Segunda parte:
El conocimiento espiritual y su ascenso a Dios (§§ 31-46)

Dos principios cognoscitivos fundamentales: no-contradicción y razón suficiente (§§ 31-32)

§ 31

Nuestros razonamientos están fundados sobre dos grandes principios. El de no-contradicción, en virtud del cual juzgamos falso lo que implica contradicción, y verdadero lo que es opuesto o contradictorio a lo falso.

(Teodicea, §§ 44, 169)

§ 32

Y el de razón suficiente, en virtud del cual consideramos que no podría hallarse ningún hecho verdadero o existente, ni ninguna enunciación verdadera, sin que haya una razón suficiente para que sea así y no de otro modo. Aunque estas razones en la mayor parte de los casos no pueden ser conocidas por nosotros.

(Teodicea, §§ 44, 196)

Las verdades de razón en general (§§ 33-35)

§ 33

Hay dos clases de verdades: las de razonamiento y las de hecho. Las verdades de razonamiento son necesarias, y su opuesto es imposible, y las de hecho son contingentes y su opuesto es posible. Cuando una verdad es necesaria, se puede hallar su razón por medio de análisis, resolviéndola en ideas y verdades más simples, hasta que se llega a las primitivas.

(Teodicea, §§ 170, 174, 189, 280‐282, 367)

§ 34

Así es como los matemáticos reducen los teoremas de especulación y los cánones de práctica, por medio del análisis, a las definiciones, axiomas y preguntas.

§ 35

Hay, por último, ideas simples cuya definición no puede darse; hay también axiomas y preguntas o, en una palabra, principios primitivos que no pueden ser probados y que no necesitan de ello; y son las enunciaciones idénticas, cuyo opuesto contiene una contradicción expresa.

La verdades de hecho y la demostración a posteriori de la existencia de Dios (§§ 36-42)

§ 36

Pero la razón suficiente debe hallarse también en las verdades contingentes o de hecho, es decir, en la serie de las cosas que se hallan repartidas por el universo de las criaturas; en la cual la resolución en razones particulares podría llegar a un detalle sin límites a causa de la inmensa variedad de las cosas de la naturaleza y de la división de los cuerpos al infinito. Hay una infinidad de figuras y de movimientos, presentes y pasados, que entran a formar parte de la causa eficiente de mi escritura presente, y hay una infinidad de pequeñas inclinaciones y disposiciones de mi alma, presentes y pasadas, que entran a formar la causa final.

(Teodicea, §§ 36, 37, 44, 45, 49, 52, 121, 122, 337, 340‐344)

§ 37

Y como todo este detalle comprende otros contingentes anteriores o más detallados cada uno de los cuales requiere a su vez un análisis semejante para dar razón de ellos, no se adelanta nada; y es necesario que la razón suficiente o última esté fuera de la sucesión o series de este detalle de las contingencias por infinito que pudiera ser[8].

§ 38

Y así la razón última de las cosas debe estar en una Substancia necesaria, en la cual el detalle de los cambios no esté sino eminentemente como en su origen: y esto es lo que llamamos Dios.

(Teodicea, § 7)

§ 39

Siendo esta Substancia una razón suficiente de todo este detalle, el cual está enlazado por todas partes, no hay más que un Dios y este Dios basta[9].

§ 40

Se puede juzgar también que esta Substancia Suprema, que es única, universal y necesaria, la cual no tiene nada fuera de ella que sea independiente de ella, y siendo una consecuencia simple del ser posible, debe ser incapaz de límites y debe contener tanta realidad como sea posible.

§ 41

De donde se sigue que Dios es absolutamente perfecto, no siendo otra cosa la perfección sino la magnitud de la realidad positiva, tomada precisamente, dejando aparte los límites o lindes en las cosas que los tienen. Y allí donde no hay límites, es decir, en Dios, la perfección es absolutamente infinita.

(Teodicea, § 22; Prefacio, § 4)

§ 42

Se sigue también que las criaturas tienen sus perfecciones por la influencia de Dios, pero que tienen sus imperfecciones por su propia naturaleza, incapaz de existir sin límites. Por esto es por lo que se distinguen de Dios[10].

(Teodicea, §§ 20, 27‐30, 153, 167, 377 y ss.).

Las verdades eternas y una demostración a priori de la existencia de Dios (§§ 43-46)

§ 43

También es verdad que en Dios radica no sólo el origen de las existencias sino también el de las esencias, en tanto que reales, o de lo que de real hay en la posibilidad. Y esto es así porque el entendimiento de Dios es la región de las verdades eternas, o de las ideas de que dependen, y que sin Él no habría nada real en las posibilidades, y no sólo nada de existente, sino tampoco nada de posible.

(Teodicea, § 20)

§ 44

Porque es necesario que, si hay una realidad en las esencias o posibilidades, o bien en las verdades eternas, esta realidad esté fundamentada en algo existente y actual; y, por consecuencia, en la existencia del Ser necesario, en el cual la esencia implica la existencia, o al cual basta ser posible para ser actual[11].

(Teodicea, §§ 184‐189, 335)

§ 45

Por tanto, sólo Dios —o el Ser necesario— tiene este privilegio: que es preciso que exista si es posible. Y como nada puede estorbar la posibilidad de la que no implica límite alguno ni ninguna negación y, por consecuencia, ninguna contradicción, basta esto sólo para conocer la existencia de Dios a priori. También lo hemos probado por la realidad de las verdades eternas. Pero también acabamos de probarlo a posteriori puesto que existen seres contingentes, que no tienen su razón última o suficiente más que en el Ser necesario, el cual tiene la razón de su existencia en sí mismo[12].

§ 46

No hay que imaginar, sin embargo, como algunos, que las verdades eternas, siendo dependientes de Dios, son arbitrarias y dependen de su voluntad como parece haber supuesto Descartes, y después monsieur Poiret[13]. Esto no es verdadero más que en el caso de las verdades contingentes, cuyo principio es la conveniencia o la elección de lo mejor; por el contrario, las verdades necesarias dependen sólo de su entendimiento, y son su objeto interno.

(Teodicea, §§ 180‐184, 185, 335, 351, 380)