38. La mesa de El Trébol

La cita era en el bar El Trébol, en Santa Fe y Uriburu, a las diez de la noche del lunes.

Cuando llegué, a las menos cuarto, él ya estaba sentado acá, en esta misma mesa que estamos ahora. Yo estaba en esta misma silla, mirando a Santa Fe, él ahí, donde estás vos, frente a mí. El mozo era ese morocho que ahora viene a atendernos. Aquella vez también pedimos, como hoy, dos cafés, el de él, como el tuyo, cortado.

San Martín y Bolívar en Guayaquil estaban menos tensos que nosotros dos. Él llevaba la camisa blanca Nasa que había comprado para su graduación y un chalequito negro, tenía otra vez el pelo corto y los anteojos y había perdido esa sombra de soberbia que me había hecho tan mal. Supuse que comenzaríamos una larga charla sobre nuestros destinos, sobre lo que nos había pasado, sobre cómo sobrevivir separados. Iba a hacer seiscientas preguntas y quizás obtuviera alguna respuesta.

No hablamos. Nada.

Pasaban los minutos y no podíamos hablar. De lo que importaba, digo. Comentamos discos, el campeonato, libros, películas, pero no hablábamos.

Y después, un silencio. Nada más.

La vista baja, los movimientos mínimos, el tema de tantas conferencias: «Los problemas de la comunicación en el fin del siglo». No había pasado nada excepto los pibes que yiraban por Santa Fe, como ahora. Como ahora, también, el bar estaba lleno.

Me miró fijo.

Sonrió triste.

—Osvaldo, vos sabés que vamos a terminar juntos —me dijo.

Cruzó la mesa con su cuerpo, me dio un beso en la boca y se fue.

¿Adónde? No sé.

Nunca supe.

Fui incapaz de seguirlo.

¡Había hecho 350 kilómetros para decirme que yo sabía que íbamos a terminar juntos!

Durante meses seguí pasando por ese bar e inventé una cábala. Si al pasar la mesa estaba vacía quería decir que íbamos a volver. Si estaba ocupada quería decir que ya había sido, que no había vuelta. En el promedio, iba cincuenta y cincuenta, pero las veces en que estaba ocupada, no valían.

Si querés, andate, yo me quedo acá en la mesa. Para que no me la ocupen, claro. Chau. Después te sigo contando.