Barcelona, 27 de diciembre de 1934.
Querido Ignacio:
Que cumplas veinte años y muchos más, que seas muy feliz. Supongo que ya estás hecho un abogado. Siempre leo las noticias de Gerona para ver si me entero de algo, si te nombran alcalde o algo así.
Yo he vuelto a ponerme moños, para ver si me contestas. Y continúo viviendo en Muntaner, 180.
Felices Pascuas.
ANA MARÍA.
Seminario de Nuestra Señora del Collell, 26 de diciembre, día de San Esteban.
Queridos padres y hermanos:
Son fiestas muy grandes para que deje de escribirles. Aquí la nieve ha cubierto el Seminario, la tierra y los bosques. Desde la celda veo los árboles inmóviles. Se diría que se han recogido para cantar al Señor.
Sobre todo a Ignacio, en su cumpleaños, le abrazo con todo mi corazón. Deseo para él toda suerte de bendiciones. Que el cielo le proteja, que le de eficacia, que sea feliz.
¡Cómo los quiero a todos! Pitar, supongo que por encima del abrigo de entretiempo llevarás otro más sólido… ¡Padre, gracias por los turrones! A mi madre, no sé qué decirle. La quiero tanto, que no sé qué decirle. Sólo que Dios la bendiga, una y mil veces.
Escribo a Bilbao, a San Sebastián, a Burgos, a Madrid, No dejen de rezar por mi.
Suyo en Cristo,
CÉSAR.
Madrid, 24 de diciembre de 1934.
Querido primazo:
Veinte años y vas que chutas. Un abrazo. Supongo que estás hecho un cura, con tanta Navidad y tanto Tribunal y tanto periódico de la CEDA. ¿Cuándo te casas? ¿Todavía aquella flor de mayo, la del abogado? A lo mejor voy por ahí a haceros una visita. En Madrid todos bien; tu padre también te abraza. Ya ves qué triste papel hicieron los comunistas en octubre. ¿Y tu amigazo, el de la tortuga? ¿Escurriendo el bulto? Supongo que todavía eres virgen… A menos que la de los brazaletes te haya espabilado. Por aquí los fascistas se meten en nuestras tertulias. Se va a armar la gorda. ¡A ver si escribes! Saludos a todos. No le cuentes a tu madre que los frailes madrileños dan bombones envenenados a los alumnos… No se lo creería. Supongo que Pilar estará… como para comérsela. Bueno, que te vaya bien. Un abrazo a Matías. Estamos más secos que un poste, pero vamos tirando.
Tu primo,
JOSÉ.
Ignacio se acostó después de leer y releer las tres cartas. Le dolía la cabeza; la discusión con Mateo le había agotado.
Durmió con pesadez, tapada la cabeza, hasta las seis.
A las seis despertó bruscamente. Sacó la cabeza de entre las sábanas. Le había parecido sentir una punzada en el bajo vientre. Permaneció inmóvil un instante, auscultándose. La habitación estaba a oscuras. Otra punzada. Se hubiera dicho que una vida secreta había penetrado durante el sueño debajo de las mantas y que atacaba su centro.
De pronto le asaltó un temor. De un brinco se sentó en la cama y encendió la luz. Conteniendo la respiración dio un tirón a las sábanas: en el centro de ellas se extendía una mancha de pus.