Lucía el sol cuando Rebus se despertó. Miró el reloj, rodó fuera de la cama, se levantó y se vistió. Llenó el hervidor, lo enchufó y se lavó la cara antes de darse una pasada con la maquinilla eléctrica. Fue a escuchar a la puerta del cuarto de Bob y no oyó nada. Llamó con los nudillos, aguardó, se encogió de hombros y fue al cuarto de estar a llamar al laboratorio de la Científica. No contestaban.
—Pandilla de gandules… —Eso le hizo pensar en Bob y esta vez llamó más fuerte a la puerta del cuarto de invitados y la entreabrió—. Ya es hora de levantarse —exclamó.
Pero vio que las cortinas de la ventana estaban descorridas y la cama vacía. Masculló una maldición y entró, pero allí no había dónde esconderse. Sobre la almohada estaba El viento en los sauces. Apretó la palma de la mano contra el colchón y le pareció notar cierto calor. En el vestíbulo vio que la puerta estaba entreabierta.
—Habría tenido que cerrar con llave —musitó cerrándola.
Se pondría la chaqueta y los zapatos y saldría otra vez a la caza, porque estaba seguro de que lo primero que haría Bob sería ir a por su coche y, si no era tonto, tomar la carretera del sur para irse de Escocia. Rebus dudaba que tuviera pasaporte. Ahora se arrepentía de no haber apuntado la matrícula del coche. Podría averiguarla, pero le llevaría tiempo.
—Un momento —se dijo.
Volvió al dormitorio, cogió el libro y vio que el joven había utilizado la guarda para marcar la página. ¿Por qué habría hecho eso…? Fue al vestíbulo, abrió la puerta, salió al descansillo y oyó pasos subiendo la escalera.
—No le habré despertado, ¿verdad? —dijo Bob mostrándole una bolsa de compra—. Traigo leche y unas bolsitas de té; y cuatro panecillos y un paquete de salchichas.
—Muy buena idea —dijo Rebus tratando de que no se le notara el nerviosismo.
Cuando terminaron de desayunar fueron a St Leonard en el coche de Rebus, que actuaba como si se tratara de un trámite sin importancia. Al mismo tiempo no ocultó al joven que iban a pasar la mayor parte del día en un cuarto de interrogatorios con grabadora de sonido y de vídeo.
—¿Quieres un zumo o algo antes de empezar? —le preguntó. Bob había comprado un tabloide, que tenía abierto encima de la mesa, y leía moviendo los labios. Negó con la cabeza—. Bien, vuelvo enseguida —añadió Rebus abriendo la puerta y cerrándola con llave al salir.
Subió al DIC y vio que Siobhan estaba en su mesa.
—¿Tienes mucho que hacer?
—Esta tarde doy mi primera lección de vuelo —contestó ella levantando la mirada del ordenador.
—¿Obsequio de Doug Brimson? —Rebus le examinó la cara mientras hablaba con ella. Ella asintió con la cabeza—. ¿Cómo te encuentras?
—No me ha quedado ninguna marca.
—¿Han soltado ya a McAllister?
Siobhan miró el reloj que estaba encima de la puerta.
—Será mejor que lo haga yo antes que nada.
—¿No vas a denunciarle?
—¿Tú crees que debo hacerlo?
Rebus negó con la cabeza.
—Pero antes de dejar que se largue, quizá debieras hacerle algunas preguntas.
—¿Sobre qué? —replicó ella recostándose en el respaldo de la silla.
—Yo tengo a Demonio Bob abajo. Dice que fue Johnson quien puso la freidora al fuego.
—¿Ha dicho por qué? —preguntó ella abriendo un poco los ojos.
—Tal como lo veo, pensaría que Fairstone iba a delatarle. Se habían peleado y luego alguien debió de llamar a Johnson y decirle que Fairstone estaba tomando una copa amigablemente conmigo.
—¿Y lo mató simplemente por eso?
—Debía de haber un motivo para preocuparse —replicó Rebus encogiéndose de hombros.
—¿Pero no sabes cuál?
—Aún no. A lo mejor sólo pretendía asustar a Fairstone.
—¿Y crees que ese Bob es el eslabón que falta?
—Creo que conseguiré que hable.
—¿Y dónde encaja McAllister en tu hipótesis?
—No lo sabremos hasta que tú pongas en práctica con él tus estupendas dotes detectivescas.
Siobhan deslizó el ratón por la esterilla para guardar el archivo.
—Veré qué puedo hacer. ¿Quieres estar presente?
Rebus negó con la cabeza.
—Tengo que volver al cuarto de interrogatorios.
—¿Para tener esa conversación con el adlátere de Johnson? ¿Es oficial?
—Digamos que oficial-oficiosa.
—En ese caso debería estar presente alguien más —dijo ella mirándole—. Cumple el reglamento por una vez en tu vida.
Rebus sabía que tenía razón.
—Si quieres, espero a que tú termines con el barman —dijo.
—Muy amable por tu parte —replicó Siobhan mirando alrededor. Vio que Davie Hynds hablaba por teléfono y anotaba algo—. Davie es tu nombre. Es un poco más flexible que George Silvers.
Rebus miró hacia la mesa de Hynds, que había acabado de hablar por teléfono y colgaba ya mientras anotaba algo. El joven agente notó que le miraban y levantó la vista enarcando una ceja. Rebus le hizo una seña con el dedo para que se acercara. No conocía bien a Hynds y casi no había trabajado con él, pero se fiaba de la opinión de Siobhan.
—Davie —dijo poniéndole una mano cordial en el hombro—, ven conmigo, haz el favor. Tendré que ponerte en antecedentes sobre el tío que vamos a interrogar. —Hizo una pausa—. Mejor tráete el bloc de notas.
Transcurridos veinte minutos, cuando Bob aún estaba declarando sobre los prolegómenos del caso, llamaron a la puerta. Rebus abrió y vio que era una agente de uniforme.
—¿Qué sucede? —preguntó.
—Tiene una llamada —contestó ella señalando hacia recepción.
—Ahora estoy ocupado.
—Es el inspector Hogan. Dice que es urgente y que la saque de donde esté, a no ser que sea una triple operación de bypass.
Rebus no pudo reprimir una sonrisa.
—¿Es lo que ha dicho? —preguntó.
—Con esas mismas palabras —respondió la agente.
Rebus asomó la cabeza al cuarto de interrogatorios para decirle a Hynds que no tardaría. Hynds desconectó los aparatos.
—Bob, ¿quieres que te traiga algo? —añadió Rebus.
—Me parece que lo que tendría que traerme es a mi abogado, señor Rebus.
—Sería el mismo de Pavo Real, ¿verdad? —replicó Rebus mirándole.
—Bueno —dijo Bob pensándolo—, a lo mejor ahora mismo no.
—Ahora mismo no —repitió Rebus antes de cerrar la puerta.
Le dijo a la agente que no hacía falta que le acompañase a recepción y, tras cruzar la planta, entró en la sala de comunicaciones. Cogió el auricular que estaba encima de la mesa.
—¿Diga?
—Por Dios, John, ¿te tenían en cuarentena o qué?
Bobby Hogan no parecía estar de muy buen humor. Rebus miró los monitores que tenía delante. En ellos se veían media docena de lugares exteriores e interiores de la comisaría. La imagen parpadeaba cada treinta segundos aproximadamente, al cambiar el enfoque de las nuevas cámaras.
—¿Qué quieres, Bobby?
—Los de la Científica ya tienen los resultados del análisis de los disparos.
—¿Ah, sí? —dijo Rebus torciendo el gesto por haberse olvidado de llamar de nuevo.
—Voy ahora para allá y me he acordado de que St Leonard me pilla de camino.
—Han descubierto algo, ¿verdad, Bobby?
—Dicen que es un asunto un poco complicado —contestó Hogan. Se calló un instante—. Lo sabías, ¿verdad?
—No exactamente. Tiene que ver con los disparos, ¿verdad? —añadió Rebus mientras veía en una pantalla a la comisara Gill Templer, que entraba en el edificio con un portafolios y un maletín abultado colgado.
—Exacto. Hay ciertas… anomalías.
—Buena palabra; anomalías. Engloba una multitud de faltas.
—¿Te apetece venir conmigo?
—¿Qué dice Claverhouse?
Se hizo un silencio.
—Claverhouse no sabe nada —respondió Hogan—. Me lo han comunicado directamente a mí.
—¿Por qué no se lo has dicho, Bobby?
Se hizo otro silencio.
—No lo sé.
—¿Por la perniciosa influencia de cierto colega tuyo?
—Tal vez.
Rebus sonrió.
—Recógeme cuando quieras, Bobby. Aparte de lo que nos digan en el laboratorio, tengo algunas preguntas que hacerles.
Abrió la puerta del cuarto de interrogatorios e hizo una seña a Hynds para que saliera al pasillo.
—Será un minuto, Bob —dijo.
Cerró la puerta y se puso delante de Hynds con los brazos cruzados.
—Tengo que ir a Howdenhall. Órdenes superiores.
—¿Quiere que lo meta en el calabozo hasta que usted…?
Rebus le interrumpió negando con la cabeza.
—Quiero que continúes tú. Ya no falta mucho. Si se pone difícil, me llamas al móvil.
—Pero…
—Davie —dijo Rebus poniéndole una mano en el hombro—, lo estás haciendo bien y sabrás seguir sin mí.
—Pero tiene que haber otro policía presente —protestó Hynds.
Rebus le miró.
—Davie, ¿te ha estado aleccionando Siobhan? —dijo frunciendo los labios pensativo—. Tienes razón —añadió asintiendo con la cabeza—. Pregunta a la comisaria Templer si quiere intervenir en el interrogatorio.
A Hynds le subieron las cejas hasta la línea del pelo.
—La jefa no…
—Sí, sí querrá. Si le dices que es por el caso Fairstone, ya verás cómo accede encantada.
—Pero antes tendré que ponerle en antecedentes.
La mano que descansaba sobre el hombro de Hynds le dio unas palmaditas.
—Pues hazlo —dijo Rebus.
—Pero, señor…
Rebus meneó despacio la cabeza.
—Es tu oportunidad de demostrar de qué eres capaz, Davie. Todo lo que has aprendido trabajando con Siobhan —añadió Rebus apartando la mano del hombro de Hynds y cerrando el puño—. Es hora de ponerlo en práctica.
Hynds asintió con la cabeza irguiendo ligeramente el torso.
—Buen chico —añadió Rebus, dando media vuelta para marcharse; pero se detuvo—. Ah, una cosa, Davie.
—¿Sí?
—Dile a la comisaria Templer que sea maternal.
—¿Maternal?
—Tú díselo —insistió Rebus yendo hacia la salida.
—No me vengas ahora con el XJK. Cualquier modelo de Porsche deja atrás a los Jaguar.
—Pero a mí el Jaguar me parece más bonito —replicó Hogan, haciendo que Ray Duff levantase la vista de su trabajo—. Es más clásico.
—Antiguo, querrás decir —replicó Duff, que seleccionaba una serie de fotos de la escena del crimen y las situaba en los espacios disponibles de la pared. Estaban en una habitación semejante a un laboratorio escolar descuidado, con cuatro bancos de trabajo independientes en el centro. Las fotos mostraban el cuarto del colegio Port Edgar desde todos los ángulos posibles, y se centraban en las manchas de sangre en las paredes y el suelo y la posición de los cadáveres.
—Soy un tradicionalista, si quieres —replicó Hogan cruzando los brazos con la esperanza de poner fin a una de tantas discusiones con Ray Duff.
—Muy bien. Dime los cinco mejores coches ingleses.
—Ray, los coches no son mi fuerte.
—A mí me gusta mi Saab —terció Rebus respondiendo con un guiño al gesto de desdén de Hogan.
Duff lanzó una especie de gorjeo.
—No me vengas ahora con los coches suecos…
—De acuerdo, ¿y si nos centramos en lo de Port Edgar? —dijo Rebus, pensando en Doug Brimson, otro enamorado de los Jaguar.
Duff miró a su alrededor buscando el portátil. Lo enchufó en uno de los bancos de trabajo y, al tiempo que lo inicializaba, les hizo un ademán para que se acercaran.
—Mientras esperamos —dijo—, ¿qué tal está Siobhan?
—Muy bien —contestó Rebus—. Ese problemilla…
—¿Qué?
—Ya está resuelto.
—¿Qué problemilla? —preguntó Hogan, pero Rebus no le hizo caso.
—Esta tarde va a dar una clase de vuelo.
—¿Ah, sí? —dijo Duff enarcando una ceja—. Eso no es nada barato.
—Creo que le saldrá gratis; cortesía de un tío que tiene un aeródromo y un Jaguar.
—¿Brimson? —aventuró Hogan, y Rebus asintió con la cabeza.
—Frente a eso, mi propuesta de un paseo en el MG palidece —masculló Duff.
—Tú no puedes competir con ese tipo. Hasta tiene un avión para ejecutivos.
Duff lanzó un silbido.
—Estará podrido de dinero. Un avión así cuesta millones.
—Sí, ya —dijo Rebus en tono despectivo.
—Lo digo en serio —añadió Duff—. Y eso de segunda mano.
—¿Te refieres a millones de libras? —preguntó Hogan. Duff asintió con la cabeza—. Los negocios deben de irle bien, ¿eh?
Sí, pensó Rebus, tanto que Brimson podía permitirse el lujo de tomarse un día libre para volar a Jura.
—Bien, aquí está —dijo Duff para que centraran la atención en el portátil—. Básicamente aquí lo tenemos todo —añadió deslizando ufano el dedo por el borde de la pantalla—. En el programa de simulación podemos… muestra la trayectoria lógica cuando se produce un disparo desde cualquier distancia y cualquier ángulo sobre la cabeza o el cuerpo. —Pulsó otras teclas y Rebus oyó el zumbido del motor del cedé. En la pantalla aparecieron unos gráficos, y una figura esquelética contra una pared—. ¿Veis esto? El sujeto está a veinte centímetros de la pared y le disparan una bala desde una distancia de dos metros… entrada, salida. ¡Pum!
—Apareció una línea que penetraba en el cráneo y volvía a salir en forma de puntos finos. Duff pulsó sobre la tecla de pantalla para ampliar el impacto marcado con un recuadro en la pared.
—Es una foto magnífica —comentó con una sonrisa.
—Ray —dijo Hogan—, por si no lo sabes, el inspector Rebus perdió a un familiar en esa habitación.
A Duff se le borró la sonrisa del rostro.
—No pretendía burlarme de…
—Sería preferible ir al grano —intervino Rebus, serio no por reproche a Duff, que ignoraba su parentesco con el muerto, sino por acabar cuanto antes.
Duff metió las manos en los bolsillos de la bata blanca y se volvió hacia las fotografías.
—Ahora tenemos que examinarlo en las fotos —dijo mirando a Rebus.
—Muy bien —respondió él asintiendo con la cabeza—. Acabemos, ¿de acuerdo?
Duff no hablaba ya con la misma animación.
—La primera víctima, Anthony Jarvies, era la que quedaba más próxima a la puerta. Hermand entra en la sala y apunta a quien tiene más cerca por pura lógica. Según las pruebas, la distancia entre ambos era poco menos de dos metros. Realmente no existe ángulo de tiro. Herdman tenía casi la misma estatura que la víctima, así que la bala le atraviesa el cráneo en trayectoria lateral; las salpicaduras de sangre son aproximadamente como cabe esperar. Luego, Herdman se da la vuelta porque su segunda víctima está más lejos, quizás a unos tres metros, distancia que él debió de reducir antes de efectuar el disparo, pero probablemente no mucho. Esta vez la bala penetra en el cráneo de arriba abajo, lo que significa que quizá Derek Renshaw trató de huir agachándose. ¿Me siguen? —añadió mirándolos. Rebus y Hogan asintieron con la cabeza y los tres fijaron la vista en la pared—. Las manchas de sangre del suelo son explicables; todo encaja —apostilló Duff con una pausa.
—¿Hasta ahora? —preguntó Rebus, y Duff asintió con la cabeza.
—Disponemos de muchos datos sobre armas de fuego; la clase de daño que causan en el cuerpo humano y sobre cualquier material en el que impacten…
—¿Y James Bell resulta problemático?
Duff asintió con la cabeza.
—Un poco, sí.
Hogan miró sucesivamente a Duff y a Rebus.
—¿Por qué?
—Según la declaración de Bell, el disparo le alcanzó cuando se movía. En el momento de tirarse al suelo, en concreto, y a eso atribuía él que no le matara. Añadió que Herdman estaba a unos tres metros y medio cuando disparó —agregó Duff acercándose al ordenador para proyectar una simulación tridimensional del cuarto y señalar las respectivas posiciones del pistolero y el alumno—. También en este caso la víctima es de la misma estatura que Herdman, pero aquí el ángulo de tiro es de abajo arriba —puntualizó Duff haciendo una pausa para que lo asimilaran—. Como si el que disparó estuviese en cuclillas —añadió haciendo una flexión y apuntando con una pistola imaginaria. A continuación se incorporó y se acercó a otro de los bancos de trabajo, donde enchufó una caja de luz que les permitió ver una radiografía que mostraba la trayectoria de la bala en el hombro de James Bell—. Esta es la herida de entrada por delante y esta, la de salida por atrás. Se ve perfectamente —insistió señalándola con el dedo.
—Así que Herdman estaba en cuclillas —dijo Bobby Hogan encogiéndose de hombros.
—Me da la impresión de que Ray no ha terminado —comentó Rebus en voz baja, pensando que, en definitiva, no tenía muchas preguntas que plantearle.
Duff miró a Rebus y volvió a las fotografías.
—No hay salpicadura de sangre —dijo trazando con el dedo un círculo en la zona de la pared. Levantó una mano—. En realidad no es del todo cierto. Hay rastros de sangre, pero tan difuminados que apenas son perceptibles.
—¿Y eso qué quiere decir? —preguntó Hogan.
—Que James Bell no estaba donde dice en el momento en que le dispararon. Estaba más lejos, es decir, más próximo a Herdman.
—¿Y a pesar de eso, la trayectoria es de abajo arriba? —preguntó Rebus.
Duff asintió con la cabeza y abrió un cajón del que sacó una bolsa de plástico transparente con bordes marrones; una bolsa de pruebas en la que había una camisa blanca manchada de sangre con el orificio de entrada de la bala en la hombrera claramente visible.
—Es la camisa de James Bell —dijo Duff—. Y en ella se aprecia algo más.
—Chamusquina de pólvora —dijo Rebus pausadamente.
Hogan se volvió hacia él.
—¿Tú cómo lo sabes? —dijo entre dientes.
Rebus se encogió de hombros.
—Bobby, ya sabes que no tengo vida social. Lo único que sé hacer es sentarme a pensar.
Hogan le miró furioso para darle a entender que no era la clase de respuesta que esperaba.
—El inspector Rebus ha dado en el clavo —añadió Duff recuperando la atención de los dos—. En los cadáveres de las dos primeras víctimas, lógicamente no existen restos de pólvora. Les dispararon desde cierta distancia. Sólo quedan restos de pólvora quemada cuando el arma está cerca de la piel o de la ropa de la víctima.
—¿Herdman tenía también restos de pólvora? —preguntó Rebus.
—Los que corresponden al disparo de una pistola pegada a la sien —contestó Duff.
Rebus se acercó a mirar despacio las fotos. No le decían nada, lo que, en cierto modo, era precisamente el quid de la cuestión. Había que penetrar bajo la superficie para vislumbrar la verdad.
—No acabo de entenderlo —dijo Hogan rascándose la coronilla.
—Es complicado —concedió Duff—. Es difícil encajar la declaración de la víctima con las pruebas.
—Depende de cómo se mire, Ray, ¿verdad?
Duff clavó la mirada en Rebus y asintió con la cabeza.
—Todo tiene siempre una explicación —dijo.
—Bien, trata de explicármelo —dijo Hogan apoyando la palma de las manos en el banco de trabajo—. De todas maneras, hoy no tengo otra cosa que hacer.
—Es cuestión de mirarlo de otro modo, Bobby —dijo Rebus—. James Bell recibió un disparo a quemarropa.
—Sí, de alguien tan alto como un enanito de jardín —añadió Hogan con desdén.
Rebus meneó la cabeza.
—Sólo significa que no pudo ser Herdman.
Hogan abrió los ojos de par en par.
—Espera un momento…
—¿Es correcto, Ray?
—Esa es la conclusión, desde luego —contestó Duff restregándose el mentón.
—¿Que no pudo ser Herdman? —repitió Hogan mirando a Rebus—. ¿Quieres decir que había alguien más? ¿Un cómplice?
Rebus negó con la cabeza.
—Lo que digo es que es posible, incluso probable, que Herdman sólo matase a una persona en esa sala.
—¿Ah, sí; a quién? —replicó Hogan entrecerrando los ojos.
Rebus se volvió hacia Ray Duff para que fuera él quien contestase.
—A sí mismo —respondió Duff, como si fuese la explicación más natural del mundo.