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«Love is love»

Domingo, 20 de mayo, por la noche

(Mara)

No conseguía conciliar el sueño; me sentía vacía. Me picaba todo el cuerpo y me rascaba los hombros. Me restregaba los ojos legañosos. Tenía hambre. Me había levantado sin despertar a Luigi y había cogido el bolso, donde tenía un paquete de crackers, y había salido al balcón.

El aire era blando. Observaba la oscuridad, escuchaba aquella aparente ausencia de sonidos y olía los aromas tibios que subían desde el jardín. Iba a dejar Pedrara, para siempre.

Unos pasos. La advertencia del doctor Gurriero, «Si optáis por quedaros en Pedrara, será por vuestra cuenta y riesgo», resonaba sin tregua. Tuve miedo. Los pasos se acercaban, cautos. Murmullos del follaje, crujidos afligidos de ramas dobladas, luego el silencio. El ruido provenía de la torre. Allí la oscuridad era total. Un ronco «Madame… Madame» soplaba desde el algarrobo retorcido. Germinado de una semilla transportada por el viento, el árbol había crecido justo al lado de la torre. El tronco estaba inclinado hacia el jardín, desafiando la gravedad. Mi padre sostenía que, de no haber sido por los cimientos de la torre que impedían que las raíces se movieran, envueltas en sus grandes piedras y atadas a éstas, el gran algarrobo haría tiempo que se habría derrumbado al suelo. Un chirrido quedo. Mejor dicho, un crujido. Una rama parecía balancearse. Yo intentaba ver algo en la oscuridad, en vano. Luego la voz, de nuevo. «Merci, madame». El chico de Mali saltó al suelo y se acercó al balcón, sin salir de los arbustos.

Merci madame, por haberme cortado las cuerdas. Me voy, voy a fugarme de este sitio.

—Yo también me iré pronto. Pasado mañana —dije en voz baja, casi como si su suerte pudiera compararse con la mía.

—Hace bien, aquí hay gente horrible. Muy mala. Me quedaré aquí por los alrededores hasta que se vaya, para protegerla. Devolver el favor.

Metí cien euros en el paquete de crackers y se lo lancé.

Él se acercó a gatas y luego se desvaneció.

Volví a entrar en mi cuarto. Tan sólo entonces fui consciente de lo que había dicho: pero yo no le había cortado las cuerdas. ¿Quién habría sido? Volví a salir al balcón, lo llamé:

—¡Ven…, ven aquí!

Del árbol llegó una voz:

—Me llamo Jacques.

—¿Quién te ha cortado las cuerdas? ¡Yo no he sido!

—Entonces habrá sido un ángel de cabellos rojos y de labios suaves. —E inició la interpretación de «Love is love, hate is hate, but is hard to separate», que poco a poco se fue atenuando hasta que dejó de oírse. Un murmullo en el follaje, y Jacques regresó al interior de la noche.