Querido hijo:
Suponemos que estás bien y que te diviertes mucho. ¡Duro, aprovéchate! ¡Ah, si yo estuviera en tu lugar! Temo que perdáis el tiempo hablando de filosofías.
No te pierdas el Circo. Y párate alguna vez ante los charlatanes, que tienen mucha gracia. Sobre todo si está un tal Jimeno, que supongo que sí. También podrías llegarte hasta Palamós, que dicen que es un paisaje formidable.
Aquí, sin novedad. Tu madre guapa como siempre, aunque añorando las calabazas del año pasado. ¿No has oído a nadie que hablara de su tipo? ¡Ja, si lee esto me mata! Pilar dice que a ver si cuando vuelvas te acuerdas de que ella por tu santo te regaló unos gemelos, César está bien, afeitando y tal.
Bueno, nada más. Lo dicho, dicho. Escribe cada tres o cuatro días. Estoy un poco fastidiado porque se me ha estropeado la galena. Pero en fin. Ale, diviértete mucho.
Tu padre,
MATÍAS.
Querido Ignacio:
No le hagas caso a tu padre, que es un fanfarrón. No sé por qué me casé con él. Yo quiero recordarte, hijo mío, que entre tantas diversiones no te olvides de Dios, que es lo que tu madre te ha enseñado, y que el domingo por poco que puedas vayas a comulgar. En todo caso, no bebas después de las doce, aunque no estés acostado.
Sobre todo no escuches demasiado a los maestros, que ya sabes el miedo que me dan. Nada más, hijo; la cena me espera. Cuídate mucho, no estés demasiado tiempo en el agua. ¿Necesitas algo? Adiós, Ignacio. No te olvides de rezar todas las noches. Escribe mucho.
Tu madre te manda miles de besos.
CARMEN ELGAZU.
Luego firmaba Pilar. César ponía: Un abrazo de tu hermano en Cristo, CÉSAR.
Otra posdata de Matías: Saluda a los maestros. Olga debe de estar hecha una campeona de natación.
* * *
Las niñas le preguntaron: «¿Quién te ha escrito, quién te ha escrito?» La letra de su padre era irónica, de viejo lince. La de Carmen Elgazu, clara, algo temblorosa. ¡Pilar hubiera podido añadió algo! Tan charlatana, y cuando tenía que escribir no se le ocurría nada.
A las seis de la tarde, Olga dio orden de recoger las cometas; acto seguido se llevó a los alumnos más jóvenes a dar un paseo por la costa. Ocho, de entre los mayores, quedaron sentados, alineados bajo unos pinos, y David se acercó a ellos con una brizna en los labios. Todos contaban más de diez años de edad.
Ignacio le preguntó al maestro:
—¿Qué pasa hoy? ¿Hay sesión extraordinaria?
—Sí. Ya conoces la fórmula. A partir de los once o doce años, hay que empezar a hablarles en serio. Hoy —y no te rías— me oirás hacer una gran disquisición sobre materia religiosa.
A Ignacio le divirtió la perspectiva. Luego preguntó:
—Pero… ¿entienden algo de eso?
—¡Cómo! Son muy inteligentes. Es sorprendente, te lo juro. Te lo digo para que no te extrañe el lenguaje directo que uso con ellos. Lo captan perfectamente, te lo puedo asegurar.
Ignacio preguntó:
—¿Crees que puedo quedarme?
—¡Claro! Te conocen igual que a mí. Además, sienten por ti mucha simpatía.
Ignacio se sentó cerca del árbol donde estaban los alumnos, reclinándose en un tronco.
David empezó su discurso de pie, junto a un mapa que se había traído de la clase y que representaba el sistema planetario. Lo había colgado entre dos ramas de pino, sujeto con pinzas de tender la ropa.
—Bien. Ya conocéis el plato de hoy. Vamos a hablar de religión. ¿Os interesa?
—Sí, sí. Mucho.
—Mejor. Sólo os pido una cosa, que me interrumpáis lo menos posible, porque no es nada fácil. ¿Estáis cómodos?
—Sí, sí. Estamos muy bien.
—Pues adelante. —Y como siempre, cruzó las manos a la espalda y se levantó sobre la punta de los pies.
—Mirando al pueblo veis varios campanarios, ¿no es eso? Bien. Ya sabéis lo que significan. En todo el país los hay. Esto significa que en nuestra tierra mucha gente —incluso los padres de algunos de vosotros— son católicos. Por cierto que católico significa universal. En otros lugares, en cambio, domina el protestantismo, en otros la fe mahometana, en Asia encontramos infinidad de religiones, algunas de ellas antiquísimas… y cuyos campanarios no hay que decir son muy distintos también de los de San Feliu.
»Nosotros empezaremos hablando del Catolicismo, porque es la religión tradicional en Cataluña y España. Primero: ¿Cuántos católicos hay? Según las últimas estadísticas, unos trescientos millones. Hay, pues, trescientos millones de personas en el planeta que profesan una serie determinada de creencias. ¿Cuáles son las principales? Vamos a ver.
»Primero, creen que el Universo —y señaló el sistema planetario— fue creado de la nada por un Ser omnipotente al que llaman Dios. Que este Dios creó también al primer hombre, Adán, al que insufló lo que llaman alma, que consideran inmortal. Que el fin de este hombre en la tierra es amar a su Creador y unirse luego a Él, después de la muerte. En consecuencia, pues, para los católicos, esta vida es un simple período de prueba. Quien obre bien y muera en gracia de Dios, salvará su alma y gozará de un cielo eterno; quien peque y muera en pecado, se condenará y sufrirá por toda la eternidad junto al Ángel Malo. Éstas son las creencias principales. Las demás: revelación, Juicio… etcétera… son también importantes, pero las veremos más tarde.
»Para llevar… como si dijéramos la contabilidad de todo esto, los católicos viven organizados en una comunidad llamada Iglesia —volvió a señalar los campanarios del pueblo— con un jefe que es el Papa, en Roma, y representantes en todas partes, que son los obispos, sacerdotes, etcétera… Los católicos afirman que Cristo, fundador de nuestra era, que trajo al mundo una doctrina revolucionaria basada en la caridad, era hijo de Dios y que instituyó primer Papa a uno de sus discípulos, a Pedro, al decirle: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré Mi iglesia”. Desde entonces ha habido Papas, con la misión de conservar la unidad de la doctrina.
»Para conseguir esta unidad —y juntó las palmas de sus manos— la Iglesia ha ido decretando los llamados dogmas, como, por ejemplo, el de la infalibilidad del Padre Santo, o el de que los cuerpos resucitarán al toque de unas trompetas. Estos dogmas no pueden ser discutidos. Hay que aceptarlos como profesiones de fe. Esta imposición del misterio a muchos les ha parecido un método demasiado fácil.
»Naturalmente, se presentaba un problema. En la práctica, ¿cómo sabrían los fieles si obraban bien u obraban mal? Entonces se eligió el sistema de los mandamientos. Los creyentes se rigen por los mandamientos de la Ley de Dios, en número de diez, y por los de la Iglesia, en número de cinco. Como libro sagrado, adoptaron la Biblia, si bien su interpretación se reserva exclusivamente a la Iglesia.
»Ahora bien, existiendo el mal existe el pecado —mejor dicho el pecado es el mal— y existiendo el bien existen muchos grados de perfección. ¿Qué hacer? Para borrar el primero han instituido la confesión. Para ascender en la segunda, varios otros sacramentos, especialmente el que llaman la comunión, que consiste en ingerir un pedazo de pan sin levadura en el que afirman que está Cristo en persona.
»El catolicismo, pues, recoge al recién nacido, con el bautismo, le acompaña a lo largo de la vida con los mandamientos y los sacramentos, y le deja en el sepulcro con las ceremonias funerarias. Como veis, la estructura es inteligente, modélica, e infinidad de instituciones paganas se han basado en ella para organizarse.
Después de una pausa añadió:
—Esta religión tuvo un momento de gran auge en el mundo, y parecía que se iba a extender por toda la tierra. Empezó a quebrarse con los llamados cismas. Y actualmente va perdiendo más prestigio aún, pues se acusa a los Papas de haber desvirtuado la simplicidad primitiva del Cristianismo, además de que muchas de las fórmulas simbólicas que utilizaban han sido desplazadas por los avances de la ciencia.
»Otra objeción con la que han tropezado siempre ha sido ésta: si en principio sólo existía Dios, y ahora, como dije, existe el mal, ¿quién sino Dios, ha creado el mal, o lo ha hecho posible? Y siguiendo el argumento: Si Dios creó al hombre para que se salvara, ¿por qué lo somete a la prueba de la existencia terrenal, poniéndole en peligro de que se condene por toda la eternidad? Los católicos responden a esto diciendo que lo creó libre porque el hombre libre es más perfecto que no forzado a realizar el bien.
El maestro se quitó la brizna de los labios.
—¿Alguien quiere hacer alguna pregunta?
Uno de los alumnos levantó la mano.
—Yo, señor maestro. Quería saber… si usted considera que, a pesar de todas esas objeciones, hay algo de cierto. No en lo del bien y del mal, sino en lo primero que ha dicho, en lo de las creencias.
David contestó:
—¡Ah! Chicos… creer o no creer es una cuestión de fe, no una cuestión matemática.
—¿Por qué?
—Pues… porque hasta la fecha nada de lo sobrenatural se ha podido demostrar, y, por lo tanto, nada se sabe con certeza.
Otro alumno insistió:
—¿Qué es lo que no se ha podido demostrar?
David repuso:
—Ni siquiera lo primero: si fue verdaderamente un Ser omnipotente quien creó el universo, o bien si, como pretenden muchos científicos, Dios no existe y es la materia misma la que lleva en sí las leyes de evolución y continuidad.
—Eso es lo más importante, ¿no?
—¿Por qué lo dices?
—Pues, porque si Dios no existe todo se viene abajo.
—Exacto. Ya que en este caso Cristo tampoco era el hijo de Dios, y por lo tanto el primer Papa recibió unos poderes falsos, y todos sus sucesores y todo el culto y todos los templos se convierten en humo, en superstición.
—Entonces ¿si Dios existe todo queda perfectamente claro? —preguntó otro.
—Tampoco. En este caso falta saber si su hijo fue precisamente Cristo. Porque muchos otros apóstoles o profetas han pretendido serlo: Buda, Mahoma, etc. De ahí que cada religión pretende ser la verdadera.
—¿Y si el auténtico hijo de Dios fuera Cristo?
—En este caso —insistió David— todavía faltaría demostrar si cuando dijo: «Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré Mi iglesia», y luego: «lo que tú atares en la tierra atado quedará en el cielo» dio verdaderamente carta blanca a Pedro para organizar dicha Iglesia como lo hizo. Todo esto ha sido motivo de grandes discusiones, pues ya sabéis que Cristo, lo mismo que todos aquellos que en aquel tiempo hablaban en público, para hacerse entender usaban metáforas y parábolas.
Hubo un momento de silencio. El mayor de los alumnos preguntó:
—¿Y lo del alma…?
David se rascó la cabeza.
—Es otro de los campos de batalla, pues no existen signos visibles de ella. Más bien las teorías modernas afirman que todo se desarrolla en el plano físico, incluso actos como el pensar.
—Entonces, si no hay alma, ¿dónde queda lo del cielo y el infierno?
—¡Ah! Eso entra de lleno en el terreno de lo fabuloso. —Luego añadió, abriendo los brazos—: ¡Lo cual no significa que no sea cierto!
Entonces el maestro se reclinó en el tronco de un árbol.
—Ahora pensaréis: ¿qué necesidad tiene el hombre de montar estos aparatos? ¿Veis…? Este aspecto es más delicado. En primer lugar, dondequiera que se han hallado vestigios de vida humana se han hallado pruebas de que adoraban a Algo. Esto prueba un hecho concreto: que existe en nosotros una tendencia a buscar lo Superior. Claro que el origen de ello puede radicar en el miedo que el hombre siente al enfrentarse con las fuerzas de la naturaleza.
—¿Y lo de la inmortalidad?
—Pues mira. La momificación, los objetos funerarios, las mismas estatuas, todo demuestra que también deseamos ser inmortales; aunque cabe decir que en realidad ya lo somos, pues al morir nuestra materia se transforma en otra: ceniza, gusanos, viento.
Viendo que nadie preguntaba nada, continuó:
—¿Ventajas que puede proporcionar la religión? Los católicos afirman no sólo que es el único medio eficaz para consolar al hombre, sino el único que existe capaz de frenar sus pasiones y de inspirar leyes que permitan establecer una sociedad justa.
Hubo un murmullo general.
—Naturalmente, las objeciones que se pueden presentar, las habréis adivinado. En primer lugar, es evidente que ha habido y hay personas sin religión que han frenado sus pasiones y han sido justas. Con más mérito por su parte, pues no esperaban premio eterno. Y en cuanto a inspirar leyes de justicia, parece algo exagerado atribuirse la exclusiva. En el fondo, todas las doctrinas tienden a ser justas y universales, empezando por el anarquismo y terminando por la Sociedad de Naciones. En realidad, en este terreno lo único que importa es la posibilidad de llevar la teoría a la práctica.
Uno de los alumnos preguntó:
—¿El Catolicismo ha sido un bien, o ha sido un mal?
David se separó del tronco del árbol. Señalando la tierra en el mapa planetario contestó:
—Históricamente encontramos, desde luego, varias influencias que hablan en su favor. Primero, propagó la doctrina de Cristo, lo cual constituyó un evidente progreso, aboliendo la esclavitud. También originó la creación de muchas órdenes religiosas que se han dedicado a la práctica del bien: como en Gerona las Hermanas de la Caridad, las Adoratrices, los Salesianos, etc. Creó misioneros que han ganado para la civilización muchas zonas distantes y difíciles —señaló Asia, América…— Y durante varios siglos los religiosos fueron los «guardadores» de casi la totalidad del saber humano, en las Bibliotecas y Universidades…
—Así, pues, ¿la religión no es un atraso? —inquirió Santi, que llevaba la camisa completamente desabrochada.
—Pues… te diré. La católica —ya que de ella hablamos— ha obtenido conquistas indiscutibles. Como inspiradora del arte, por ejemplo, desde pequeña orfebrería hasta inmensas moles de piedra… Ha llegado incluso a convertir en arte montañas enteras, con monasterios o con capillas de Vía Crucis. Sin hablar de la música litúrgica —el gregoriano es muy sutil— de las campanas. Ha propagado incluso magníficos olores —como el del incienso—, aunque también los haya creado detestables, como el de la cera.
Los chicos parecían asombrados. Entonces David volvió a reclinarse en el tronco del árbol.
—Claro, aspectos negativos los hay… —prosiguió—. Más que positivos, supongo. El Catolicismo… Es curioso que todo sea tan complicado. Por ejemplo, si hay algo sagrado es la vida humana, ¿no? Pues la Iglesia no ha dudado en atravesar a la gente con espadas si le ha parecido necesario. Ya sabéis… la Inquisición, las Cruzadas. Todo lo cual es sorprendente si se piensa que su doctrina se basa en el amor y el perdón. Luego… hay otra cosa sagrada: cumplir una promesa. Pues bien, los Papas… Recuerdo que me impresionó mucho saber que hubo una época en que en Roma todos ellos tenían mujeres y que además… ¡En fin! parece que era gente bastante animada.
—¿Es cierto que tuvieron hijos? —preguntó uno de los chicos.
—Es un hecho histórico.
—De todos modos…
—Hay otro aspecto de la cuestión… —cortó David— que a mí me parece más negativo aún: el social. Parece ser que si se vendieran todos los tesoros que hay en el Vaticano, en España podríamos vivir varios años sin trabajar.
Hubo otro murmullo.
—Sin contar con lo de los obispados, claro…
—Pero… la religión exalta la pobreza, ¿no? —interrogó uno.
—¡Ah, desde luego! Ahí está. Por ejemplo: encíclicas y sermones. Todos aconsejando la justicia, la caridad. En cambio, en la práctica no sé lo que les pasa: siempre se han colocado al lado de los… Iba a decir de los ricos; pero no; es más preciso decir de los poderosos.
—¿Por qué cree usted que lo hacen, señor maestro?
—No sé… Porque son los que les pueden sostener, supongo. Aunque a mí me parece que a la larga salen perdiendo.
—¿Por qué?
—Porque, aparte los ricos, todo el mundo se va inhibiendo. Y desde luego cuando hay revolución el pueblo se levanta contra la Iglesia, ya lo veis.
El mayor de los chicos volvió a preguntar:
—¿Cree usted que si ahora hay revolución se quemarán iglesias y se matarán sacerdotes?
David hizo un gesto de ignorancia.
—Eso no lo sé. En todo caso, nosotros continuaremos cultivando nuestra huerta, ¿no os parece?
Todos sonrieron, echándose para atrás.
Santi inquirió:
—Señor maestro. Usted y Olga no creen en nada, ¿verdad?
David contestó:
—¡No! Nosotros, no. Nunca. Hay muchas cosas que… ¡en fin! que no vemos claras.
—¿Lo de los milagros?
—¡Oh! No es precisamente eso. De todos modos, que nosotros no creamos no quiere decir que no estemos equivocados…
Varios se rieron. Uno insinuó:
—¿Y de ser así…?
—¿Qué? —cortó David—. ¿El infierno?
—¡Uuuhhh…! —hizo Santi sorprendentemente animado.
—Basta. Nada de bromas. —David, dirigiéndose al interlocutor, repuso con dignidad—: Si nos hemos equivocado, ¡qué se le va a hacer! Ya somos mayorcitos, ¿no te parece?
Hubo un silencio.
—¿Veis? —añadió— el método es inteligente: «Si os equivocáis, castigo eterno». No hay mujer que resista a tal argumento.
El de las pecas levantó la mano.
—¡Señor maestro! ¿Me permite una cosa… que no es de la clase?
—A ver.
—¿Es cierto que el hermano de Ignacio es un santo?
La cosa cayó bien. Ignacio le miró con simpatía.
—Eres un imbécil —rio David—. Pero, en fin, estamos en familia.
Ignacio pidió, dirigiéndose al maestro y levantándose:
—¿Puedo yo contestar… aunque no sea de la clase?
—Desde luego.
—Pues creo que sí, Rafael, que mi hermano es un santo.
David inquirió, mirando el reloj:
—¿Tal vez un poco trágico…?
—No creas… —Ignacio añadió, reflexionando—. Depende, claro…
Entonces, por la cuesta, apareció Olga, con los menores. Cantaban algo entre los pinos; las faldas de las chicas revoloteaban.
—Basta por hoy.
—¡Ole, ole!