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Para cenar esta noche hay bistec a la parilla. Tengo una vieja barbacoa en el patio trasero del señor Santullo, escondida debajo de las escaleras. Toby y yo la sacamos. Nos sentamos en sillas de camping, bebemos cerveza directamente de la lata y vemos arder el carbón.

Es una noche cálida de agosto, llevo vaqueros y camiseta, mi hijo está sentado a mi lado y tengo la sensación totalmente opuesta a un déjà vu. Es decir, siento que, para mi eterno arrepentimiento y vergüenza, jamás he vivido este momento con anterioridad.

El carbón ardiendo, el olor del líquido para encenderlo y las luciérnagas que revolotean junto a las matas de romero del señor Santullo tienen algo de hipnótico. Sobran las palabras. Basta con estar sentado aquí: es perfecto.

Dentro de unas semanas, la estafa habrá terminado y me marcharé de aquí, desapareceré durante varios meses, puede que años. Alquilaré una casa en algún sitio. Quizás una casa construida sobre pies derechos, con un tejado de paja, a la orilla del mar. Me llevaré a mi hijo. O quizás a Jessica Smith.

¿Puedo llevármelos a los dos? Es una pregunta que intento no plantearme, porque ya sé la respuesta: no.

Cuando pongo la carne en el fuego, Toby me dice:

—Quiero hablar de la estafa.

—Dispara.

—Voy a intentar adivinar lo que pasará. Sólo dime si tengo razón.

Le doy la vuelta a la carne con un tenedor y aprieto los labios, de modo que no confirmo ni desmiento. Toby me dice:

—Ed Napier cree que ha encontrado un método infalible para ganar dinero en la Bolsa. Y necesita dinero para ese hotel que está intentando construir.

Siento que me mira para que le diga si tiene razón o no. Finjo no darme cuenta y clavo el tenedor en la carne.

—Bueno —continúa—, así que dejamos que Napier apueste cada vez más fuerte y le pagamos con el dinero del Profesor, para que parezca real. Y luego dejamos que haga una última e importante apuesta. Pero algo sale mal, pierde y nosotros nos quedamos con su dinero.

—¿Cómo te gusta la carne? —le pregunto.

—Poco hecha.

—Entonces, debería habértelo preguntado hace cinco minutos. ¿Qué te parece muy hecha?

—Vale.

Retiro los bistecs y tapo la barbacoa. Vuelvo a sentir la mirada de Toby fija en mí.

—¿Y? —me pregunta.

—¿Y qué?

—¿Es así como lo haremos?

—Sí —le digo—. Lo haremos así. Más o menos.

—¿Más o menos?

—A comer —digo. Y zanjamos el tema.