[1] Este título, «Monadología», no es de Leibniz. Los manuscritos hallados en la Landesbibliothek de Hannover no llevan título preciso. El manuscrito de la Biblioteca Nacional de Viena lleva el título de Les principes de la Philosophie par Mr. Leibniz. Fue Köhler, su primer editor alemán, el que le dio el subtítulo de Monadología, que ha prevalecido hasta hoy. Fue escrito originalmente en francés (ca. 1714), y publicado por primera vez en alemán por Köhler, Lehrsätze über die Monadologie, 1720, y en latín, en las Actas Eruditorum, Leipzig, 1721, con el título de Principia Philosophiae. No fue tampoco esta obra compuesta para el príncipe Eugenio, como se ha venido afirmando, sino para Rémond, corresponsal de Leibniz. (Véase el estudio preliminar de André Robinet a su edición de la Monadologie, París, Presses Universitaires de France).
[2] De μόνας, «unidad».
[3] Es decir, ninguna mónada puede recibir influencia exterior, ni puede actuar sobre ninguna otra. Leibniz va con ello preparando una concepción de la naturaleza que elimine el problema que se le presentó a Descartes al dividir las substancias en dos categorías irreductibles: la extensión y el pensamiento; pues dándose ambas en el hombre, ¿cómo podría actuar una sobre la otra no teniendo en absoluto nada de común?
[4] Las mónadas son inextensas (cf. § 3) y carecen de las propiedades de lo sujeto a la extensión —materia, división, figura—. Son unidades de fuerza y, por tanto, para que pueda haber distinción entre las diferentes partes del universo, las mónadas tendrán que tener diferencias cualitativas, ya que todo lo cuantitativo está, por definición, excluido de ellas.
[5] No habiendo en las mónadas nada material, todo cambio queda reducido a un dinamismo psíquico. Todos los cambios y acciones entre las substancias que parecen darse en las substancias no son más que representaciones psíquicas de distinto grado. La representación verdadera para Descartes es la «idea clara y distinta». Todos los seres en los que no se da vida intelectual son considerados por él como «máquinas» o «autómatas», sin vida consciente. También, dada su radical oposición, consideraba la substancia corpórea y la espiritual unidas sólo de modo accidental.
[6] Bayle, Diccionario histórico y crítico, 26.
[7] Con esto queda completada la división de las mónadas: mónadas desnudas, que sólo tienen percepción sin conciencia; mónadas cuyas percepciones van acompañadas de conciencia y memoria (animales); y mónadas que, además, de la conciencia y memoria, son racionales o «razonables» (almas y espíritus).
[8] Leibniz divide todas las verdades en «de razonamiento» (o de razón) y «de hecho». Las primeras pueden ser reducidas a un limitado número de principios indemostrables. Pero cada una de las verdades de hecho implica una serie infinita de causas, y no es posible sistematizarlas racionalmente. Para conseguirlo, Leibniz crea el principio de razón suficiente, que contiene —sin especificarlo— el detalle de todas las sucesiones que implica cada verdad de hecho.
[9] Prueba a posteriori —es decir, de los efectos a las causas— de la existencia de Dios.
[10] Toca aquí el problema del mal. Éste puede ser metafísico, físico y moral. El primero no es causado por Dios, depende sólo de la limitación de la criatura, que la hace menos perfecta que Dios. El mal físico es una negación —la ceguera, por ejemplo—. Como tal, no tiene causa eficiente, sino deficiente. No es imputable a Dios, por tanto. Él sólo puede quererlo como castigo de una culpa o para producir un bien mayor. En cuanto al mal moral, no lo quiere tampoco Dios; pero hay que distinguir entre la voluntad antecedente de Dios, por la que quiere el bien, y la consecuente, por la que quiere lo mejor. No concurre, pues, el mal moral cuando se da, sino sólo al bien, aunque de ello resulte un mal para obtener un bien mayor.
[11] Prueba semejante a la agustiniana.
[12] Éste es una modificación del argumento ontológico de San Anselmo, quien lo formulaba del modo siguiente: «… Tú eres algo mayor que lo cual nada puede pensarse… por consiguiente, si aquello mayor que lo cual nada puede pensarse existe sólo en el entendimiento, aquello mayor que lo cual nada puede pensarse es lo mismo que aquello mayor que lo cual puede pensarse algo. Pero esto ciertamente no puede ser. Existe, por tanto… algo mayor que lo cual nada puede pensarse, tanto en el entendimiento como en la realidad». (Proslogion, cap. II). Descartes lo emplea también, deduciendo del hecho de que poseamos la idea de un Ser absolutamente perfecto, que este Ser existe. Leibniz substituye la noción de perfección por la de posibilidad: «Si Dios es posible, existe. Por “Dios” entendemos una esencia que implica la existencia. Para que una esencia sea posible, basta con que no sea contradictoria. La idea de un Ser que exista necesariamente no es contradictoria, luego existe».
[13] Filósofo cartesiano (1646‐1719). Descartes atribuye a Dios plena libertad de indiferencia. De la voluntad de Dios dependen las verdades racionales y morales. Leibniz se alza contra esta afirmación considerando que la voluntad de Dios está conforme con su sabiduría. La verdad o el bien no son cosas arbitrarias, sino la expresión del propio Dios.
[14] Filósofo renacentista italiano (1454‐1493).
[15] Dado que ninguna mónada puede ejercer ni sufrir acción sobre otra, Dios dispone todas las acciones y reacciones de ellas desde el principio, de tal manera que la acción de cada mónada está acordada con todas las demás del universo. Con esto resuelve Leibniz el problema de la comunicación de las substancias, apuntado en la nota 3. Esta teoría es la de la «armonía preestablecida». (Cf. § 78).
[16] El universo es infinito. Una pluralidad de infinitos sería contradictoria.
[17] Todo está lleno, no hay un hiato en la serie de criaturas. Si lo hubiera no se advertiría la «razón suficiente» de que Dios hubiera saltado de una criatura a la otra.
[18] Habiendo elegido Dios este mundo entre una infinidad de posibles, es éste el mejor de todos, de donde deriva el optimismo de Leibniz. Todo tiende en él a lo mejor, y lo malo o lo injusto no es sino un paso para la consecución de algo mejor.