VIERNES
HELEN
Para Helen, salir del trabajo el viernes al mediodía sabiendo que iría directamente a la ópera fue un alivio. No creía que la policía tuviera intención de comprobar que el viernes anterior había acudido realmente a su oficina, pero para cubrirse las espaldas había inventado una visita a los baños turcos. Estaba bastante segura de que nadie podría confirmar que no lo había hecho, pues los baños eran un lugar anónimo y las mujeres que vendían las entradas no solían ni siquiera levantar la cabeza cuando las cobraban. Si la policía le preguntaba por qué no había contado la verdad desde el principio, Helen argumentaría que le había dado vergüenza admitir que había estado en los baños en horario laboral para intentar atajar un resfriado incipiente.
Más tarde, Helen se preguntaría por qué se había tomado tantas molestias para ocultar su paradero real, pero lo peor que podía imaginar en ese momento era que alguien, incluida la policía, descubriera que había estado en el pub Smithfields, bebiendo para mitigar la resaca; aquello la hacía parecer una alcohólica. Pensarían que se estaba desmoronando y Maria dispondría de más munición para acusarla de irresponsable.
Helen tomó el metro en Covent Garden y se dirigió hacia la Royal Opera House. Había tenido una semana agotadora y necesitaba evadirse.
Por extraño que pudiera parecer, Ben había pasado a ocupar un segundo plano en sus pensamientos y Mick se había convertido en su principal fuente de preocupaciones. ¿Por qué sería que últimamente iba más arreglado y mejor peinado? Intentó ver a Mick a través de los ojos de Maria. No sabía si a otras mujeres seguiría resultándoles atractivo. Quizá, pensó, aquella nueva sensación, las sospechas y los celos hacia su propia hermana, eran una consecuencia de la culpabilidad; una forma de castigarse por su aberrante obsesión con Ben. En cualquier caso, se había dado cuenta de que aún amaba a Mick y que no soportaba la idea de perderlo.
Helen pidió un gin-tonic en el bar y se lo bebió en un abrir y cerrar de ojos. Cuando sonó el timbre que anunciaba el comienzo del primer acto, fue a buscar su butaca. Entonces el alcohol empezó a surtir efecto y el letargo se apoderó de ella. Helen se dejó llevar por la música y el espectáculo.
Vio a Sonia antes de que esta la viera a ella. Intentó llamar su atención por encima de las cabezas de los espectadores que abandonaban sus butacas, pero no lo logró. Sonia parecía distraída, como la mañana en que la había visto en el mercado, y Helen volvió a acordarse del comentario de Nadia acerca de la depresión. Helen agitó los brazos para intentar atraer su mirada, pero Sonia no levantó los ojos y Helen se vio empujada escaleras abajo por un tropel de espectadores impacientes por conseguir una bebida.
En el bar, Helen se abrió paso entre los animados asistentes y finalmente vio a Sonia bajando por otra escalera.
—¡Sonia, qué coincidencia! —la saludó—. Aunque en realidad no me sorprende que nos hayamos encontrado. ¡Greg no se perdería un ensayo general de Tosca! Simon me ha regalado una entrada. Me dijo que iba a ofrecértela, pero que imaginó que Greg las habría conseguido ya en alguna parte.
Sonia asintió con la cabeza, pero miró a Helen con ojos vidriosos.
—¡Cuánto me alegro de verte! —continuó Helen—. Hacía una eternidad que no coincidíamos. ¿Tienes tiempo de charlar un poco? Es decir, cuando termine la representación. ¿Estás bien? Te veo pálida.
—Estoy bien —respondió Sonia.
La respuesta de Sonia desconcertó a Helen. Estaba dispuesta a mostrarse comprensiva con el desánimo de Sonia, pero aquella le pareció una reacción sumamente fría. Se preguntó si Sonia habría tomado la decisión de cortar todo vínculo con ella ahora que sus hijos se habían hecho mayores. Si se trataba de eso, le parecía ofensivo. Al menos podrían intentar mantener una conversación civilizada, por los viejos tiempos.
—Esta semana he tenido algo de gripe —se justificó entonces Sonia—. Me temo que no me siento muy bien.
—Ah, es verdad, Simon me lo dijo. Me comentó que habíais tenido que cancelar la clase —dijo Helen con una sonrisa, aliviada por haber encontrado una explicación a la actitud de Sonia.
—¿Has visto a Simon?
—Cuando me dio la entrada. Ya te has recuperado, ¿verdad, Sonia? Necesitas un trago, querida. Escucha, veámonos luego y te invito a champán. Necesito hablar con alguien, estamos viviendo un infierno. Mi sobrino ha desaparecido y… Ay, joder, ya sé que no es el momento, pero esta situación me está afectando mucho. En realidad nos está afectando a todos, las cosas en casa están empezando a descontrolarse. Quedemos más tarde para tomar un trago, por favor. Si te apetece, claro… Ah, hola, Greg.
—Helen —la saludó Greg—. ¿Qué tal estás? Disculpa, Sonia, solo quería decirte que Kit y Harry han ido a comprar un programa. Yo voy un momento al baño, te veo luego en la butaca.
—Le estaba preguntando a Sonia si quería quedar para tomar una copa más tarde —dijo Helen—. ¿Puedes prestármela? No hemos tenido ocasión de vernos a solas desde hace… Dios, ¿cuánto tiempo hace, Sonia? ¡Meses, seguro! Y necesito hablar con ella sobre…
—¡Por mí adelante! —dijo Greg—. Yo me llevaré a Kit y a Harry a cenar, así tendré ocasión de ponerme al día con ellos. Sonia y tú podéis pasaros la tarde cotilleando.
Cuando el tercer acto hubo terminado, Helen y Sonia encontraron una mesa en el bar. Greg se acercó y les aseguró que disponían de todo el tiempo del mundo para charlar: iba a llevar a Kit y a Harry a un restaurante de Covent Garden y volvería por Sonia cuando estuvieran listos para marcharse.
—Bueno —dijo Helen, inclinándose hacia su amiga mientras llenaba dos copas de Prosecco.
De pronto, Helen se dio cuenta de que lo que en realidad había echado de menos era tener la oportunidad de descargar su estrés en una amiga imparcial.
—Imagino que no debes de acordarte de mi sobrino, Jez…