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Cuando una estafa sale bien, te sientes como Jesús, convirtiendo el agua en vino, alimentando a la multitud y resucitando a los muertos.

Esta mañana, Napier visita mi despacho para comprobar mi capacidad de obrar milagros. Ha transferido tres millones de dólares a mi cuenta. Dentro de unos segundos, convertiré sus tres millones en seis y se los devolveré. Es el principio del fin. Después de lo de hoy, Napier se volverá loco de codicia. Verá la oportunidad de duplicar su capital y no la dejará escapar. Pero entonces descubrirá, demasiado tarde, que el dinero es como la salvación: no se consigue con facilidad y, cuando llega, no puedes aferrarte a él demasiado tiempo.

En la sala de conferencias, bajamos las luces, encendemos el proyector y observamos cómo Pitia llena la pantalla con diez tablas y diez predicciones. Los círculos rojos salpican la pantalla como gotas de lluvia en un charco, uno detrás del otro, y los precios de las acciones suben y bajan y acaban justo donde Pitia había predicho. Ganamos diez mil dólares aquí. Nueve mil allí. Contemplamos cómo Pitia repite el proceso, cada vez con diez tablas distintas y con cien mil dólares en juego cada treinta segundos, hasta que los beneficios alcanzan los quinientos mil dólares, después los setecientos mil y, al final, un millón.

En cuatro minutos, hemos ganado dos millones de dólares. En seis minutos, tres millones.

Al final, Peter se acerca al teclado y escribe algo. Todos miramos una tabla llena de cifras. Se vuelve hacia Ed Napier y dice:

—Acaba de convertir sus tres millones en seis.

—¿De veras? —pregunta Napier—. Jamás había trabajado tan poco en mi vida; y sé lo que me digo.

Delante de Napier y de mi equipo, hablo con mi agente por el manos libres y le doy nuevas instrucciones: quiero transferir seis millones de dólares de mi cuenta a la de Ed Napier. Por supuesto, en realidad no puedo predecir la evolución de la Bolsa y, por supuesto, Pitia no ha comprado acciones reales y, por supuesto, toda la empresa, el software y su base científica son total y completamente falsos. Sin embargo, para que la estafa funcione, el dinero tiene que ser auténtico. Así que los seis millones que ahora deposito en la cuenta de Napier no son ninguna ilusión óptica. Es el dinero que Sustevich nos prestó. El dinero que invirtió en la estafa, su aportación de capital.

Treinta segundos después de colgar el teléfono, alguien llama a la puerta. Avanzo por el pasillo para abrir. Toby y Jess me siguen.

Abro la puerta. Me encuentro con dos hombres, uno blanco y uno negro, con trajes idénticos y gafas de sol que me están mirando.

—¿Kip Largo? —pregunta el blanco.

—Sí, soy yo.

Saca una placa.

—Soy el agente Farrell. Él es el agente Crosby. Somos del FBI. ¿Podemos pasar? Queremos hacerle unas cuantas preguntas.