VIERNES POR LA NOCHE
HELEN
—¿Se sabe algo? —preguntó Helen.
Esa era la primera pregunta que hacían todos en cuanto abrían la puerta de casa. La inexpresividad de los rostros era la única respuesta necesaria para saber que no había novedades.
Helen se sentó a la mesa de la cocina. El corazón se le aceleró al ver a Mick y Maria bebiendo vino tinto a la luz de una vela. Se sirvió una copa. A sus espaldas, oyó a Barney abriendo una lata de judías en salsa. Era evidente que acababa de llegar: aún llevaba consigo el olor a pub y a frío nocturno. Mick y Maria debían de haber estado a solas, juntos.
—¿Por qué hay tan poca luz?
—Me va bien para la migraña —dijo Maria—. Sufro ataques constantes desde que Jez…
Se le quebró la voz y no pudo seguir hablando.
Desahogarse con Sonia había ayudado a Helen a poner las cosas en perspectiva. Ahora sabía qué hacer: en lugar de dejarse llevar por la imaginación, debía tener presente la tensión a la que todos ellos estaban sometidos, y Maria en particular. Se acercó a su hermana, le puso una mano en el hombro y se lo apretó. Maria la apartó.
—¿Qué tal la ópera? —se interesó Mick.
—Bien —respondió Helen, que se sentó y tomó un largo trago de vino. Su hermana estaba insoportable y no iba a dejar que se acercara a ella—. He coincidido con Sonia y hemos ido a tomar una copa después de la función. ¿Me habéis guardado algo de cena?
—No, lo siento, no sabíamos a qué hora regresarías —se disculpó Mick.
—Quédate con la mía, no tengo hambre —dijo Maria, acercándole su plato de atún a la parrilla.
Helen miró el plato y luego se volvió hacia Mick, pero este no le devolvió la mirada. Helen sintió cómo algo se rompía en su interior. ¡Fideos udon! Era su plato especial, pero Mick no le había guardado una ración.
Mick se volvió hacia Maria.
—¿Conoces a Sonia, la educadora de voz? Su marido, Greg, y yo tocábamos juntos en un grupo. Él es neurólogo, aunque últimamente pasa la mayor parte del tiempo dando conferencias. Supongo que, tarde o temprano, los conocerás.
—Perfecto —contestó Maria sin interés.
—Siempre y cuando no se muden antes, claro. Greg lleva un tiempo hablando de trasladarse a Ginebra.
El ambiente estaba cargado. No resultaba nada fácil hablar, entablar una conversación que no girara en torno a Jez; como si estuvieran en un escenario, interpretando un papel que no conocían.
—Sí, pero Sonia no quiere marcharse —dijo Helen—. Adora la casa del río, y se deprimió mucho cuando vivían en Norfolk.
—Ginebra no tiene nada que ver con Norfolk.
—Ella dice que tiene que permanecer junto al Támesis, por el bien de su salud.
—¡Ja! Todo el mundo sabe que los Alpes son mejor lugar para la salud que Londres —sentenció Mick.
—Depende de si nos referimos a la salud física o a la mental —replicó Helen—. El caso es que le he contado lo de Jez, y su teoría es que quizá tenga una amante. Que es posible que haya decidido marcharse sin contárselo a nadie.
—¿Qué sabrá ella? —se molestó Maria—. ¡Seguro que ni siquiera lo conoce!
Helen percibió un cambio en el ambiente desde el momento en que el nombre de Jez había surgido en la conversación. Al fin podían volver a respirar.
—Sonia tiene una hija de la edad de Theo, así que entiende de adolescentes. Lo conoció el día en que os reunisteis para limpiar los muros del río, ¿te acuerdas, Barney? Luego estuvimos tomando el té en su casa. Ah, y hace poco también debieron de coincidir durante la celebración del quincuagésimo cumpleaños de Mick.
—Sí, coincidieron.
Barney dejó el plato sobre la mesa con un golpe seco y se sentó.
—Ahora que lo mencionas, su marido, Greg, se ofreció a prestarle un disco de Tim Buckley del que Jez estaba siempre hablando. Jez comentó que iba a ir a recogerlo… En realidad, creo que fue el viernes pasado por la tarde. El día en que desapareció. Si no llegas a mencionar a Sonia, no lo habría recordado. Sí, dijo que pensaba ir a la casa del río.
—¿Cuándo dijo eso? —preguntó Maria.
Todos se volvieron hacia Barney.
—No lo sé. La noche anterior, quizá. Dijo que quería ir a buscar el disco a la casa del río antes de marcharse a París. Le pregunté si sabía cómo encontrarla y me contó que ya había estado allí. Debió de ser la vez que has mencionado antes, mamá. Dijo que iba a ir por el disco y que luego se reuniría con Alicia en el túnel. Antes del concierto al que nunca llegó.
—¿Y por qué diablos no lo habías contado hasta ahora? ¿Por qué no se lo dijiste a la policía? —preguntó Mick, acalorado.
Maria se levantó.
—Tenemos que informarlos inmediatamente.
—¿Se puede saber qué tienes dentro de la cabeza? —estalló Mick, acercándose a su hijo—. Ya sé que a veces vas un poco colocado, pero esto podría ser crucial. ¿A qué crees que estás jugando?
Barney se encogió de hombros.
—A nada. Lo olvidé, en serio. No había vuelto a pensar en ello hasta que mamá ha mencionado a Sonia.
—Estoy llamando —les indicó Maria, sujetando el teléfono entre la oreja y el hombro.
—Dios, a veces me gustaría inculcarte un poco de sentido común a golpes —dijo Mick, dándole un coscorrón a Barney.
Helen se quedó mirando a Mick. Llevaba más de veinte años con ese hombre. ¿Alguna vez lo había visto reaccionar de aquella forma con sus hijos? Sintió la súbita necesidad de examinarlo con atención, de averiguar qué era exactamente lo que lo convertía en el hombre al que creía conocer.
—Eso no hacía falta —dijo Helen—. Simplemente lo olvidó. No se trata de algo de lo que uno tenga la obligación de acordarse. Es un detalle insignificante.
—Pero esto arroja una nueva luz sobre los posibles movimientos de Jez —dijo Mick.
Maria se tapó el oído con un dedo.
—¡Chis! —siseó—. ¡No me dejáis oír! —dijo llevándose el teléfono al vestíbulo.
—¡Papá! —exclamó Barney—. Joder, fue algo que mencionó de pasada, no se me ocurrió pensar: «Pues mira, voy a tomar nota de eso». Tenía cosas más importantes en la cabeza.
—Como, por ejemplo, ¿de dónde ibas a sacar el siguiente canuto?
—¡Que te den, tío!
—¡A mí no me hables así!
—Pero es que estás insoportable con lo de Jez —dijo Barney—. Mamá tiene razón, has cambiado. Si nosotros desaparecemos unas cuantas noches, no reaccionas así.
—No pienso tolerar de ningún modo esa clase de comentarios. Tenemos una responsabilidad con Jez, ha desaparecido mientras vivía bajo nuestro techo y vamos a descubrir qué le ha pasado, joder.
Barney salió de la cocina con aire enfurruñado.
—Sinceramente, no veo qué relación puede tener todo esto con que Jez dijera que iba a pasarse por la casa del río —replicó Helen.
—Si Sonia lo vio esa tarde, quiere decir que desapareció después de eso pero antes de encontrarse con Alicia. Y eso reduce las posibilidades —dijo Mick.
—Sí, pero Sonia no lo vio.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque Sonia lo habría mencionado cuando he hablado hoy con ella.
Maria volvió a la cocina.
—Me han dicho que toman nota y que mañana por la mañana se reunirán para decidir qué hacen con la información. Estoy agotada. ¿Os importa que tome un baño?
—Tú misma —respondió Helen sin mirarla.
Mick esperó a que Maria saliera de la cocina y entonces, en voz baja, dijo:
—No quería comentártelo delante de Maria, pero esta tarde ha llamado Pauline, de tu trabajo, y hemos charlado un rato. Dice que está preocupada por ti y por todos los días libres que te has tomado. También ha dicho que el viernes por la mañana no fuiste a trabajar. La policía ha estado haciendo preguntas.
Helen notó cómo se ruborizaba y miró fijamente a Mick.
—No sé qué te está pasando, Helen —continuó—, pero creo que deberías aclarar las cosas.
Antes de marcharse de la cocina le lanzó una mirada idéntica a la que le había dirigido a Barney, como si hubiera perdido la esperanza en ellos.