Maisie se quedó mirando cómo la ancha espalda del capitán se curvaba al levantarse de la cama.
Su cuerpo desnudo era espectacular.
Nunca había visto a un hombre desnudo antes de esa noche. Sólo en ilustraciones. Había visto dibujos de hombres desnudos como parte de sus estudios de brujería, pero jamás un hombre real, de carne y hueso.
Y, además, el capitán Cameron era mucho más grande y robusto que cualquiera de los hombres que había conocido en los limitados pero privilegiados círculos en los que se movía en Londres. Supuso que habría obtenido esos músculos gracias al trabajo a bordo del barco. Eran unos músculos grandes, que se flexionaban fácilmente con el menor movimiento. Sabía que a muchas mujeres les resultaría burdo y ordinario, pero en Maisie despertaba una reacción muy distinta, una necesidad de tocarlo, de explorar su cuerpo. También se le pasó por la mente la idea de que se sentiría segura si aquellos poderosos brazos la abrazaran. Nunca antes se le había ocurrido una idea semejante, y la hizo reflexionar. En una ocasión se había sentido segura junto a su tutor, pero lo había logrado gracias a sus palabras astutas y retorcidas, no gracias a abrazos reconfortantes ni a esa sensación de lealtad genuina que no sabía de dónde había salido.
«¿Lealtad? Eso me lo acabo de inventar porque deseo desesperadamente encontrar un protector».
Maisie volvió a observar al capitán, impresionada por su fuerza masculina. Le parecía estar viviendo un sueño. Qué facilidad tenía para caer en esas trampas. Durante mucho tiempo se había creído las promesas de Cyrus. No había dudado ni por un momento de la verdad de lo que había resultado ser una sarta de mentiras hipócritas. No podía permitirse ser tan ingenua de nuevo, y mucho menos con un hombre de mar.
«No puede ser —se dijo—. Esto no es más que una transacción, una relación de conveniencia para ambos».
Cuando bajó la vista hasta la firme línea de sus nalgas, se encontró con un espectáculo que la afectaba de un modo muy carnal. Se acordó de cómo se había aferrado a su espalda. Cuanto más se clavaba él en su interior, más habían descendido sus manos por la espalda de su amante, hasta que le había hincado las uñas en su delicioso trasero.
En ese momento, él se volvió y la descubrió observándolo.
Maisie se ruborizó y apartó la mirada, pero era demasiado tarde. No sólo la había descubierto mirándole el culo, sino que, al volverse, le había visto también el miembro. Incluso en ese estado de indolencia, le pareció espectacularmente grande. Le costaba creer que hubiera sobrevivido a la experiencia.
—No estás acostumbrada a ver a un hombre desnudo —comentó el capitán, volviendo a la cama. En una mano llevaba un plato hondo con agua. En la otra, un paño doblado.
—No —admitió ella, observándolo mientras mojaba el paño y lo escurría—. Es la primera vez que veo uno.
Los ojos de Maisie volvieron a recorrer sus formas masculinas de arriba abajo. No sabía qué tenían esos hombros anchos y bien formados que le despertaban un deseo de acariciarlos casi doloroso. Una ligera capa de vello brillante le cubría el pecho, estrechándose a medida que iba descendiendo, como si fuera una flecha que señalara el camino hacia su entrepierna. Los dibujos que aparecían en los libros de brujería que su tutor le daba para que aprendiera ritos carnales no eran ni mucho menos tan atractivos como el capitán. La visión de su potente masculinidad —incluso en su estado adormecido— le resultaba fascinante. Y a él no parecía darle la menor vergüenza que ella lo observara, pues se paseaba desnudo por el camarote como si fuera vestido con los mejores ropajes. ¿Sería consecuencia de la vida marinera, que hacía imposible tener intimidad, o sería que estaba acostumbrado a que las mujeres lo observaran con admiración, como estaba haciendo ella? Tal vez le gustara que lo contemplaran.
—No me quitas ojo —comentó él divertido—. Espero que estés disfrutando del espectáculo.
Ruborizándose una vez más, Maisie clavó la mirada en un punto de la pared.
La tensión entre ellos creció, aunque no era una sensación desagradable, sino más bien extrañamente excitante. Como la soga que amarraba el ancla, capturó su atención. Sin saber exactamente por qué, Maisie sintió la necesidad de discutir con él.
—Tengo curiosidad. Es un instinto natural, ¿no crees?
Él se encogió de hombros.
—Mira todo lo que quieras.
Maisie se volvió entonces hacia él, extrañada y sorprendida.
—Yo pienso hartarme de mirarte durante el trayecto hasta Dundee —añadió Cameron—. Es justo que tú hagas lo mismo. —Con esas palabras, dejó el plato en el suelo y, volviéndose hacia ella, llevó el paño húmedo hacia sus ingles.
Maisie ahogó una exclamación al darse cuenta de que pretendía lavarla… allí abajo, donde acababa de asaltarla. Levantó la mano para impedírselo, pero él le atrapó la muñeca con la mano que le quedaba libre y con la otra comenzó a limpiarla.
—Túmbate, yo me encargo —le ordenó con un brillo travieso en los ojos.
Maisie se resistió.
—¡No!
—Voy a disfrutar haciéndolo, te lo aseguro —le prometió él entre risas.
Sus palabras sólo sirvieron para que Maisie se sintiera más avergonzada aún.
—No puedes hacer algo así.
—Oh, sí. Te aseguro que soy muy capaz.
El firme contacto del paño húmedo sobre la carne sensible de su monte de Venus la distrajo. Olvidándose de la discusión, gritó y se revolvió sobre la manta.
Él se echó a reír una vez más. Era una risa sorda que retumbaba en su amplio pecho, inflamándola.
Una gota de agua fría se deslizó entre sus muslos, excitándola. Avergonzada, Maisie los apretó con fuerza.
—Puedo lavarme sola —murmuró, debilitada por las sensaciones. Retorció las piernas, tratando de ocultarse.
Él negó con la cabeza. ¿Sabría que lavarla así la afectaría de esa manera?
Tras limpiarle el vello rizado que ocultaba su entrada, presionó el paño contra sus muslos apretados para que los separara.
Maisie echó la cabeza hacia atrás y se cubrió la boca con el dorso de la muñeca. Lo que sentía era algo delicioso, pero no podía ser correcto. Se debatía entre sensaciones contradictorias que la confundían. Se sentía caliente y excitada, y eso era peligroso, porque podía acabar haciendo algo de lo que se arrepintiera.
Cuando se atrevió a mirar de nuevo al capitán Cameron, vio que él no le había mentido: estaba disfrutando de lo lindo. Tenía la boca fruncida en una sonrisa torcida, y entornaba los párpados mientras le separaba las piernas y le pasaba el paño húmedo por la cara interna de los muslos. Maisie gimió al percatarse de que la estaba observando. Estaba totalmente expuesta ante él, que la estudiaba con atención. La expresión de su rostro era intensa, ardiente y satisfecha. Al parecer, le gustaba lo que estaba viendo.
Comprobar cómo la miraba le robó el aliento. Era como si una roca le estuviera aplastando el pecho y no la dejara respirar. Pero no era una sensación desagradable. Volvió a asombrarse por el efecto que la cercanía del capitán tenía sobre ella. Ya no era sólo que pudiera excitarla con tanta facilidad, sino que estaba mareada de pura excitación.
De pronto le acudió a la mente una imagen de lo distintas que habrían sido las cosas si hubiera sido Cyrus quien la hubiera desvirgado. Habría sido horrible, estaba segura de ello, porque no podía pensar en su tutor en esos términos por mucho que él lo deseara. Por el contrario, aparearse con el capitán Roderick Cameron la hacía sentirse más fuerte en todos los sentidos. Le agradeció a la naturaleza el papel que había desempeñado al ponerlo en su camino cuando lo único que ella tenía para ofrecer era su cuerpo.
Asombrada, comprobó que las piernas se le separaban por voluntad propia. Su cuerpo respondía entregándose a él sin tapujos ni censura. Maisie se cubrió los ojos con la mano, incapaz de ser testigo de la escena. Había perdido el control, además de la razón.
El capitán aprovechó que había separado las piernas para pasarle el paño por los mullidos pliegues varias veces arriba y abajo. Cuando la espalda de la joven se arqueó y volvió a desplomarse sobre la cama fue porque él había deslizado un dedo levemente en su interior.
Agarrándose a la fina manta que cubría el colchón, Maisie trató de serenarse, aunque en vano. Los cuidados de Cameron estaban a punto de borrar cualquier rastro de autocontrol.
—¡Oh, por favor…! —exclamó, rogando piedad.
—¿Más?
Ella negó firmemente con la cabeza.
—No, no era eso lo que quería decir.
Pero era demasiado tarde. Él estaba moviendo el dedo en su interior, como si estuviera comprobando algo.
Maisie estalló.
—¡Me estás haciendo sentir muy incómoda y me temo que lo estás disfrutando!
—¿Tú crees?
Cameron le apoyó la mano libre sobre el esternón, que se elevaba y descendía con su respiración alborotada. Mientras, bajó la vista hacia sus caderas, que seguían moviéndose rítmicamente como respuesta a sus caricias.
—Eres un bestia —exclamó ella, pero se arrepintió de inmediato.
—Tal vez lo sea, pero no estoy ciego, y veo que estás disfrutando por mucho que lo niegues.
Y, con esas palabras, comenzó a acariciarla con más decisión. Soltó el paño y la penetró con el dedo índice mientras le acariciaba el botón de la entrada con el pulgar.
—Oh, oh, oh, no puedo permitirlo… —Maisie no pudo acabar la frase.
Los rítmicos movimientos del pulgar unidos a la sensación del dedo en su interior eran una combinación peligrosa, una que podía volver loca a cualquier mujer. El cuerpo de Maisie se tensó por la intrusión, mientras levantaba las caderas en respuesta a las caricias de sus dedos. El pulgar la acariciaba con mucha suavidad. Era casi como un aleteo que la encendía y la hacía vibrar de deseo. Los movimientos de Cameron la atormentaban, pero la llevaban rápida e inexorablemente hacia el éxtasis.
Maisie alargó las manos a ciegas y le agarró el brazo mientras alzaba las caderas para frotarse contra su mano. El placer la recorrió en una oleada densa y caliente. Durante unos momentos, las contracciones de su vientre hicieron que se sintiera aturdida. Jadeando para recuperar el aliento, notó los músculos totalmente relajados, sin fuerza. Era una sensación desconocida y asombrosa. Le gustaba sentir el calor extendiéndose hasta el último rincón de su cuerpo. Minutos más tarde se dio cuenta de que seguía agarrándole el brazo. A regañadientes, lo soltó.
—Pues parece que sí podías permitirlo —bromeó él.
Su sonrisa no era burlona, sino divertida, y Maisie se contagió de su buen humor. Medio en broma, lo acusó, aún jadeante:
—Juegas con ventaja. Tú sabes cómo tocar a una mujer.
—Admito que no creí que fueras nueva en esto —reconoció él, adoptando un tono más solemne—. Te pido disculpas. Por eso y por haber sido tan brusco.
—¿No lo creíste? ¿Qué no creíste? —repitió ella confundida.
Apenas podía hablar. Las sensaciones que Cameron había despertado en ella eran tan intensas que le cosquilleaba todo el cuerpo. Y la fuente de su magia, enterrada en las profundidades de su vientre, estaba muy sensible, como si fuera una hoguera y acabaran de atizar las llamas.
—Que fueras virgen.
Maisie no se ofendió por su franqueza. Su virginidad se había convertido en una carga últimamente, pero no entendía por qué había dudado de su palabra. Ella había sido sincera y se lo había dejado muy claro.
—¿Por qué no me creíste?
—Las vírgenes no suelen hablar del tema con tanta naturalidad, ni suelen ofrecerse a extraños en los muelles.
Maisie reflexionó al respecto. Sin duda, lo que decía el capitán era cierto en la mayoría de los casos, pero ella no era como la mayoría de las jóvenes de su edad. Si lo hubiera sido, suponía que habría actuado de otra forma. Pero Maisie apenas conocía a otras chicas de su edad. Había crecido en un entorno muy particular y controlado. Por supuesto, sabía que la virginidad intacta era lo que permitía que una joven de buena familia consiguiera un buen matrimonio.
—No tenía otra opción.
El capitán le rodeó el muslo con una mano.
—Lo siento.
—No lo sientas. Mi virginidad era un lastre. No la quería —replicó antes de darse cuenta de que sus palabras resultarían muy raras a oídos de él.
El capitán la miró ladeando la cabeza, como si pensara que estaba chiflada.
Maisie debía darle una explicación.
—Mi virginidad tenía demasiado valor para alguien que… que quería utilizarme de un modo que no podía soportar.
No fue capaz de decir nada más.
El capitán Cameron alargó el brazo para acariciarle la mejilla.
—¿Has disfrutado?
Ella asintió. Sabía lo que le estaba preguntando. Quería asegurarse de que él no la había utilizado de un modo que no pudiera soportar. Parecía un buen hombre, un tipo decente. No le extrañaba que hubiera pensado que era una perdida. Debía de haberlo pensado desde que le había puesto los ojos encima. Sin embargo, eso no le había impedido llevársela a su camarote y meterla en su litera. Ahora que conocía la verdad, Maisie valoró aún más la amabilidad con la que la había tratado en todo momento. Maisie sabía lo que era estar bajo la protección de un hombre, en concreto de su tutor, pero nunca se había encontrado con uno que la viera como a una mujer deseable, madura sexualmente, y que se preocupara de ella después de hacerla suya.
¿Serían siempre así las cosas entre un hombre y una mujer?
No quería pensar en eso. Había tomado la decisión de perder la virginidad con un extraño porque no quería ligarse a nadie que conociera sus orígenes y que, por tanto, supiera cómo la afectaría el acto carnal. Tampoco podía permitirse el lujo de unirse a un hombre. Corría un gran riesgo al hacerlo después de haber pasado casi toda la vida bajo la protección de su tutor. Estaba demasiado acostumbrada a llevar una existencia protegida y privilegiada. Había dado el primer paso para lograr su independencia. Tenía que ser fuerte si quería seguir así hasta llegar a Escocia. Ese hombre sólo era alguien con quien había hecho un intercambio comercial. Nada más.
—Si tú no disfrutaras, yo no podría hacerlo —susurró él. Con una sonrisa, bajó la cabeza hacia las ingles de Maisie y le depositó un suave beso en el monte de Venus que acababa de limpiar.
Maisie dio un brinco al notarlo. La sensación había sido tan intensa que la cabeza le dio vueltas.
Por si el beso no hubiera sido bastante sorprendente, él empezó a provocarla acariciándole ligeramente los sensibles pliegues con la lengua. Maisie gritó, no sólo por la sorpresa, sino también por el vertiginoso placer que sus actos le causaban. Con la lengua le recorrió sus rincones más íntimos, lamiendo, acariciando y succionando los pliegues con deliberada lentitud antes de penetrarla con ella, acariciándola aún más profundamente.
Maisie se retorció sobre la cama. Sus atenciones la estaban volviendo loca. Se sentía tremendamente poderosa, llena de energía, pero al mismo tiempo era prisionera de su amante. Las caricias de su hábil lengua hicieron que el botón de su entrada volviera a estar hinchado y sensible, latiendo desbocado. Se sentía débil y acalorada, como si toda su energía vital se hubiera concentrado en un solo punto, el punto exacto en que él la estaba devorando.
Nunca antes se había sentido tan viva como en ese instante, en esa cama.
—Eres deliciosa —le dijo Cameron, levantando la cabeza para mirarla.
Observándolo con curiosidad, no pudo resistirse a preguntarle:
—¿Por qué has hecho eso?
—Porque me apetecía. —Hizo una mueca—. Te ha gustado, ¿no?
Era inútil negarlo, así que Maisie asintió. Bajando la mirada, vio que la vara de su amante estaba más que lista para ella. Larga y dura, se erguía por encima de sus caderas. La punta le tocaba la piel del vientre mientras se alzaba sobre ella. Por dentro, el cuerpo de Maisie se contrajo y se estremeció ante la visión de su virilidad.
—El instinto es un gran consejero. Cuando conduce al placer compartido, no veo razón para llevarle la contraria.
Maisie comprobó, maravillada, que estaban de acuerdo en temas muy importantes. Sin darse cuenta, el capitán había dado en el clavo. Sus palabras reflejaban una de las creencias más arraigadas de su gente. La pasión estaba directamente conectada con la naturaleza. Aquellos que acogieran y dieran la bienvenida a su naturaleza se beneficiarían de su fuerza. Si aún se sentía algo incómoda era porque todo aquello era nuevo para ella, pero en el fondo sabía que lo que estaban haciendo era algo bueno y auténtico.
La pasión los ligaba a la naturaleza, pero también el uno al otro.
Contuvo el aliento.
No debía ligarse a ningún hombre. Por eso precisamente había elegido a un extraño. El capitán era un hombre apasionado, un hombre digno de respeto. Había tenido suerte. Pero mientras su cabeza daba vueltas a esas cosas, su vientre tenía sus propias preocupaciones. Volvía a anhelarlo. Volvía a estar húmeda de deseo por él. Enredándole los dedos en su espesa cabellera, Maisie no pudo resistirse a la tentación y lo atrajo hacia sí.
—Por favor —susurró—. Unámonos otra vez. Seamos un solo ser.
Él le dirigió una sonrisa canalla.
—Ahora que te has librado del lastre de la virginidad, has descubierto que revolcarse en una cama es divertido, ¿eh?
Las caderas de Maisie se movían sin que ella pudiera controlarlas. Agarró al capitán por la cadera para acercarlo a ella, ansiosa por volver a alcanzar el éxtasis con él en su interior.
—No puedo negarlo. No te rías de mí.
—Eres una muchacha muy ardiente —replicó él entre risas—. Puede que seas una dama, pero no puedes ocultar tu auténtica naturaleza.
Maisie guardó silencio, porque las palabras de Cameron eran más ciertas de lo que él pensaba. Qué curioso era todo, se dijo. No sólo las energías renovadas; eso ya lo había esperado, así como el enriquecimiento de la magia, que notaba con fuerza en su interior, lista para cuando la necesitara. Lo que no había esperado era el deseo, esa deliciosa necesidad de ser abordada y completada.
—No puedo negarlo, y tampoco creo que tú quieras que lo haga. Tú estás tan preparado como yo —dijo asintiendo en dirección a su miembro viril.
—Mmm, eres ardiente y también descarada —replicó él, rodeándose la erección con el puño y moviendo la mano arriba y abajo mientras ella observaba.
El movimiento la volvió loca. Se sintió salvaje. El deseo que la había invadido se multiplicó en un instante. Gimiendo, dobló la rodilla y apoyó un pie en el colchón, abriéndose a él.
—Oh, sí —murmuró él mientras le acariciaba los pliegues con la mano que le quedaba libre.
—Capitán… —le suplicó.
Él se detuvo en seco.
—Llámame Roderick, o no te responderé.
—Roderick —repitió ella—, por favor.
Él sonrió y, momentos después, hizo lo que la muchacha deseaba.
Colocándose sobre ella, se abrió camino entre sus muslos y la besó apasionadamente en la boca. A continuación, la agarró por las nalgas, le alzó las caderas y se clavó en ella, llenándola por completo.
Esta vez, su verga se abrió camino entre la carne sensible de ella con mucha más facilidad. Por un momento Maisie sintió dolor, pero enseguida el placer se encargó de hacerlo desaparecer, y se aferró con fuerza a él. Nunca se había sentido tan agradecida. Era un buen amante. Estaba convencida de que había hecho un buen negocio.
Cuando él se clavó aún más profundamente en su vientre, la joven lo miró a los ojos. Él la estaba observando desde arriba, con una mirada cargada de admiración, mientras se esforzaba por permanecer inmóvil… justo allí, en su lugar más sensible.
La emoción la inundó, pero Maisie luchó contra ella concentrándose en el acto carnal de alegría y enriquecimiento personal que estaban realizando.
«Sólo es un hombre con quien he hecho un trato, nada más».
Y, rodeándole el cuello con los brazos, lo animó a seguir.