¡Gusano!
Martes, 22 de mayo, por la noche
(Bede)
—¡Cerdos!
La voz de Pasquale estaba muy cerca, detrás de mí.
—¡Cerdos!
Me empujaba y me golpeaba. Yo notaba sus intenciones violentas, su determinación agresiva. El encanto estaba roto. Debía facilitar la huida de Thomas, quien, bloqueado entre el muro y yo, me miraba atontado como si esperara una orden, una solución. No era más que un muchacho, sobre todo ahora que debía afrontar una situación tan desagradable e inesperada. Lancé una patada a la ingle de Pasquale y alejé de allí con un empujón a Thomas. Pasquale se tambaleó inseguro sobre su pierna herida, y reemprendió sus gritos:
—¡Cerdo! ¡Y explotador! ¡Vives como un amo a costa de los Carpinteri! ¡Y te follas a su hijo! ¡Das asco! —Dio un paso hacia delante, amenazador.
—¡Gusano! —Levanté la mano y la extendí hacia él, abierta.
—¡Y tú me llamas gusano, so maricón! —Pasquale seguía gritando. Pero se había parado.
—¡Sí, gusano!
Thomas ya estaba en las escaleras; se volvió con una mirada asustada y luego desapareció.
—¡Gusano! —repetí—. ¡Has dejado embarazada a Giulia tres veces y las tres veces la has obligado a abortar a fuerza de patadas en el vientre y costillas rotas!
—¡¿Qué sabrás tú de nuestras cosas, sarasa?!
—¡Ni siquiera tuviste la decencia de pagarle los abortos! ¡Obligaste a Giulia a que le pidiera el dinero a su madre. Y gracias a su madre has podido saldar también todas tus deudas y eso que llamas tus viajes de estudio a los burdeles de Tailandia! ¡Eres un parásito, una sanguijuela!
—¡¿Parásito yo?! ¡Pero si son los Carpinteri quienes te mantienen desde que entraste en su casa! ¡Ya es hora de exponer tus vergüenzas! Luigi te echará de aquí a patadas en el culo.
—¡Avergüénzate tú! ¡Anna te ha pagado incluso los gastos del juicio por la custodia de tu hijo, ese hijo con el que quisiste quedarte aunque él prefiriera volverse con su madre y al que maltratabas, cogiéndolo del pelo y tirándolo al suelo, retorciéndole los dedos! ¡Si hasta salió publicado en los periódicos!
Pasquale babeaba.
—¿Y tú qué sabes?
—¡Fuera de aquí! —le grité.
—¡Maricón!
—¡Fuera! —Y di un paso adelante hacia él—. ¡Fuera, vete de aquí, largo, gusano! —Pasquale retrocedía y yo avanzaba, un paso él y un paso yo, manteniendo la misma distancia, yo desnudo y él vestido, con mi dedo índice apuntado contra su rostro, nuestras miradas clavadas con la misma saña y la misma intensidad—. ¡Vete de aquí, largo! —Y él seguía retrocediendo. Al pasar junto a los sofás agarré el jarrón de bronce por el cuello, como una maza—. ¡Vete de aquí, fuera, gusano!
Pasquale estaba ahora cerca de la escalera.
—¡Fuera de aquí!
Se metió bajo la cortina de racimos de glicinias. Luego un estruendo: se había caído escaleras abajo. Imprecaba, pero no intentó volver a subir.