Los timadores a veces usamos bolsitas de plástico con sangre caliente de pollo dentro.
Es otra forma de engañar a la víctima después de la estafa. Justo antes de acabar el timo, uno de los estafadores se esconde una de esas bolsitas en la boca. En el instante en que la víctima lo pierde todo, un estafador se enfrenta al otro y saca una pistola. «¿Cómo has podido apostar por el caballo equivocado?», grita. (O «¿Cómo has podido comprar las acciones equivocadas?». O «¿Cómo has podido apostarlo todo al rojo? ¡Te dije negro!»).
Se produce un disparo. El timador cae al suelo. La víctima se acerca a echar un vistazo. De la boca le sale sangre caliente a borbotones, que mancha a la víctima. Los otros participantes en la estafa se acercan y apartan a todo el mundo. Retiran el «cadáver». Le dicen a la víctima que se marche, que salga de la ciudad, que no diga ni una palabra de lo que ha visto, no sea que le acaben implicando en lo que ha resultado ser no sólo una estafa, sino también un asesinato…
Esta escapatoria funciona bien con las víctimas normales: verduleros de Omaha, contables de Poughkeepsie. Sin embargo, no es tan efectiva cuando tu víctima es un delincuente acostumbrado a ver a gente que escupe sangre por la boca, alguien familiarizado con las muertes violentas. El objetivo de este truco es asustar a la víctima hasta tal punto que abandone.
Ahora bien, ¿cómo asustas a alguien para quién la sangre y el dolor son el pan de cada día, nimiedades infligidas a socios sin pensárselo dos veces, meros caprichos?