Capítulo LXXII

El Tradicionalista denunció a los gerundenses que la colocación de la bomba número cuatro fue ordenada por Cosme Vila en persona, y que Murillo, ejecutor del atentado, aprovechando la confusión, se había adueñado de una de las imágenes que cayeron a la calle y la había vendido al doctor Relken, «quien la guardaba, junto con otras piezas, en la habitación número veintitrés del Hotel Peninsular».

Don Pedro Oriol había supuesto que la denuncia provocaría gran revuelo. Alguien comentó en el Neutral: «¡Caray con el doctor! Mucho ateísmo y comprando santos». También el subdirector se indignó ante el hecho de que el doctor arramblara con obras de arte de la provincia. «Es la continuación de lo que hicieron los masones ingleses al quedarse con las catedrales católicas», dijo. Y también se indignó Cosme Vila. La acción de Murillo le sacó de quicio. Si Cosme Vila consideraba grave un delito en un militante comunista, era éste: sacar provecho de un acto de servicio. Pero aparte estas reacciones sueltas, la ciudad no hizo el menor caso de la noticia. Se esperaba el juicio del teniente Martín. Esto era lo importante. Esto, y la ejecución de los acuerdos de la Comisión de Seguridad, cuyos resultados se iban conociendo.

Todo el mundo sabía que don Jorge y «La Voz de Alerta» circulaban por los pasillos de la cárcel como tigres enjaulados. Jocosas anécdotas relativas a su comportamiento corrían de boca en boca. Unos contaban que a «La Voz de Alerta» le dolía terriblemente un diente y que, separado de su clínica, había pedido al gitano que se lo arrancara por el empírico método del cordel. Otros decían que el campesino que persiguió a un hermano suyo con una hoz, por entre los pajares, había escamoteado de noche el hongo, los guantes y el bastón de don Jorge, y ahora armado con estas prendas, perseguía al rentista y a los guardianes. Todo el mundo se reía. Algunos decían: «Deberían dejar ver todo eso los jueves y los domingos». Respecto a Octavio, Haro y Rosselló se contaba que se pasaban las horas en el calabozo cantando himnos subversivos, como el de La Legión, el de Falange, el Giovinnezza y el alemán. Los agentes habían tenido que amenazarlos con la porra. Se decía que el padre de Rosselló se había negado a interceder en favor de su hijo. «Quiere tener ideas propias: que pague las consecuencias». La novia de Octavio rondaba todo el día alrededor de Jefatura, como buscando una brecha por donde introducirse.

Se suponía que todos estos detenidos tardarían mucho en ser puestos en libertad, pues a medida que el sumario avanzaba, nuevas acusaciones aparecían contra ellos. Respecto de Mateo, se decía que ahora pensaba celebrar las reuniones en el bar Cocodrilo. Alguien criticaba que hubiera sido puesto en libertad. Otros respondían: «Lo han hecho para ver si se hunde hasta el cuello». Varios fumadores aseguraban haber encontrado folletos clandestinos de Falange en los paquetes de picadura que la Tabacalera distribuía. Por otra parte, algunos soldados habían visto al muchacho hablando con el comandante Martínez de Soria en la Sala de Armas. «Fue allá donde le entregó la carta». «Se les va a caer el pelo». «Hay guardias civiles complicados en el asunto».

La denuncia de El Tradicionalista se fundió como la nieve bajo aquella diversidad de preocupaciones. Por lo demás la contrarréplica en las páginas de las publicaciones locales fue fulminante. El Demócrata, tomando como base la alusión de El Tradicionalista al valor de la imagen adquirida por el doctor Relken, publicó en primera página, en la edición del día siguiente, una estadística firmada por el arquitecto Massana sobre las riquezas acumuladas por la Iglesia Católica en España. Según el arquitecto, las joyas de las coronas de la Virgen alcanzaban por sí solas una cifra astronómica. Sin contar el oro macizo de las custodias, sagrarios y candelabros. «Hay altares cuyas columnas laterales son de oro». Se citaban los mantos de la Virgen de Toledo, de varias de Andalucía. Datos sobre Montserrat, sobre la Catedral de Gerona. Mosén Francisco, a quien la visita de Laura había puesto de buen humor, exclamó: «Es curioso. Hay detalles sobre San Félix que yo mismo desconocía. No sabía que fuéramos tan ricos». Carmen Elgazu comentó: «Claro, preferirían que esas joyas las llevaran las mujerzuelas».

Los estudios de este tipo interesaban grandemente a los lectores. Y sin embargo, ninguno de ellos obtuvo tanto éxito como el número extraordinario de El Proletario, que Cosme Vila lanzó dos días después de la nota de El Tradicionalista, como anuncio y preparación de la Asamblea General del Partido, con tanto fervor esperada.

Fue un número de dieciséis páginas, con un suplemento. Excelente papel, cubierta llamativa, impresión impecable. Tirada enorme, reparto gratis en Gerona y la provincia.

Cosme Vila había tenido la inteligente visión de abarcar a un tiempo lo mitológico y lo inmediato: con ambas dimensiones consiguió interesar a todo el mundo. Lo mitológico fueron las dieciséis páginas dedicadas íntegramente a Rusia, lo inmediato fue el suplemento, dedicado a personas y sucesos de la localidad.

Fueron varios días de trabajo intenso, que a la postre se vio compensado. El reporte sobre Rusia lo preparó Gorki.

En la portada se veía a Stalin sentado en el Kremlin. A sus pies miles de obreros aclamándole con rostro feliz. Arriba, en dos medallones poéticos, Marx y Lenin contemplaban, desde el más allá, su obra.

En el interior iba el reportaje, con fotografías y documentos verídicos. Los comunistas gerundenses quedaron boquiabiertos ante el espectáculo de las gigantescas obras que se realizaban en Rusia, de riegos, vías de ferrocarril, extracción de minerales, etc… Enormes tentáculos parecían extenderse por todo el país, multiplicando sus riquezas. Pero, acaso lo que más les impresionaran fueran las condiciones en que trabajaban los obreros rusos. Los comedores colectivos, las enfermerías, el número y magnificencia de las piscinas de que disponían en las mismas fábricas, los campos de deporte. «Comparad esta piscina de Novogorod con la de la Dehesa», escribía Gorki en tercera página, al pie de un grabado colosal. «Comparad este campo de fútbol de Odesa con el de Gerona, cuya utilización, obreros, os está prohibida so pretexto de que destrozáis la hierba». Los militantes de Cosme Vila hundían la nariz en las páginas, husmeando en el Gran Canal, en los comedores colectivos, en las viviendas moscovitas, georgianas. Especialmente Teo, a la vista de aquellas piscinas, se volvía loco, pues su manía continuaba siendo dar saltos desde un trampolín, y comprendía que en Odesa, y sobre todo en Novogorod, podría darlos incluso mortales.

Los afiliados repetían lo que el doctor Relken había dicho un día en el Neutral: «Desde luego en Rusia se vive mucho mejor que aquí». Los afiliados estaban convencidos de que la gran masa de trabajadores se componía de voluntarios. En la última página, Gorki, insertó un grabado representando lo que sería el Metro de Moscú, todo en mármol.

En cuanto al suplemento, dedicado a la localidad, fue tal vez uno de los blancos más certeros conseguidos por Cosme Vila.

El papel utilizado era inferior al del Boletín, la impresión más deficiente, el tamaño más reducido; pero no importaba. Constituía un inenarrable desfile de personajes de la localidad, cada uno con su leyenda. Alguien lo bautizó: «Álbum familiar».

En primera página aparecía el comandante Martínez de Soria montando a caballo al lado de Marta. El porte de ambos era digno; por el contrario, sus rostros aparecían monstruosos, merced al procedimiento de alargar la boca de oreja a oreja.

Todo el mundo se rio de la doble imagen. Todo el mundo se rio, excepto Ignacio. Ignacio, al ver aquello, palideció, se le cortó la respiración. Había encontrado el suplemento en el vestíbulo, al regresar del Banco; alguien lo había deslizado por debajo de la puerta.

Jamás había sentido ira semejante. Su padre temió que cometiera alguna imprudencia, pues el muchacho miró, papel en mano, en dirección al local del Partido Comunista. «Verdaderamente es una canallada —dijo Matías Alvear, cubriendo con disimulo la puerta del pasillo—; pero ¿qué quieres? Todo eso se cae por sí solo, un día u otro». Ignacio, inmóviles las mandíbulas, por fin dobló, a distancia, la hoja del semanario, y se encontró ante una nueva fotografía del comandante, esta vez desfilando sable en alto, mientras en un rincón unos obreros pequeños, reducidos de tamaño, le miraban con miedo.

Aquello era ingenuo e Ignacio no pudo reprimir un comentario que hirió los tímpanos de Carmen Elgazu.

Fue recorriendo las otras páginas, una por una. Y a medida que las doblaba iba comprendiendo la astucia de Cosme Vila. Vio a don Jorge apeado de un taxi en el portal de una de sus propiedades, pinchando con el bastón en un cesto lleno de patatas que le presentaba un colono. Vio a «La Voz de Alerta» en el café de los militares, inclinado en posición rastrera, ofreciendo fuego, con su mechero, a un coronel. El pie rezaba: «Dentro de pocos días, este hombre volverá a sentarse en la redacción de El Tradicionalista».

Salía don Santiago Estrada del brazo de su mujer, en pleno Puente de Piedra, ambos soltando una carcajada. Luego una fotografía del señor obispo, al que seguían dos pajes sosteniendo cojines morados. Los Costa fumando un puro mientras los obreros salían de la fundición. ¡El hijo del profesor Civil con una octavilla falangista en alto! El notario Noguer, Laura, los capuchones de Semana Santa, un entierro de primera clase, con los plumeros de los caballos recortándose en el cielo azul.

Y en última página, el golpe mortal, la obra maestra del aparato fotográfico de Víctor: un clisé que representaba el Hermano Alfredo en el patio de los Hermanos de la Doctrina Cristiana, repartiendo caramelos a un grupo de chiquillos. Los ojos del hermano Alfredo, retocados con arte exquisito, expresaban una gran beatitud.

Ignacio, al terminar, se dirigió a la ventana del comedor, la abrió de par en par y tiró al río el suplemento. Pilar, que estaba en la ventana de su cuarto, ajena a cuanto ocurría, gritó: «¿Qué haces?» Ignacio se retiró y cerró los postigos con estrépito. La muchacha entonces miró abajo, al agua; y le dio tiempo de ver como la corriente se llevaba lentamente la gran carcajada de don Santiago Estrada.

Y no obstante, la finalidad perseguida por Cosme Vila había sido conseguida. En los cafés, los comentarios irónicos en torno a las fotografías se multiplicaron. Raimundo, extrañamente agresivo desde la guerra de Abisinia, pegó en la pared la correspondiente a «La Voz de Alerta». En el Banco era opinión unánime que Laura y el notario Noguer hubieran debido ser respetados; en cambio, el pinchazo del bastón de don Jorge a una patata tuvo gran aceptación.

Todo quedaba preparado para la Asamblea General. Murillo estaba tranquilo, pues Cosme Vila no le había dicho nada con respecto a la venta de la imagen. A Teo, una alusión a su hermano Jaime Arias, hecha en el Suplemento, le llenó de gozo, apaciguándole en parte de la rabia que le mordía por el atentado del teniente Martín. Toda la masa de afiliados al Partido Comunista vivía horas de fiebre, sobre todo porque se anunció que estarían presentes en el Teatro Albéniz varios dirigentes comunistas de Barcelona, y probablemente el camarada Vasiliev. La misma bomba número cuatro acabó siendo considerada una hábil jugada del jefe.

Cosme Vila no se movía de su escritorio, abriendo ahora un cajón, ahora otro. Su mujer le quería más que nunca; sus suegros sólo dejaban de pensar en él en los instantes estrictos en que tenían que cerrar el paso a nivel.

El jefe estaba satisfecho porque veía que abría brecha en la ciudad. Antes de las elecciones, la casi totalidad de afiliados eran obreros de fábrica; ahora sabía que algunos estudiantes de matemáticas se habían declarado comunistas en sus conversaciones, y al pasar él notó que le miraban con gran curiosidad y cierto respeto. Se hablaba de un practicante del Hospital, comunista. De un profesor del Instituto, de varios intelectuales solitarios, y aun de alguna persona hacendada.

Don Santiago Estrada preguntó en el Casino:

—¿Cómo es posible que una persona hacendada sea comunista?

Nadie le dio una explicación satisfactoria.

* * *

Casal se quedó muy sorprendido al recibir una invitación personal de Cosme Vila. «Tienes una silla reservada en el escenario, en la Presidencia». Lo mismo les ocurrió a David y Olga: otras dos sillas reservadas.

En cambio, el doctor Relken no acertaba a explicarse que su nombre hubiera sido olvidado. Se sirvió un vaso de agua y le dijo a Julio: «Asistiendo el ruso, han preferido mantenerme apartado».

Casal sospechaba que la invitación de Cosme Vila no tenía nada que ver ni con las relaciones personales ni con buenos deseos de solidaridad.

Por otra parte, David y Olga se habían sentido picados en lo más vivo de su curiosidad. En la invitación que recibieron, una posdata de puño y letra de Cosme Vila decía: «Vuestra presencia sería interesante, pues para el plan de reforma de la enseñanza que pensamos presentar, contamos con vuestro Manual de Pedagogía».

Estas palabras llenaron a los maestros de un júbilo que les resultaba difícil disimular. La verdad era que la Generalidad continuaba no dándoles sino vagas esperanzas respecto a su Manual. Como inspectores del Magisterio de la provincia, podían distribuir plazas, sancionar, crear nuevos centros docentes y prohibir el uso del hábito: pero en el régimen interior de las escuelas, la tradición levantaba contra ellos obstáculos a menudo insuperables. Propuestas como las de lavar semanalmente la cabeza a los alumnos o de dedicarlos a la agricultura, habían sido recibidas con hostilidad por parte de algunos maestros. Otros habían implantado, por cuenta personal, reformas cuya audacia se revelaba excesiva.

Ante la ayuda sugerida por Cosme Vila se mostraron partidarios de asistir a la Asamblea. Casal les dijo: «Pues bien, yo os acompañaré».

Julio, en cambio, declinó la invitación que también había recibido. Lo mismo que el Comisario. Desde la reunión de la Comisión de Seguridad cualquier iniciativa de Cosme Vila les parecía sospechosa. «Que se ande con cuidado —comentó Julio en aquella ocasión—, que la caballería está deseando volver a salir».

Cosme Vila había solicitado la presencia de una patrulla de Guardias de Asalto. Según él, la célula trotskista, al anuncio de la llegada del camarada Vasiliev, preparaba una acción contra éste.

La Asamblea estaba anunciada para las nueve de la noche. Y sin embargo, a partir del cierre de las fábricas se notó alrededor del Teatro una gran efervescencia, y se veían caras desconocidas, de tipo rural, llegadas de toda la provincia. El Responsable y Porvenir, en un café, dudaban entre hacer algo o aceptar en silencio el fracaso de su movimiento, fracaso que llevaba trazas de convertirse en definitivo.

En realidad habían transcurrido pocos días desde la presentación de las bases anarquistas. Los ochocientos huelguistas continuaban, por lo tanto, en la brecha; pero se notaba entre ellos evidente desánimo, pues las máquinas zumbaban a pesar de todo, y en muchos hogares había aparecido inevitablemente la negra miseria. Los anarquistas decaían de una manera especial al anochecer, al encenderse todas las luces de la ciudad. Entonces comprendían hasta qué punto su sueño había sido breve. Comentaban entre sí las cuarenta y ocho horas en que Gerona había quedado a oscuras, en que la gente andaba por las calles palpando la pared. Especialmente, Santi no se hacía a la idea de que la luz hubiera vuelto.

Ahora el Responsable le decía a Porvenir:

—A nosotros nos fastidiaron por el mero hecho de pedir Control. Ahora esos animales pedirán mucho más y todo el mundo mutis.

Porvenir contestaba:

—Por burros. Debimos pedirlo todo, hasta la abolición de la moneda.

Y no obstante, ninguno de los obreros que se iban concentrando frente al Teatro se acordaba ya de la huelga anarquista. En cambio, para muchas empresas su prolongación se revelaba fatal. Los Costa, sobre todo, estaban desesperados. Sus mujeres les decían: «¡No! ¡Si terminaréis haciéndonos caso y nos iremos todos a vivir a País!» Laura había llegado con su canción a complicar aún más las cosas. A ella no le importaba ni la huelga ni la Asamblea; a ella le importaba su marido detenido, «La Voz de Alerta», sobre todo porque mosén Alberto le había dicho: «Si no se espabila usted, y por poco que los comunistas metan mano, los quince días de arresto se convertirán en quince meses».

Los Costa le contestaban: «¿Qué podemos hacer? El arresto es legal. ¿Creéis que podemos alterar el Código?»

Mosén Alberto había aconsejado a Laura que removiera cielo y tierra. El sacerdote pretendía estar al corriente de las bases que había preparado Cosme Vila, de acuerdo con los jefes comunistas de Barcelona y con el profesor del Instituto recientemente ganado por el marxismo. «Se trata de una auténtica revolución de tipo soviético, de poner la provincia en manos de la turba». El notario Noguer creía que exageraba.

La minuciosidad de los informes de mosén Alberto contrastaba con la ignorancia absoluta en que se encontraba la propia masa de afiliados comunistas respecto a lo que oirían aquella noche en el Teatro Albéniz. A medida que avanzaba la hora, la Plaza se abarrotaba y se oían comentarios de todas clases. «¡Vamos a dar un ultimátum que pa qué!» Otros aseguraban que se pediría sentencia de muerte contra el teniente Martín y convertir los cuarteles en locales para el pueblo, «como se había hecho en Rusia».

Ante la aglomeración que se producía, los porteros del Teatro decidieron abrir las puertas, aun cuando faltaba una hora para empezar. Y en poco más de veinte minutos el local se llenó. Porvenir, desde el café, dijo, viendo las colas: «Hay mucha hembra»; y era verdad. Muchas mujeres, algunas llevando carteles que decían. «¡Viva Rusia!» Los que decían: «¡Viva el camarada Vasiliev!», estaban en la estación, rodeando al Comité Ejecutivo del Partido, en espera de la llegada del tren.

En el momento en que los altavoces del Teatro anunciaron la entrada en Gerona del camarada Vasiliev y de los jefes comunistas de Barcelona, una ola de emoción estremeció a la multitud. El hijo del sepulturero se subió a la butaca. Todo el mundo miraba a la puerta de entrada, pero los altavoces comunicaron que los oradores harían su aparición directamente en el escenario.

Eran muy pocos los que conocían a Vasiliev. Su imagen no había aparecido ni siquiera en El Proletario. Algunos recordaban una fotografía que publicó El Día Gráfico, en la que se le veía en el puerto de Barcelona, puño en alto, recibiendo a unos marinos de un petrolero ruso.

Por ello su entrada en el escenario, rodeado de dirigentes, fue doblemente espectacular. No hubo necesidad de presentaciones entre él y la masa. Una cabellera blanca un poco anárquica, gafas con cristales de doble espesor, cuello poderoso. Su tez, mate, contrastaba con el moreno meridional. Con dos manos de gestos secos saludó a la multitud. Y en el instante en que los altavoces iniciaron La Internacional, su puño se elevó como un poste humano, prieto y enérgico, arrastrando consigo los puños de todos los asistentes. Los acordes del himno electrizaron a la concurrencia. Se veía la inmensa cabeza de Teo asomando, con la sonrisa en los labios, en el fondo del escenario, rozando la parte inferior del medallón de Lenin. La valenciana, increíblemente endomingada, aparecía en primer término. De Gorki no se veían más que su pequeña barriga y sus escrutadores ojos. Los bigotes de foca de Murillo cosquilleaban a un dirigente de Barcelona. A la derecha del ruso, la cabeza iluminada de Cosme Vila.

Entre los dirigentes de Barcelona había dos o tres bajitos, directamente surgidos del pueblo, de boca esquinada. Llevaban gorro de ferroviario y ello causó entre el pueblo la mejor impresión. Casal, David y Olga ocupaban las sillas extremas de la izquierda. A Olga los reflectores la favorecían mucho. Estaba hermosa.

Terminada La Internacional, Vasiliev tomó asiento. Todo el mundo le imitó. Se hizo el silencio; y al instante Cosme Vila declaró abierta la sesión.

Habló un camarada de Barcelona. Felicitó al camarada Cosme Vila por haber conseguido levantar en una ciudad retrógrada y eclesiástica como Gerona la bandera revolucionaria. Ya las fuerzas burguesas de la ciudad y provincia debían de sentir en sus carteras —que llevaban en el sitio del corazón— y en sus trabucos —que guardaban en las sacristías— el avance implacable de la nueva fuerza, del Partido Comunista.

El orador aseguró a los gerundenses que no estaban solos en la lucha. En toda España, grupos de proletarios se unían en sus centros, en otros teatros. En todo el Mediterráneo, y en Extremadura, Asturias y Galicia. En Madrid, centro del territorio, y en Zaragoza, en muchos pueblos casi desconocidos, células comunistas extendían su red, para dar fin al imperio de aquellas carteras y de aquellos trabucos.

—No estáis solos, camaradas gerundenses. Los dirigentes catalanes y nacionales del Partido, están pidiendo en estos momentos la nacionalización democrática de la Banca, de la industria pesada, de los ferrocarriles. Se pide la substitución de la fuerza pública, que prácticamente tiene bloqueadas las calles, y que representa una carga insoportable para el Estado, por una milicia popular, por una fuerza proletaria armada que, al ejemplo de las milicias bolcheviques en Rusia, garanticen el…

Una ensordecedora ovación acogió estas palabras. Cosme Vila miraba hacia las butacas y los palcos como buscando a alguien. Su suegro, situado en el gallinero, estiraba el cuello convencido de que le buscaba a él. Cosme Vila estaba satisfecho porque había reconocido en uno de los pasillos laterales a los estudiantes de matemáticas y, cerca de la entrada, al profesor del Instituto.

También el porcentaje de mujeres le satisfacía. Sabía que éstas constituían una fuerza. Sin embargo, consideraba que la valenciana había cometido un error gravísimo poniéndose aquel vestido espectacular.

Todos los oradores de Barcelona siguieron la misma línea, reservando visiblemente para Cosme Vila el honor de presentar las bases locales. Ridiculizaron a Gil Robles y a Calvo Sotelo. Atacaron a Mussolini y a Hitler, y durísimamente, a Oliveira Salazar, «uno de los obstáculos que había de vencer el proletario para conseguir la unión ibérica». Atacaron a Azaña y a Casares Quiroga, «burgueses disfrazados, que se hacen los sordos cuando se les habla de que se prepara un levantamiento militar». Atacaron a Prieto y se mostraron más bien amables con Largo Caballero. Ensalzaron a los héroes del Partido, especialmente a Dolores Ibarruri, la Pasionaria.

Uno de los oradores era un hombre extraño, de aspecto místico. A los pocos momentos de iniciado su discurso, la multitud advirtió que le faltaba un brazo. La manga flotante se convirtió en obsesión para todos. El hombre explicó que el brazo lo había perdido en la revolución de octubre. Aquello dio a todas sus palabras un tono de predestinación. Cuando explicó que estudiaba ruso desde muchos años antes, que pensaba hacer un viaje a Moscú, invitado por el camarada Vasiliev, que tal vez podría incluso, con la mano que le quedaba, estrechar la diestra del propio camarada Stalin, parecían surgir auténticas llamas de las hileras de butacas.

—Si consigo ver al camarada Stalin —dijo el orador—, le contaré de viva voz el agradecimiento del pueblo español por su ayuda. Le contaré cómo hemos vivido hasta ahora, cómo han vivido nuestros pueblos, nuestros padres, cómo vivirían nuestros hijos si el pueblo ruso no se hubiera puesto en marcha. Continuaríamos humillados y explotados por caciques como Calvo Sotelo, que aun ayer en el Parlamento aseguraba que el Ejército es la columna vertebral de la Patria. ¡Nosotros sólo tenemos una Patria, la de todos, la del proletariado universal, Rusia…!

—……!!

—Camaradas de Gerona… yo aprovecho esta ocasión para proponeros el envío al camarada Stalin de un telegrama de adhesión. Estad seguros de que llegará a sus manos, pues para él…

Le fue imposible continuar. A nadie se le había ocurrido la posibilidad de comunicar directamente con Stalin. La sola idea enardeció de tal modo a todos, que muchas mujeres tenían los ojos llenos de lágrimas. Personalmente, Teo sintió que a gusto hubiera salido en el acto con su carro, camino de Moscú. El orador de aspecto místico se retiró a su silla en medio del más frenético entusiasmo.

Fue entonces cuando se levantó Cosme Vila. Y en el acto, la gente se sintió transportada a la realidad. Del viaje a Moscú y por las altas esferas, a la vista del jefe local, los asistentes regresaron a la ciudad, a Gerona, a las bases.

Cosme Vila no era orador enfático. Al contrario, era eficaz, por realista. Desde la primera palabra electrizó el ambiente, porque operó por sorpresa. En vez de confirmar lo de sus predecesores y decir que todo iba bien, empezó afirmando que todo iba mal.

—Nuestro camarada de Barcelona ha hecho muy bien proponiendo mandar un telegrama al camarada Stalin. Todos estamos de acuerdo. Sin embargo, he de poner un reparo. Ahora, en estos momentos, no podemos hacerlo. No por falta de ganas, sino porque no somos dignos de hacerlo. ¿Por qué…? Porque no estamos limpios, porque entre nosotros hay un traidor.

Todo el mundo quedó inmovilizado en su puesto.

—Para mandar un telegrama al camarada Stalin es preciso que todos los firmantes estemos limpios, hayamos cumplido con las reglas del Partido, con la disciplina, el esfuerzo, y sobre todo, con la honradez. Explotar el Partido o beneficiarse de él es ponerse al nivel de los burgueses. Entre nosotros hay alguien que no está limpio, y considero que mientras este alguien no haya recibido la lección que merece, no podemos honradamente rendir homenaje al camarada Stalin, ni presentamos con la cabeza alta ante su representante entre nosotros, el camarada Vasiliev.

Cosme Vila continuó:

—Todos vosotros habéis oído hablar de esa bomba que todos llamamos la número cuatro. Pues bien. Yo ordené su colocación. Lo admito y lo afirmo, y aun digo que lo haría mil veces. Estimo que hasta que en todos los Museos de esta índole no se haya hecho otro tanto, no tendremos verdaderamente posibilidad de avanzar. Ahora bien, a consecuencia de este acto de servicio, un miembro del Partido se ha procurado una retribución económica.

Murillo se puso rígido. Tan rígido que el cuerpo no obedeció su intención de abrirse paso entre los dirigentes de Barcelona y huir. Por lo demás, no le hubiera dado tiempo. Cosme Vila le señalaba con el índice, en medio de un silencio impresionante, se acercaba a él con lentitud, de un tirón le arrancaba las insignias del Partido y pedía a la Asamblea autorización para expulsarle del Partido y del local.

Hileras de puños en alto manifestaron al acusado el sentimiento que la denuncia formal del jefe había despertado en ellos. Dos o tres muchachos jóvenes iniciaron un movimiento como para irrumpir en el escenario; Cosme Vila los detuvo con un ademán, y continuó mirando fijamente al ex decorador del taller Bernat, que, pálido de rabia, se dirigió retadoramente al jefe, luego a la sala y bruscamente, dando media vuelta, se abrió paso, tropezando con la valenciana, y desapareció.

Una ensordecedora ovación premió la energía demostrada por Cosme Vila. A partir de aquel momento su mongólica cabeza mantuvo hipnotizados a todos.

Cosme Vila se sacó del bolsillo unos papeles, que extendió sobre la mesa, y sin pérdida de tiempo hizo públicas las bases que el Comité Ejecutivo había redactado.

—En caso de ser aceptadas, podremos declarar que nuestra obra ha sido eficaz. En caso negativo, nos veremos obligados a decretar la huelga general, de duración ilimitada.

El Partido Comunista se apoyaba en los nueve puntos que en su día Cosme Vila había leído en la barbería. En el plano social exigía la inmediata implantación de la jornada de seis horas, el control obligatorio en las empresas y la participación obrera en los beneficios. Las Bases del Responsable, poco más o menos.

En el plano político, se pedía la inmediata destitución de todas las autoridades —Comisario, jefe de Policía, etc…— y la convocatoria de elecciones populares para proveer dichos cargos, elecciones en las que sólo podría votar quien presentara carnet de trabajador.

En el plano económico, se exigía la creación de tres Cooperativas Obreras: patatas, pan y aceite, y la municipalización de los servicios públicos. Toda familia provista de carnet del Partido Comunista o de un Sindicato obrero —Socialista o CNT—, disfrutaría de ellos gratis.

Al llegar al apartado de la enseñanza, Cosme Vila informó que en este aspecto el Partido Comunista depositaba un crecido margen de confianza en los camaradas David y Olga, presentes.

Cosme Vila se refirió entonces al problema religioso. El anuncio de éste despertó inusitado interés. El jefe dijo que razones psicológicas que no podían ser desestimadas, impedían llegar en este aspecto, de un solo golpe, al ideal, que sería la completa exterminación de la fábrica de embustes que era la Iglesia Católica. Ello no se había conseguido ni siquiera en la Unión Soviética. Ahora bien, se pedía la inmediata prohibición del uso de la sotana a los sacerdotes y la clausura de todos los conventos que no se dedicaran a obras benéficas. Los locales sobrantes, lo mismo que el de la CEDA, el de la Liga Catalana y demás partidos fascistas, servirían para la instalación de las Organizaciones Obreras.

Cosme Vila había leído todo aquello con voz pausada. Dejó el papel y prosiguió:

—Faltan muchas cosas aún. Todos vosotros sabéis que se han encontrado armas en casa de unos ciento cincuenta fascistas, de los cuales sólo unos diez están en la cárcel. ¿Qué significa esto? Que los registros se han efectuado a la ligera, y que no se les castiga. Todos sabemos que no hay un solo derechista que no posea armas. Así pues, estimamos que no podemos dejarnos sorprender. El camarada Hernández, de Barcelona, ha aludido a la Milicia Popular Armada. ¡Exigimos la creación de esta Milicia en Gerona, pues todos sabéis que los militares quieren sublevarse!

La reacción fue unánime. Gritos de «¡Ar… mas! ¡Ar… mas!» empezaron a tronar en el local. A poco, el teatro entero repetía estas palabras. La palidez de Teo obsesionaba a todo el mundo, así como la manga flotante del orador de Barcelona.

Luego Cosme Vila continuó:

—Camaradas, al llegar a vuestras casas, reflexionad sobre cada uno de los puntos que exigimos. Entonces veréis que la confianza que nos habéis depositado no queda defraudada. Son reivindicaciones elementales en el programa proletario. Constituyen la primera etapa: España puede ponerse en cabeza de la revolución, junto con la Unión Soviética. Debéis de estar dispuestos a luchar por todos los medios para que nuestra voz sea oída. Si no nos oyen, entonces son los demás los que tienen que estar dispuestos… a conocer nuestra voluntad implacable.

Cosme Vila fue de nuevo premiado con gritos de «¡Viva el Partido Comunista Español! ¡Viva Rusia!» A los militantes veteranos sólo les había extrañado un detalle: Cosme Vila no había atacado ni una sola vez a los anarquistas, como era de esperar. Al contrario, incluso les había alargado una mano, lo mismo que a Casal. Algunos supusieron que era una cuestión táctica.

Al ponerse en pie, el camarada Vasiliev interrumpió aquellas especulaciones. El dirigente ruso recobró la sequedad con que entró en el escenario. Recibió la ovación de la masa, sin mover un músculo de su rostro. Sólo de vez en cuando asentía con la cabeza o levantaba el puño.

Todo el mundo se preguntaba en qué idioma iba a hablar. Se decía que el español resultaba terriblemente difícil a los rusos. Por ello, cuando el camarada Vasiliev pronunció las primeras palabras de saludo en catalán, la multitud se enardeció. El dirigente ruso hablaba penosamente, pero en forma clara. Tenía que meditar cada palabra y la manera de pronunciarla. Ello surtía un gran efecto. Cada sílaba que después de aquel esfuerzo brotaba de sus labios, cobraba importancia excepcional. Así que su discurso, en realidad muy breve, duró mucho.

—Camaradas… Catalanes. Yo, en nombre Unión Soviética… os traigo saludo Rusia. Felicito… camarada Cosme Vila, vuestro jefe. Por… su… inteligencia, por… su lealtad. Su… gesto expulsar… camarada… me ha conmovido… pienso dar parte… a jefes Unión Soviética. Camaradas… apruebo programa… revolucionario… que… vosotros… habéis… también… aprobado. Se acerca… momento triunfo… proletariado. Camarada Stalin… me ha encargado… salude pueblo… español… y catalán. Luchad… liberad a vuestros hermanos. Todos los países… están con vosotros. España… muy atrasada… por culpa… religión… y dictadura burguesa. Pero… Unión Soviética… hermana España. Camaradas… de… Gerona. Disciplina… y… heroísmo. ¡Viva… el… proletariado universal! ¡Viva… Rusia! ¡Viva… el Partido… Comunista… Español!