20

Bobby Hogan había tenido que poner en juego todo su poder de persuasión y se aseguraría de que Rebus no lo olvidara. La mirada que le dirigió fue elocuente: «Primero, me debes un favor; segundo, no jodas la marrana».

Estaban en un despacho de la «Casa grande», la Jefatura de la Policía de Lothian and Borders en Fettes Avenue, sede la División de Narcotráfico, por lo que Rebus estaba allí a disgusto. No sabía realmente cómo Hogan había convencido a Claverhouse para que le dejara asistir al interrogatorio; lo cierto es que allí se encontraban ahora. También asistía Ormiston, que resoplaba por la nariz y cerraba los ojos con fuerza cada vez que parpadeaba. Teri Cotter había acudido con su padre y completaba la escena una agente de uniforme.

—¿Seguro que quieres que esté presente tu padre? —preguntó Claverhouse sin rodeos.

Teri le miró. Llevaba todos sus atavíos de gótica y unas botas hasta la rodilla con múltiples hebillas relucientes.

—Tal como lo plantea —dijo el señor Cotter—, quizás habría sido mejor que hubiera venido con mi abogado.

Claverhouse se encogió de hombros.

—Lo he preguntado simplemente porque no quiero que su hija se sienta violenta en su presencia —dijo mirando a la muchacha.

—¿Violenta? —repitió el señor Cotter mirando a su hija, por lo que no pudo ver el ademán que hacía Claverhouse fingiendo teclear ante una pantalla; Teri sí que lo vio y comprendió al instante.

—Papá, quizá sea mejor que esperes fuera —dijo.

—Verdaderamente, no sé…

—Papá —dijo ella poniéndole la mano en el brazo—. No te preocupes. Luego te lo explico. De verdad —añadió taladrándole con la mirada.

—Bueno, no sé… —protestó Cotter mirando a su alrededor.

—No se preocupe, señor —dijo Claverhouse para tranquilizarle, recostándose en la silla y cruzando las piernas—. No se alarme, se trata simplemente de ciertos datos que queremos verificar con Teri. El sargento Ormiston le acompañará a la cantina —añadió señalando con la cabeza a Ormiston— y mientras usted toma algo habremos terminado.

Ormiston puso mala cara y miró a Rebus y a Hogan como si preguntara a su compañero por qué no podía ir uno de los dos. Cotter miró otra vez a su hija.

—No acaba de convencerme dejarte aquí sola —protestó de nuevo pero ya dándose por vencido, y Rebus pensó si se atrevería alguna vez a oponerse a su mujer o a su hija.

Era un hombre feliz en su mundo de cifras y movimientos de bolsa, datos que consideraba previsibles y controlables. Tal vez el accidente de coche y la pérdida del hijo le habían hecho perder la confianza en sí mismo, al verse como un ser vulnerable frente al azar y la adversidad. Se levantó y Ormiston, que aguardaba en la puerta, le siguió. Rebus pensó de pronto en Allan Renshaw y en las secuelas que deja en un padre la pérdida de un hijo.

Claverhouse dirigió una sonrisa de oreja a oreja a Teri Cotter, quien correspondió cruzando los brazos a la defensiva.

—Teri, sabes de qué se trata, ¿verdad?

—¿Ah, sí?

—Esto sí que sabes lo que significa, ¿no? —añadió Claverhouse repitiendo el movimiento de dedos sobre el teclado.

—¿Por qué no me lo explica?

—Significa que tienes una página en internet: Señorita Teri. Significa que la gente puede observar tu dormitorio a cualquier hora del día o de la noche. El inspector Rebus aquí presente es uno de tus admiradores —añadió Claverhouse señalándole con la cabeza—. Y Lee Herdman era otro. —Hizo una pausa mirándola fijamente—. No parece sorprenderte.

La muchacha se encogió de hombros.

—Por lo visto, el señor Herdman era un gran voyeur —añadió Claverhouse fijando brevemente la vista en Rebus, como si se preguntara si podía clasificarle también como tal—. Le gustaba entrar en muchos sitios, casi todos de pago con tarjeta de crédito.

—¿Y qué?

—Tú, sin embargo, te ofreces gratis.

—¡Lo mío no es igual que esos sitios que dice! —exclamó enfurecida.

—Entonces ¿qué clase de sitio es el tuyo?

Teri Cotter estuvo a punto de responder, pero se contuvo.

—¿Te gusta que te miren? —dijo Claverhouse—. A Herdman le gustaba mirar. Parece que los dos os complementabais.

—Me folló unas cuantas veces, si se refiere a eso —dijo ella fríamente.

—Yo no habría utilizado esas palabras.

—Teri —terció Rebus—, hay un ordenador que compró Lee y que no encontramos… ¿No será el que tienes en tu dormitorio?

—Puede.

—¿Lo compró para ti y te lo instaló él?

—Si usted lo dice…

—¿Y te enseñó a diseñar la página y a instalar la cámara?

—¿Por qué me lo pregunta si ya lo saben? —replicó ella irascible.

—¿Tus padres no preguntaron nada?

—Yo tengo mi dinero —replicó ella mirándole.

—¿Pensaron que lo habías comprado tú? ¿No sabían nada de lo tuyo con Lee?

La muchacha le dirigió una mirada que hacía ver lo estúpidas que eran sus preguntas.

—Le gustaba observarte —añadió Claverhouse—. Quería saber dónde estabas y lo que hacías. ¿Por eso colgaste ese sitio en la Red?

Teri Cotter negó con la cabeza.

—Entrada a la Oscuridad es para todo el que quiera mirar —dijo.

—¿Fue idea de él o tuya? —preguntó Hogan.

Ella se encogió de hombros.

—¿Se supone que soy Caperucita Roja? ¿Y Lee el lobo malvado? —Lanzó un suspiro—. Lee me regaló el ordenador y me dijo que quizá podríamos estar en contacto a través de la cámara. Pero Entrada a la Oscuridad fue idea mía, exclusivamente mía —añadió señalándose con el dedo entre los senos; la puntilla negra dejaba ver un trozo de piel sobre el que reposaba la cadenita de oro con el diamante, con el que se puso a juguetear.

—¿Eso te lo regaló él también? —preguntó Rebus.

La muchacha bajó la vista a la cadenita, asintió con la cabeza y cruzó otra vez los brazos.

—Teri —añadió Rebus despacio—, ¿sabías quién más accedía a tu sitio?

Ella negó con la cabeza.

—El anonimato forma parte de la gracia del juego —respondió.

—Tu página no es anónima, hay muchos datos que explican quién eres.

Teri reflexionó un instante y se encogió de hombros.

—¿Lo sabía alguien más del colegio? —preguntó Rebus.

La muchacha volvió a encogerse de hombros.

—Te diré alguien que sí lo sabía: Derek Renshaw.

Teri Cotter abrió los ojos y la boca, sorprendida.

—Probablemente Derek se lo diría a su buen amigo Anthony Jarvies —añadió Rebus.

Claverhouse se enderezó en la silla y levantó una mano.

—Un momento —dijo mirando a Hogan, que se encogió de hombros, y luego a Rebus—. Esto es nuevo para mí.

—Derek Renshaw tenía guardada en su ordenador la dirección del sitio de Teri —dijo Rebus.

—¿Y el otro chico también lo sabía? ¿El que mató Herdman?

Rebus se encogió de hombros.

—He dicho probablemente —contestó.

Claverhouse se puso en pie y se restregó el mentón.

—Teri, ¿Lee Herdman era del tipo celoso? —preguntó.

—No lo sé.

—Pero lo del sitio lo sabía… Se lo dijiste, por supuesto —añadió Claverhouse de pie junto a ella.

—Sí —contestó Teri Cotter.

—¿Y a él qué le pareció? Me refiero al hecho de que cualquiera pudiera verte en tu dormitorio a cualquier hora de la noche.

—¿Cree en que los mató por eso? —dijo Teri casi en un susurro.

Claverhouse se inclinó con el rostro casi pegado al de ella.

—¿A ti qué te parece, Teri? ¿Lo crees posible?

No esperó la respuesta, giró sobre sus talones y dio una palmada.

Rebus sabía qué estaba pensando: que él, el inspector Charlie Claverhouse, acababa de desentrañar el misterio el primer día que se hacía cargo del caso. Y ya estaba deseando lanzar al vuelo las campanas de su triunfo para que se enteraran los jefes. Se acercó a la puerta, la abrió y le decepcionó ver que no había nadie en el pasillo. Rebus aprovechó la ocasión para levantarse de la silla y sentarse en la de Claverhouse. Teri se miraba el regazo y jugueteaba de nuevo con la cadenita.

—Teri —dijo Rebus en voz queda para llamar su atención. La muchacha le miró y, al advertir, a pesar del rímel, que tenía los ojos húmedos, añadió—: ¿Te encuentras bien? —Ella asintió despacio con la cabeza—. ¿Seguro? ¿Quieres que te traiga algo?

—Estoy bien.

Rebus asintió con la cabeza tratando de convencerse. Hogan también se había cambiado de sitio y estaba al lado de Claverhouse en la puerta poniéndole una mano en el hombro para calmar su excitación. Rebus no oía lo que decían, ni le importaba.

—No puedo creerme que ese cabrón me mirara.

—¿Quién, Lee?

—Derek Renshaw —replicó ella furiosa—. ¡Él mató a mi hermano! —añadió alzando la voz.

Rebus bajó aún más la suya.

—Por lo que yo sé, iba en el coche con tu hermano, pero eso no significa que tuviera la culpa del accidente. —De pronto cruzó por su mente la imagen del padre de Derek: un niño abandonado en el bordillo de la acera, aferrado a una pelota recién comprada como si en ello le fuera la vida mientras el mundo discurre vertiginoso ante él—. ¿Tú crees realmente que Lee entraría en un colegio y mataría a dos personas porque estaba celoso?

Teri Cotter reflexionó un instante y negó con la cabeza.

—Yo tampoco —dijo Rebus. Ella le miró—. En primer lugar —prosiguió él—, ¿cómo iba a saberlo? Tampoco parece que conociera a las víctimas, así que, ¿cómo iba a elegirlos precisamente a ellos? —Aguardó a ver el efecto que causaba en ella el razonamiento—. Matarlos por una cosa así es un poco exagerado, ¿no crees? Y en un lugar público… Tendría que haber estado loco de celos. Completamente trastornado.

—Entonces… ¿qué sucedió? —preguntó ella.

Rebus miró a la puerta. Ormiston había regresado de la cafetería y Claverhouse le abrazaba. Probablemente le habría levantado en brazos de contento de haber podido. Rebus captó un entusiasta «lo hemos resuelto» seguido de un cauteloso susurro de Hogan.

—No estoy seguro todavía —dijo Rebus en respuesta a la pregunta de Teri—. Los celos son un buen móvil, por eso le has dado ese alegrón al inspector Claverhouse.

—Usted no le traga, ¿verdad?

—No te preocupes, es un sentimiento totalmente recíproco.

—Cuando se metió en Entrada a la Oscuridad… —Bajó de nuevo los ojos—. ¿Me vio haciendo algo?

Rebus negó con la cabeza.

—El cuarto estaba vacío —contestó sin querer confesar que la había visto durmiendo—. ¿Te importa que te haga una pregunta? —añadió mirando hacia la puerta para asegurarse de que no le oían—. Doug Brimson dice que es amigo de tus padres, pero a mí me da la impresión de que no es santo de tu devoción…

Una expresión de desazón cruzó el rostro de la joven.

—Mamá está liada con él —contestó displicente.

—¿Estás segura? —Ella asintió con la cabeza—. ¿Lo sabe tu padre?

—Más vale que no lo sepa, ¿no cree? —respondió mirándole horrorizada.

Rebus reflexionó un instante.

—Sí, claro —dijo—. ¿Tú cómo te enteraste?

—Intuición de mujer —respondió ella sin asomo de ironía.

Rebus se recostó en la silla pensando en Teri, Lee Herdman y Entrada a la Oscuridad, preguntándose si no tendría algo que ver con un intento de recuperar a la madre.

—Teri, ¿seguro que no puedes saber de alguna forma quién te miraba a través del ordenador? ¿Ningún chico del colegio te insinuó…?

Ella negó con la cabeza.

—Yo recibo mensajes en el libro de huéspedes, pero nunca de nadie conocido.

—Y en esos mensajes, ¿hay alguno que sea… espontáneo?

—Son los que me gustan. —Ladeó levemente la cabeza tratando de encarnar el personaje de la señorita Teri, pero no había nada que hacer, Rebus la había calado como Teri Cotter a secas y no se dejaba impresionar. El inspector enderezó el cuello y la espalda—. ¿Sabes a quién vi anoche? —añadió en tono amistoso.

—¿A quién?

—A James Bell.

—¿Y? —replicó ella mirándose el esmalte negro de las uñas.

—Pues que se me ocurrió… ¿recuerdas aquella foto tuya que nos birlaste en el pub de Cockburn Street?

—Era mía.

—No digo que no lo fuera. Creo recordar que cuando la cogiste me dijiste que James se dejaba ver por las fiestas de Lee.

—¿Él lo niega?

—Al contrario, por lo visto ellos dos se conocían bastante bien. ¿Tú qué piensas?

Los tres policías, Claverhouse, Hogan y Ormiston, volvieron a entrar. Ormiston daba palmaditas en la espalda a Claverhouse.

—Apreciaba a Lee —contestó Teri Cotter—. De eso no hay duda.

—¿Era un aprecio mutuo?

La muchacha entrecerró los ojos.

—James Bell… él le podría haber señalado a Lee, a Renshaw y a Jarvies, ¿verdad? —dijo.

—Eso no explicaría que Lee le disparara a él también. El caso es que… —Sabía que le quedaban segundos antes de que le vetaran en el interrogatorio—. Esa foto tuya que tú dices que te la hicieron en Cockburn Street… Lo que me pregunto es quién la hizo.

Teri Cotter consideró un instante el porqué de la pregunta. Claverhouse estaba delante de ellos dos chasqueando los dedos para darle a entender a Rebus que dejara libre la silla, y Rebus continuó mirando cara a cara a la muchacha mientras se levantaba.

—¿James Bell? —preguntó—. ¿Fue él?

Teri Cotter asintió con la cabeza sin encontrar inconveniente en decirlo.

—¿Iba a verte a Cockburn Street?

—Estaba haciéndonos fotos a todos para un trabajo del colegio…

—¿De qué se trata? —preguntó Claverhouse sentándose sonriente en la silla.

—Me estaba preguntando cosas sobre James Bell —respondió Teri.

—¿Ah, sí? ¿Qué pasa con él?

—Nada —contestó ella guiñándole el ojo a Rebus, que se apartó a un lado.

Claverhouse hizo un gesto brusco y se volvió en la silla hacia él, pero Rebus simplemente se encogió de hombros sonriendo. Cuando Claverhouse se volvió otra vez hacia la muchacha, él hizo un gesto. Teri comprendió que le daba las gracias. Rebus sabía muy bien lo que Claverhouse habría hecho con la información: James Bell presta un libro a Lee Herdman sin darse cuenta de que dentro hay una foto de Teri como señal. Herdman la encuentra, siente celos, un móvil para herir al chico, pues no es algo tan grave como para matarle y, además, James era amigo suyo…

Con semejante conclusión, Claverhouse daría por cerrado el caso e iría directamente al despacho del subdirector a por su medalla al mérito. No quedaría nadie en la caseta prefabricada ni dentro del colegio de Port Edgar y todos los agentes volverían al servicio rutinario.

Y él, Rebus, estaría de nuevo suspendido del servicio.

Pero nada de eso cuadraba realmente. Ahora estaba seguro. Y sabía que tenía algo ante sus narices. En ese momento miró a Teri Cotter, que seguía jugueteando con la cadena, y supo lo que era. La pornografía y las drogas no eran la única industria de Rotterdam.

Rebus localizó a Siobhan en el coche.

—¿Dónde estás? —preguntó.

—En la A90 camino de South Queensferry. ¿Y tú?

—Delante de un semáforo en Queensferry Road.

—¿Conduciendo y hablando por teléfono? Sí que debes de tener curadas las manos.

—Más o menos. ¿Dónde has estado?

—Hablando con la novia de Fairstone.

—¿Algún resultado?

—En cierto modo. ¿Y tú?

—He estado presente en un interrogatorio de Teri Cotter. Claverhouse se cree que ha descubierto el móvil.

—¿Ah, sí?

—Piensa que Herdman estaba celoso porque los dos chicos visitaban el sitio de Teri.

—¿Y casualmente James Bell se interpuso?

—Seguro que es como Claverhouse lo verá.

—¿Qué hacemos ahora?

—Con esto queda todo cerrado.

—¿Y Whiteread y Simms?

—Tienes razón. No van a conformarse —dijo Rebus viendo que el semáforo cambiaba a verde.

—Ni querrán irse con las manos vacías.

—Exacto. —Rebus pensó un instante sosteniendo el teléfono entre el hombro y la mandíbula mientras cambiaba de marcha y añadió—: ¿A qué vas a Queensferry?

—El barman del Boatman’s es hermano de Fox.

—¿Qué Fox?

—La novia de Fairstone.

—Lo que explica por qué ella iba a ese bar.

—Sí.

—¿Has hablado con ella?

—Intercambiamos unos cumplidos.

—¿Dijo algo sobre Johnson Pavo Real y si su pelea con Fairstone tenía algo que ver con ella?

—Se me olvidó preguntarle.

—¿Se te olvidó…?

—El asunto se complicó y pensé que era mejor interrogar a su hermano.

—¿Crees que él sabrá si ella tenía relaciones con Pavo Real?

—No lo sabré hasta que no se lo pregunte.

—¿Quieres que nos encontremos? Yo tenía pensado ir al puerto deportivo.

—¿Quieres ir primero allí?

—Luego podemos concluir la jornada con una copa bien merecida.

—Bien, nos vemos en el puerto.

Siobhan cortó y tomó la última salida antes del puente del Forth. Cuando después de descender hacia South Queensferry doblaba a la izquierda en Shore Road, volvió a sonar su teléfono.

—¿Has cambiado de plan? —preguntó por el micrófono.

—No hasta que no tengamos un plan que cambiar. La llamo por eso.

Reconoció la voz de Doug Brimson.

—Perdone; creí que era otra persona. ¿Qué quiere?

—Pensaba en si estaría lista para usar el cielo otra vez.

—Tal vez —contestó Siobhan sonriendo mentalmente.

—Estupendo. ¿Qué le parece mañana?

Ella reflexionó un instante.

—Sí, podría escaparme una hora.

—¿Por la tarde, antes de que se ponga el sol?

—De acuerdo.

—¿Y esta vez cogerá los mandos?

—Es posible que me deje convencer.

—Magnífico. ¿Qué le parece a las dieciséis horas?

—Suena a las cuatro de la tarde.

Él se echó a reír.

—Nos vemos, Siobhan.

—Adiós, Doug.

Dejó el móvil en el asiento del pasajero y miró al cielo a través del parabrisas imaginándose en un avión; imaginándose… presa de un ataque de pánico. No, no creía que le entrara el pánico. Además, llevaría a Doug Brimson a su lado. No había por qué preocuparse.

Aparcó delante de la cafetería del puerto deportivo, entró y salió con una chocolatina. Estaba desenvolviéndola cuando llegó Rebus en el Saab. Pasó por delante de ella y lo dejó al fondo del aparcamiento a cincuenta metros del cobertizo de Herdman. Cuando ella llegó a su altura, él cerraba la portezuela.

—Bien, ¿qué hacemos aquí? —preguntó Siobhan deglutiendo el último trozo de chocolatina.

—¿Aparte de destruirnos la dentadura? —replicó él—. Quiero echar un último vistazo al cobertizo.

—¿Por qué?

—Porque sí.

Las puertas estaban cerradas pero no con llave. Rebus las abrió y vio, en cuclillas sobre la lancha neumática, a Simms, que levantó la vista mientras Rebus señalaba con la cabeza la palanca que tenía en la mano.

—¿Qué hace, destrozar el chiringuito? —dijo.

—Nunca se sabe lo que se puede encontrar —respondió Simms—. En ese aspecto, nosotros decididamente les hemos ganado la partida.

Whiteread, al oír voces, salió de la oficina con un montón de papeles en la mano.

—De pronto hay prisas, ¿verdad? —dijo Rebus acercándose a ella—. Claverhouse está a punto de cerrar el caso y no debe de hacerles mucha gracia, ¿eh?

Whiteread esbozó una leve sonrisa despectiva. Rebus, pensando qué podría hacer para desconcertarla, tuvo una idea.

—Supongo que fue usted quien nos echó encima al periodista —dijo ella—. Quería saber datos sobre el helicóptero que se estrelló en Jura, lo que me hizo pensar…

—Vamos, dígalo —dijo Rebus provocador.

—Esta mañana he tenido una charla muy interesante —añadió ella pausadamente— con un tal Douglas Brimson. Por lo visto, los tres hicieron un pequeño viaje juntos —espetó ella mirando a Siobhan.

—No me diga —replicó Rebus deteniéndose.

Pero ella siguió caminando y se le acercó hasta pegar prácticamente la cara a la de él.

—Les llevó a la isla y luego fueron al lugar del accidente —añadió sin dejar de mirarle a la cara para observar un signo de debilidad. Rebus dirigió una mirada a Siobhan. «¡Ese cabrón no tenía por qué decírselo!» Ella se ruborizó.

—¿Ah, sí? —fue todo cuanto se le ocurrió como réplica a Rebus.

Whiteread se puso de puntillas, la cara a la misma altura que la de Rebus.

—La cuestión es, inspector Rebus, cómo sabía usted eso.

—¿Qué?

—El único medio de saberlo es tener acceso a documentación confidencial.

—¿Ah, sí? —replicó Rebus viendo que Simms bajaba de la lancha con la palanca en la mano. Se encogió de hombros—. Bien, si esa documentación de que habla es confidencial, es imposible que yo la haya visto, ¿no le parece?

—No sin un allanamiento… sin mencionar que lo han fotocopiado —añadió Whiteread mirando ahora a Siobhan e inclinando inquisitivamente la cabeza—. ¿Ha tomado mucho el sol, sargento Clarke? Veo sus mejillas tan encendidas… —Siobhan no dijo nada—. ¿Le ha comido la lengua el gato?

Simms sonreía con cara de satisfacción viendo la turbación de Siobhan.

—Me han dicho que tiene usted miedo a la oscuridad —dijo Rebus mirándole.

—¿Cómo? —inquirió Simms con el ceño fruncido.

—Lo que explicaría que deje la puerta del dormitorio abierta —añadió Rebus con un guiño antes de volverse hacia Whiteread—. No creo que vaya con esto a ninguna parte. A menos que desee que cuantos intervienen en el caso se enteren de por qué han venido aquí en realidad.

—Según tengo entendido, usted está suspendido del servicio activo y quizá no tarde en enfrentarse a una acusación de homicidio —dijo Whiteread clavando en él una mirada de odio—. A lo que se suma que la psicóloga de Carbrae dice que examinó unos documentos privados sin permiso. —Hizo una pausa—. Me da la impresión de que ya está con el agua al cuello, Rebus. No creo que le interese buscarse más problemas de los que tiene. Y, no obstante, se presenta aquí dispuesto a provocar un enfrentamiento. Déjeme que le diga una cosa a ver si la entiende —añadió acercándole la boca al oído—: No tiene salvación.

Se apartó de él despacio, calibrando su reacción. Rebus alzó la mano enguantada. Ella frunció el ceño insegura del significado del ademán, y de inmediato vio lo que sostenía entre el pulgar y el anular. Lo vio destellar y brillar a la luz.

Era un diamante.

—¿Qué diablos…? —masculló Simms.

Rebus cerró el puño sobre el diamante.

—Quien lo encuentra se lo queda —dijo dándose la vuelta y caminando hacia la salida seguido de Siobhan, que aguardó a estar fuera para hablar.

—¿Qué ha sido ese numerito?

—Una operación de sondeo.

—Pero ¿de qué se trata? ¿De dónde has sacado ese diamante?

—De un amigo que tiene una joyería en Queensferry Street —respondió Rebus sonriendo.

—¿Y?

—Le convencí para que me lo prestara —añadió él guardándose el diamante en el bolsillo—. Pero esos dos no lo saben.

—Pero a mí vas a explicármelo, ¿verdad?

Rebus asintió despacio con la cabeza.

—En cuanto averigüe lo que he recogido con el anzuelo.

—John… —añadió ella medio suplicante y medio agresiva.

—¿Vamos a tomar esa copa? —preguntó Rebus.

Ella no contestó, pero no dejó de mirarle camino del coche y siguió con los ojos clavados en él mientras abría la portezuela, subía al Saab, ponía el motor en marcha y bajaba el cristal de la ventanilla.

—Nos vemos en el Boatman’s —dijo él arrancando.

Siobhan se quedó allí, él apenas la saludó con la mano. Maldiciendo para sus adentros, fue hacia su coche.