1. Berenjenas y zandías

… y un día Nico se fue. No, no es que haya dicho que necesitaba un tiempo para ver qué le pasaba, que es una mentira tan piadosa, tan de bien llevar, que al menos te da un respiro, una oportunidad para ponerte a pensar un poco que las cosas están tomando un rumbo equivocado y habrá que ver cómo enderezar todo.

No.

No dijo que estuviésemos atravesando un período difícil, que a ver qué podíamos hacer, que por qué no charlábamos un poco lo que nos pasa. Es más, yo estaba convencido de que no nos pasaba nada. Y bueno, parece que eso mismo hizo que para Nico la situación se tornase insostenible. ¡Insostenible! A él no le pasaba nada y sólo por eso decidió irse. ¿Se entiende?

¿Cómo te puede decir la persona a la que le dedicaste los últimos seis años de tu vida, el tipo al que considerás parte tuya, que la situación es insostenible, e irse así como así, de un día para otro, sólo porque no pasa nada? ¿Cómo me puede haber hecho esto a mí? Un incordio.

Ahora es fácil decir que lo que pasó fue que yo siempre negué la realidad y que no puede ser que no haya visto todas las señales que Nico me daba de que la cosa no daba para más. No las vi porque no las hubo, te juro.

¿O los amigos de la pareja pudieron ver algo? ¿Ellos intuían algo? ¿Vos te creés que ellos intuían algo? No, ellos tampoco intuyeron nada, con lo cual está claramente demostrado que Nico enloqueció de un día para otro. Yo creo que debe ser algo que comió.

No, en serio, a veces pasa. La tía Rosa me contó de una chica que era lo más tímido y virgen que había sobre el planeta Tierra hasta que comió milanesas de berenjena y cayó en la vida. Eso pasa. El mundo es ancho y ajeno y cada hogar es un mundo.

Pensándolo bien, no creo que haya sido eso. Que yo recuerde en casa jamás comimos milanesas de berenjena ni nada que se le pareciese, porque odio las berenjenas, y la vez que Nico amenazó con hacerlas las escondí adentro del televisor desarmado que teníamos en el cuartito de las porquerías. Él las descubrió unas cuantas semanas después cubiertas como de una virulana, y quedó claro que nunca, nunca, en casa se comerían berenjenas.

Yo pensé que le había causado gracia. Pensé que le había parecido gracioso. Pensé que yo le causaba gracia.

Ahora seguramente está comentando con su psicóloga mi tara con las berenjenas.

No puede haberme dejado porque no me gusten las berenjenas, eso lo tengo claro.

Sin ir más lejos, él jamás soportó la sandía.

¿Te imaginás?

No conozco mucha otra gente que no soporte las sandías, ¡las sandías! Una fruta tan… tan… tan bien. ¡Una sandía! ¡Dejame de joder! Bueno, de acuerdo. A mí no me gustan las berenjenas (cosa que después de todo, y por lo que sé, le pasa a millones de personas en el planeta) y a él no le gustan las sandías (algo bastante extraño, porque la sandía es una fruta que le gusta a todo el mundo).

¿Es eso causal de divorcio?

No, porque si seis años de maravillosa convivencia se van al carajo porque uno no soporta las berenjenas (mi caso) y otro no soporta las sandías (su caso) esta vida es una verdadera porquería. De ser así, en el primer encuentro con alguien que puede venir a llenar el cuadrito dé «pareja», tendrías que preguntar: «¿Berenjenas o sandías?».

La respuesta, como ves, es de vital importancia. De ahora en más, si en la primera salida romántica un chico no me quiere contestar «¿berenjenas o sandías?» me voy a levantar y me voy a ir, porque significa que ese tipo todavía no está preparado para la maravillosa aventura de la convivencia.

No.

No debe haber sido eso.

Entonces, ¿qué? ¿Las películas de terror?

Yo no soporto la visión siquiera de Abbott y Costello contra los fantasmas, porque como soy muy sensible, a la noche sueño con mostros y me despierto todo transpirado. Nico muere por cualquier cosa que largue sangre, que chorree viscosidades, esas garras uñudas y peludas que abren la puerta, ñiiiiic… y vos ves a la chica que corre por toda la casa buscando algo para defenderse y lo único que encuentra es un velador de pie, y se cree la pobre ingenua que con eso le va a hacer algo al mostro. El mostro siempre gana, porque aun en las películas en las que lo matan, al final, cuando te parece que ya está, que bueno, que agarra el saquito, que nos vamos todos a casa lo más panchos, te sale la garra uñuda y peluda desde abajo de la tierra.

Bueno.

Una vez, Nico me dijo que no podía ser que yo fuese tan infantil. Que era hora de que viese una película de terror. Que no era tan embromado. Se fijó en la revista del cable y encontró que daban una de esas de Freddy, con el de Invasión V. Tanto insistió Nico que la viera, que pasásemos ese trance juntos (suena lindo eso de «que pasásemos ese trance juntos», suena… épico) que acepté, pero claro puse mis condiciones:

—Bueno, pero no la vemos a la noche cuando la pasen en el cable. La grabamos y la vemos el sábado a la hora de la siesta. Si hay sol. Con las ventanas abiertas. Y la radio bajita, así puedo distraerme. Y me siento atrás tuyo así me tapo cuando aparezca el mostro.

Fue así.

Él se moría de risa en los momentos más terribles.

Yo no entiendo, te juro que no entiendo, cuál es la gracia de un tipo horrible que se hace la manicura con un afilador, viene y te despachurra en medio de la noche cuando vos sólo querés dormir el sueño reparador al que todo trabajador occidental tiene derecho. (Digo «trabajador occidental» porque de los orientales sé poco y como no me gusta hablar de lo que no sé, mejor no me meto). Yo estaba sentado atrás de Nico y lo abrazaba. En los momentos en que se venía el mostro me escondía en su nuca y le daba mordiditas y pellizquitos en la panza. Bueno, panza. Panza no tuvo nunca. Nico era o es —o como se diga— flaco y alto. Lindo como… no, iba a decir Ethan Hawke, el actor, pero Nico es (o etc.) más lindo. Hay dos cosas que me matan en cualquier chico. Una es la frente amplia. La otra es un cuello largo. Cuando lo vi, la primera vez te estoy diciendo, la primera vez que lo vi quedé absolutamente anonadado, como les pasa a los dibujitos. O mejor, como le pasaba a Isidoro Cañones. Estaba como para un «¡plop!», que es el ruido que hacía Isidoro cuando se caía de espaldas. Y encima, me habían anticipado que iba a aparecer. Las cartas me lo habían dicho. El tarot marsellés.

—Sí, hombres hay, Osvaldo —me decía habitualmente mi amiga Florencia, que cada dos o tres meses me hacía el service astrológico a través de sus cartas—, es más, te envidio, hijo de puta, hay muchísimos tipos. Jóvenes, casados, lindos, más o menos, algunos interesantes, otros no, todos cachondos. Te sale «El Loco Invertido».

—Basta, Florencia. No quiero muchísimos tipos. Estoy cansado de ser «El Loco Invertido», las transas esas que a las tres de la mañana después del baño, tengo que decirles: «Bueno, flaco, te vas, que me gusta dormir cruzado, ¿viste?», o «No, mirá, no te podés quedar a dormir porque ahora a la madrugada va a caer mi abuela que viene de Rafaela». Yo me quiero enamorar, ya tengo 26 años y el pescado lo tengo abombado… es hora de que… Estoy cansado de los tipos que pasan así como así. Yo quiero algo especial.

—Puto está bien, pero maricón es demasiado. ¡Dejate de joder! ¡Cogé!, ¿querés? Cogé, que cogiendo se conoce gente. ¡No ves que Dios le da pan a quien no tiene dientes!

—En todo caso, querida, no es que me lo da. Me lo gano con el sudor de…

—Sí, está bien, no sigás.

—¡Dale, Flor! ¡Decime otra cosa! Decime que me voy a enamorar, que voy a vivir una pasión abrasadora, que vamos a salir al balcón en las noches de veranó a escuchar canciones de Sandra Mihanovich, que vamos a tener pescaditos de colores y me va a regalar ositos de peluche y le voy a dibujar Snoopys con corazoncitos.

—Si el amor te va a poner así de pelotudo, mejor que no aparezca nadie. Y todo seguía igual hasta la tarde de julio en que durante la tirada habitual, un brillito en los ojos de Florencia me anunció lo que estaba esperando.

—Es un caballero. Joven. Muy lindo es, hijo de puta. Mirá, acá te sale la carta del matrimonio. Como matrimonio no vas a poder, porque por lo que sé las leyes no te lo van a permitir, qué querés que te diga… da como de entendimiento total en todos los frentes. Van a coincidir en todo. Sexo, intelectualmente, espíritu… Osvaldo, si soy la bruja que creo que soy, vos te casás antes de que termine el mes.

Y entonces apareció Fernando.