MIÉRCOLES
HELEN
El miércoles por la tarde, al llegar a casa después del trabajo, Helen no supo qué la hizo sentirse peor: las dos espaldas que le dieron la bienvenida al abrir la puerta del despacho de Mick o el coche patrulla que unos minutos más tarde vio acercarse a la casa a través de la ventana.
Maria y Mick estaban enfrascados leyendo los mensajes que la gente colgaba en la página de Facebook que habían creado: elogios, mensajes de ánimo y recuerdos de Jez escritos por amigos y admiradores que ni siquiera sabían que existieran.
—Hola —dijo Helen sin que le prestaran atención—. Cariño, ya estoy en casa —insistió, utilizando con fingida seriedad un saludo que Mick y ella habían empleado de recién casados.
Mick se volvió por fin.
—Helen, por favor, ¿no ves que estamos ocupados?
El timbre de la puerta sonó. Helen fue a abrir. Eran las cuatro y media, y las farolas de la calle estaban ya encendidas.
La inspectora Hailey Kirwin iba una vez más acompañada por el chico que aparentaba apenas la edad de Barney.
—Nos gustaría hacerle algunas preguntas —dijo el agente—. Sobre la desaparición de Jed. ¿Podemos pasar?
—El chico se llama Jez y no Jed —le murmuró la inspectora Kirwin al oído.
—De acuerdo —dijo Helen—. ¿Qué quieren saber? Pasen y tomen asiento, por favor.
Los acompañó a la sala de estar y encendió la lámpara de la mesita. Si esperaban que les ofreciera una taza de té, se equivocaban; se habían presentado cuando estaba a punto de abrir una botella de vino.
—¿Podría contarnos todo lo que sucedió desde el momento en que Jez llegó a su casa? Queremos formarnos una idea clara de cuál era la relación que mantenía con usted y con su familia.
—Claro, lo intentaré. ¿Quieren hablar también con mi marido y mi hermana?
—Por ahora, solo queremos hablar con usted —dijo Kirwin.
Helen se encogió de hombros.
—De acuerdo. ¿Por dónde empiezo?
—Por el momento en que llegó. Vino para hacer unas entrevistas, ¿verdad?
—Sí. El viernes pasado hizo una semana.
—Si lo he entendido bien, tenía intención de solicitar plaza en una de las escuelas superiores de la zona. Así pues, ¿no ha terminado aún la enseñanza obligatoria?
—Sí. Ahora estudia en un lycée de París. Hoy cumple los dieciséis, es su cumpleaños.
Helen hizo una pausa y constató, sobrecogida, la conmoción que le causaba aquel hecho. Kirwin asintió en silencio.
—Los cumpleaños son siempre momentos difíciles —dijo—. Tómese el tiempo que necesite.
Helen se alisó la falda y respiró hondo.
—El viernes fui a recogerlo a la estación de St. Pancras. Recuerdo que, mientras lo esperaba bajo el panel de llegadas internacionales, me preocupó que pudiera encontrarme bajita y envejecida. —Helen esbozó una sonrisa triste—. Ahora puede parecerles una preocupación de lo más frívola, pero Jez es más alto que mis hijos, a pesar de ser más joven que ellos. Imaginé que la situación le resultaría algo embarazosa, pues llevábamos unos… seis meses sin vernos. Por eso me llevé una grata sorpresa cuando me besó a la francesa, en las dos mejillas. —Miró a la inspectora y frunció el ceño—. ¿Es ese el tipo de cosas que quiere que le cuente?
La mujer asintió con la cabeza.
—Prosiga —dijo.
Helen reflexionó un momento. Recordó que había notado la fragancia de su jabón y que pensó en el olor a sudor de sus hijos, el cual había atribuido siempre a la adolescencia.
—Debo admitir que, al verle, me di cuenta de que hoy en día no está mal visto que un chico se preocupe por su higiene personal. Y me dije que mis hijos podrían esforzarse un poco más. Aunque, en verdad, al lado de mi hermana siempre me he sentido como una inepta; tengo la sensación de que ha sido mejor madre que yo.
La inspectora Kirwin se inclinó hacia delante.
—¿Qué quiere decir con «mejor madre»? ¿En qué sentido?
—En muchos. Jez venía solo para un par de entrevistas, pero Maria le hizo traer su guitarra y le preparó una maleta con varias mudas de vestir. Yo nunca he sido tan organizada con mis chicos. Luego me obsesioné con que no iba a saber qué decirle en el coche, de camino a casa. Ya sabe, los adolescentes, al menos los míos, pueden ser realmente monosilábicos. Pero Jez era… es ¡encantador! Probablemente porque siempre ha vivido rodeado de adultos. Hasta hace poco era hijo único, pero su padre volvió a casare y ahora tiene una hermanastra más pequeña; aunque, de todos modos, no los ve demasiado a menudo. En cualquier caso, se mostró mucho más comunicativo de lo que habrían sido mis hijos. Y, naturalmente, tiendes a pensar que es culpa tuya. Todos los padres tienden a culparse, supongo.
Helen miró al joven policía, pero este se había vuelto y estaba mirando por la ventana, o quizás estuviera estudiando su reflejo en el cristal al tiempo que se metía el bolígrafo por debajo de un calcetín para rascarse.
—Josh, espero que estés tomando notas —dijo la inspectora Kirwin.
El muchacho dio un respingo.
—Lo siento —se disculpó.
—Entonces ¿fue a recoger a Jez con su coche?
—Sí. Me enfadé por tener que pagar el peaje del centro, pero más con mi hermana que con él. Yo habría mandado a mis hijos en metro. Mi hermana es más protectora con Jez de lo que yo he sido nunca con mis chicos, seguramente porque él es hijo único.
—Entonces —preguntó Kirwin— ¿diría usted que Jez no es un muchacho espabilado? ¿Que es posible que no supiera cuidar de sí mismo en Londres?
—Es posible —contestó Helen—. Es un poco inocente, eso seguro. ¡Durante el trayecto a casa cayó en la cuenta de que no llevaba libras! Tuvimos que parar en el banco, encontrar un sitio donde aparcar e ir a la oficina de cambio. La culpa no era suya, desde luego, sino de mi hermana. Considerando lo protectora que es, ¿cómo es posible que no le diera dinero? Pero sí, diría que está acostumbrado a que los demás se ocupen de todas esas cosas por él. No está familiarizado con las costumbres de la ciudad, por así decirlo.
Hizo una pausa.
—Puede que sea un niño mimado, pero la verdad es que a la gente le cae muy bien. ¡Todo el mundo lo adora! Mis chicos, los miembros de su banda y su novia, naturalmente, lo idolatran. Aunque el otro día mis hijos dijeron que estaba… ¿Qué palabra utilizaron? Ah, sí, dijeron que ella lo tenía «fustigado».
—¿Cómo?
—Significa que está ansioso por complacer a los demás —intervino Josh, incorporándose por fin a la conversación.
—Sí —continuó Helen—. Al parecer, no le gusta decirle que no a su novia. Ni a nadie, probablemente. Le gusta complacer a los demás. Es muy educado. Y a eso ahora se le llama estar «fustigado». Tiene su gracia.
—Hemos hablado con su novia. Llevan juntos bastante tiempo.
—Sí, son un encanto. Mantuvieron el contacto después de que él se mudara a París.
—¿Cuándo fue eso?
—Hará unos dos años. Mi hermana, su madre, trabaja allí, en una zona residencial. En el sector de la moda.
—¿Y él tenía intención de trasladarse a Londres para seguir estudiando?
—Sí. Se preinscribió en dos escuelas de música. Mi hijo también ha solicitado plaza en una de ellas. Los dos aspiran a matricularse en el mismo curso, en Greenwich. Pero no los admitirán a ambos, pues no hay suficientes plazas. De no ser por Jez, Barney tal vez hubiera tenido alguna posibilidad. Sin embargo, Jez posee mucho más talento musical y recibe la presión constante de mi hermana. Es disléxico, pero eso no afecta a su forma de tocar la guitarra; al contrario, parece que estimula su creatividad.
—Hace un momento ha dicho que la gente lo idolatra. ¿En algún momento tuvo la sensación de que alguien le prestaba una atención que él no deseaba?
—¿A qué se refiere?
—¿No mencionó a nadie? ¿No había nada que lo preocupara?
—No, que yo sepa. Aunque puede preguntarle a su novia, seguramente ella sabrá más.
—¿Y en ningún momento se enfadó con Jez o con su madre durante la semana que pasó aquí?
Helen se revolvió en la silla. ¿Se estaría metiendo en algún tipo de trampa? Habría matado por una copa de vino. Había tenido una larga jornada de trabajo y no podía dejar de pensar en Maria y en Mick, sentados juntos frente al ordenador. ¿Se había fijado mal o sus muslos se rozaban? Cuantas más vueltas le daba, más segura estaba de que cuando los había interrumpido estaban apoyándose el uno en el otro. Era una estupidez, pero de repente no podía centrarse en nada más. Si lo pensaba racionalmente, el hormigueo que sentía en el estómago no podía deberse nada más que a su preocupación por Jez. Pero, entonces ¿por qué su mente volvía una y otra vez a Maria y a Mick?
—Helen, disculpe, pero es importante que aclaremos este punto. ¿Hubo alguna discusión entre usted y su hermana, o entre usted y su sobrino?
Helen miró a la agente Kirwin y sacudió la cabeza.
—Solo ese momento en el coche, cuando tuve que parar a cambiar moneda. Yo tenía ganas de llegar a casa y me molestó que fuéramos a retrasarnos. Nada más, aparte de eso.
—¿Y se enfadó con él en alguna ocasión? ¿Es posible que el chico tuviera la sensación de que estorbaba? ¿Que los estaba molestando a usted o a su familia?
Helen hizo una pausa y se preguntó si debía mencionar que había perdido los estribos con Jez el viernes en que había desaparecido, que el hecho de que fuera tan brillante tocando la guitarra la había empujado a decirle que era un desconsiderado. Pero eso implicaría mencionar otra vez lo inepta que se sentía al lado de su hermana. O peor aún, que tenía resaca. Quedaría como una neurótica y una irresponsable.
—No —dijo—. Fue tan solo una irritación menor. Y por lo general, como ya he dicho, Jez es muy bienvenido en casa; a todo el mundo le encanta tenerlo por aquí y estoy segura de que él lo sabe.
—De acuerdo, una cosa más. Dijo que vio a Jez después de la media jornada del viernes por la mañana, ¿no?
Helen parpadeó.
—Sí.
—¿Hay alguien que pueda confirmarlo?
—Pues no, no había nadie más en casa cuando se marchó.
—No, me refiero al hecho de que el viernes por la mañana estuviera en su oficina.
Helen advirtió que estaba asintiendo con la cabeza aun sin querer. Más tarde ya tendría tiempo de inventarse una historia; ya encontraría a alguien que la cubriera. Al fin y al cabo, no había hecho nada malo, no estaba escondiendo ninguna actividad criminal.
—Usted trabajaba… —empezó a decir Kirwin echando un vistazo a su libreta— ¿en el centro de profesorado de Newnham? Imparte cursos, ¿verdad? ¿De gestión actitudinal para profesores?
—Sí. Soy profesora asesora. Eso significa que trabajo en varios centros. Pero sí, mi oficina está en el centro de profesorado.
—¿Y estuvo en el centro el viernes pasado?
—Sí —se precipitó Helen.
—Gracias. Eso será todo.
—¿No quieren hablar con Mick? ¿O con Maria?
—Ya hemos mantenido una conversación con su hermana antes. Y con su marido. Aunque es posible que aún tengamos que hablar sobre la presencia de un agente de enlace familiar. Ha pasado casi una semana y nos gusta asegurarnos de que las familias de chicos desaparecidos reciben el apoyo adecuado. Estaremos en contacto.
Helen vio cómo el coche patrulla enfilaba Maze Hill y regresó al despacho de Mick, pero ya no estaban allí. En el ordenador, el salvapantallas cambiaba del azul al morado. Fue a la cocina.
¿Era aquel un día como los demás o había algo distinto? Se sentía como si fuera la primera vez que veía su cocina. Los pensamientos de invierno en el alféizar, la caja llena de folletos de películas y obras de teatro a las que nunca iban. El estante de las tazas desportilladas. Tenía que deshacerse del ramo de crisantemos que había colocado en el jarrón de encima de la mesa y que ya había empezado a marchitarse. Todo desprendía una luz trémula, como si estuviera desenfocado. Debía de estar enferma. Tal vez necesitaba tomar un comprimido de paracetamol. O quizás un buen trago de ginebra.
Mick entró y empezó a rebuscar en el congelador.
—Así pues ¿Maria necesitaba ayuda con la página de Facebook? —preguntó Helen sin que Mick se percatara de su mirada desafiante, acusatoria.
—¿Qué? Ah, no, la he ayudado porque he querido.
—¡No entiendo por qué tienes que cargar tú con todo!
Pero en realidad sí lo entendía; Mick quería impresionar a Maria. De pronto, estaba segura y no podía contenerse.
—Nunca me ha parecido que Maria no pudiera valerse por sí misma. ¿Por qué de repente le prestas tanta atención?
—¿A qué viene eso, Helen? Yo solo quiero hacer todo lo posible para encontrar al chico. Lleva ya cinco noches desaparecido, pero parece que a ti te importa un pimiento. Imagino que querrás esto, ¿verdad? —preguntó y dejó una botella de vino en la encimera de la cocina, dentro de un enfriador.
Helen iba a cogerla cuando sonó el timbre. Mick fue a abrir. Helen echó un vistazo a través de la puerta de la cocina y vio a Alicia, que se acercaba por el pasillo. Tenía un aspecto terrible, estaba más delgada que nunca y le estaban empezando a aparecer granitos en la frente.
—Pasa, Alicia —la saludó Helen.
—¿Seguís sin tener noticias?
Helen negó con la cabeza.
—Siéntate, cariño. ¿Quieres tomar algo? Creo que una copa te sentaría bien.
Helen señaló la botella de vino, pero Alicia negó con la cabeza e hizo una mueca.
—No bebo alcohol —dijo—. Pero me vendría bien una taza de té. He venido caminando por el túnel y estoy molida.
—Te prepararé una taza.
—He pensado que alguien podría acompañarme en coche a echar un vistazo —dijo Alicia—. Es que a pie se hace eterno. Además, hace mucho frío. Se me ha ocurrido venir a preguntaros si ya lo habíais hecho.
Maria, que había oído voces, entró en la cocina.
—Alicia quiere salir a buscar a Jez —le dijo Helen—. Quiere que saquemos el coche y que recorramos el sur de Londres hasta dar con él. Y yo creo que es una buena idea.
—Lo he intentado todo —añadió Alicia—. Pero no pienso rendirme.
A Helen le pareció que Maria hacía una mueca al oír el chillón acento del sureste de Londres de Alicia.
—De eso ya se encarga la policía —dijo Maria—. Nosotros somos más útiles aquí, revisando la página de Facebook y respondiendo llamadas.
Maria miró a Mick, que asintió con la cabeza.
—¿Qué te apetece tomar, Maria? —preguntó Helen.
Esta echó un vistazo al vaso de vino que se había servido su hermana.
—Algo sin alcohol. Quiero mantener la mente despejada, por si acaso.
—Ve a la sala de estar y te llevaré una taza de té. La chimenea está encendida.
Alicia arqueó las cejas al ver que Mick se marchaba de la cocina con Maria; Helen le sirvió una taza de té dulce. No sabía por qué, pero la presencia de la chica le resultaba extrañamente reconfortante.
Se sentaron a la mesa de la cocina y Helen se tomó el vino mientras Alicia hablaba y comía galletitas integrales. Le contó a Helen que, desde que Jez se había mudado a París, se habían mantenido en contacto a través de Messenger, lo bien que les iba y lo fácil que era hablar con él aun tratándose de un chico.
—Ya sé que es tu hermana —dijo Alicia— y no quiero ser desagradable, pero la madre de Jez es rara. Y no le gusto.
—¡Qué va! —exclamó Helen—. ¿Por qué dices eso?
—Es que nunca me pregunta nada. Y es extraño, porque yo estudio arte y eso es a lo que se dedica Maria, más o menos. Y Jez dice lo mismo, siempre se queja de que su madre es demasiado avasalladora, de que es una esnob… Quiere que sea siempre el mejor en todo, y eso es mucha presión.
A Helen empezaba a gustarle aquella chica: era evidente que adoraba a Jez, pero también era capaz de ver más allá de la guitarra y el físico de su sobrino.
Tal vez, después de todo, Alicia iba a convertirse en su única aliada mientras durara aquello.
—Oye, yo estoy dispuesta a salir a echar un vistazo. Pero ahora está oscuro y no veríamos nada; además, me temo que ya he bebido demasiado. Esperemos un poco, ¿vale? Pero me alegro de que hayas venido. Tú y yo juntas, Alicia, vamos a encontrar a Jez. No necesitamos ni a Maria ni a Mick ni a la policía. Solo tenemos que mantenernos unidas.
Alicia le tendió la mano y chocaron las palmas.