Me clavé con el Taunus a una distancia prudencial del departamento de los viejos de Nico. Me pasaba ahí todo el tiempo en que no estaba dando clases. Parecía de la SIDE. Por lo ineficaz, digo. No sé si me dormía en los momentos culminantes o qué, pero después de unos cuantos días, me di cuenta de que así no iba a ningún lado. Una tarde vi que Manu entraba en la casa con su novia y lo vi salir unas horas después. Dos o tres mañanas temprano, doña Ángela salió a hacer compras. Pero nunca vi aparecer ni a don Julián ni a Nico.
No sabía qué pasaba.
Cuando llamé por teléfono, al escuchar mi voz, ni siquiera me insultaron. Nada. No me dijeron nada y me cortaron. Cecilia y Roberto también llamaron. Y no tuvieron mejor suerte. La única noticia me vino al mes de mano de Florencia.
—Hola, ¿está Nicolás, por favor? —preguntó desde el teléfono de su casa, yo estaba al lado, nervioso como la primera vez que fui a una disco gay.
—¿Quién es? —quiso saber, de malos modos desde el otro lado, la bestia de Manu.
—Florencia —dijo Florencia, sin saber que ese nombre iba a abrir las puertas de la residencia porque así se llamaba una compañera del secundario de Nico, que era conocida en la casa. La petisita del vómito etílico en Grisú.
—Ah, sí, pará que lo llamo —y la bestia se fue a cumplir su cometido.
—¿Nico?
—¿Florencia?
—Sí, la amiga de Osvaldo.
—Ah…
—¿Cómo estás? —preguntó Flor.
Parece que hubo un silencio largo, como de telenovela, como de mirar a cámara y poner cara de «ojo con lo que voy a decir ahora».
—Mal.
—¿Qué te hicieron tus viejos?
—Nada en comparación con lo que me hizo Osvaldo.
—¿Qué te hizo Osvaldo?
—Déjalo así, no quiero saber nada de ese hijo de puta. Recién estoy saliendo de la depresión. No sé cómo me pude equivocar tanto. Gracias por todo, pero no llames nunca más y decile a él que tampoco llame y que no se le ocurra aparecer. Que se vaya de la puerta de casa, que los otros días me di cuenta que estaba ahí en el auto.
—Pero…
—Nada, no tengo nada más que decir. Quiero descansar. —No aguanté más, le saqué el tubo a Florencia y bueno, te imaginarás.
—Nico, no sé de qué hablás… —Silencio.
—Nico, quiero verte, ¿qué pasa, Nico? —Silencio.
—Nico…
Y, como era de esperar, cortó.