Conclusión

Al día siguiente, el desgraciado sultán, que, naturalmente, estaba cansado de su prisión, firmaba la cesión del islote a los antiguos piratas de Mompracem. Poco después era embarcado hacia Varauni, con una fuerte escuadra que trataría de someter a los chinos que hubieran continuado saqueando o incendiando la ciudad.

El embajador inglés se fue con el sultán, porque Sandokán no quería en su islote a tan peligroso personaje.

Yáñez, Tremal-Naik y Kammamuri permanecieron en Mompracem casi un mes para recobrarse completamente de las largas fatigas pasadas. Luego, una bella mañana, el yate encendió los fuegos para dirigirse a la India.

Lucy, la bella holandesa, que durante ese tiempo había ventilado todos sus asuntos y que deseaba ardientemente conocer a la rhani de Assam, ya se encontraba a bordo.

La despedida entre Sandokán y los que partían fue conmovedora.

—Si te amenazaran los ingleses —le dijo Yáñez—, acuérdate de que tengo tesoros y tropas. Yo siempre estaré dispuesto a correr en defensa de nuestro glorioso islote, que nunca más debemos perder.

—La bandera del Tigre no será arriada más que con mi muerte —respondió Sandokán.

Unos minutos después, partía el yate, entre las salvas de las espingardas.

FIN