Hacía calor. Tanto calor que le parecía estar abrasándose por dentro y por fuera. Tanto calor que no podía respirar. Apenas jadeaba. En lontananza una hilera de montañas brumosas recortaba el cielo y las vías férreas cruzaban el desierto en línea recta bailando y saltando en medio del calor. Al parecer Howie y él trabajaban en el ferrocarril. Era cómico. Oh diablos las cosas comenzaban a mezclarse nuevamente. Ya antes había visto todo esto. Era como ir a un nuevo drugstore por primera vez y al sentarse sentir de pronto que has estado allí antes varias veces y que ya has oído lo que va a decir el empleado apenas se acerque para atenderte. ¿Él y Howie trabajando en el ferrocarril bajo el calor? Sí sí. De acuerdo. Así eran las cosas.
Él y Howie trabajaban allí bajo el sol ardiente tendiendo esas vías férreas a través del desierto de Utah. Y sentía tanto calor que creía morir. Pensó que si pudiera detenerse a descansar un rato se sentiría más fresco. Pero lo más terrible en una brigada de trabajo es que uno no se puede detener nunca. No podían reír ni bromear como el resto de los muchachos. No decían una palabra. Sólo trabajaban.
Si uno se pone a observar una brigada le da la impresión de que trabajan lentamente. Pero es necesario trabajar lentamente porque no te puedes detener y cuentas con esa única fuerza. No te detienes porque tienes miedo. No es miedo al capataz porque nunca molesta a nadie. Es que tienes miedo del trabajo y de la capacidad de trabajo del otro tío. De modo que él y Howie trabajaban lenta y constantemente tratando de mantener el ritmo de los mexicanos.
Le palpitaba la cabeza y su corazón latía con violencia contra las costillas y hasta podía sentir las pulsaciones aceleradas en las pantorrillas. Sin embargo no podía detenerse ni por un segundo. Su respiración se volvía cada vez más entrecortada y parecía que sus pulmones resultaban demasiado pequeños para contener el aire que era capaz de aspirar para mantenerse con vida. Hacía ciento veinticinco grados a la sombra y no había sombra. Sintió que se asfixiaba bajo una manta blanca y caliente y sólo podía pensar tengo que detenerme tengo que detenerme tengo que detenerme.
Hicieron un alto para almorzar.
Era su primer día de trabajo en la cuadrilla y naturalmente él y Howie pensaron que les traerían el almuerzo con la vagoneta. Pero no fue así. Cuando el capataz advirtió que no tenían nada para comer se acercó a un par de mexicanos y les dijo algo. Los mexicanos les ofrecieron parte de lo que sacaron de sus cubos de almuerzo. Comían huevos fritos con una capa de pimentón. Él y Howie se limitaron a mascullar no gracias y se tumbaron de espaldas. Después se colocaron boca abajo porque el sol era tan ardiente que les hubiera quemado los ojos aun con los párpados cerrados. Los mexicanos se sentaron a masticar sus bocadillos de huevos fritos mientras les observaban.
De pronto se oyó el ruido de los mexicanos que se habían puesto en pie. Él y Howie se incorporaron para ver qué pasaba. Toda la cuadrilla se había echado a andar en un lento galope por los rieles tendidos. El capataz se quedó sentado observándoles. Le preguntaron qué sucedía y el capataz respondió que los muchachos se iban a dar un baño.
La idea de darse un baño era demasiado. Él y Howie se pusieron en pie de un salto y corrieron tras los mexicanos. Por la forma en que habló el capataz pensaron que sólo se trataba de andar un breve trecho por las vías. Pero debieron recorrer dos millas antes de llegar a un canal color fango de unos diez pies de ancho bordeado en ambas orillas por unos sólidos matorrales de cardos. Los mexicanos comenzaron a quitarse las ropas. Él y Howie se preguntaron cómo pensaban llegar hasta el agua sin llenarse de espinas. Llegaron a la conclusión de que habría algún sendero a través de la maleza. De lo contrario los mexicanos no habrían pensado en bañarse. Cuando terminaron de desvestirse los mexicanos ya chapoteaban en la zanja riendo y gritando.
Resultó que no había sendero alguno entre los cardos. Sintieron vergüenza por estar tan desnudos y blancos comparados con el resto y por no poder hacer nada. Así que comenzaron a saltar por encima de la maleza a través de los cardos hasta llegar al agua. El agua estaba caliente y olía a cal pero daba lo mismo. Era como un chubasco de abril. Pensó en la piscina del Y.M.C.A. en Shale City. Pensó dios estos tíos se comportan como si esta fuese la mejor piscina del mundo. Pensó apuesto a que nunca en su vida han estado en una piscina. Estaba hundido en el barro hasta los tobillos cuando los mexicanos comenzaron a salir y a vestirse nuevamente. El baño había terminado.
Las espinas se les clavaban hasta las caderas cuando él y Howie fueron en busca de sus ropas. Observaron que los mexicanos ni siquiera se molestaban en quitarse las espinas. Algunos de ellos ya habían iniciado el regreso hacia la vagoneta así que ellos medio se sacudieron las espinas con las piernas y saltaron para introducirse en sus ropas. Luego corrieron las dos millas de regreso. El almuerzo había terminado y había que volver al trabajo.
A medida que se esfumaba la tarde él y Howie comenzaron a tambalearse y finalmente a caerse. Ni el capataz ni los mexicanos decían nada cuando se desplomaban. Los mexicanos se limitaban a interrumpir el trabajo y a esperar a que se levantaran mirándoles continuamente como niños. Cuando se incorporaban balanceándose volvían al trabajo agotador de la vía. Les dolían todos los músculos del cuerpo pero tenían que seguir trabajando. Se les habían gastado las palmas de las manos. Cada vez que asían los ardientes rieles sentían hasta en la boca el dolor de las manos en carne viva. Las espinas en pies y piernas parecían hundirse más y más a cada paso y se infectaban y no había tiempo para detenerse y quitárselas.
Pero los dolores y las contusiones y el terrible agotamiento no era lo peor. De algún modo aún podían sostener el cuerpo pero las cosas que tenían dentro del mismo comenzaron a retorcerse y a crujir. Sus pulmones estaban tan secos que chirriaban con la respiración. Su corazón se dilataba de tanto bombear. Tuvo un rapto de pánico porque sabía que no podía aguantar más y que debía seguir. Deseó morirse si eso le permitía abandonar el trabajo. La tierra comenzó a elevarse y a caer bajo sus pies y las cosas asumieron un extraño color. El hombre que estaba junto a él parecía flotar en una bruma a millas de distancia. No había nada más legítimo que el dolor.
Toda la tarde transcurrió entre tropiezos que le hacían caer de rodillas en el polvo y esfuerzos desesperados por respirar sintiendo que el estómago se le hinchaba y brincaba y quería salírsele por la boca. Intentó pensar en Diane. En cómo era. Trató de encontrarla allí en el desierto para poder aferrarse a algo. Pero no pudo traer su rostro ante sus ojos. Ni siquiera pudo imaginarla.
De pronto pensó oh Diane tú no vales esto. No puedes valerlo. Nadie en el mundo excepto tal vez la madre de uno podría justificar tanto dolor. No obstante en medio de su dolor trató de buscar excusas para Diane. Tal vez en realidad no había tenido intención de engañarle. Tal vez se había citado con Glen Hogan porque no había tenido más remedio. Si esto era verdad y él confiaba en que lo fuese entonces era idiota estar allí en el desierto olvidándolo todo con un montón de mexicanos cuando podría estar gozando de la frescura de Shale City disfrutando de las vacaciones de verano y pensando a lo mejor esta noche saldré con Diane.
Pensó que sin duda las muchachas eran algo terrible. Probablemente todas las muchachas son mentirosas e infieles y tratan de aplastarte pero ya deberías haberlo esperado. Y aprender a perdonarlas porque era razonable suponer que si te escapabas como él y Howie y te ibas al medio del desierto para enterrarte allí los tres meses de vacaciones el único que sufría eras tú. Mientras la muchacha allá en Shale City quedaba en libertad para verse con Glen Hogan cuantas veces quisiera. De pronto mientras se arrastraba y tambaleaba y trataba de recobrar el aliento le asaltó un horrible presentimiento. Se estaba preguntando. Se estaba diciendo Joe Bonham ¿no habrás hecho el imbécil?
Alguien exclamó que era hora de largarse y las cosas comenzaron a desvanecerse lentamente ante sus ojos. Cuando logró enfocarlas nuevamente se encontró de bruces con la cabeza colgando sobre un costado de la vagoneta. Howie estaba tendido junto a él. Recordó haber mirado hacia abajo el suelo que corría como agua ante sus ojos y haber oído a esos mexicanos que cantaban. Se turnaban para accionar la vagoneta que les llevaba de vuelta a la barraca. Se quedó sin moverse sintiendo náuseas y oyéndoles cantar.
La barraca tenía el suelo de tierra. Era una especie de tinglado con techo de hojalata. Hacía tanto calor dentro del tinglado que quiso sacar las manos en busca de aire para llenar sus pulmones. Las literas eran trozos de madera una encima de la otra. Él y Howie se tumbaron en un par de ellas. Ni siquiera se molestaron en abrir la cama. Se limitaron a dejarse caer y quedarse inmóviles. El capataz se les acercó para preguntarles si querían que les indicase dónde podían conseguir algo para comer. Pero no le prestaron atención. Se quedaron quietos con los ojos cerrados.
Él había llegado a una curiosa situación. Era la primera vez en su vida que se sentía así. Todas las partes de su cuerpo le dolían por igual de modo que no lo sentía. Sólo estaba entumecido y adormilado. Pensó nuevamente en Diane. No por mucho tiempo pero ella fue su último pensamiento antes de la oscuridad. Pensó en Diane menuda adorable y asustada la primera vez que la besó. Oh Diane pensaba ¿cómo has podido hacerme eso? ¿Cómo has sido capaz? Y luego alguien empezó a sacudirle.
Seguramente hacía horas que lo sacudían. Abrió los ojos. Seguía en el cobertizo. Estaba oscuro y el aire estaba lleno de suspiros. Había olor a humo. Los mexicanos se habían preparado su comida sobre un fogón en mitad del suelo. El techo de hojalata tenía un agujero para que saliera el humo. Por allí pudo ver las estrellas vacilantes como en un sueño febril. Tosió. Olor a comida y humo en el aire. ¿No era propio de un mexicano eso de cenar algo hirviendo después de pasarse el día entero en el fondo del infierno?
Era Howie quien lo sacudía.
—Despierta. Son las diez.
No supo si era de noche o si se le habían quemado los ojos y ya no podía distinguir la luz de la oscuridad.
—¿De la noche o de la mañana?
—De la noche.
—¿De esta noche o de anoche?
—De anoche creo. Oye mira lo que tengo. Acaban de enviarlo de la oficina de mensajes.
Howie puso algo ante sus ojos y lo alumbró con la linterna. Se habían acordado de traer una linterna pero habían olvidado los guantes. Howie le mostraba un telegrama. Los bordes del telegrama donde Howie había puesto los dedos para sostenerlo estaban ensangrentados. Decía Querido Howie por qué eres tan impulsivo stop soy tan desgraciada pensando lo que has hecho stop por favor perdóname y vuelve en seguida a Shale City stop odio a Glen Hogan stop cariños Onie.
Aun en la penumbra del cobertizo pudo advertir la felicidad en el rostro de Howie. ¿De modo que odiaba a Glen Hogan? Bien. Él sabía por qué y si Howie no lo sabía era porque era un idiota. Onie odiaba a Glen Hogan porque Glen la había cambiado por Diane. Pensó en esto un momento y en que Diane era mucho más bella que Onie y cómo todo demostraba el buen juicio de Glen Hogan. Entonces advirtió que Howie esperaba una respuesta. Cuando intentó hacerlo sólo atinó a emitir un murmullo.
—¿Y para eso despiertas a un tío que como yo necesita tanto dormir?
—Porque lo entiendo todo.
—Ajá.
Howie empezó a susurrar muy excitado.
—Es así. Que unos jóvenes como tú y yo estemos aquí esclavizando nuestros mejores años en una cuadrilla es como si unas muchachas tan bellas como Onie y Diane de pronto decidieran convertirse en lavanderas.
Él no dijo nada. Siguió acostado pensando. Pero entendía perfectamente. La idea de Diane como lavandera era tan espantosa que volvió a cerrar los ojos. Howie seguía cuchicheando.
—Claro está que si Onie siente así yo no sé muy bien qué hacer con esa pobre muchacha.
Él siguió con los ojos cerrados sin decir nada.
—No se trata de que no tenga motivos para volver. Más bien es casi un deber hacerlo.
Él siguió allí fláccido. Pero escuchaba a Howie con mucha atención.
—El mensajero dice que hay un tren de pedregullo que pasa por aquí esta noche con destino a Shale City.
Él siguió sin decir palabra. Sin embargo le escuchaba.
—Llegaríamos en una hora.
Él hizo un ligero movimiento con la pierna para demostrar que estaba despierto y escuchaba.
—Ese tren pasa por aquí dentro de diez minutos.
Saltó de la litera y en un solo movimiento cargó sobre sus hombros la ropa de cama. Howie le miró sorprendido.
—¿Qué haces?
Miró a Howie como indicándole que la responsabilidad era toda suya.
—Bien. Si estás decidido a echarte atrás en nuestro acuerdo pienso que no puedo hacer nada por detenerte. Si queremos coger ese tren será mejor ir saliendo.
Bill Harper le ocupó la mayor parte de su pensamiento camino a Shale City. Se dijo a sí mismo anoche le pegué a Bill Harper. Pensó Bill Harper era mi mejor amigo me decía la verdad y le pegué. Se recostó y miró las estrellas. Pensó en cómo él y Bill Harper habían tomado asiento en el drugstore y en cómo Bill Harper tartamudeaba y balbuceaba hasta que finalmente se decidió a ir al grano. Recordó nuevamente el odio que sintió cuando Bill Harper le contó que esa noche Diane saldría con Glen Hogan. Presentía que era verdad porque de lo contrario Bill Harper no se lo hubiese dicho. Sin embargo se había puesto en pie y le había llamado mentiroso y le había golpeado y derribado y después había salido solo del drugstore.
Camino de su casa tropezó con Diane y Glen Hogan que en ese momento se apeaban del auto deportivo de Glen y se dirigían al teatro Elysium. Entonces supo que Bill Harper le había dicho la verdad y que Diane le engañaba.
Encontró a Howie en la esquina. Howie había discutido con Onie a causa de Glen Hogan y por lo tanto ambos decidieron abandonarlo todo y marcharse al desierto y trabajar como hombres libres y olvidarse de todo. Eso no quería decir que él y Howie se pareciesen. Howie jamás había podido retener a ninguna muchacha. Sintió algo así como un agravio por el hecho de que Howie lo incluyese en su categoría. Pero sus deseos de marcharse eran tan intensos que cuando Howie lo sugirió él dijo nos vamos mañana.
Recostado en el vagón recordó todas las excursiones y los momentos agradables que habían pasado juntos él y Bill Harper. Recordó la primera vez que cada uno de ellos salió con una muchacha. Decidieron salir los cuatro porque estaban muy asustados. Recordó el día que su cachorro Mayor había sido embestido por un auto y Bill había venido por la noche con el coche de su padre y le había llevado a dar un paseo por el campo hasta la medianoche sin decir una sola palabra durante todo el tiempo porque Bill sabía cómo se sentía él. Recordó muchas otras cosas y pensó Bill Harper es un buen amigo como para perderlo aunque se trate de Diane y mañana se lo diré. Mañana iré a su casa y le diré a Bill que olvidemos todo esto. Bill seamos amigos porque no volverá a ocurrir.
Después cuando el tren se iba aproximando a Shale City volvió a pensar en Diane. La frescura de la noche le permitió imaginar su rostro. No había podido hacerlo en el desierto. Se la imaginaba sonriendo. Pensó en Howie que creía haber perdido a Onie pero no era así porque Onie había admitido su error y le había rogado que volviese. Además pensó no quiero que Diane salga con Glen Hogan. Cualquiera menos Glen Hogan. Sólo porque tenía un bonito automóvil Glen pensaba que podía tomarse libertades con las muchachas que ningún otro se tomaría. Cada vez que imaginaba a Diane y a Glen Hogan juntos se asustaba. Veía que de algún modo su deber era ir a ver a Diane y hablar con ella como lo haría un hermano y contarle acerca de Glen Hogan. Sabía que tenía que evitar que Diane se desilusionase por sí sola cuando descubriera qué clase de tío era Glen Hogan. Debía hacer eso aun a expensas de su orgullo.
Se apearon del tren antes de llegar a la estación porque no querían que nadie los viese con ese aspecto. Anduvieron unos doscientos metros hasta que Howie se detuvo.
—Bien. Me voy.
—¿Adónde vas?
—Creo que iré a casa de Onie.
Howie lo dijo en un tono soñador y al mismo tiempo insinuante porque sabía que Joe no tenía más remedio que ir a su casa. Howie que nunca supo conservar una muchacha. ¡Ja!
Howie se perdió en la oscuridad. Él se quedó completamente solo. Se encaminó hacia su casa. Esa noche Shale City parecía el pueblo más bonito del mundo. El cielo era azul pálido y había alrededor de un millón de estrellas fulgurantes. Los árboles tenían un color verde oscuro y la brisa fresca jugaba con ellos. De pronto fue como si el desierto y la brigada no hubiesen existido nunca. Estaba terriblemente cansado pero nadie le miraba y supo que podía detenerse y descansar cuando lo deseara. Quería hacerlo y como de alguna manera había recobrado el aliento ni siquiera sentía el peso de la mochila. Parecía limitarse a andar sin rumbo disfrutando del fresco. Era un poco más de las once.
Y entonces de pronto supo por qué se sentía tan bien cuando debía sentirse mal. Era porque estaba en la calle de Diane. No había llegado hasta allí deliberadamente aunque se había desviado unos doscientos metros de su camino y en realidad estaba terriblemente cansado. Al parecer algo le había impulsado hacia esa calle y se sentía contento de que fuera así. Hasta en las noches comunes siempre se sentía extraño cuando se acercaba a casa de Diane. Cada vez que se aproximaba al sitio donde ella vivía se le apretaba la garganta y se sentía medio inquieto y medio asustado.
Entonces súbitamente pensó no puedes pasar por la casa de Diane con las manos ensangrentadas y sucio como estás. No puedes correr el riesgo de que ella te vea en estas condiciones. Así que cruzó la calle y empezó a deslizarse de puntillas como si ella durmiese y él pudiese despertarla con el ruido de sus pasos y asustarla. Todo el tiempo algo dentro de él le decía mañana la verás mañana la verás mañana la verás.
Luego precisamente en la acera frente a la casa de ella se detuvo y se quedó sin respirar. Diane estaba en las escaleras de la entrada y rodeaba a alguien con sus brazos y alguien la rodeaba a ella con los suyos. Se besaban. Él no hizo nada. Sólo se quedó allí oculto por el árbol y observó. No quería mirar pero mirar era lo único que quería Se sintió avergonzado y sin embargo no se movió ni una pulgada. Se quedó allí. Se quedó donde estaba y miró.
Luego el tío que la besaba la soltó y Diane subió las escaleras en esa forma tan graciosa que tenía y al llegar al portal se volvió para sonreír. Por supuesto no pudo verle la cara pero sabía que sonreía. Eso duró un instante y después el que la había besado se alejó calle abajo. Silbaba. Silbaba suavemente y medio bailaba mientras se alejaba del sitio donde había besado a Diane. Cuando salió de la sombra de los árboles la luz de las estrellas le iluminó la cara. Era Bill Harper.
No se movió. Bill Harper siguió andando y dio la vuelta a la esquina. La luz de la sala de la casa de Diane se encendió y se apagó. Luego se encendió la luz del dormitorio. Dos veces vio su sombra por detrás de la cortina. Luego se apagó la luz. Él se quedó allí pensando adiós Diane adiós. Después emprendió el camino de su casa. Tenía todos los músculos doloridos. Las manos el estómago y la cabeza le palpitaban y le ardían. La mochila parecía pesar cien libras. Pero no era eso lo que le dolía. Era algo dentro de él que le decía con insistencia no sirves. No sirves para nada.
La gente le preguntaría ¿cómo es que no se te ve más con Diane? y él no tendría respuesta. La gente preguntaría ¿qué pasa entre ti y Bill Harper que no se os ve más juntos? y él no tendría respuesta. Su padre le preguntaría ¿cómo es que has conseguido un trabajo en la brigada y sólo te has quedado un día? y él no tendría respuesta.
Todo había terminado. Era algo que nunca podría explicar. Algo que nadie podría comprender. Había perdido el único amigo a quien se lo podría haber contado. Porque sabía que él y Bill nunca más serían lo que habían sido. A lo mejor podrían estrecharse las manos y decir olvidémoslo y empecemos a andar juntos nuevamente pero no sería lo mismo. Y ambos lo sabrían. Ambos sabrían que Diane estaba entre ellos. Ambos también sabrían que probablemente a Diane no le importaría pero que eso no cambiaría nada. Nunca serían capaces de explicárselo a sí mismos.
Pero más que eso pensaba en Diane. Pensar que nunca la vería nuevamente y que nunca estarían juntos otra vez y que nunca volverían a reír y a bromear juntos era como morirse. No era Glen Hogan quien había provocado esto. Él la hubiese perdonado si hubiese sido Glen Hogan. Podría perdonarla por aquello y tratar de reconciliarse. Lo grave era que ella había hecho algo que él nunca podría perdonarle por mucho que la quisiese. Y quería perdonarla. Lo deseaba con todas sus fuerzas. Pero no podría.
Cuando se acostó pensó oh ¿por qué hay que sufrir cosas como estas? Pensó ¿por qué no le matan a uno mientras todavía le queda algo que valga la pena? Pensó ¿por qué será que todo el mundo tiene un amigo íntimo? Hasta los tíos que están en la cárcel seguramente tienen un amigo íntimo en alguna parte. Pero yo no lo tengo. Pensó hasta Howie tiene una muchacha. Hasta esos mexicanos que cantaban cuando regresaban del desierto tienen sus muchachas. Pero yo no. Pensó ¿por qué todo el mundo puede encontrar en su interior una pizca de respeto por sí mismo? Hasta un asesino o un ladrón o un perro o una hormiga tienen algo que los sostiene para seguir y mantener la cabeza erguida. Pero yo no.
Esa noche en la cama fue la primera vez que lloró por una muchacha. Se desgañitó llorando como un niño. Tenía las manos ensangrentadas las piernas llenas de espinas y los ojos inundados en lágrimas y se sentía enfermo del corazón. Tardó mucho en dormirse.
Todo había parecido tan real en esa época y ahora no era real en absoluto. Eso fue hace mucho tiempo. Eso fue en Shale City. Esto ocurrió cuando era muchacho en la escuela superior. Parecía tan distante en el tiempo. En alguna parte probablemente en Colorado Glen Hogan y Howie seguían haciendo sus cosas. Una vez recibió una carta que decía que a Bill le habían matado en Belleau Wood. Bill Harper había tenido suerte. Bill Harper había conseguido a Diane y luego había muerto.
Oh Cristo nuevamente todo se confundía. No sabía dónde estaba o qué estaba haciendo. Pero se estaba enfriando. Ya no ardía. Tenía la cabeza liviana y confusa y no podía reconstruir las cosas. Todo era confusión pero al menos estaba sereno.