9

Mi amor, podría cantarte una canción sobre el mar

que susurra en la calma de una noche invernal.

Mi amor, podría cantarte una canción

sobre las estrellas temblorosas y las luces que iluminan los cielos del norte.

Amor, podría cantarte sobre la luna,

las islas desiertas o los vientos que suelen aullar.

O podría hablarte de las nieblas que se aferran a la tierra tras la lluvia.

Pero hacia ti vuela mi alma sobre el clamor de las olas,

y no se detiene hasta llegar a un precioso valle en las Highlands.

Roderick se volvió hacia la inesperada pasajera, totalmente hechizado. Su voz era el sonido más dulce que había oído nunca. Parecía que el aire resonara con ella.

Todos los marineros dejaron lo que estaban haciendo y se volvieron para escucharla. Y Roderick no fue capaz de ordenarles que regresaran al trabajo, ya que las palabras que cantaba le llegaban muy adentro y sólo pensaba en no perderse ni una de ellas.

Mi amor, las olas inquietas se quejan

en la oscuridad de las cuevas del océano.

Mi amor, la luna se desvanece y se oculta

tras las olas brillantes.

Podría soñar con islas soleadas en los mares tropicales,

donde la ira del invierno no llega nunca.

Pero hacia ti vuela mi alma sobre el clamor de las olas,

y no se detiene hasta llegar a un precioso valle en las Highlands.

Roderick miró a su alrededor y vio que sus hombres estaban tan conmovidos como él. Todos eran viejos lobos de mar, pero guardaban el recuerdo de su tierra natal —ya fuera Escocia, Holanda o cualquier otra— en lo más hondo de sus corazones, y la canción de Maisie los había hecho pensar en ese lugar.

Oh, cómo añoro el aliento del aire de los páramos

bajo las montañas azuladas.

Oh, y cómo añoro los cielos sin límites

y el brezo dorado al anochecer.

Quiero volver a ver los abedules y los serbales,

y la tierra, ya llueva o haga sol.

Sus miradas se encontraron en aquel momento, y Roderick se dio cuenta de que, aunque estaba cantando, Maisie estaba asustada. ¿Por qué? ¿Qué le había dicho Clyde? Y, además, ¿por qué le preocupaban tanto los sentimientos de la joven? ¿Por qué tenía la necesidad de acercarse a ella continuamente, sin importarle las consecuencias?

La muchacha siguió cantando.

Oh, el brezo y los helechos me llaman,

desde el precioso valle escocés.

Ojalá pueda estar allí contigo, mi amor,

un verano en un día no muy lejano.

Al pronunciar los últimos versos, los ojos de Maisie permanecieron clavados en los de él, antes de mirar a su alrededor. El capitán se sorprendió al percatarse de que toda la tripulación se había detenido para escucharla. Una vez más, había llamado su atención. No podía culpar a sus hombres. Los comprendía perfectamente. Sabía que debería haber insistido en que bajara al camarote y se quedara allí, lejos de las miradas de los marineros. La presencia de la joven sólo podía crear conflictos entre ellos, ya que iba en contra de las normas del barco. Pero, cuando la veía, se olvidaba de lo que era correcto y lo que no.

Por lo menos, Maisie había perdido ese aire de profunda solemnidad de la noche anterior. Se alegraba. ¿Sería por la familiaridad que daba acostarse con alguien que la veía distinta esa mañana? No, realmente estaba muy cambiada. Por un instante, Roderick se sintió muy orgulloso pensando que él era el responsable del cambio. No podía dejar de mirarla. Era preciosa, con el pelo ondeando al viento, las mejillas encendidas y una sonrisa que parecía existir sólo para él, una sonrisa que decía que estaba pensando en lo que había pasado entre ellos la noche anterior. El capitán deseó poseerla una vez más.

No obstante, el sexo no lo era todo. Desde que Maisie había subido a bordo era como si el día fuera más luminoso. El sol hacía brillar las crestas de las olas. Y cuando se había acercado a la proa y había alzado la barbilla para empaparse del aire salado, Roderick había notado lo mucho que estaba disfrutando mientras el viento jugueteaba con su pelo. Incluso el viento se había puesto de su lado para verla sonreír.

Se dirigió hacia ella, ordenando a los hombres que volvieran al trabajo al pasar por su lado.

Maisie lo observaba con gesto preocupado mientras él se aproximaba.

—Cantas como los ángeles —le dijo para tranquilizarla.

Claramente aliviada, ella se apoyó en la barandilla que tenía a su espalda.

—Me alegro de que te haya gustado la canción.

—Una Jezabel también puede tener la voz de un ángel —intervino Clyde, el anciano encorvado.

—¿Jezabel? —repitió Maisie, sorprendida.

Roderick sacudió la cabeza.

El viejo marinero le dirigió una sonrisa desdentada a la joven.

El capitán miró a Clyde con el cejo fruncido.

—Te acaban de cantar una bonita canción. No vayas soltando calumnias.

—¿Calumnias? ¿Qué calumnias? Aún no he decidido si esta Jezabel es buena o mala.

Roderick reparó en que Maisie se asustaba al oír eso y se llevaba la mano al cuello, como si temiera por su vida.

—Clyde, te prohíbo que hagas bromas a costa de nuestra pasajera —lo reprendió con firmeza, sin dejar de fruncir el cejo.

El viejo marinero lo miró como si pudiera leerle la mente, pero no dijo nada. Tampoco se movió. Parecía que no se fiara de Maisie. ¿En qué se basaba para desconfiar de ella? Era cierto que no sabían nada de la chica. Roderick se había preguntado varias veces cuáles serían sus orígenes, pero ésa no era razón suficiente para asustarla. Con una mirada desdeñosa, gritó:

—¡Tienes tareas de las que ocuparte, y no están aquí!

—Sí, capitán. —Clyde se alejó cojeando, pero los miró varias veces por encima del hombro, como si quisiera dejar claro que no iba a perderlos de vista.

Maisie lo observó mientras se alejaba. Parecía preocupada.

—¿Qué te ha dicho? ¿Te ha molestado?

Ella se volvió bruscamente y lo miró sorprendida.

—No, no me ha molestado en absoluto. Estaba cantando en voz baja y me ha oído. Ha venido a pedirme que le cantara una canción. Eso es todo.

—¿Te da vergüenza cantar en público?

La joven asintió con la cabeza.

—Sí. Además, hacía mucho tiempo que no cantaba esa canción, desde que era una niña.

—Es normal que ahora que vas camino de Escocia la hayas recordado.

—Sí —asintió ella y, bajando la voz, añadió—: Durante muchos años me dijeron que pensar en mi tierra no era buena idea.

—¿Por qué? —En cuanto lo preguntó, Roderick se percató de que no debería haberlo hecho.

Maisie apretó los labios con fuerza y se volvió hacia el mar abierto.

—Las personas con las que vivía no querían que regresara. Pero mi sangre es escocesa, tengo que volver al lugar donde nací y buscar a mi familia, pase lo que pase.

Roderick era consciente de que estaba metiéndose en un terreno muy privado, pero el extraño comentario de la muchacha le despertó la curiosidad. Descubriría qué secretos ocultaba el tesoro que era su pasajera, con mapa o sin él. No obstante, debería contener su curiosidad unas horas. No era ni el momento ni el lugar, ya que seguían estando a la vista de la tripulación. Respiró hondo antes de decir:

—Los hombres te aceptarán mejor ahora, después de haberles cantado una canción tan dulce.

Ella lo miró.

—Gracias por tu amabilidad. Espero que tengas razón.

—No le cuentes a nadie que te lo he dicho, pero tu canción es mucho mejor que lo que graznan los marineros para pasar el rato. Es el ruido más infame que hayas oído jamás, sobre todo si han estado bebiendo ron.

Maisie respondió con una sonrisa que le iluminó los ojos, y el capitán se sintió muy satisfecho por haber logrado que se tranquilizara.

Algo en su expresión lo hizo recordar el momento en que el miedo a acostarse con él se había transformado en placer la noche anterior. Su cuerpo entero respondió a esas imágenes, provocándole un gran deseo de abrazarla. Parecía que iba a ser una constante en su relación. Cada vez que estaba cerca de ella, necesitaba abrazarla. Roderick gruñó por lo bajo. Era un arma de doble filo. Como capitán, no podía permitirse el lujo de perder sus facultades por culpa de la lujuria cada vez que la viera. Y, sin embargo, era una sensación muy agradable que lo hacía sentir vivo.

Al mirarlo, algo en la expresión de Maisie cambió. ¿Habría notado sus deseos de abrazarla? Levantó la barbilla y frunció un poco los labios, como si se estuviera preparando para que la besara. Los ojos de la joven reflejaban su deseo.

—Tienes una gran facilidad para captar mi atención, señora.

—No querría apartarte de tus obligaciones, capitán.

—Demasiado tarde. Desde el momento en que pusiste un pie en cubierta no he podido pensar en otra cosa que no fuera poseerte una vez más.

Ella abrió mucho los ojos y se ruborizó.

—¿De verdad?

—¿No lo has notado?

—Bueno, me lo ha parecido, pero no estaba segura.

Qué seductora estaba, ahora que ya no dudaba de su deseo. Los ojos se le oscurecieron y frunció un poco más los labios, como invitándolo a besarla. Luego bajó la mirada hacia el amplio pecho de Roderick.

—Eres muy buen amante, capitán Cameron. Esta mañana, mientras me vestía, he recordado cada momento de la pasada noche. Y en cuanto te has acercado después, he vuelto a revivirlo todo.

Roderick se inflamó al oírla. Su sinceridad era muy seductora.

—Ahora estoy cerca.

—Por eso vuelvo a estar lista para ti —reconoció con los ojos brillantes mientras su pecho subía y bajaba rápidamente.

Él le apoyó entonces una mano en la parte baja de la espalda y la condujo a su camarote, haciendo un gran esfuerzo para no levantarla en brazos y salir corriendo. En cuanto hubieron bajado la escalera y cerrado la trampilla, dejó de contenerse. La tomó de la mano, la pegó a su cuerpo y la besó.

Gimiendo de placer, ella le devolvió el beso.

Qué suave y flexible era, pensó él al notar que Maisie arqueaba la espalda, pegando mucho las caderas a las suyas. Estaba tan ansiosa como él. La joven tiró de la camisa del capitán, sugiriéndole sin palabras que se quitaran la ropa. Roderick no podía más. Tenía que sentirla a su alrededor.

Sin dejar de abrazarla, la empujó hasta la puerta de su camarote y buscó el pomo a ciegas. Una vez dentro, la levantó y, sujetándola por las nalgas, la empotró contra la puerta, aprovechando para cerrarla.

Maisie se aferró a él, suspirando, y le rodeó la cintura con las piernas.

—Sí, así. Encajamos perfectamente. —Roderick echó las caderas hacia adelante. Se sentía lleno de energía, nunca antes se había sentido así. ¿Sería por el deseo que compartían de un modo tan gozoso y desenfadado?

Inclinándose sobre el cuello que ella había dejado al descubierto, besó su suave piel hasta llegar a la clavícula.

Maisie le agarró la cabeza con ambas manos, manteniéndolo pegado a ella mientras movía las caderas adelante y atrás.

—Oh, Roderick. ¿Qué me has hecho? Yo no era así.

—No he hecho nada —replicó él, besándole el escote—. Esto ya estaba dentro de ti. Pero me alegro de haber sido quien te haya ayudado a descubrirlo.

—Yo también —le susurró ella al oído.

Roderick no podía aguantar más. Tenía que entrar en ella. Sosteniéndola agarrada por las nalgas, giró sobre sus talones y avanzó con ella hasta la mesa de los mapas, donde la sentó.

Confusa, Maisie bajó la vista en dirección al mapa sobre el que la había colocado.

—¿Se puede saber qué estás haciendo?

—Voy a tomarte aquí mismo.

Roderick se desabrochó los pantalones, liberando su verga, que saltó agradecida.

—Túmbate. Aquí estás más alta y veré mejor cómo te corres.

Con un gemido, ella se rindió e hizo lo que él le ordenaba, tumbándose sobre el escritorio y entrelazando los brazos por debajo de la cabeza. Se apoyó en ellos, le clavó la vista en el miembro y los ojos se le encendieron de pasión. Su excitación era tan intensa que por un momento a Roderick le pareció que tenía velas encendidas brillando en los ojos. El miembro viril de Roderick dio un brinco en respuesta a su ardiente mirada. Agarrándoselo con la mano, mantuvo el control mientras con un movimiento de la cabeza le indicaba que se levantara la falda.

—¿Aquí? ¿Encima del mapa?

Roderick siguió con la vista el movimiento de la tela, que se iba retirando poco a poco y dejando a la vista el tesoro.

—Mientras seas mía, te tomaré donde crea y cuando crea necesario.

—Capitán, cada vez eres más autoritario —comentó ella con los ojos brillantes, mientras le apoyaba las botas sobre las caderas.

—No te oigo quejarte.

Riendo entre dientes, Maisie sacudió la cabeza.

—No debería permitir que te aprovecharas tanto del trato que hicimos —murmuró sin soltarlo. Tenía los anchos tacones de las botas clavados en sus flancos mientras él se preparaba para montarla.

—Súbete la falda un poco más.

Ella obedeció, recogiéndose la tela alrededor de la cintura con los ojos clavados en él. Trató de capturarle la mirada, pero él quería ver el resto de su cuerpo.

—Ah, sí. No me has engañado. Era verdad que estabas lista para mí.

—Por favor, no te burles de mí.

—No me burlo. Te estoy admirando —replicó él con una sonrisa—. Pienso llenarte pronto.

El vello oscuro y sedoso rodeaba la abertura de su precioso sexo, y Roderick se quedó maravillado observándolo. Tal como estaba, expuesta en el borde de la mesa, el monte de Venus se alzaba orgulloso ante él. Por debajo, los pliegues rosados brillaban acogedores. Verla tan resbaladiza y apetecible hizo que su deseo aumentara. Tuvo que agarrarse el miembro con más fuerza para controlarse, un movimiento que captó la atención de Maisie.

Se sentía tremendamente orgulloso cuando ella lo miraba así.

Introdujo el pulgar de la mano que le quedaba libre dentro de ella, y comprobó que estaba tan húmeda y caliente como aparentaba. Sensual y misterioso, el oscuro canal lo llamaba. Metió y sacó el pulgar varias veces hasta que notó que ella presionaba los músculos para retenerlo en su interior.

—Eso sí que es una buena invitación.

—Espero que la aceptes.

—No lo dudes. —Roderick retiró el pulgar y extendió el sedoso fluido fruto de la excitación de ella sobre el extremo de su miembro antes de apuntar con él hacia su entrada. Cuando lo hizo, ella levantó las caderas ansiosamente.

—¡Lléname, por favor! —gritó.

Sorprendido por su salvaje reacción, Roderick se preguntó por un momento si estaría soñando. Qué lujuriosa era. Y algo así no podía fingirse. Ésa tenía que ser su auténtica naturaleza. Maisie alzó las caderas un poco más y a continuación la suave carne de su entrada cedió, absorbiéndolo.

—Santo Dios, eres un auténtico tesoro. —Roderick le apoyó la mano izquierda sobre el monte de Venus y echó las caderas hacia adelante para clavarse más adentro.

Ella arqueó la espalda y movió la cabeza de un lado a otro. Estaba desesperada. Si no se controlaba, se derramaría en su interior en cuestión de segundos.

Roderick bajó las manos hasta los muslos de Maisie y los acarició, disfrutando de la sensación de su piel suave contra sus palmas rugosas. Pero con eso sólo logró encenderla aún más. La muchacha se retorcía sobre el mapa, contrayendo los músculos de su sexo rítmicamente.

—Te lo advierto. Voy a llenarte con mi simiente dentro de nada si no dejas que me calme un poco.

Ella se quedó quieta, observándolo expectante con los ojos entornados.

—Mucho mejor. Deja que te mire y luego te daré lo que quieres y más.

Maisie abrió la boca. Roderick pensó que iba a protestar, pero en vez de eso suspiró y se quedó esperando. Era una tortura no moverse, pero lo hizo. Permaneció inmóvil, grabándose a fuego la imagen de ella en la memoria: esa descarada con los pechos atrevidos y el sexo húmedo, desesperada por él. Aquella mujer despertaba en él el deseo de abrazarla y no soltarla nunca, una idea muy peligrosa para alguien que estaba casado con el mar.

Al bajar la mirada hacia el lugar donde sus cuerpos se unían, casi perdió el control al ver su vara hundida en un lugar tan delicioso. Su botón estaba al descubierto, justo encima de la entrada, y lo acarició con el pulgar. Al hacerlo, ella abrió la boca y se contrajo con más fuerza alrededor de su erección, gimiendo en voz alta. Roderick notó que su interior se volvía más caliente y más húmedo, y que ya no podía estarse quieta. Maisie empezó entonces a mover las caderas arriba y abajo, como si montara a caballo.

—Siento haberme movido, no he podido aguantar más —se disculpó, casi sin aliento.

—Bueno, he tratado de controlarla, pero has vuelto a despertarla.

Retirándose ligeramente, se tomó un momento para admirar el brillo de los jugos de Maisie sobre su miembro antes de volver a clavarse en ella hasta el fondo.

Ella respondió incorporándose y apoyándose en los codos.

Rodeándole los muslos con los brazos, Roderick la animó a doblar las rodillas y a que se las llevara hacia el pecho. Ella pareció maravillada con las nuevas sensaciones que él le descubría. Roderick se movió adelante y atrás, creando más sensaciones placenteras para ambos, y la cara de Maisie se iluminó con una sonrisa de felicidad.

Él se inclinó hacia adelante para besarla. Luego se clavó en su interior con embestidas bruscas y rápidas porque tenía los testículos muy prietos, a punto de estallar. Maisie dio un brinco sobre la mesa. Al hacerlo, los pechos le asomaron por encima del vestido, y Roderick no pudo apartar los ojos de ellos. Qué libidinosa estaba, con los pezones de color vino asomando sobre las capas de ropa que trataban en vano de contenerlos. Tenía unos senos realmente magníficos.

Maisie gritó al llegar al clímax, arqueando la espalda y dejándose caer después sobre la mesa. En un movimiento brusco e inesperado, apretó los puños y se los llevó al torso, justo debajo de las costillas mientras apretaba los párpados con fuerza. Luego se relajó por completo y abrió los ojos, que brillaban intensamente. Roderick nunca había visto a una mujer tan cargada de energía tras un buen revolcón, y sintió una gran satisfacción.

Cuando él volvió a embestirla, Maisie sonrió y señaló el mapa con la cabeza.

—¿Piensas empujarme hasta el otro extremo de la mesa antes de acabar? —bromeó provocadora.

Roderick miró el mapa y asintió.

—Sí, no pienso parar hasta verte cruzar la frontera de Escocia.

Ella se echó a reír y se abrazó a sus hombros para ayudarlo en su misión.

Roderick tuvo que subirse a la mesa para conseguir que cruzara la frontera, pero cuando lo logró se sintió un triunfador.