin mirarlo.
—No son nada. Tonterías.
—¿Ah? Eso no es lo que piensa Tanis. Quiero saber más. ¿Cuán reales son?
¿Estaba Tanis hablando de sus sueños? Lo último que Tom deseaba hacer en la Tierra ahora mismo era analizar sus sueños. En particular con Rachelle. Pero no podía mentirle muy bien.
—Parecen bastante reales. Pero se trata de las historias. Una realidad totalmente distinta.
—Sí, así lo has expresado. ¿De modo que estás viviendo realmente en las historias?
—¿Cuándo sueño? Sí.
—¿Y qué crees de este lugar? —inquirió ella, señalando los árboles—. En tus sueños.
Esa era la peor pregunta que a ella se le pudo ocurrir.
—En realidad, cuando estoy soñando es como si estuviera allá, no aquí.
—Pero cuando estás allí, ¿recuerdas este lugar?
—Seguro. Es… es como un sueño.
—Por tanto, ¿soy como un sueño? —preguntó ella asintiendo.
—No eres un sueño —respondió Tom sintiéndose perdido—. Estás caminando exactamente a mi lado, y te he elegido.
—No estoy segura de que me gusten estos sueños tuyos.
—A mí tampoco.
—¿Tienes padre y madre en esos sueños?
—Sí.
—¿Tienes una vida completa, con recuerdos, pasiones y todo lo que nos hace humanos?
Esto definitivamente no era bueno.
—¿Qué estás haciendo en tus sueños? —averiguó ella deteniéndose en el sendero al ver que él no contestaba.
Tenía que contárselo en algún momento. Ahora ella había forzado el asunto.
—¿Quieres saberlo realmente?
—Sí. Quiero saber todo.
Tom anduvo de un lado a otro, pensando en la mejor manera de decirlo para que ella pudiera entender.
—Estoy viviendo en las historias, antes del Gran Engaño, tratando de detener una variedad Raison. Créeme Rachelle, es algo horrible. ¡Es muy real! Como si realmente estuviera allá, ¡y como si todo esto aquí fuera un sueño! Sé que no es así, desde luego, pero cuando estoy allá, también sé que eso es real.
¿Era esta una buena manera de decirlo? De algún modo él dudaba que lo fuera.
Tom continuó antes de que ella pudiera hacer otra pregunta. Lo mejor sería que controlara la dirección de su confesión.
—Y sí, tengo una historia completa en mis sueños. Recuerdos, una familia, las características totales de una vida real.
—Eso es absurdo —cuestionó ella—. Has creado un mundo de fantasía con tanto detalle como el real. Incluso más porque en tus sueños no has perdido tus recuerdos. Tienes tu propia historia allá, pero aquí no. ¿Es así?
—¡Exactamente!
—¡Es ridículo!
—Apenas puedo soportarlo. Es exasperante. Exactamente antes de que me despertaras en el lago me hallaba peleando con un hombre que trataba de matarme. ¡Creo que me mató! Tres disparos al cuerpo con una pistola —narró Tom tanteándose el pecho.
—¿De veras? ¿Una pistola? Alguna clase de arma irreal, supongo. ¿Por qué peleabas con este hombre?
—Él intentaba capturar a Monique —contestó él sin pensar.
—¿Monique? ¿Una mujer?
—¡Una mujer que no significa nada para mí! —exclamó él, y pensó que eso no era del todo honesto—. No en una manera romántica.
—¿Estás enamorado de otra mujer en tus sueños?
—Por supuesto que no. En absoluto. Su nombre es Monique de Raison, y ella podría ser la clave para detener la variedad Raison. Estoy ayudándola porque tal vez ella me ayude a salvar al mundo, no porque sea hermosa. Simplemente no puedo desentenderme de ella porque no quieras que suene con ella.
Demasiada información.
Él estaba seguro que vio un centelleo en los ojos de Rachelle. Los celos eran obviamente un sentimiento que fluía de las venas de Elyon.
—Hablas como si tus sueños fueran más importantes que la realidad. ¿Dudas que algo de esto sea real? —cuestionó ella, extendiendo la mano para volver a señalar el bosque—. ¿Que yo sea real? ¿Que nuestro romance sea real?
—No. Sólo cuando estoy soñando.
Él debía detenerse antes de perderla por completo.
Rachelle lo miró por un tiempo prolongado. Él decidió mantener la boca cerrada. Esto no le estaba favoreciendo. Ella cruzó los brazos y miró hacia otra parte.
—No me gustan esos sueños tuyos, Thomas Hunter. En realidad quisiera que dejaras de tenerlos.
—Estoy seguro de que pararán. A mí tampoco me gustan.
—Tú estás aquí. Conmigo. Te vi dormir en las orillas del lago hace sólo una hora. Créeme cuando te digo que no estabas peleando con un tipo, y que no te mataron. ¡Tu cuerpo estaba aquí! Si te hubiera pellizcado, habrías despertado.
—Así es. Y no había Monique. Sé que es sólo un sueño. Estoy aquí. Contigo.
—Quizá tus sueños no sean más que un descubrimiento fascinante —comentó ella suavizando sus rasgos—. Pero no estoy segura de cómo me siento que sueñes con otra mujer cuando estoy en tus brazos. ¿Comprendes?
—Perfectamente.
Rachelle no parecía satisfecha del todo.
—Además de tratar de salvar el mundo, ¿qué haces en las historias?
—Bueno… creo que soy escritor. Aunque temo que no muy bueno.
—¡Un narrador de historias! Eres narrador de historias. Tal vez por eso estás soñando. Te golpeaste la cabeza, perdiste la memoria, y olvidaste cómo narrar historias como lo hacías en tu propia aldea. Pero tu subconsciente no ha olvidado. ¡Estás inventando una gran historia en tus sueños!
Ella podría tener razón. En realidad, lo más seguro es que no fuera así.
—Quizá. ¿Qué dice Tanis?
—Que él y tú podrían organizar con éxito una expedición al bosque negro usando la información de tus sueños acerca de las historias. Creo que es la fantasía de un narrador de historias, pero él está muy emocionado.
La mente de Tom se llenó de inquietud. Era claro que la advertencia de Michal no había afectado a Tanis. ¿Dijo eso?
—Sí. Si yo no hubiera insistido en venir sola al lago para encontrar cuando Michal nos contó que estabas aquí, él también habría venido. Él asegura tener algunas ideas novedosas para analizar contigo.
Tom tomó nota mentalmente para evitar al hombre hasta poner esto en orden.
—Me alegro que hayas venido sola —indicó él.
—Yo también.
—Y trataré de no soñar.
—O mejor, sueña conmigo.
LA CONCURRENCIA de esa noche arrasó con todos los temores y las dudas que perduraban en la mente de Tom. Ellos subieron por el sendero hacia el lago, en silencio durante los últimos quince minutos de caminata. Tom entró a una zona de arena blanca en el costado derecho del lago. Distraídamente se dio cuenta de que ya no estaba la mancha roja.
Hasta donde le permitía la memoria, esta era su primera Concurrencia.
Alrededor del grupo flotaba una cálida neblina de la cascada. Muchas de las personas ya estaban boca abajo sobre la arena, con las manos extendidas hacia la rugiente agua.
Tom cayó de rodillas, el corazón le palpitaba con expectativa. Había sido demasiado, demasiado. De pronto una cálida neblina le acarició el rostro. Su visión estalló con una roja bola de fuego, y él lanzó un grito ahogado, aspirando más de la neblina en sus pulmones.
Elyon.
Se hallaba consciente de la humedad que le tocaba la lengua. El sabor más dulce de azúcar entrelazado con un toque de cereza le inundó la boca. Tragó. En sus fosas nasales brotó el aroma de flores de gardenia.
Siempre con mucha suavidad, el agua de Elyon lo envolvió, con cuidado de no agobiarle la mente. Pero de manera intencionada.
De repente la bola roja de fuego se mezcló en una corriente de azul profundo que fluyó dentro de la base del cráneo de Tom y le bajó por la columna vertebral, acariciando cada nervio. Intenso placer le envolvió cada trayectoria de los nervios hacia las extremidades. Cayó sobre el abdomen, y todo el cuerpo le tembló.
Elyon.
La fuerza de la cascada aumentó su intensidad, y la neblina le caía a Tom en la espalda a un ritmo constante mientas yacía postrado. La mente le daba vueltas bajo el poder del Creador, quien hablaba con suspiros, colores, aromas y emociones.
Entonces la primera nota le llegó a los oídos. Le traspasó los tímpanos y le abarcó la mente. Una nota baja, más baja que el rugido gutural de un millón de toneladas de estrepitoso combustible de la base de un cohete. El atronador tono subió una octava, hasta convertirse en una nota fuerte, y comenzó a grabar una melodía en el cerebro de Tom. Él no oía palabras, sólo música. Al principio una sencilla melodía, seguida luego por otra, totalmente única pero en armonía con la primera. La primera le acarició los oídos; la segunda reía. Una tercera melodía se unió a las dos primeras, haciéndole exclamar de placer. Luego una cuarta y una quinta, hasta que Tom oyó cien melodías que le recorrían la mente, cada una exclusiva, cada una diferente.
Todas juntas no más que una nota sencilla de Elyon.
Una nota que gritaba: Te amo.
Tom respiró ahora a grandes boqueadas. Estiró los brazos delante de él. Se le contraía el pecho sobre la cálida arena. La piel le ardía con cada mínima gotita de neblina que lo tocaba.
Elyon.
¡Yo también! ¡Yo también! —deseó decir—. Yo también te amo.
Quiso gritarlo. Exclamarlo con tanta pasión como sentía ahora del agua de Elyon. Abrió la boca y gimió. Un tonto y estúpido gemido que no decía nada en absoluto, y que no obstante era él, hablándole a Elyon.
Luego se formaron las palabras que resonaban en su mente.
—Te amo, Elyon —expresó, respirando suavemente.
Al instante le estalló en la mente un nuevo frenesí de colores. Dorado, azul y verde le cayeron en cascada sobre la cabeza, llenándole de deleite cada Pliegue del cerebro.
Rodó de costado. Cien melodías se elevaron en su mente dentro de mil… como una sintonía pesada y entrelazada que arremetía contra la columna vertebral. Sus fosas nasales resoplaron con el acre olor de lila, rosa y jazmín, y los ojos se le inundaron de lágrimas con su intensidad. La neblina le empapa el cuerpo, y cada centímetro de su piel zumbaba con placer.
—¡Te amo! —gritó Tom.
Se sentía como si estuviera en una puerta abierta al borde de una enorme expansión, desbordándose en salvaje emoción elaborada en colores suspiros, sonidos y aromas que le golpeaban el rostro como un vendaval. Era como si Elyon fluyera en forma de océano sin fondo, pero Tom sólo pudiera saborear una gota apartada. Como si fuera una sinfonía orquestada por un millón de instrumentos, y una simple nota que con su poder lo arrancaba del suelo.
—¡Te amoooo! —exclamó.
Tom abrió los ojos. Largas cintas de colores recorrían la neblina hacia el lago. De la cascada se derramaba luz, que iluminaba todo el valle de tal modo que lo hacía parecer como si fuera mediodía. Todas las personas yacían boca abajo mientras la neblina les bañaba los cuerpos. Casi todos temblaban pero no hacían sonidos que se pudieran oír por sobre la cascada. Tom dejó que la cabeza le cayera en la arena.
Entonces las palabras de Elyon le resonaron en la mente.
Te amo.
Eres precioso para mí.
Me perteneces.
Mírame otra vez, y sonríe.
Tom quiso gritar. Incapaz de contenerse, dejó que las palabras fluyeran de su boca como una inundación.
—Te miraré siempre, Elyon. Te adoro. Adoro el aire que respiras. Adoro la tierra en que caminas. Sin ti, no hay nada. Sin ti, sufriré mil muertes. No me abandones nunca.
El sonido de una sonrisa infantil. Luego otra vez la voz.
Te amo, Thomas.
¿Quieres subir el acantilado?
¿Acantilado? Vio los acantilados de nácar sobre los cuales se derramaba el agua.
Una voz gritó sobre el lago.
—¿Quién nos hizo?
Tanis estaba parado, gritando este reto.
Tom se esforzó por ponerse de pie. Los demás se levantaron rápidamente.
—¡Elyon! ¡Elyon es nuestro Creador! —gritaron al unísono más fuerte que las estrepitosas cascadas.
Como una demostración de fuegos artificiales, los colores siguieron expandiéndosele en la mente. Observó, momentáneamente aturdido. Ninguno de los demás miraba hacia él. La exteriorización de ellos era simple abandono al afecto, insensatez en cualquier otro contexto, pero totalmente genuino aquí.
De pronto la voz del niño le volvió a resonar en la mente.
¿Quieres trepar el acantilado?
Tom giró hacia el bosque que terminaba en el acantilado. ¿Trepar el acantilado? Detrás de él los demás empezaron a entrar corriendo al lago.
Otra vez la risita.
¿Quieres jugar conmigo?
Inexplicablemente atraído ahora, Tom corrió por la orilla hacia el acantilado. Si los otros lo advirtieron, no lo hicieron saber. Pronto sólo sus propios jadeos acompañaban a las atronadoras cascadas.
Cortó por el bosque y se acercó a los acantilados con Una sensación de sobrecogimiento. ¿Cómo le sería posible trepar esto? Pensó en regresar y unirse a los demás. Pero él había sido llamado aquí. A trepar los acantilados. A jugar. Corrió al frente.
Llegó a la base y levantó la mirada. No había manera en que pudiera trepar la piedra lisa. Pero si encontraba un árbol que creciera cerca del acantilado. Y si el árbol fuera suficientemente alto, podría alcanzar la cima a lo largo de sus ramas. El árbol adecuado a su lado, por ejemplo. Su resplandeciente tronco rojo llegaba al borde del acantilado cien metros arriba.
Tom se balanceó sobre la primera rama y comenzó a subir. No tardó más que dos minutos en llegar a la copa del árbol y trepar hacia el acantilado. Saltó de la rama a la pétrea superficie abajo. A su izquierda oyó la estrepitosa cascada derramándose sobre el borde. Se puso de pie y levantó la mirada.
Ante él el agua salpicaba suavemente sobre una orilla a no más de veinte pasos del borde del acantilado. Otro lago. Un mar, mucho más grande que el lago. Titilantes aguas verdes se extendían hacia el horizonte, bordeadas perfectamente por una amplia franja de arena blanca, la cual se adentraba en un altísimo bosque azul con dorado, coronado por una marquesina verde.
Tom retrocedió y respiro profundamente. La blanca franja arenosa que bordeaba las aguas esmeraldas estaba alineada con bestias extrañas paradas o agachadas en el borde del agua. Los animales eran como los leones blancos abajo, pero estos parecían brillar con colores en tonos pasteles. Y se alineaban en la playa en extensiones uniformemente espaciadas que continuaban hasta donde él lograba ver.
Tom giró hacia la cascada y vio al menos cien criaturas cerniéndose sobre el agua que caía por el acantilado, como gigantescas libélulas. Retrocedió hasta una roca detrás de él. ¿Lo habían visto? Analizó las criaturas que revoloteaban con alas traslúcidas en una formación reverente. ¿Qué podrían estar haciendo?
Así que esta era el agua de Elyon. Un mar que se extendía hasta donde el ojo podía ver. Tal vez más allá.
—Hola.
Tom se volvió. Un niñito estaba como a metro y medio de él sobre la orilla.
Tom retrocedió tambaleando dos pasos.
—No temas —lo tranquilizó el niño, sonriendo—. Así que ¿eres quien se había extraviado?
El niñito le llegaba a la cintura de Tom. Sus resplandecientes ojos verdes redondos y bien abiertos miraban por debajo de una pequeña melena de cabello muy rubio. Sus hombros huesudos sostenían brazos delgados que caían sueltos a sus costados. Usaba sólo un pequeño taparrabos blanco.
Tom tragó saliva.
—Sí, supongo que así es —contestó.
—Bueno, veo que eres bastante audaz. Creo que eres el primero de tu clase en caminar por estos acantilados —comentó riendo el niño.
Increíble. Para ser un niño pequeño y frágil, tenía la confianza de alguien mucho mayor. Tom calculaba que debía tener como diez años. Aunque no hablaba como alguien de esa edad.
—¿Es Thomas tu nombre? —inquirió el niño.
Sabe cómo me llamo. ¿Es de otra aldea? ¿Tal vez de la mía?
—¿Está bien esto? ¿Puedo estar aquí arriba?
—Sí. Está perfectamente bien. Pero no creo que ninguno de los otros podría pasar del lago para molestarse en trepar el acantilado.
—¿Eres de otra aldea? —preguntó Tom.
—¿Parezco como de otra aldea? —cuestionó a su vez el niño mirándolo, asombrado.
—No sé. No, en realidad no. ¿Soy yo de otra aldea?
—Supongo que esa es la pregunta, ¿no es así?
—¿Sabes entonces quién me llamó?
—Sí. Elyon te llamó. Para reunirte conmigo.
Había algo acerca del muchacho. Algo acerca de la manera en que se paraba con los pies apenas presionando la arena blanca. Algo acerca del modo en que sus delgados dedos se curvaban al final de sus brazos; acerca de la forma en que su pecho subía y bajaba firmemente y de la manera en que sus dilatados ojos brillaban como dos esmeraldas perfectas. El niño parpadeó.
—¿Eres como un… roush?
¿Soy como un roush? Bueno, sí en un sentido. Pero no realmente —contestó el niño levantando un brazo hacia las criaturas parecidas a libélulas que revolotean, pero no las miró—. Ellos son como roushes, pero ahora puedes pensar de mí lo que quieras.
Volvió la cabeza hacia las criaturas en forma de león que bordeaban el mar.
—A ellos se les conoce como roushims.
—Tú… tú eres superior, ¿verdad? —preguntó Tom mirando al muchacho ¿Tienes mayor conocimiento?
—Conozco tanto como he visto en mi tiempo. Definitivamente no hablaba como un niño.
—¿Y cuánto tiempo es eso? —investigó Tom.
—¿Cuánto tiempo es qué? —preguntó a su vez el niño mirándolo burlonamente.
—¿Cuánto tiempo has vivido?
—Mucho. Pero muy poco para empezar siquiera a experimentar lo que experimentaré en mi tiempo —respondió, se rascó la parte superior de la cabeza con una mano, y luego miró al mar—. ¿Cómo es venir a Elyon después de hacerle caso omiso por tanto tiempo?
—¿Sabes eso? ¿Cómo lo sabes?
—¿Quieres caminar? —indagó a su vez el niño con un brillo en los ojos.
El muchacho se dirigió a la blanca orilla arenosa, caminando sin mirar hacia atrás. Tom miró alrededor y luego lo siguió.
Había luz como de día, aunque Tom sabía que en realidad era de noche.
—Te vi mirando sobre el agua. ¿Sabes cuán grande es este mar? —interrogó el niño.
—Parece muy grande.
—Se extiende sin fin —contestó el niño—. ¿No es sensacional?
—¿Sin fin?
—Eso es muy ingenioso, ¿verdad?
—¿Puede Elyon hacer eso?
—Sí.
—Bueno, eso es… eso es muy ingenioso.
El muchacho se detuvo, y luego fue al borde del agua. Tom lo siguió.
—Recoge un poco de agua —sugirió el niño.
Tom se detuvo, con cautela metió la mano en la cálida agua verde y sintió que su poder le subió por el brazo en el momento en que sus dedos tocaron su superficie… como un impacto eléctrico de bajo voltaje que le zumbo por sus huesos. Sacó el agua con la mano y la observó filtrarse entre sus dedos.
—Muy ingenioso, ¿eh? Y no tiene fin. Podrías viajar muchas veces a la velocidad de la luz hacia el centro, y nunca llegar.
Parecía increíble que algo se pudiera extender eternamente. Espacio quizá. ¿Pero una masa de agua?
—Eso no parece posible —comentó Tom.
—Lo es cuando entiendes quién lo hizo. Vino de una sola palabra. Elyon puede abrir la boca, y cien mil millones de mundos como este aparecerán de su lengua. Tal vez lo subestimaste.
Tom miró a lo lejos, repentinamente avergonzado por su propia estupidez ¿Lo subestimó él? ¿Cómo podría alguien no subestimar alguna vez a uno tan grandioso?
—No te sientas mal —lo consoló el niño estirando su delicada mano y poniéndola suavemente en la de Tom.
Tom rodeó con sus dedos la manita. El muchacho levantó la mirada hacia él con sus grandes ojos verdes, y más que cualquier cosa que Tom hubiera deseado alguna vez, quiso con desesperación extender las manos y abrazar a este niño. Volvieron a caminar otra vez, tomados ahora de la mano.
—Dime —exteriorizó Tom—. Hay algo que me he estado preguntando.
—¿Sí?
—He estado teniendo algunos sueños. Caí en el bosque negro y perdí mi memoria, y desde entonces he estado soñando con las historias.
—Lo sé.
—¿De veras?
—Las noticias vuelan.
—¿Puedes decirme por qué estoy teniendo esos sueños? Sinceramente, creo que esto parece ridículo, pero a veces me pregunto si mis sueños son realmente reales. O si este es un sueño. Me sería útil saber con seguridad qué realidad es verdadera.
—Quizá te podría ayudar con una pregunta. ¿Es el Creador un cordero o un león?
—No entiendo.
—Algunos dirían que el Creador es un cordero. Otros dirían que es un león. Otros más dirían que es ambos. La realidad es que no es cordero ni león. Estas son ficciones. Metáforas. Sin embargo, el Creador es tanto corro como león. Las dos son verdades.
—Sí, puedo ver eso. Metáforas.
—No cambian al Creador —continuó el muchacho—. Sólo cambia la utrera que pensamos de él. Como yo. ¿Soy un niño?
Tom sintió la manita del muchacho, y empezó a conmoverse porque supo lo que el muchacho estaba diciendo. No podía hablar.
—Un niño, un león, un cordero. Deberías verme pelear. No verías a un niño, un león o un cordero.
Pasaron cinco minutos sin que pronunciaran otra palabra. Sólo caminaban, un hombre y un niño, tomados de la mano. Pero no era eso. Para nada.
Entonces Tom recordó su pregunta acerca de los sueños.
—¿Qué hay con mis sueños?
—Tal vez ocurre lo mismo con tus sueños.
—¿Son reales los dos?
—Tendrás que descubrirlo.
Siguieron caminando. Podría haber sido una nube, no arena, sobre lo que caminaban, y Thomas no estaba seguro de la diferencia. La mente le daba vueltas. Su mano estaba al lado del niño, moviéndose mientras caminaba. En ella estaba la mano del niño. Un temblor se le había producido en los dedos, pero el muchacho no demostró que lo notara.
Claramente lo notó.
—¿Qué hay con el bosque negro? —investigó Tom—. He estado allí. Pude haber tomado del agua. ¿Es por eso que estoy soñando con las historias?
—Si hubieras preferido el agua de Teeleh, todo el mundo lo sabría.
Sí, eso tenía sentido.
—Quizá entonces me podrías decir algo más. ¿Cómo es que Elyon puede permitir que exista maldad en el bosque negro? ¿Por qué sencillamente no destruir a los shataikis?
—Porque el mal proporciona una alternativa a su creación —informo el niño como si la idea fuera realmente sencilla—. Y porque sin él no podría haber amor.
—¿Amor? —se sorprendió Tom, deteniéndose.
La mano del niño se deslizó de la suya. Se volvió, con una ceja arqueada.
—¿Depende el amor del mal? —preguntó Tom.
—¿Dije eso? —cuestionó el muchacho con un destello pícaro en los ojos—. ¿Cómo puede haber amor sin una verdadera alternativa? ¿Sugerirías que se despojara al hombre de su capacidad de amar?
Este era el Gran Romance. Amar a cualquier precio.
—¿Sabes lo que pasaría si alguien escogiera el agua de Teeleh en vez de Elyon? —desafió el niño después de volverse hacia el mar y mirar fijamente.
—Michal dijo que los shataikis serían liberados. Que eso traería muerte.
—Muerte. Más que muerte. Una muerte viva. Teeleh poseería a los seres humanos; este es el acuerdo. Sus mentes y sus corazones. El olor de la muerte en ellos sería intolerable para Elyon. Y su celo haría pagar un terrible precio —advirtió el muchacho, mientras sus ojos verdes centelleaban como si detrás de ellos se hubieran prendido luces intermitentes—. La injusticia estará contra Elyon, y lo único que lo satisfaría sería sangre. Más sangre de la que te puedes imaginar.
Lo dijo de manera tan clara que Tom se preguntó si se había expresado con insuficiente claridad. Pero el muchacho no era de los que hablaban con poca exactitud.
—Si llegan a ser de Teeleh, ¿existe una manera de recuperarlos? —quiso saber Tom.
No hubo respuesta.
—De todos modos, no me puedo imaginar a alguien cambiando este lugar o saliendo de él —comentó Tom.
—No tienes que salir, ¿sabes?
—Excepto cuando sueño.
—Entonces no suenes —dijo el niño.
De repente la idea le pareció una solución sencilla. Si dejaba de soñar, ¡Bangkok ya no existiría!
—¿Puedo hacer eso?
—Podrías —respondió el niño—. Hay una fruta que podrías comer que detendría tus sueños.
—¿Así de simple, no más historias?
—Sí. Pero la pregunta es: ¿Lo quieres realmente? Tienes que decidir. La decisión es tuya. Siempre tendrás esa alternativa. Lo prometo.
Era temprano en la mañana cuando finalmente el muchacho llevó otra vez a acantilado a Tom, quien, después de un fuerte abrazo, descendió por árbol rojo, regresó a la aldea, y en silencio se metió en la cama en casa de Palus.
Podría estar equivocado, pero tenía la seguridad de oír el sonido de la voz de un niño cantando mientras iba rumbo a su sueño.