SE ACABÓ, vamos. Despierta.
Alguien le apretaba las mejillas y le sacudía la cabeza. Tom obligó a que se le abrieran los ojos henchidos de fatiga, sorprendido de cuán difícil era la tarea. Se estremeció en la luz. Su hermana se hallaba a su lado; un halo de luz le iluminaba por detrás su largo cabello rubio.
Luchó por sentarse y finalmente lo logró con ayuda de Kara. Sintió como si se moviera entre melaza, pero debía esperar eso… a menudo se sentían así los sueños. Caminar con dificultad en vez de salir corriendo, flotar en vez de caer.
—Te deberías despertar rapidísimo —habló Kara—. ¿Te sientes bien?
Ella se refería a las drogas. Sedantes seguidos por suficiente cafeína para despertar a un caballo, si él recordaba bien.
—Shuppon —arrastró la palabra; tragó una pileta de saliva y lo volvió a decir, concentrándose en su pronunciación—. Supongo.
Sentía la cabeza como si se le hubiera parado encima un rinoceronte.
—Aquí, bebe esto —ordenó Kara, pasándole un vaso de agua.
Tom bebió un largo sorbo y aclaró la garganta. La niebla empezó a despejarse de su mente. Este podría ser un sueño, o ese podría ser un sueño, pero en el momento no quería pensar en eso.
—¿Y? —preguntó Kara, poniendo el vaso a un lado.
—¿Y qué?
—¿Soñaste?
—No sé —pronunció, mirando alrededor del espacio, desorientado—. ¿Estoy soñando ahora?
Estiró la mano y topó a Kara en la frente con la palma.
—¿Qué estás haciendo? —cuestionó ella.
—Sólo chequeando. Para ver si mi mano pasa por tu cabeza, como en un sueño. Supongo que no.
»Por favor, satisfáceme. Por todo lo que he hecho por ti durante años, hazme este único favor: Finge que este no es un sueño. Y que fue un sueño cualquier cosa que pasó por tu cabeza mientras dormías.
»Estoy durmiendo ahora».
—Thomas, ¡basta!
—¡Está bien! —exclamó él, intentando erguirse, llegó a mitad de camino, y se volvió a sentar—. Pero no es fácil, ¿sabes?
—Sin duda que no —aseguró ella, se levantó, recogió el vaso y se dirigió a la cocina—. El hecho es que no te enteraste de nada de parte de las blancas y velludas criaturas en el bosque colorido, ¿verdad? Sugiero que empecemos de nuevo pensando seriamente en salir de este lio en que nos metiste.
—El ganador fue Volador Feliz. Es. Será… lo que sea.
Kara parpadeó una vez. Dos veces. Tom sabía que había tenido éxito.
—¿Ves? —manifestó él—. Yo no tenía idea de quién era Volador Feliz porque ni siquiera me mostraste qué caballos estaban en la carrera. Nunca había oído el nombre hasta hoy. No hay forma de que hubiera imaginado eso. Pero las historias han registrado que un caballo llamado Volador Feliz ganará hoy el Derby de Kentucky.
Ella agarró bruscamente el periódico del mesón y miró la página deportiva.
—¿Cómo lo deletreas?
—¿Debería saberlo? No lo leí, Michal me lo dijo. No seas…
—Volador Feliz no es uno de los favoritos —anunció ella mirando el periódico—. ¿Cómo sabes siquiera ese nombre?
—Te lo dije, no lo sabía. Esta vez Kara no discutió.
—La carrera será dentro de cinco horas. No sabemos aún que él ganara.
—La carrera se corrió hace mucho tiempo, en la antigua Tierra, pero puedo entender tu inquietud con esa clase de pensamientos.
La verdad es que hasta él se sentía lleno de inquietud con esa clase de pensamientos.
—¡Esto es absolutamente increíble! ¿Estás de veras consiguiendo en tus sueños realidades acerca del futuro como si fueran historia?
—¿No te lo dije hace una hora?
—¿Cuánto tiempo estuviste allí? ¿Qué más me puedes decir?
—¿Cuánto tiempo? Quizá, ¿qué, cuatro, cinco horas?
—Pero sólo dormiste media hora. ¿Qué más supiste?
—Nada. Excepto lo que dije acerca de la variedad Raison.
Por un instante quedaron frente a frente en perfecta calma. Kara agarró el resto del periódico y lo hojeó ruidosamente.
—¿Qué más averiguaste acerca de la variedad Raison? —exigió saber ella, examinando la historia de la compañía farmacéutica francesa.
—Nada. No pregunté nada acerca de…
—Bueno, tal vez debiste hacerlo. Tuviste el valor para preguntar por una carrera de caballos. Si este virus va a acabar con mil millones de personas, debería haber supuesto que tendrías el aplomo para preguntar al respecto.
—Así que ahora empiezas a escuchar —enunció Tom, logrando esta vez ponerse de pie.
Miró alrededor y palpó el vendaje que tenía sobre el oído derecho. Se lo quitó y palpó la herida. Extraño.
—Kara.
—Aquí dice que Farmacéutica Raison funciona casi exclusivamente sólo en las afueras de Bangkok donde su fundador, Jaques de Raison, dirige la nueva planta de la compañía. Se espera que su hija, Monique de Raison, quien también está encargada del desarrollo de drogas nuevas, haga el miércoles el anuncio en Bangkok.
—¡Kara!
—¿Qué? —preguntó ella, levantando la mirada.
—¿Puedes…? —preguntó yendo hacia ella, sintiendo aún la marca en el cráneo—. ¿Es normal esto?
—¿Es normal qué?
—Se siente… no sé. No puedo sentirla.
Kara le retiró la mano, extendió el cabello con sus dedos, y retrocedió, con el rostro pálido.
—¿Qué es? —la enfrentó Tom. Ella miró, demasiado aturdida para contestar.
—Ha desaparecido —comentó Tom—. Yo tenía razón. Esta era una herida abierta hace ocho horas, y ahora ha desaparecido, ¿no es cierto?
—Esto es imposible —expuso Kara. En realidad, parecía un poco absurdo.
—Te lo estoy diciendo, Kara. Esto es real. Quiero decir real de verdad. Un temblor le había venido a los dedos de Kara.
—Está bien.
Tom se pasó los dedos por el cabello. La mafia de la ciudad de Nueva York aún andaba a la caza de él, pero la variedad Raison era la verdadera amenaza aquí, ¿correcto? Cualquiera que fuera la razón, y cualquiera que fuera el recurso, ahora poseía conocimiento de proporciones más críticas. Por qué él, un vagabundo filipino de tercera cultura, con trabajo eventual en Java Hut, aspirante a actor de Magic Circle, y novelista inédito, no tenía idea. Pero el significado de lo que sabía comenzaba a desarrollarse en su mente.
—Está bien —repitió, bajando el brazo—. Quizá podamos detenerlo.
—¿Detenerlo? Estoy teniendo dificultades para creerlo, peor aún para detenerlo.
—Bangkok —indicó Tom.
—¿Qué vamos a hacer en Bangkok y qué sentido tiene? ¿Irrumpir en las instalaciones Raison?
—No, pero no podemos quedarnos sencillamente aquí.
—Tenemos que hablar con alguien acerca de esto —aseguró ella deteniéndose y yendo al mostrador de la cocina.
—¿Quién?
—CDC. Los Centros para el Control de Enfermedades. La oficina central está en Atlanta.
—¿Y decirles qué? —curioseó Tom—. ¿Que una criatura peluda me dijo que la variedad Raison iba a acabar con medio mundo?
—Eso es lo que estás diciendo, ¿o no? ¿Que esta vacuna Raison va a mutar y a matarnos a todos como a un montón de ratas? ¡Todo el asunto es absurdo!
—Así es esto —dijo él frotándose la cicatriz en la cabeza.
Los ojos de Kara se fijaron en el sitio en que la bala le había rasguñado la cabeza a Tom menos de diez horas antes. Le miró la sien por un momento prolongado y luego se dirigió al teléfono.
—Tenemos que decírselo a alguien.
Él se aseguró a sí mismo que la frustración de Kara no estuviera dirigida más a él que a la situación.
—Está bien, pero no se lo puedes contar a algún tinterillo en los CDC —pidió Tom—. Quedarás como una chiflada.
—¿Quién entonces? ¿El comisario local? —cuestionó ella mientras revisaba la lista que había colocado frente al directorio telefónico, encontró el número y marcó.
Tom pasó al lado de ella y se fue hacia el directorio. El roush afirmó que la variedad Raison llevó al «Gran Engaño». Ahora su mente estaba totalmente involucrada en el problema.
—¿Y si sé esto porque se supone que lo debo detener? —inquirió Tom—. Pero ¿quién en realidad tendría el poder para detenerlo? ¿Los CDC? Más me parece el FBI, la CIA o el Departamento de Estado.
—Créeme, solamente le parecerá un absurdo tanto al Departa…
Kara giró, con el teléfono aún pegado al oído.
—Sí, buenos días Melissa. Habla Kara Hunter de Denver, Colorado. Soy enfermera. ¿Con quién podría hablar respecto de… este, un potencial brote?
Una pausa.
—No, en realidad no hablo a nombre del hospital. Sólo debo reportar algo que encuentro sospechoso. Otra pausa.
—Enfermedad infecciosa. ¿Con quién sería? Gracias, esperaré. Kara se volvió a Tom.
—¿Qué le digo?
—Te lo estoy advirtiendo, en verdad creo… Ella levantó una mano.
—Sí, hola, Mark.
Kara inhaló profundamente y contó a la persona en el teléfono sus preocupaciones acerca de la variedad Raison, balbuceando lo mejor que pudo.
Tropezó con resistencia inmediata.
—En realidad no puedo decirle precisamente por qué sospecho esto. Lo único que quiero es que ustedes verifiquen la vacuna. Han recibido una queja de una fuente confiable. Ahora deben investigar…
Kara parpadeó y retiró el auricular del oído.
—¿Qué? —quiso saber Tom—. ¿Te colgó?
—Sólo dijo: «Se ha tomado nota», y colgó.
—Te lo dije. Dame eso.
Tom agarró el auricular y pulsó un número que había encontrado en Washington, D. C. Tres llamadas y siete transferencias lo conectaron finalmente con subsecretario de la oficina de Bureau for International Narcotics and Law Enforcement Affairs (BINLEA), quien evidentemente informó al subsecretario de asuntos mundiales, quien a su vez informó al ministro de estado. Nada de esto importaba mucho; lo que si pareció importar fue que Gloria Stephenson pareció una persona razonable. Ella al menos le escuchó su afirmación de que él, primero, tenía información sumamente importante para los intereses de EE.UU., y segundo, debía transmitir de inmediato esa información al departamento correcto.
—Muy bien, ¿puede esperar un momento, Sr. Hunter? Voy a tratar de comunicarlo.
—Seguro.
Ahora intentaban conectarse con algún lugar. El teléfono en el otro extremo sonó tres veces antes de que lo contestaran.
—Bob Macklroy.
—Sí, hola, Bob. ¿Quién es usted?
—Esta es la oficina del secretario adjunto de BINLEA. Soy el secretario.
El mismísimo pez gordo.
—Este, buenos días, Sr. Macklroy. Gracias por recibir mi llamada. Mi nombre es Thomas Hunter, y tengo información respecto de una grave amenaza aquí que estoy tratando de comunicar al departamento adecuado.
—¿Cuál es la naturaleza de la amenaza?
—Un virus.
—¿Tiene usted el número de los CDC? —preguntó Macklroy después de un momento de silencio.
—Sí, pero realmente creo que esto está por sobre ellos. En realidad, ya nos comunicamos con ellos, pero nos colgaron.
A Tom se le ocurrió que quizá no tendría todo el día con alguien tan importante como Macklroy, así que decidió comunicar rápidamente el asunto al hombre.
—Sé que esto podría parecer extraño, y sé que usted no tiene idea de quién soy, pero tiene que escucharme.
—Estoy escuchando.
—¿Ha oído hablar de la vacuna Raison?
—No puedo decir que sí.
—Es una vacuna que se transmite vía aérea y que está a punto de salir al mercado. Pero hay un problema con la droga.
Le contó a Macklroy acerca de la mutación y devastación posterior sin hacer una pausa.
Silencio.
—¿Está usted aun allí? —investigó Tom.
—Toda la población de la tierra está a punto de ser diezmada. ¿Es de lo que se trata?
—Sé que parece absurdo —afirmó Tom tragando saliva—, pero eso es… correcto.
—¿Comprende usted que hay leyes que prohíben difamar a una empresa sin…?
—¡No intento difamar a Farmacéutica Raison! Esta es una amenaza grave y necesita atención inmediata.
—Lo siento, pero se comunicó con el departamento equivocado. Esto es algo que típicamente manejan los CDC. Ahora, con su permiso, tengo una reunión a la que voy a llegar tarde.
—Por supuesto que va a llegar tarde a una reunión. ¡Todo aquel que quiere salirse del teléfono está siempre atrasado a una reunión!
Kara le estaba indicando que se calmara.
—Mire, Sr. Macklroy, no tenemos aquí mucho tiempo. Francia, Tailandia o quien quiera que tenga jurisdicción sobre Farmacéutica Raison tiene que verificar esto.
—¿Cuál es exactamente su fuente para esta información?
—¿Qué quiere usted decir?
—Quiero decir, ¿cómo recibió usted esa información, Sr. Hunter? Usted está haciendo unas acusaciones muy graves… seguramente tiene una fuente creíble.
—Tuve un sueño —se le salieron las palabras antes de que pudiera tenerlas.
Kara se puso ambas palmas en la frente y puso los ojos en blanco.
—Ya veo. Muy bien, Tom. Estamos desperdiciando aquí dinero de impuestos.
—¡Puedo probárselo! —exclamó Tom.
—Lo siento, pero ahora realmente voy a llegar tarde a una reu…
—¡También sé quién va a ganar el Derby de Kentucky esta tarde! —le gritó al auricular—. Volador Feliz.
—Que tenga buen día, señor. La comunicación se cortó.
Tom miró a Kara, quien caminaba de un lado a otro y negaba con la cabeza.
—Idiotas. No asombra que la nación se esté viniendo abajo —opinó mientras depositaba el auricular en la horquilla.
Se cerró de un portazo la puerta de un auto afuera en el estacionamiento.
—Bueno —señaló Kara.
—¿Bueno qué?
—Bueno, al menos lo hemos reportado. Tienes que admitirlo, parece un poco absurdo.
—Reportarlo no es suficiente —expresó Tom, yendo hacia las ventanas de la sala; hizo a un lado una de las cortinas.
—Por qué no hacemos algunos carteles y nos paramos en la esquina; quizá eso capte la atención de ellos —bromeó Kara—. Llegó el Armagedón.
Tom soltó la cortina y retrocedió.
—¿Qué?
—¡Están aquí!
Él logró ver a tres de ellos, acercándose de puerta en puerta, en su piso.
—¡Tenemos que salir de aquí! —exclamó Tom, saltando hacia su dormitorio—. Agarra tu pasaporte, dinero, cualquier cosa que tengas.
—¡No estoy vestida!
—¡Entonces apúrate! —acosó él mirando la puerta—. Tenemos un minuto. Tal vez.
—¿Adónde vamos? Él entró corriendo a su habitación.
—¡Thomas!
—¡Sólo ve! Ve, ¡ve!
Él agarró sus documentos de viaje y los metió en una cartera que siempre usaba cuando viajaba. Dinero… doscientos dólares era todo lo que había aquí. Esperaba que Kara tuviera algo de efectivo.
Su cepillo de dientes, un par de pantalones, tres camisetas, ropa interior, un par de medias. ¿Qué más? Piensa. Eso era todo; no había tiempo.
—¡Kara! —llamó él entrando a la sala.
—¡Aguarda un momento! ¡Te podría matar!
Los gritos de ellos despertarían a los vecinos.
—¡Apúrate! —susurró él con voz ronca.
Ella farfulló algo.
—¿Qué más? ¿Qué más? ¿Las cuentas? Agarró la canasta de cuentas, las metió a su maleta, y asió el machete de la mesa de centro.
Kara salió corriendo, precipitadamente vestida con pantalón negro y camiseta amarilla. Tenía el pelo recogido, una cartera blanca debajo del brazo.
Parecía un canario listo para un crucero a las Bahamas.
—Vamos a regresar, ¿no es así? —preguntó ella.
—Agáchate y permanece justo detrás de mí —ordenó Tom, corriendo hacia la puerta corrediza de vidrio en la parte trasera. Devolvió la cortina a su lugar… el estacionamiento trasero parecía despejado. Salieron, y él cerró la puerta detrás de ellos.
—Muy bien, rápido pero no tan evidente. Quédate detrás de mí —repitió él.
Bajaron corriendo las escaleras metálicas y se dirigieron al Célica de Kara.
No había indicio de los hombres que en este momento debían estar golpeando la puerta principal.
—¿Llaves?
—¿Cómo sabías que eran ellos? —indagó ella, sacando las llaves y pasándoselas.
—Lo sé. Uno de ellos tenía un vendaje en la cabeza. El mismo tipo con que me topé anoche. Le metí con el pie. Se subieron y él encendió el auto. Agáchate.
Kara se repantingó en el asiento delantero por dos cuadras antes de sentarse y mirar hacia atrás para ver si los perseguían.
—¿Ves algo? —quiso saber Tom.
—Nada —contestó ella, y luego lo miró—. ¿Adónde vamos? Buena pregunta.
—Tu pasaporte está al día, ¿verdad?
—Por favor, Tom, no bromees. ¡No podemos huir sencillamente a Manila, Bangkok o donde sea!
—¿Tienes una idea mejor? ¡Esto es real! ¡Esos allá atrás son pillos de verdad con pistolas de verdad! ¡La vacuna Raison es una vacuna de verdad y Volador Feliz es un caballo de verdad!
—El Derby de Kentucky no se ha corrido todavía —anunció ella tranquilamente mirando por su ventanilla.
—¿Cuánto tiempo dije que teníamos antes de que la vacuna Raison se convirtiera en una amenaza? —inquirió Tom.
—Ni siquiera estabas seguro en qué año sucedió —objetó ella, enfrentándolo—. Si todas estas cosas realmente son de verdad entonces necesitas alguna información mejor. No podemos recorrer todo el mundo sólo porque Volador Feliz sea un caballo.
—¿Qué sugieres, averiguar exactamente cómo solucionar de un tirón el problema en el Oriente Medio?
—¿Podrías hacer eso? —preguntó ella, mirándolo.
—Desde luego que no.
—¿Por qué no?
—Sí, ¿por qué no?
—¿Qué fue lo que te dijeron los murciélagos negros? —recordó Kara—. ¿Algo respecto de que ellos son tu destino? Tal vez deberías hablar con ellos y no con estas criaturas blancas peludas. Aquí necesitamos detalles precisos.
—No puedo. ¡Ellos viven en el bosque negro! Está prohibido.
—¿Prohibido? Escúchame. Se trata de un sueño, ¡Tom! De acuerdo, un sueño con algunas ramificaciones muy absurdas, pero sólo un sueño.
—¿Cómo entonces sé todas estas cosas? ¿Por qué me desapareció la herida de la cabeza?
—No lo sé. Lo que sé es que este —resaltó ella pegándole a la consola del auto—, no es un sueño. Por tanto, tus sueños son especiales. De alguna manera estás enterándote allí de cosas que no deberías saber; admito eso. Incluso estoy abrazando eso. Lo que digo es: ¡Entérate de más! Pero no voy a salir huyendo hasta Bangkok para salvar al mundo sin la más leve idea de qué hacer una vez que lleguemos allá. Necesitas más información.
Entraron al intercambiador entre la I-25 y la I-70, y se dirigieron al Aeropuerto Internacional de Denver.
—Así que al menos estás admitiendo que esta información es importante. Y real.
—Sí, así parece —aceptó ella, echando la cabeza hacia atrás.
—Entonces tenemos que contestarla. Tienes razón, necesito más información. Pero no puedo quedarme bien dormido ante el volante, ¿correcto? Y tú no puedes drogarme.
—Está bien.
—Macklroy parecía creer que los CDC era el lugar adecuado para ir con esta información.
—Eso es lo que pensé.
—Muy bien. Así que vamos a Atlanta. ¿Cuánto dinero tienes?
—¿Volar así sin más a Atlanta? —cuestionó ella, arqueando una ceja—. Sólo que no puedo abandonar mi trabajo sin avisar.
—Llámalos entonces. Pero el teléfono no es la mejor manera de captar la atención de los CDC. Es muy probable que tengan a cien chiflados al día contándoles historias absurdas. Así que vamos personalmente a las oficinas centrales de los CDC.
—¿No a Bangkok?
—No. Atlanta. Sabes que no podemos volver al apartamento… ¿quién sabe durante cuánto tiempo lo estarán vigilando? Ella consideró el asunto. Cerró los ojos.
—Está bien —concordó finalmente—. Atlanta.