PERDÓN, ¿SEÑOR?

Una mano le tocó el hombro a Tom.

Él se irguió, medio despierto.

—Enderece su asiento, por favor —le ordenó una asistente de vuelo inclinándose sobre él.

El asiento de Kara estaba vacío. Baño.

—¿Estamos aterrizando? —preguntó Tom intentando aclarar la mente.

—Hemos comenzado a descender en Bangkok —le comunicó la azafata, y se fue.

Estaban en la clase turística de un 747 de Líneas Aéreas Singapur. La tapicería amarilla y azul que cubría el asiento directamente frente a Tom se estaba empezando a descoser. El monitor detrás del asiento mostraba en una línea roja el avance del vuelo sobre el Pacifico. Se hallaba en el sueño.

El avión olía a hogar. El hogar en el sudeste asiático. Sopa de soya, salsa de cacahuate, fideos, té de hierbas. La mente de Tom repasó rápidamente las últimas ocho horas. El vuelo a Singapur había sido un asunto largo y complicado sin poder dormir, durante la cual Kara y Tom habían revisado canales en las pequeñas pantallas incrustadas y recordado sus años en el sudeste asiático. Años de aprender a ser un camaleón, cambiando pieles entre culturas.

Igual como cambiar ahora modos de pensar entre sueños. Lo habían engendrado para esto.

—¿Podrías pasarte al otro puesto? —le dijo Kara golpeándole la rodilla.

Él se pasó al asiento del centro para que ella no tuviera que pasarle por encima.

—Bienvenido de nuevo a la tierra de los vivos —anunció ella mientras se abrochaba el cinturón de seguridad—. Cuéntame.

—¿Respecto de qué?

—De por qué las hormigas hacen hormigueros en el desierto. ¿Qué significa «con respecto a qué»? —susurró ella—. ¿Qué averiguaste?

Él la miró, conmovido por lo mucho que amaba a su única hermana. Ella daba la impresión de ser dura, pero sus paredes eran tan delgadas como el papel.

—¿Tom?

—Nada.

—¿Perdón? —exclamó ella arqueando la ceja izquierda—. Acabas de dormir durante cinco horas. Hemos volado a través del océano hasta Bangkok a causa de tus sueños. No me digas que dejaron de funcionar.

—No dije eso. Es más, creo que estoy aprendiendo algo. Creo que podría saber por qué está sucediendo esto.

—Ilumíname.

—Creo que tal vez estos sueños de lo que ocurrió en las historias me están proveyendo información que podría detener algo terrible en el futuro. Creo que quizá Elyon me está permitiendo tener estos sueños. Tal vez para impedir que Tanis lleve a cabo su expedición.

Ella simplemente lo miró.

—Bueno, entonces quizá sea de la otra manera. Tal vez se suponga que yo impida que ocurra algo aquí.

—Tengo $345,000 en mi cuenta bancaria que aseguran que es lo último. Por eso es que íbamos a averiguar qué diablos se supone que debamos hacer en Bangkok, ¿recuerdas? ¿Y regresas sin nada?

—No es así. Créeme, cuando estoy allá no me preocupo exactamente con mis sueños de este lugar. Créeme. Tengo problemas mayores. Como quién soy. Como de qué forma funciona este Gran Romance.

—¿Gran Romance? Por favor, no me digas que en verdad te estás enamorando de esa muchacha que te sanó.

Él había puesto a Kara al corriente de los detalles de su sueño antes de dormirse.

El último encuentro con Rachelle inundó la mente de Tom. La forma en que ella lo había mirado, cómo le había sonreído y pasado a su lado sin decir nada. El rostro de él debió haber revelado algo porque Kara giró el suyo.

—Ah, por favor —suplicó ella poniendo los ojos en blanco—. No puedes hablar en serio.

—De veras, ella es muy interesante.

—Ajá. Por supuesto que es interesante. Y con el físico de una diosa, sin duda. ¿La encontraste irresistible y te cubrió de besos?

—No. Ella se alejó. Pero Tanis, el dirigente de la tribu, y Palus, el padre de ella, me están mostrando cómo ganar a la belleza.

—Está bien, Tom. Gana la belleza. Todo el mundo tiene derecho a Una fantasía de vez en cuando. Mientras tanto aquí tenemos un problema.

El avión hizo un giro y Kara miró por sobre Tom los edificios del Bangkok metropolitano, no muy diferentes de los de Nueva York. La ciudad bastante moderna y muy exótica tenía casi ocho millones de personas como sardinas en lata. Mediodía. Hacia el este, Camboya. Hacia el sur se hallaba el Golfo de Tailandia, y varios cientos de kilómetros al este, Malasia.

—No estoy fingiendo saber cómo funciona esto, pero me tienes asustada, Thomas —comentó ella en voz baja.

—Yo también lo estoy —asintió él.

—No, quiero decir realmente —objeto ella enfrentándolo—. Es decir, este aquí no es un sueño. Que yo sepa, el otro tampoco es un sueño, pero no puedo tenerte tratando esta realidad como algún sueño. ¿Me oyes? Sabes cosas que no deberías saber… cosas aterradoras. Que yo sepa, quizá seas el único ser vivo que podría detenerlas.

Ella tenía razón. No es que estuviera tratando este 747 como un sueño sin importar cuánto lo sentía como un sueño. Al contrario, él fue quien la convenció en primer lugar de que debían venir. ¿Habría él hecho eso si sólo se tratara de un sueño? No.

—Y no es por ofender —añadió Kara—, pero estás empezando a verte muy agotado. Tienes ojeras y tu rostro desfallece.

—¿Desfallece?

—De cansancio. No has dormido decentemente desde que empezó todo esto.

Muy cierto. Se sentía como si no hubiera dormido en absoluto.

—Está bien —asintió él—. Te escucho. ¿Tienes alguna idea?

—En realidad, sí. Creo que te puedo ayudar. Te puedo mantener enfocado.

—Estoy enfocado. No estaríamos aquí si yo no hubiera insistido.

—No, quiero decir enfocado de verdad. Mientras estés viajando entre estos sueños y realidades estás atado a mantenerte pensando en conjeturas, ¿correcto?

—Un poco. Quizá.

—Créeme, mucho. Es probable que exactamente ahora aun creas que estás en el bosque colorido, durmiendo en alguna parte, y que Bangkok es algún sueño basado en las historias de la Tierra. Bueno, tienes razón y te equivocas, y voy a asegurarme que comprendas eso.

—Me confundes.

—Voy a suponer que ambas realidades son ciertas. Después de todo, esta es una posibilidad, ¿no es cierto? Universos alternos, realidades divergentes, distorsiones de tiempo, lo que sea. El punto es: de aquí en adelante suponemos que ambas realidades son absolutamente ciertas. El bosque colorido existe de veras, y allí hay realmente una mujer llamada… ¿cómo se llama?

—Rachelle.

—Rachelle. Allí realmente hay una hermosa nena llamada Rachelle apasionada por ti.

—No dije eso.

—Lo que sea —expresó ella levantando la mano—. Captas la idea. Todo es real. Tienes que hacer cualquier cosa que se supone que hagas allá, aunque no sea más que enamorarte locamente. Te ayudaré con eso. Te daré ideas, consejos. Quizá te pueda ayudar a pescar esta chica fogosa.

—Suponiendo que yo esté interesado en pescar a la primera chica fogosa que me guiña un ojo. ¿Por quién me estás tomando?

—Está bien, no la llamaré chica fogosa. ¿Ayuda eso? No estás captando. Es real. Eso es lo importante. El bosque colorido existe de verdad. Todo lo que sucede allí es tan real como puede ser. Y no dejaré que olvides eso. Ni una palabra ya acerca de que es un sueño. Supongamos que es otra nación o algo así. Los murciélagos peludos son reales.

Dijo esta última frase en voz un poco alta, y un europeo de cabello negro con bigote canoso los miró. Kara le devolvió la mirada.

—¿Le puedo ayudar?

El hombre alejó la mirada sin responder.

—Mira, esto es lo que vamos a conseguir. Por eso es que debemos estar juntos en esto, porque lo sabes, Thomas, este mundo también es real.

El enorme avión tocó la pista de aterrizaje, y los portaequipajes encima crujieron con la tensión del aterrizaje.

—Hemos aterrizado realmente en Bangkok, la vacuna Raison realmente será anunciada mañana, y tú sabes realmente algo al respecto.

—Así que vamos al cien por ciento en ambas realidades —resumió Tom.

—Yo no. Tú. Yo sólo te ayudo a hacer eso.

Era lo más acertado que había oído en cuarenta y ocho horas. Quiso abrazarla allí mismo.

—De acuerdo.

—Muy bien —convino ella respirando profundamente—. ¿Qué hacemos ahora que estamos en Bangkok?

—Averiguamos todo lo que podamos acerca de Farmacéutica Raison.

—Muy bien —asintió Kara—. ¿Cómo?

—Vamos a su complejo en las afueras de la ciudad —respondió Tom.

—Muy bien. ¿Después qué?

—Después evitamos que envíen cualquier muestra o producto. Mejor aún, impedimos que hagan cualquier anuncio mañana.

—Aquí es donde me parece que el plan pierde el enfoque —objetó Kara—. No soy precisamente corredora de bolsa, pero he visto mi parte de medicamentos nuevos que entran al mercado, y te garantizo que suspender un anuncio les haría caer en picada las acciones. Esto depende ya cien por ciento de la expectativa en este anuncio.

—Y debemos convencerlos de destruir todas las muestras existentes de la vacuna —afirmó Tom asintiendo con la cabeza—. Y los medios de producirla.

—Toda esta cuestión está definitivamente fuera de foco. ¿Quién asegura que logremos pasar siquiera la entrada principal? Deben tener instalaciones de alta seguridad, ¿verdad?

—Supongo que debemos averiguar.

Ella suspiró y sacudió la cabeza.

—La próxima vez que vuelvas al otro lugar, necesitas más información Punto. Mientras tanto, ¿hay algo que necesites aquí que te ayude allá? —Inquirió ella mirándolo, muy seria—. Te lo dije, Thomas, tratemos ambos… ¿cómo deberíamos llamarlos? ¿Mundos? Tratemos ambos mundos o cualquier cosa que sean, como si fueran reales. Y en realidad tienen que serlo. De modo que si necesitamos información aquí, quizá también allá necesitas información de aquí.

—No, no realmente —enunció él negando con la cabeza—. Nada está sucediendo allá. Quiero decir, estoy perdido y no logro recordar nada, pero no veo cómo algo de aquí pueda ayudar en eso.

—Yo no supondría que nada está sucediendo allá. ¿Qué respecto de ganar ese hermoso bombón? ¿Necesitas algún consejo sobre cómo pescar a la pollita?

—Por favor…

—Bien. ¿Sobre cómo encontrar entonces verdadero amor?

—No.

—Simplemente no eches gases alrededor de ella.

—No estás tomando esto en serio.

—Eso es exactamente lo que hago. Tienes suficiente idealismo para hacer cien novelas. Lo que necesitas es consejo práctico. Cepillar tus dientes, usar desodorante y cambiar tu ropa interior.

—Gracias, hermana. Invaluable consejo —admitió él retorciendo los labios en una media sonrisa—. Creo que ella es muy religiosa.

—Entonces ve a la iglesia con ella. Sólo asegúrate que no se trate de alguna secta. Aléjate de los chiflados.

—En realidad todos somos muy religiosos. Estoy muy seguro que Elyon es Dios.

—Tú no crees en Dios, ¿recuerdas? —advirtió ella arqueando una ceja—. Papá creía en Dios, lo que casi nos mata a todos. Dios está donde yo pondría una línea con esta chiquilla. Muchacha. Mantén fuera la religión y la política.

Mejor aún, encuentra una mujer diferente.

sep

LES LLEVÓ una hora abrirse camino en el Aeropuerto Internacional de Bangkok y negociar en el mostrador de la compañía de alquiler de autos el alquiler de un pequeño Toyota Tercel verde. Tom aún tenía su licencia internacional de conducir de Filipinas, y recibió con agrado la idea de volver a abrirse paso entre el tráfico tercermundista. Kara extendió el mapa sobre el tablero de controles y asumió el papel de copiloto, quizá la tarea más difícil de los dos.

—Muy bien, Farmacéutica Raison está por el parque Rama Royal, al oriente de la ciudad —anunció ella trazando una línea sobre el mapa—. Vamos al sur por Vibhavadi Rangsit hasta el límite de la Inthara, al oriente hacia la autopista Inthara, y luego al sur todo el camino hasta el distrito Phra Khanong.

Ella levantó la mirada cuando él se metió al tráfico.

—Sólo no hagas que nos maten. Esto no es Denver.

—Ten fe.

Una bocina retumbó y él viró bruscamente.

—No le voy a la fe, ¿recuerdas? —bromeó ella.

—Tal vez este sea un buen momento para empezar.

Él tendría que volver a acostumbrarse a los bocinazos… aquí estaban tan difundidos como las líneas de señalización vial. Las principales calles estaban debidamente marcadas, pero actuaban más como guías que como restricciones. La posición de un auto y el volumen de su bocina eran nueve décimas de la ley: El primero y el más fuerte tenía preferencia de vía. Punto.

Tom hizo sonar ahora su bocina, para entusiasmarse con la idea. Otra bocina sonó cerca, como llamadas al apareamiento. A nadie parecía importarle.

Excepto a Kara.

—¿Sí? —cuestionó ella.

—Sí. Parece bueno, ¿verdad?

Él se metió al centro de la ciudad. Una nube café se cernía sobre altísimos rascacielos. En la distancia, el tren elevado. Destartalados taxis, amarrados con alambre, y Mercedes abarrotaban la misma superficie de las calles con taxis motocicletas y tuk-tuks… un cruce de tres llantas entre auto y motocicleta.

Y bicicletas. Muchas bicicletas.

Tailandeses acometían sus asuntos diarios, algunos tambaleándose en tantas bicicletas que desplegaban en puestos de comidas, y aun otros paseándose en sus atuendos anaranjados de monjes.

Tom abrió la ventanilla. Era casi la tarde… los olores de la ciudad eran muy fuertes. Pero para Tom eran embriagadores. Había gases de tubos de escape, un hedorcillo a agua estancada, fideos fritos, y también…

Esto fácilmente podría ser Filipinas. Hogar. Hace diez años, uno de los granujas de la calle pudo haber sido él, confundiéndose con los lugareños y luego deteniéndose en algún puesto donde venden pinchos indonesios con salsa picante de maní.

Tom sintió que se le hacía un nudo en la garganta. Este era el espectáculo más hermoso que había visto en años.

Condujeron en abstraído silencio por veinte minutos. Kara miraba por la ventanilla, absorta en sus pensamientos. Una sentimental nostalgia se apoderó de ambos.

—Extraño esto —manifestó Kara—. Parece casi como un sueño. Tal vez los dos estemos soñando.

—Tal vez. Exótico.

—Exótico.

A media tarde pasaron el distrito Phra Khanong y se metieron al delta. La ciudad pareció desvanecerse detrás de ellos. El concreto dio paso a una alfombra de árboles y arrozales conocida como el delta Mae Nam Chao Phraya, el tazón de arroz de Asia, un cálido, húmedo y fértil mar de vegetación infestada con criaturas e insectos casi nunca vistos.

Como una sopa principal de la cual provendrían los virus más mortales que la tierra había conocido.

—Es difícil creer que estemos aquí de veras —anunció Tom.

—Atravesar medio mundo en doce horas. Nada como la era del jet. Vira aquí a la izquierda. Debería ser como a kilómetro y medio por este camino.

Tom entró a una carretera privada que llevaba a un área oculta por una densa selva en expansión. El asfalto era negro, recién echado. No había más tráfico.

—¿Segura que vamos bien? —averiguó Tom.

—No. Sólo sigo las indicaciones del empleado. Esto es… espeluznante.

Bien dicho.

El complejo surgió del delta como un espectro en la noche. La selva se despejaba directamente al frente. Había una entrada. Dos o tres guardias. Césped arreglado. Y un enorme edificio blanco que se extendía a través de varias hectáreas. Detrás del edificio la selva recuperaba el terreno.

—¿Es aquí? —averiguó Tom deteniendo el auto a menos de cien metros del portón de entrada.

—Farmacéutica Raison —informó ella asintiendo con la cabeza al ver un letrero a la izquierda que él no había visto.

Tom abrió su puerta, bajó un pie, y salió. La selva chillaba a su alrededor… mil millones de chicharras que lanzaban a gritos sus advertencias. La humedad dificultaba la respiración.

Entró de nuevo, cerró la puerta, y volvió a poner el auto en movimiento. Se acercaron sin hablar al portón.

—Bueno —comentó Tom; un guardia vestido en uniforme gris completo con pistola brillante vino hacia ellos—. ¿Por qué estás tan callada?

—¿Qué se supone que deba decir: «Regresemos, esto para mí no es correcto. Por favor, no hagas nada estúpido»?

—Por favor, se trata de mí —recriminó él, bajando la ventanilla.

—Exactamente.

—¿Qué se les ofrece? —inquirió el guardia mirando la placa y dando un paso adelante.

—Estamos aquí para ver a Monique de Raison. O a Jaques de Raison. Es muy importante verlos.

—No tengo visitas programadas —informó el hombre revisando su tablilla con sujetapapeles—. ¿Cuál es su nombre?

—Thomas Hunter.

El guardia hojeó una página y bajó la tablilla.

—¿Tiene cita?

—Por supuesto que la tenemos —terció Kara inclinándose hacia delante—. Acabamos de llegar de Estados Unidos. Los Centros para el Control de Enfermedades. Revise otra vez; tenemos que estar ahí.

—¿Y su nombre?

—Kara Hunter.

—Tampoco la tengo en mi lista. Esta es una instalación con seguridad. No entra nadie sin un nombre en la lista.

—No hay problema —asintió Tom pacientemente—. Simplemente llámelos. Dígales que Thomas Hunter de los CDC está aquí. Es absolutamente imperativo que vea a Monique de Raison. Hoy. No volamos desde Atlanta hasta aquí para nada. Estoy seguro de que usted entiende.

Esto último lo dijo forzando una sonrisa.

El hombre titubeó, luego caminó hasta la caseta.

—¿Y si no nos deja entrar? —indagó Tom.

—Yo sabía que esto podría suceder.

—Quizá seríamos más convincentes en un Mercedes.

—Aquí viene tu respuesta.

El guardia se acercó.

—No tenemos registro de una visita hoy día. Mañana habría un evento en el Sheraton Grande Sukhumvit. Ustedes podrían verla entonces.

—No creo que usted comprenda. Necesito verla hoy, no mañana. Es crítico, amigo. ¿Me oye? ¡Crítico!

El hombre titubeó, y Tom pensó por un instante que había hecho la impresión correcta. Él levantó una radio y habló en voz baja. La puerta de la guardianía se abrió y se acercó un segundo guardia. Más pequeño que el otro, pero tenía las mangas arremangadas sobre músculos sobresalientes. Lentes oscuros. De los que les encantaban las camisetas estadounidenses con Sylvester Stallone Rambo impresas en el pecho.

—Váyanse por favor —ordenó el primer guardia.

Tom lo miró. Luego al otro, quien se detuvo ante el capó. Subió la ventanilla.

—¿Alguna sugerencia?

Kara se estaba mordiendo una de sus uñas. Pero no exigió que se retiraran.

El guardia delante del capó señaló que dieran vuelta al vehículo.

—¿Cuán importante es que detengamos este anuncio de ellos? —inquirió Kara.

—Depende de si crees que podemos cambiar realmente la historia.

—Ya superamos eso —afirmó ella—. La respuesta es sí. Enfócate, ¿recuerdas? Esto es real. Por eso estamos aquí.

—Entonces depende de que si detenemos el anuncio cambiará la historia.

El guardia estaba empezando a animarse un poco. Tom estiró la mano y apagó el auto.

—Depende de que ellos planeen de verdad enviar la vacuna mañana —concluyó Tom.

—¿Podemos suponer algo más? Este no es un juego que podamos llevar a cabo si perdemos de entrada.

Un puño golpeó la ventanilla. Ahora los dos guardias se movían vigorosamente. El de músculos sobresalientes puso la mano en la funda del revólver.

—Ellos no matarían a un estadounidense, ¿o sí? —cuestionó Tom.

—No lo sé, pero creo que esto se está saliendo de las manos, Thomas. Debemos irnos.

Tom lanzó un gruñido y le dio un manotazo al volante. Tal vez eran impotentes para cambiar la historia. Quizá eran los dos mártires que habían tratado de cambiar la historia pero resultaron abatidos a tiros en los portones de Farmacéutica Raison. O es posible que cambiar la historia requiriera medidas extraordinarias.

—Thomas…

Los guardias estaban ahora golpeando el capó.

—Espera.

Él quitó el seguro, abrió la puerta, y se bajó del auto. Ambos guardias sacaron las pistolas.

—Vaya —exclamó Tom, levantando las manos—. Tranquilos. Sólo quiero hablar. Sólo una cosa, lo prometo. Soy funcionario comercial del gobierno de Estados Unidos. Créanme, no tienen que lastimarme.

—¡Vuelva a entrar en el auto, señor!

—Voy a entrar, pero primero quiero decir algo. Los Centros para el Control de Enfermedades acaban de enterarse que la vacuna que esta compañía está planeando anunciar mañana tiene un defecto mortal. Muta bajo calor extremo y se convierte en un virus que creemos que podría tener repercusiones de gran alcance.

Caminó hacia el guardia bajito con grandes músculos.

—¡Usted tiene que escucharme! —le habló fuerte y lentamente—. Esta aquí para detener un desastre. Ustedes dos, Fong y Wong, quedarán como los dos imbéciles que no escucharon cuando los estadounidenses vinieron a advertir a Monique de Raison. ¡Usted tendrá que decirle esto a ella!

Los dos guardias retrocedieron, pistolas en mano, resueltos pero a las claras agarrados desprevenidos por la audacia de Tom. Curiosamente, él no estaba tan asustado por las pistolas. Es cierto, ellos tenían el estómago hecho un nudo, pero él no estaba temblando de miedo. Toda la escena le recordó la lección en la colina que le habían dado Tanis y Palus. Derrotar a cien shataikis con unas pocas patadas bien asentadas.

Él miró de un guardia al otro y contuvo un fuerte impulso de intentar la patada que había aprendido de Tanis: la de doble repliegue que al principio le pareció imposible. También podía hacerla. Ellos estaban perfectamente colocados. La boca se le hizo agua. Él supo que podía lograrlo. Así de simple: uno, ¡zas! Dos, ¡zas! Exactamente como Tanis le había enseñado. Antes de que pudieran reaccionar.

Desde luego que esto era absurdo. ¿Y si, solamente si, ese hubiera sido sólo un sueño? Estaría haciendo volteretas en su mente, pero en la realidad cayendo de bruces sobre el asfalto.

—¿Me oyen? —preguntó—. Tengo que hablar con alguien.

Ellos se mantuvieron firmes, agachados, listos para cualquier cosa.

—¿Les gusta Jet Li, muchachos?

—¡Atrás! —gritó el de bíceps inflados—. ¡Atrás, atrás!

—¡Escúcheme! —gritó a su vez Tom con un repentino ataque de frustración.

—Atrás, atrás, ¡atrás o disparo! —chilló Bíceps.

Tom le guiñó un ojo al tipo. ¿Y qué diría Tanis a eso?

—Está bien. Tranquilo —expresó, dando media vuelta para subir al auto.

Perfecto.

Exactamente ahora, en este mismo instante, la situación era perfecta para esa patada particular. Si disparaban, se habrían dado entre sí. Si él sólo…

Tom colocó la mano izquierda en el capó, hizo una tijereta en el aire. ¡Zas!, pistola. ¡Zas!, cabeza. Siguió el movimiento con el impulso, pirueta.

Ese fue uno. El otro miró con ojos abiertos de par en par.

Una pistola tronó.

Falló.

¡Zas!, pistola. ¡Zas!, cabeza.

Aterrizada. Perfecta.

Tom se paró delante del capó, asombrado por lo que acababa de hacer. Los dos guardas yacían sobre sus espaldas. Bíceps había disparado sin hacer daño.

¿Había él hecho eso? El corazón le bombeó adrenalina. Se sentía como si pudiera encargarse de la bandada si tuviera que hacerlo.

—¡Thomas!

Kara. Gritando.

Tom corrió hacia la casita de la guardia, halló el botón que abría el portón. Lo pulsó. Los motores ronronearon, y el portón se abrió lentamente. Él salió disparado hacia el auto.

Kara lo miraba con ojos desorbitados.

—¡Agárrate fuerte! —gritó, y puso la palanca en propulsión. Dirigió el auto hacia la brecha que dejaba el portón. Rugieron hacía el edificio blanco.

Al instante se presentó otro problema. Un hoyo redondo en el limpia-parabrisas. Hoyo de bala.

—¡Están disparando! —gritó Kara dejándose caer en el asiento.

Cuatro guardias más habían aparecido en el edificio principal. Portaban rifles y los disparaban.

La realidad se proyectó en Tom. Giró el volante a su derecha y pulsó el acelerador. El auto viró sobre gravilla. Giró en un amplio círculo. Dos balas más atravesaron la ventanilla trasera.

—¡Sujétate!

En el momento en que las llantas volvieron a tener tracción sobre el asfalto, el Toyota salió disparado hacia adelante. A través del portón. Para cuando pasaron el letrero Raison iban a ciento veinte kilómetros por hora.

Tom mantuvo el acelerador a fondo hasta que llegaron a la intersección. El tráfico en la carretera principal le limitó la velocidad. Necesitó un kilómetro y medio más para que el corazón se le tranquilizara.

—¿Qué fue eso? —indagó Kara, resoplando fuertemente.

—No empieces. Fue una estupidez. Lo sé. Sin discusión.

—Parecía que lograron escapar limpiamente. ¿Qué exactamente hiciste allá atrás? —preguntó Kara.

—No sé. En realidad no planee ir tras ellos de esa manera. Sólo sucedió. Teníamos que entrar; ellos estaban en el camino. Tú parecías creer que debíamos…

—No, me refiero a esa patada. Nunca te había visto hacer algo así. Ese hecho había perdurado en la mente de Tom por los últimos cinco minutos.

—No había hecho algo como eso. No aquí.

—¿No aquí, lo cual significa…?

—Bueno, en realidad… es algo que me enseñó Tanis.

—¿En la otra realidad?

—Se siente casi como instinto. Como que mi cerebro ha aprendido nuevos trucos y los está usando de manera automática. Dicen que podríamos traspasar paredes si usamos todo nuestro poder cerebral, ¿no es así? Absurdo, ¿eh?

—No, no es absurdo —reconoció ella mirando al frente, asombrada—. En realidad tiene sentido. En este descabellado sueño tuyo. Y estamos tratándolos como si ambos fueran verdaderos, ¿recuerdas?

—Por tanto lo que aprendo allá lo puedo usar aquí. Y lo que aprendo aquí lo puedo usar allá.

—Evidentemente. No sólo conocimiento sino habilidades —enunció ella; luego se quedaron en silencio por algunos segundos—. ¿Ahora qué?

—Ahora consigamos una habitación en el Sheraton Grande Sukhumvit y esperemos hacer mañana una buena impresión en Monique de Raison.

—Quizá podrías cortejarla —manifestó Kara.

—¿Cortejarla?

—No te preocupes.

—No seas ridícula —objeto él suspirando.

—Lo que necesitamos es que duermas. Y sueñes.

—Dormir y soñar —asintió él.