Se avecinaban disgustos; el capitán Mission lo presentía. Había recibido un informe de un indígena en quien había solido confiar, sobre una fuerza expedicionaria conjunta, francesa e inglesa, que estaba en camino para atacar a su colonia de piratas libres, Libertatia, situada en la costa occidental de Madagascar. Puesto que prefería una batalla naval, en aguas que conocía bien, a un intento de defender los cuatro frentes de una posición de tierra firme, emprendió el equipamiento de tres naves. Antes de partir, hizo una visita a la entrada del Museo de las Especies Perdidas.
Por la mañana, Fantasma se había acurrucado contra él, mientras emitía un lloriqueo quejumbroso. Sabe que lo estoy abandonando. Mission se alejó con paso rápido y luego se volvió: Fantasma seguía allí, mirándolo, esperando.
Después de tres días de navegación, sin señales de ninguna fuerza expedicionaria y sin que ninguna de las bandas de indígenas que detenía e interrogaba pudiese dar noticias al respecto, Mission comprendió que la historia del asedio había sido una treta para alejarlo con engaños de la colonia y dio la orden de volver. Demorado a causa de los vientos de proa, tardó ocho días en llegar a Libertatia.
Desde el puerto divisó la colonia, que ahora era una ruina destruida por el fuego, donde no quedaba nada, salvo el olor a ceniza y a muerte. Mission se dirigió tierra adentro, atenazado por las náuseas del miedo. Atravesó los restos de la matanza sobre el campo, se abrió camino en la selva hasta la antigua estructura.
Una onda explosiva ha provocado la voladura de la arcada en fragmentos, y las raíces desterradas se asemejan a manos rotas de las que rebalsan piedras y cascotes. Mission oye un débil balido: Fantasma está atrapado debajo de una pesada piedra. Levanta la piedra y recoge al lémur moribundo en sus brazos, consciente de que Fantasma ha estado allí esperándolo. El lémur apoya su pata lenta en el rostro del capitán y lanza un quejido débil y triste. La pata cae. Mission sabe que una oportunidad que sólo se da una vez cada ciento sesenta millones de años se ha perdido para siempre.
La entrada… una vieja película… oscura y granulosa carga explosiva… una pata lastimera se levanta hasta su rostro… Él sabe que estoy a una distancia de ciento sesenta millones de años… Raíces desterradas, parecidas a manos rotas… un quejido débil y triste.
Este dolor puede matar, pero el capitán Mission es un soldado. No se rendirá al enemigo. En un arranque atroz, su dolor da forma a una maldición.[5]
Transmuta su dolor en una incandescente llamarada de odio y pronuncia una maldición sobre todas las Juntas directivas y sobre todos los Martins de la tierra; maldice a sus siervos, a sus incautos y a sus acólitos:
—¡Haré recaer sobre ellos la sangre de Cristo!
Cristo ha vuelto de su estancia de cuarenta días en el desierto, después de resistir a las tentaciones de Satanás.
Está en el taller de su padre. Tanto la habitación como los objetos que contiene le son tan poco familiares que no tiene la sensación de haber vuelto. ¿Alguna vez usó estas azuelas, estos serruchos, estos martillos, para fabricar sillas y mesas y armarios?
En el tornillo del banco hay una pieza de madera tosca. Toma la azuela; sabe que esta herramienta se usa para alisar y dar forma a la madera bruta. Durante un instante siente las vibraciones de la herramienta en su mano, que se desvanecen como los vestigios de un sueño y dejan un peso muerto en sus dedos. Apoya una mano sobre la madera y, con la otra, asesta un fuerte golpe sobre un nudo protuberante de la madera.
La azuela se desvía del nudo y le corta la mano izquierda entre el pulgar y el índice. Es un corte profundo, pero el dolor que siente no es mayor al que habría experimentado si su mano misma fuese de madera. Mira hacia abajo con incredulidad. La sangre que gotea no es roja, si no de un pálido color amarillo verdoso que despide un olor de corrupción amoniacal, como orina podrida, el tufo de la estancia del hombre sobre la tierra. Donde la sangre cayó sobre la madera bruta, la corroe como un ácido y traza un rostro simiesco, maligno, grabado con odio, maldad y desesperación.
Se toca la herida con los dedos de su mano derecha y ésta se contrae y sana bajo esa imposición. Ni siquiera queda una cicatriz.
Y un hombre vino a mí con un mono enfermo en sus brazos, y dijo:
—¡Cura a mi mono!
—No puedo curar animales; no tienen alma.
—Tienen gracia y belleza e inocencia. ¿Qué es la gente que curas, si no animales? Animales sin gracia, animales feos, deformados y enfermos por el odio que causó su mal…
Abrazó a su mono enfermo con ternura y se dio la vuelta. Luego, miró hacia atrás y dijo:
—Anda, cura a Tus leprosos. Y a Tus pordioseros hediondos. Cura hasta que no Te quede nada con qué curar.
Y otros vinieron con gatos enfermos, y con hurones. Y uno vino con un niño enfermo.
—Este niño es vidente. Puede ver lo que hay en las mentes de los otros. Puede hablar con el viento, y con la lluvia, y con los árboles y con los ríos. Cúralo.
—No puedo curarlo porque no Me conoce y no conoce Aquél que Me envió.
—Entonces no me importa nada de Ti, ni de Aquél que te envió. Porque Te envió para hacer los hombres menos de lo que son, no más. Él Te envió para crear esclavos, no hombres libres. Él Te envió para cegar nuestros ojos y tapar nuestros oídos.
Existe apenas una cierta cantidad de energía, y cada vez que la uso, hay un poco menos. Apareció una mujer, furtiva, y tocó Mi manto, y Yo dije:
—¡La Virtud me ha abandonado!
Pude sentir como me dejaba. Tiene color y su color es azul, un azul más profundo que el mar o el cielo. La usaré toda y ya no habrá más, nunca.
Hoy un hombre vino a Mí. Dijo que era pintor y que sus ojos le estaban fallando.
—No pido ser curado por mí mismo, si no por el don que tengo. Veo lo que hay detrás de los rostros, y detrás de las colinas y de los árboles, y del mar. Veo lo que nadie más puede ver, y pinto lo que veo.
Dije que no podía curarlo porque no tenía fe. Se rió, una risa dura y áspera como una lima que corta el bronce, y dijo:
—La gente que Tú curas no merece ser curada. ¿Por eso los curas?
—Es su fe que los cura.
—Eso es una mentira. He pintado Tu retrato. Es el retrato de una mentira.
Y sostuvo el retrato a la altura de Mi rostro. Estaba pintado sobre un pequeño cuadrilátero de alguna madera noble, y los colores seguían las vetas de la madera como si la madera misma hubiese pintado el retrato.
Me sobresalté porque había visto ese rostro antes, grabado en madera donde Mi sangre había caído cuando Me corté en el taller de Mi padre. Y se hizo una oscuridad delante de Mis ojos. Cuando la oscuridad se disolvió, el hombre se había marchado.
Los marineros que navegaban cerca de la costa toscana escucharon una voz potente que hablaba con la certeza absoluta que tienen las palabras que nunca más se escucharán.
—¡El gran dios Pan ha muerto!
La fecha era el 25 de diciembre del año cero de nuestra era.[6]
Así como los hombres magos de Marruecos comen sus propios excrementos para distinguirse de los demás seres humanos, Cristo se mantuvo en el poder gracias a la antigua corrupción de una sangre distinta. Surge una pregunta: Cristo, ¿realmente perpetró los milagros que se le atribuyen? Mi conjetura es que, seguramente, realizó algunos de esos actos escandalosos. Los budistas consideran los milagros y la curación como algo sospechoso, si no francamente censurable. Aquél que obra milagros está perturbando el orden natural, con consecuencias incalculables a largo plazo. Y su motivo es, a menudo, la glorificación de sí mismo.
De modo que si Cristo obró milagros, lo que hizo no fue tan destacable. Cualquier mago competente puede curar (a veces; no siempre puede acertar) y exorcizar diablos, en especial si, en primer lugar, fue él quién los instaló. Muchos profesantes pueden hacer magia con el clima. Unos pocos pueden resucitar a los muertos.
La misión de Cristo fue demostrar que estas cosas sólo pueden hacerse una vez, por un sólo hombre, o por su representante acreditado. Su misión fue una mentira. Cristo estableció un monopolio de los milagros, y un monopolio en cuanto a los intermediarios de la maravilla.[7]
Cristo se llamaba a sí mismo el Hijo del Hombre. He dicho que Cristo era el molde del hombre. Esto tampoco es exacto; más bien, era un derivado del molde humano y el hijo de ese molde. Todas las especies derivan de moldes. Hay moldes de gatos, moldes de venados, moldes de víboras, moldes de ciempiés, moldes de primates. Cuando el molde se destruye o muere, se extingue la especie.
El conocimiento imperdonable: el Creador ya no puede crear (si es que Él alguna vez ha podido). Sólo puede manipular las creaciones de Sus mortales sirvientes. Percibe con parsimonia, a medida que los objetos familiares emergen en la luz del alba, que el Control Central Lo está despidiendo.
El oficial judicial asignado a su caso una vez le contó, en una de esas confidencias de borrachos, que lo peor que le podía tocar a un oficial como él era despedir a un agente. Si el despido se hace con habilidad, el mismo agente comienza a dudar, primero de su misión y, por último, de su salud mental. ¿Escucha voces? Es capaz de percibir la acumulación del desastre como quien percibe una densa niebla amarilla y conoce el miedo, mientras su misión se derrumba hecha astillas de madera.
Empieza a dudar de que alguien jamás lo haya enviado, de que haya tenido una misión o que hubo alguna razón para todo ello que no sean los dictados de un cerebro trastornado. ¿Hubo algún Padre que lo enviaba y hablaba a su mente con una voz distinta? Vio a locos vociferando mensajes por las calles, mordidos por perros, lapidados por niños. ¿Quizá sólo es un loco más, aferrado con desesperación a alguna certeza absoluta, cuando su Verdad es polvo en el viento? El agente honorario de un planeta que parpadeó y se apagó hace años luz…
Cristo habrá comprendido, en la Cruz, que fue engañado. Sin la Crucifixión, todo el asunto es tan flojo como una cerveza abierta la noche anterior. De modo que su última misión fue inducir a innumerables millones de seres humanos a la aceptación de una mentira mutilante, gracias a ese símbolo poderoso. De hecho, cada persona tiene la capacidad de curar y de influir en el clima.
Y los racionalistas que rechazan Sus enseñanzas son los que más contribuyen a perpetuar la mentira. Entre creyentes y no creyentes, sólo hay el filo de una navaja; de ambos lados de la navaja, el abismo de ignorancia deliberada. Nadie tan ciego como quien no quiere ver.
Brion Gysin sabía un cuento para la hora de acostarse que es bueno en cualquier ocasión: hace unos billones de años, un gigante sucio y desaliñado sacudía las manos para quitarse la grasa de los dedos. Una de estas gotitas de grasa es nuestro universo, rumbo al suelo.
Plop.
Después de la muerte del capitán Mission, los Siete Guardianes protegían la entrada obstruida de lo que fuera su morada de adopción y el árbol destrozado que la flanqueaba. Los Guardianes no eran una orden hereditaria. Cuando un Guardián moría, los demás seleccionaban al reemplazante, a quien reconocerían por ciertos signos. A veces se elegía a un niño; en otros casos, un adolescente o un adulto. Algunos de los Elegidos eran, de hecho, bastante mayores. Como sólo había siete Guardianes a un tiempo, la orden podía mantener un alto grado de reserva.
La tierra que circundaba el árbol y la entrada era, por supuesto, propiedad de los Guardianes que, a su vez, tenían modos de desalentar a los intrusos. Los intrusos en potencia, por alguna razón que nunca pudieron elucidar, evitaban instintivamente el sitio. Era algo que debía olvidarse tan pronto como fuese posible. De modo que nadie en la zona sabía, siquiera, dónde quedaba la región prohibida.
La Junta sabía de la existencia de los Guardianes, pero les parecía risible. Estaban convencidos de que Martin había obstruido la entrada de un modo eficaz, si es que había una entrada. Sin embargo, enviaron agentes para eliminar a los Guardianes y apropiarse de las tierras. Tres de los Guardianes escaparon y los agentes no dieron con la entrada.
La Junta, de hecho, había perdido interés en lo que había llegado a ser conocido como el Museo de las Especies Perdidas, y algunos miembros incluso sugerían que el museo había sido una quimera de la imaginación, obnubilada por las drogas, del difunto capitán Mission. De cualquier modo, había asuntos más urgentes: disidencia internacional en una escala sin precedentes. Los ordenadores de la Junta estimaban que la disidencia se agudizaría en los próximos cincuenta o cien años. Ésta era la menor de las anticipaciones con la que habían de tomar precauciones.
Para distraer a sus acólitos de los problemas del exceso de población, la merma de recursos, la deforestación, la contaminación pandémica del agua, la tierra y el aire, inauguraron una guerra contra las drogas. Esto les daba un pretexto para crear un aparato policial internacional, diseñado para suprimir la disidencia a nivel planetario.[8] El aparato internacional se llamaba ANA: Anti Narcóticos Asociados. En árabe ana significa «yo», y puede sugerir un observador, de modo que «ANA» puede ser el equivalente de «Ojo».
—Un porro.
—Sí, pero… ahora hay muchos que observan por el Ojo.
El miembro de la Junta de Texas levanta la vista de sus palabras cruzadas.
—¿Deberíamos preocuparnos? Si contamos con la Mayoría Abstrusa.
—No es una mayoría.
—¿Quién necesitó jamás de una mayoría? Con el diez por ciento más la policía y los militares siempre ha bastado. Además, tenemos los medios de comunicación, con pelos y señales. ¿Existe algún periódico de gran circulación que sugiera, acaso, que la guerra contra la droga es un señuelo? ¿Alguien que pregunte por qué no se destinan más fondos a la investigación y a los tratamientos? ¿Algún periodista que se fije en el lavado de dinero en Malasia? ¿O en las cuentas de banco de Mahathir bin Mohamed en los paraísos fiscales? ¿Alguien que diga que los traficantes ahorcados en Malasia no son, exactamente, personajes claves? No hay límite para lo que los medios de comunicación pueden tragar y escupir en sus páginas editoriales. ¿Entonces?
—¿Pero no nos estaremos perjudicando a nosotros mismos?
—No, tan sólo restringiendo y eliminando a competidores de poca monta.
—Pero si fusilamos a todos los adictos…
—No lo haremos. Sólo haremos lo necesario para subir los precios, y naturalmente habrá períodos en que el uso de la fuerza no será tan intenso.
De modo que, de pronto, todo el dinero de este planeta fabricado con dinero, no vale ni como papel higiénico.
Y el fantasma del capitán Mission casi se enferma de risa.
—¿Van a ensayar un nuevo agente biológico, eh?