Dos por dos son cuatro. Cuatro por cuatro son dieciséis. Dieciséis por dieciséis son doscientos cincuenta y seis. Doscientos cincuenta y seis por doscientos cincuenta y seis pues bien de todos modos esa cifra es demasiado grande. Entonces es suficiente con dos por tres seis. Seis por seis treinta seis. Treinta y seis por treinta y seis mil doscientos noventa y seis. Mil doscientos noventa y diablos eso no servía. Sólo podía llegar hasta allí. Ese era el problema con los números se volvían tan grandes que no podías manejarlos y aun cuando pudieras no conducían a ninguna parte. Intenta otra cosa. El verbo yacer. Yo yazgo en la cama para dormir. Las flores yacen sobre la mesa. Hace tres horas que él yace allí. El libro yace sobre la mesa. Qué diablos ¿por qué no decir lo pongo sobre la mesa y a otra cosa? ¿Quién hay allí? ¿Quién está allí? ¿Hay alguien allí? De quién a quién a quién de quién qué[6]. Entre nosotros. Así es mucho mejor. No hay nadie como ella. Ella no se parece a nadie. Nadie se parece a ella. Nadie como ella.
David Copperfield lo pasó muy mal y entró como aprendiz del señor Micawber que pensaba que todo saldría bien. Había una tía Dorrity o algo parecido. David huyó hacia ella. Su madre tenía grandes ojos pardos y era amable y Barkis permisivo. El padre estaba muerto. El viejo Scrooge era avaro y Tiny Tim decía Dios nos bendiga. Había un pudín redondo como una bala de cañón. Tiny Tim era lisiado. El último de los Mohicanos era iroqués. ¿Era o no era y cuando aparecía Polainas de Cuero?
Media legua media legua media legua por delante. Los seiscientos cabalgaban hacia el valle de la muerte. Nobles seiscientos. Lo de ellos no era pensar. Era matar o morir. Nada más. Cuando el rocío cae sobre la calabaza y el heno en el pajar y se oye del gallo el cantar. No sirve. Quizás otra cosa.
Hay ocho planetas. Son la Tierra Venus Júpiter Marte Mercurio. Uno dos tres cuatro cinco. Tres más. No sabía. Las estrellas titilan y los planetas tienen una luz continua. No recordaba. No tendrás otro dios más que yo. No matarás. Honrarás a tu padre y a tu madre. No desearás el buey de tu prójimo ni su asno ni su criado ni su criada. No robarás. No cometerás adulterio. No es suficiente. Bienaventurados los humildes porque de ellos será el reino de los cielos. Bienaventurados los pobres porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que tengan hambre y sed de justicia porque ellos harán algo que él no podía recordar. El Señor es mi pastor no desearé. Él me guiará hacia las verdes praderas. Él me guiará hasta las frescas aguas. Unge mi cabeza con el óleo. Mi copa desborda. Sí. Aunque atraviese el valle de la muerte no sentiré temor ante mal alguno porque tu escudo me protege. Con seguridad la bondad y la misericordia me acompañarán todos los días de mi vida y mi morada será para siempre la casa del Señor. Eso estaba bastante bien. Hasta ahora era lo mejor.
Diablos el problema era que no sabía nada. Absolutamente nada. ¿Por qué no le habían enseñado algo que pudiera recordar? ¿Por qué no tenía algo en que pensar? Ahí estaba y lo único que podía hacer era pensar y no tenía en qué. Lo único que podía recordar era su vida y eso no le servía. Lo único que le quedaba era su pensamiento y tenía que encontrar la forma de usarlo. Pero no lo podía usar porque no sabía nada. Cuando intentaba pensar era ignorante como un niño.
Si pudiera recordar un libro capítulo por capítulo podría leerlo y releerlo mentalmente. Pero no recordaba. Ni siquiera recordaba los argumentos. Por lo tanto mucho menos podía recordar los capítulos. Apenas recordaba un pequeño fragmento aquí otro allí. No era que se hubiese olvidado de cómo recordar. Sencillamente nunca había prestado atención así que no podía recordar nada que valiera la pena recordar. Era un hombre estaba vivo viviría mucho tiempo y tenía que hacer algo tener algo en qué pensar. Tendría que volver a empezar como un recién nacido y aprender. Tenía que concentrarse. Tenía que empezar por el principio. Debía comenzar con una idea.
Hacía mucho tiempo que la idea se había filtrado en su mente cuánto tiempo no lo sabía pero la idea era la siguiente que lo importante era el tiempo. Recordó que en el décimo año escolar según la historia antigua hacía mucho tiempo los primeros hombres antes de Cristo que empezaron a pensar habían pensado en el tiempo. Estudiaron las estrellas y se imaginaron la semana y el mes y el año para que hubiese alguna forma de medir el tiempo. Eso era muy ingenioso porque él tenía el mismo dilema y sabía que el tiempo era lo más importante del mundo. Lo único verdadero. Era todo.
Si uno puede llevar la cuenta del tiempo puede tener un dominio de sí y estar en el mundo pero si la pierde entonces también uno se pierde. Si la última cosa que le vincula a uno con los demás ya no existe uno se queda totalmente solo. Recordó que cuando el conde de Montecristo fue encerrado en una mazmorra subterránea en medio de la oscuridad llevaba un registro del tiempo. Recordó que Robinson Crusoe se cuidó muy bien de llevar una cuenta del tiempo pese a que nunca tenía citas. Aunque uno esté muy separado de otra gente si se tiene una idea del tiempo sigue en el mismo mundo que ellos eres parte de ellos pero si pierdes el tiempo los otros continúan y se adelantan y te quedas solo colgando en el aire perdido para todo y para siempre.
Lo único que sabía era que el tiempo se detuvo un día de septiembre de 1918. En alguna parte hubo un aullido y él se zambulló en un refugio y cosas se borraron y perdió la noción del tiempo Desde ese instante hasta ahora había un lapso que jamás podría recuperar. Aun cuando a partir de ahora descubriera alguna forma de controlar el tiempo el que había transcurrido se había perdido para siempre y por ese motivo él siempre viviría atrasado con respecto al resto del mundo. No podía recordar nada después de la explosión hasta que despertó y descubrió que estaba sordo. Sus heridas eran muy graves y bien podía haber estado inconsciente dos semanas dos meses seis meses antes de despertar ¿cómo saberlo? Y después los desvanecimientos y los largos períodos entre uno y otro en que simplemente pensaba soñaba e imaginaba cosas.
Cuando estás totalmente inconsciente no existe nada parecido al tiempo que se va como un chasquido de los dedos estás despierto y zas nuevamente despierto sin la menor idea del tiempo trascurrido. Luego cuando cada tanto te desvaneces el tiempo debe parecer aún más breve que para una persona normal porque estás medio loco y medio despierto y el tiempo cae como un bulto sobre ti. Contaban que cuando él nació su madre había estado tres días con los dolores de parto y sin embargo cuando concluyó ella pensaba que sólo habían pasado diez horas. Con dolor y todo el tiempo le había parecido más breve de lo que realmente era. Si todo eso era cierto probablemente él había perdido más tiempo del que podía sospechar. Pudo haber perdido uno o dos años. La idea le provocó un extraño escozor. Era una especie de miedo pero no era un miedo común. Más bien era un pánico un pánico terrorífico de perderse aún para sí mismo. La idea le suscitó náuseas.
Hacía mucho tiempo que la idea había ido tomando forma en su cabeza. Atrapar el tiempo y regresar al mundo pero no había podido concentrarse ella. Había flotado sin rumbo en los sueños o bien pronto se había encontrado pensando en algo completamente diferente. En un momento había pensado que el problema se resolvía con las visitas de la enfermera. No sabía cuántas veces venía a su habitación en veinticuatro horas pero con seguridad había un horario. Lo único que tenía que hacer era contar los segundos después los minutos después las horas entre las visitas hasta llegar a las veinticuatro horas y luego calcular los días contando sus visitas. No habría peligro de que se saltara ninguna porque siempre se despertaba con la vibración de sus pasos. Y si acaso se produjera alguna modificación en los intervalos entre sus visitas podría recurrir a otros datos tales como la evacuación diaria de sus intestinos u otras cosas que ocurrían sólo dos o tres o cuatro veces por semana como sus baños el cambio de la ropa de cama y de su máscara. Y si alguna de esas cosas cambiaba podría verificarlo a través de las otras.
Le llevó mucho tiempo lograr que su mente se adecuara a la idea. Resultaba muy prolongado el tiempo necesario para concebir esta fórmula porque no estaba habituado a pensar pero por fin volvió a elaborarla desde el principio y comenzó a ponerla en práctica. En el preciso instante en que se marchó la enfermera empezó a contar. Contó hasta sesenta lo cual representaba un minuto según el cálculo más aproximado que le era posible hacer. Luego registró ese minuto en alguna parte de su mente y comenzó a contar nuevamente de uno a sesenta. En el primer intento llegó a once minutos. Luego su mente se extravió y perdió la cifra. Estaba contando los segundos cuando de pronto pensó tal vez estés contando con demasiada rapidez y después pensó recuerda que un atleta al parecer tarda mucho tiempo en recorrer cien yardas y sin embargo lo hace en sólo diez segundos. Entonces disminuyó el ritmo de su cuenta mientras contemplaba a un imaginario atleta que recorría cien yardas y entonces se encontró en la pista del colegio en un torneo entre Shale City y Montrose mirando a Ted Smith que atravesó las cien yardas como un estampido y ganó con la cabeza erguida abalanzándose sobre la cinta de llegada y todos los niños de Shale City gritaban como locos y en ese momento perdió la cuenta.
Eso significaba que tenía que esperar nuevamente a la enfermera porque ella era su punto de partida. Le pareció que volvía a empezar y se extraviaba centenares tal vez millares de veces y que debía sumergirse nuevamente en la oscuridad de su mente y esperar la vibración de sus pasos y sentir sus manos sobre su cuerpo para poder recomenzar. Una vez llegó a ciento catorce minutos y pensó ¿cuántas horas son ciento catorce minutos? y se detuvo a su pesar para calcularlo y descubrió que eran una hora cincuenta y cuatro minutos y después recordó una frase que decía cincuenta y cuatro cuarenta o luchar y casi se volvió loco tratando de recordar de dónde provenía y qué quería decir. No logró recordarlo y cuando volvió a contar advirtió que había perdido muchos minutos pensando y que aun cuando había batido un récord no había avanzado nada desde que por primera vez se le había ocurrido la idea del tiempo.
Ese día comprendió que había abordado el problema desde un ángulo erróneo porque para resolverlo tendría que permanecer despierto durante un lapso de veinticuatro horas contando continuamente sin cometer un solo error. En primer lugar si para una persona normal constituía una tarea casi imposible permanecer despierta y contando sin detenerse un segundo mucho más para un tío cuyo cuerpo tenía dos terceras partes dormidas. En segundo lugar no podía evitar errores porque su mente no lograba mantener separadas la cifra de los segundos de la cifra de los minutos. Cuando contaba los segundos le asaltaba el pánico y pensaba ¿cuántos minutos tenía? Y aunque estuviese casi seguro de que eran veintidós o treinta y siete o lo que fuese el matiz de duda que le había impulsado a hacerse la pregunta persistía y entonces llegaba a la conclusión de que se había equivocado y volvía a perder la cuenta.
Nunca logró contar el tiempo que transcurría entre una y otra visita pero empezó a comprender que aun cuando pudiese tendría que controlar tres conjuntos de cifras. Los segundos los minutos y el número de visitas de la enfermera hasta completar las veinticuatro horas. Entonces tendría que detenerse un momento para reducir los minutos a horas porque cuando las cifras de minutos eran muy altas no podía recordarlas en absoluto. De modo que con las horas tendría un cuarto conjunto de cifras. Mientras contaba segundos y minutos que era hasta donde había logrado llegar intentaba imaginar que eran cifras concretas que podía ver en una pizarra. Imaginaba que su habitación tenía una pizarra a la derecha y otra a la izquierda. En la pizarra de la izquierda apuntaba los minutos para tenerlos allí cuando necesitara sumarle otro. Pero no funcionaba. No podía recordar. Y cada vez que fracasaba sentía espasmos asfixiantes en el pecho y el estómago y sabía que estaba llorando.
Decidió olvidarse de contar y comprobar cosas más sencillas. No tardó mucho en descubrir que evacuaba sus intestinos una vez por cada tres visitas de la enfermera a veces cada cuatro. Pero eso no le decía nada. Recordó que los médicos solían decir que era saludable que se produjera dos veces al día pero los médicos se referían a personas que comían comidas normales comían con la boca y tragaban con la garganta. Quizá la sustancia con que le alimentaban le daba un promedio mucho más alto que el de la gente común. Además si estaba tendido en la cama años y años tal vez no necesitara demasiado alimento y por lo tanto su promedio sería muy inferior al de la gente común. Por otra parte descubrió que su baño y el cambio de las ropas de cama se hacía aproximadamente una vez cada doce visitas. En una oportunidad fueron trece y en otra solamente diez de modo que no podía estar totalmente seguro pero al menos era una cifra. Se sorprendió al descubrir que si al principio había pensado en segundos y minutos ahora pensaba en días y hasta en series de días. Así fue como logró encaminarse.
Se le ocurrió mientras sentía con la piel de su cuello el borde de las mantas a la altura de su garganta. Llegó a imaginárselas como una cadena de montañas que le apretaba la garganta. Tuvo una o dos pesadillas de estrangulamiento pero siguió pensando. Pensaba que la única parte que no estaba cubierta que tenía libre que era como debía ser era la piel de los costados de su cuello que iba desde la línea de las mantas hasta las orejas y la mitad de su frente encima de la máscara. Esa piel y su cabello. Se dijo tal vez exista alguna forma de utilizar esos fragmentos de piel expuestos al aire y sanos un tío con tan pocas cosas sanas como tú debería darle algún uso. Por lo tanto se dedicó a pensar en qué hacía un hombre con la piel y comprendió que la usaba para sentir. Pero eso no era suficiente. Siguió pensando en la piel y entonces recordó que la piel transpiraba y que cuando comenzabas a transpirar sentías calor pero cuando el sudor cubría la piel te sentías más fresco porque el aire secaba el sudor. Así fue como pudo concebir la idea de frío y calor y así fue como llegó a esperar el amanecer.
Era tan sencillo que de sólo pensarlo se le endureció el estómago a causa de la excitación. Lo único que tenía que hacer era sentir con la piel. Cuando la temperatura cambiara de fría a tibia sabría que era el amanecer el comienzo del día. Entonces podría contar las visitas de la enfermera hasta el próximo amanecer y de ese modo deduciría el número de visitas por día y a partir de entonces siempre podría llevar la cuenta del tiempo trascurrido.
Intentó quedarse despierto hasta que cambiara la temperatura pero se quedó dormido una media docena de veces antes de que sucediera. En otras oportunidades se confundía pensando hace calor o hace frío ¿qué tipo de cambio espero? tal vez tengo fiebre o estoy demasiado excitado y sudo por la excitación y eso estropearía todo oh Dios por favor haz que no sude haz que no tenga fiebre permíteme saber si tengo calor o frío. Dame una idea cuando venga el amanecer y entonces podré atraparlo. Luego después de mucho tiempo y de varios intentos fallidos se dijo vamos siéntate y piensa en ello seriamente. En este momento sientes pánico estás demasiado ansioso y torpe. Cada error significa más pérdida de tiempo y eso es lo único que no puedes perder. Piensa en lo que suele ocurrir habitualmente en un hospital por la mañana e intenta imaginar lo que sigue. Es fácil se dijo. Por la mañana en un hospital las enfermeras tratan de acabar cuanto antes con el trabajo pesado. Eso quería decir que por la mañana le bañaban y tal vez también le cambiaban la ropa de cama. Ese tendría que ser su punto de partida. Tendría que suponer algunas cosas y la primera suposición sería que esta era cierta. Ya sabía que el baño y el cambio de la ropa de cama se producían aproximadamente una vez cada doce visitas.
Ahora tenía que suponer nuevamente. Era razonable pensar que en un hospital como este te cambien la ropa de cama por lo menos día por medio. Tal vez fuese una vez por día pero no lo creía porque un cambio cada doce visitas significaba que la enfermera le visitaba cada dos horas y había tan poco que hacer con él que no podía imaginar visitas tan frecuentes. Por lo tanto supondría que cada dos días ella le bañaba y le cambiaba la ropa de cama y que lo hacía por la mañana. Si esto era cierto ella entraba en su habitación seis veces en el transcurso de un día y una noche. Es decir cada cuatro horas. El horario más sencillo sería venir a las ocho las doce las cuatro. Seguramente le cambiaba la ropa de cama a primera hora de la mañana o sea a las ocho.
Entonces se dijo ¿Qué quieres comprobar primero el amanecer o el anochecer? Optó por el amanecer porque cuando se pone el sol el calor del día suele perdurar y el cambio es tan lento que esos dos fragmentos de piel de su cuello tal vez no lograrían advertirlo. Pero al amanecer todo está frío e incluso el primer resplandor del sol debería proporcionar algo de calor. Al menos por la mañana el cambio tendría que ser más evidente que por la noche de modo que él podría percibir el amanecer.
Tuvo un momento de pánico cuando pensó ¿y si estas en la sala oeste del hospital? ¿Y si es el sol poniente el que pega de lleno en tu cama y tú crees que se trata del amanecer? ¿Y si estas en el ala norte o sur del hospital y nunca recibes directamente la luz del sol? Tal vez fuese así. Luego comprendió que aun cuando estuviese en el ala oeste y advirtiera el calor del sol poniente de todos modos las visitas de la enfermera le permitirían advertir la diferencia porque por el momento tenía la convicción de que el cambio de ropa se realizaba por la mañana.
Ya está bien condenado idiota se dijo estás complicando tanto las cosas que si no te detienes un poco no terminarás nunca. Lo primero que hay que hacer es advertir el amanecer. La próxima vez que la enfermera entre en tu habitación y te bañe y te cambie la ropa de cama tú supondrás que son las ocho de la mañana Luego puedes dedicarte a pensar en lo que te apetezca sin preocuparte. Incluso puedes dormir dado que cada vez que ella entre te despiertas. Esperas y cuentas cinco visitas más ya que la quinta debe producirse alrededor de las cuatro de la mañana. Las cuatro de la mañana es precisamente la hora en que empieza a insinuarse el amanecer de forma que a partir de la quinta visita de la enfermera te quedas despierto y concentras hasta la última porción de tu mente y de tu piel en la tarea de captar el cambio de temperatura. A lo mejor da resultado a lo mejor no. Si resulta lo único que tienes que hacer es esperar seis visitas más y comprobar si en ese momento se produce otro amanecer. Si es así ya sabrás el número de visitas cada veinticuatro horas lo cual te permitirá establecer un calendario a partir de las visitas de la enfermera. Lo importante es captar dos amaneceres sucesivos. Una vez que hayas atrapado el tiempo para siempre podrás comenzar a recuperar el mundo.
Ocho visitas después sintió las manos de la enfermera que le quitaban la camisa de dormir y comenzaban a pasarle una esponja con agua tibia por el muñón. Sintió que se aceleraba su corazón y que la sangre fluía hacia su piel produciéndole un intenso calor a causa de la agitación porque una vez más intentaría atrapar el tiempo sólo que ahora lo haría con astucia con lucidez. Sintió que le volvían hacia un costado y le mantenían en esa posición mientras la cama se estremecía por la tarea de la enfermera. Luego le volvían a colocar en la posición inicial entre las sabanas tersas y frescas. La enfermera siguió moviéndose al pie de la cama sólo por un momento. Sentía la vibración de sus pasos que recorrían la habitación de un lado a otro. Después las vibraciones se alejaron y hubo un imperceptible temblor de la puerta al cerrarse y supo que estaba solo.
Tranquilo se dijo tranquilo porque aún no has comprobado nada. Quizás todos tus pronósticos sean erróneos. Es posible que todas las suposiciones sean falsas. En ese caso tendrás que elaborar toda una nueva serie de hipótesis así que no cantes victoria. Tranquilízate y cuenta cinco visitas más. Se adormeció y pensó en muchas cosas pero sin olvidarse de la pizarra donde tenía apuntado el número dos o tres o el que fuese hasta que finalmente se produjo la quinta visita de la enfermera y sintió la vibración de sus pasos y sintió sus manos manipulando su cuerpo y la cama. De acuerdo con sus cálculos debían ser las cuatro de la mañana y según fuese invierno o verano u otoño o primavera dentro de un rato saldría el sol.
Cuando ella se marchó comenzó a concentrarse No se atrevía a dormir. No debía permitirse un solo minuto de divagación. No podía permitir que la sofocante emoción que le invadía interfiriese en su pensamiento y en sus sensaciones mientras esperaba el amanecer. Había descubierto algo tan precioso y excitante que era casi como volver a nacer a recuperar el mundo. Tendido allí pensaba dentro de una hora o tres horas con seguridad antes de diez horas sentiré el cambio en la piel y entonces podré discernir si es de día o de noche.
El tiempo parecía suspendido en una inmovilidad total como si quisiese mortificarle. De repente le invadieron pequeños espasmos como consecuencia del pánico que le asaltaba cuando le parecía advertir casi con certeza que el cambio se había producido sin que él lo percibiese y cada espasmo se traducía en náuseas. Luego sobrevino un intervalo más sereno durante el cual con gran tranquilidad sentía su piel y se convencía de que no estaba loco que no se había dormido ni había divagado y que el cambio aún no se había producido. Entonces súbitamente comprendió que se acercaba el momento. Los músculos de la espalda y sus muslos y su estómago se pusieron rígidos porque lo presentían. Casi podía sentir el sudor que brotaba de su cuerpo mientras intentaba contener la respiración por miedo a no advertirlo. Los fragmentos de piel a cada lado del cuello y la mitad de la frente le escocían como si hubiesen estado paralizados y ahora recibieran una nueva inyección de sangre. Era como si los poros de su cuello se extendieran materialmente para atrapar el cambio para absorberlo.
Todo era tan lento tan paulatino que parecía imposible pensar que ocurría realmente. Ahora no había peligro de caer en divagaciones o quedarse dormido. Hubiese sido como quedarse dormido en medio del primer beso. Como quedarse dormido en la mitad de una carrera de cien yardas y ganarla. Lo único que podía hacer era esperar y sentir con la piel y apresar cada segundo del cambio cada lento movimiento del tiempo y de la temperatura que le ofrecían un regreso a la vida.
Le parecía que hacía horas que permanecía así rígido y expectante y agitado. Había momentos en que tenía la certeza de que los nervios del cuello no registraban que de golpe se habían entumecido y ya no podrían verificar el cambio. Y luego otros momentos en que sentía que habían aflorado hasta llegar casi a la superficie de su piel atravesados por un dolor agudo y penetrante a medida que se esforzaban por captar el cambio.
Y después todo empezó a ocurrir velozmente cada vez más velozmente y aunque sabía que estaba en una habitación de hospital protegida tan cubierto de posibles cambios de temperatura le pareció que se manifestaba en una llamarada de fuego. Como si su cuello se estuviera chamuscando quemando abrasando con el calor del sol naciente que había entrado en su habitación. Y él había recuperado el tiempo había ganado la batalla… Los músculos de su cuerpo se relajaron. En su mente en su corazón en todas las partes que quedaban de él cantaba cantaba cantaba.
Amanecía.
En el mundo entero o por lo menos en el país en que había nacido el sol asomaba por el este y la gente se levantaba de la cama y las colinas se volvían rosadas y cantaban los pájaros. Amanecía en toda Europa en toda América. ¿Qué diablos importaba no tener nariz siempre que pudiese oler el alba? Olió sin fosas nasales. Captó el aroma del rocío en el césped y se estremeció porque era maravilloso. Protegió sus ojos de los primeros rayos luminosos del sol matinal y a la distancia vio las altas montañas de Colorado en el este y el sol que las inundaba y vio los colores que resbalaban por sus laderas y más cerca divisó pardas y ondulantes colinas que adquirían tonalidades rosas o alhucemas como el interior de una caracola. Y más cerca aún en el campo donde se encontraba advirtió el césped verde que trepaba centelleante hasta sus tobillos y se echó a llorar. Agradeció a Dios el haber podido ver el amanecer.
Volvió sus espaldas al sol y miró hacia el pequeño pueblo en que había vivido en que había nacido. Todos los tejados se habían vuelto rosados con la luz del alba. Hasta las casas despintadas cuadradas y feas eran hermosas. Oyó el mugido de la vacas en los corrales esperando ser ordeñadas porque el pueblo donde había nacido era un pueblo muy sensato y allí cada cual tenía su vaca. Oyó el estrépito de las puertas de reja que se cerraban a medida que los soñolientos dueños de casa se dirigían al gallinero o al granero para ocuparse de los animales. También pudo ver el interior de las casas mientras los hombres abandonaban sus lechos bostezando saludablemente y rascándose el pecho y buscando sus pantuflas hasta que finalmente se levantaban e iban a la cocina donde sus mujeres les preparaban salchichas y pasteles calientes y café.
Vio unos niños retozando en sus cunas y frotándose los ojos con sus pequeños puños y tal vez sonriendo o llorando y quizá algo malolientes pero con un aspecto poderosamente saludable mientras recibían la luz del sol mientras recibían la mañana y el amanecer. Vio todas esas cosas todas esas bellas cosas hogareñas mientras contemplaba el pueblo y para ver el sol y las montañas sólo le bastaba darse la vuelta.
Oh Dios Dios gracias mi Dios pensó ya lo tengo y no me lo pueden quitar. Pensó he podido ver nuevamente el amanecer y desde ahora lo podré ver todas las mañanas. Pensó gracias Dios gracias gracias. Pensó aunque nunca pueda tener otra cosa siempre podré contar con el amanecer y la luz del sol por la mañana.