Sin embargo, tal y como se suele decir, «la estafa debe continuar». En cuanto empiezas, es como una rueda: no puedes parar. Cuando dos cabos sueltos se presentan ante tu puerta con una orden de registro, no puedes rendirte y decir: «Vale, lo dejo». Estás en medio de algo. Napier tiene tres millones de Sustevich. Le debes doce millones de dólares a la mafia rusa. Tienes dos días para pagar. Si no, vas a ser uno de los primeros en probar el último grito en los locales de moda de Moscú: el combinado de ácido. Una parte de ácido hidroclórico y una parte de ginger ale, aunque esto último es opcional. Agitar. Mezclar. Beber. Morir.
Vale. Ya es de día. Toby y yo vamos al trabajo. Ya le he perdonado por haberse comportado como un mocoso. Al fin y al cabo, es mi hijo. Y esas cosas de mocoso que hace las ha sacado de mí. Recuerdo cuando yo tenía veinticinco años. Me dedicaba a practicar el timo de la estampita con mi padre. Le odiaba. Seguramente, cuando no estaba en la cárcel, hice algunos comentarios de mocoso. ¿Los hice? Intento recordarlos. Me he pasado los últimos treinta años intentando bloquear cualquier recuerdo relacionado con mi padre, que me falló en todos los aspectos: me enseñó a timar a la gente en lugar de a pescar, jamás pagó ni un céntimo por nada, y luego se murió y nos dejó a mamá y a mí en la miseria.
He conseguido olvidarme de él. Ahora, sólo es una oscura presencia en el fondo de mis recuerdos, una historia que ni me preocupo en explicar ni recordar. Sin embargo, está claro que es la historia de toda mi vida. Y no te das cuenta hasta que es demasiado tarde. Aquí estoy, con cincuenta y cuatro años, en mis horas más bajas, derechito hacia mi propio final y justo ahora, en el coche, yendo a cometer un delito con mi propio hijo, me doy cuenta de que todo lo que hecho, absolutamente todo, ha sido una reacción contra mi padre. Mi intento por dejar su mundo, el hecho de que volviera; el abandono de Toby, poder recuperarlo; la búsqueda de redención y el fracaso, hasta ahora, en el empeño.
¿Dirías que me compadezco a mí mismo? Es lo que les pasa a los hombres como yo. Somos superhéroes y tenemos el control de absolutamente todo en nuestras vidas. En el momento en que alguien se entromete en nuestros meticulosos planes, nos entra el pánico y flaqueamos. Tranquilidad. Es la única forma de sacar adelante la estafa. Calma. «Mantén la vista fija en el premio. Ya casi lo tienes».
Cuando empiezas a hablar contigo mismo es muy mala señal. Una señal de alarma.