Accediendo a la petición de su esposa, Cyrus Lafayette había permitido que la «joven Margaret» —como solían referirse a ella— se tomara varias semanas para acostumbrarse a su nueva vida en su casa de Islington antes de empezar con su educación. Sin embargo, no podía disimular que estaba ansioso por comenzar cuanto antes. Quería iniciar su instrucción. Maisie pronto comprobó que su educación era de vital importancia para Cyrus, aunque no acabó de entender sus razones hasta muchos años más tarde.
La casa de los Lafayette era grande e impresionante. A Maisie le llevó bastante tiempo pensar en ella como en su hogar. Los pasillos estaban llenos de esculturas y de cuadros, y cada habitación tenía una función distinta, no como en la pequeña casa de campo en la que había pasado su infancia, ni como en la habitación alquilada que había compartido con su madre y sus hermanos cuando se mudaron a las Lowlands. El lugar favorito de Maisie era el jardín. Allí estaba más cerca de la naturaleza, pero al mismo tiempo se sentía segura, protegida por los altos muros que lo rodeaban. Había moreras y manzanos silvestres, y cuidados parterres a ambos lados de los caminos. Cyrus le recordaba a menudo que dentro de los muros del jardín estaba a salvo, de lo que se infería que no lo estaría si se atrevía a salir afuera.
Margaret aprendió que la casa se encontraba en Londres, cerca del gabinete de ministros, donde Cyrus Lafayette era considerado un orador brillante, y cerca de los bares de moda, donde solía mantener debates intelectuales con otros hombres tan importantes como él. En esos ambientes ostentosos, Cyrus discutía sobre temas que luego se convertían en sus famosos artículos. Sus ideas llegaban a mucha gente a través de libros, panfletos o periódicos.
Con el paso del tiempo, Maisie se fue tranquilizando. El hecho de que la casa fuera llevada bajo una estricta rutina, siempre siguiendo las instrucciones del señor, la ayudó a adaptarse. Tanto los criados como su esposa seguían siempre las órdenes de Cyrus sin discusión, y pronto Maisie se acomodó a las costumbres de la casa. Algunas eran extrañas, pero la rutina resultaba reconfortante. Como pupila de Lafayette, no le faltaba de nada, aunque nunca acabó de acostumbrarse del todo a la abundancia, pues las cosas en su infancia habían sido muy distintas. Cada vez que la asaltaba el horrible recuerdo de la muerte de su madre, bajaba la cabeza y daba las gracias porque sus hermanos y ella hubieran sobrevivido. Durante todo ese tiempo no se había atrevido a pensar en la magia, no digamos ya a usarla, por miedo a que sus tutores la echaran de casa y tuviera que enfrentarse al mismo destino que su madre.
De los aspectos femeninos de su vida se encargaba mamá Beth, pero del resto de su educación se ocupaba Cyrus personalmente. Y, a través del control de su educación, tomó también el control de su vida.
—Jovencita —la llamó una noche, antes de que mamá Beth y la doncella la acompañaran al piso de arriba para que se preparara para acostarse—, mañana empezarás las clases.
Maisie se acercó a él, nerviosa porque no sabía qué era lo que su tutor esperaba de ella.
Cuando llegó junto a su mecedora, Cyrus le tomó la mano.
—Para convertirte en una dama educada, debes aprender a conocer el mundo que te rodea. —La miró entornando sus ojos astutos y opacos. Tenía el cabello negro, aunque salpicado por alguna cana. Los pelos blancos llamaron la atención de la chica, ya que no estaba acostumbrado a verlo sin peluca—. ¿Sabes leer?
—No, señor.
Nunca le habían hecho esa pregunta, y no era un tema que le preocupara, pero en ese momento se sintió avergonzada. Estaba entre gente adinerada y no quería defraudarlos.
—Eso tiene remedio. Mañana llegará tu institutriz y empezaréis las lecciones inmediatamente. —Con un dedo le dio un golpecito en la punta de la nariz—. Dentro de nada, habrás aprendido a leer, y entonces podremos empezar nuestras clases. —Parecía que la idea de enseñarla personalmente lo ilusionaba. El interés que demostraba y la fe en su capacidad de aprender la tranquilizaron un poco.
A partir de ese día, Maisie dedicó las mañanas a aprender con su institutriz, la señora Hinchcliffe, quien le enseñó todo cuanto debía saber una niña de su edad. Bajo la supervisión de la maestra, pronto aprendió a leer y a escribir. Su mente se abrió al aumentar sus conocimientos de geografía, historia y aritmética. La señora Hinchcliffe era viuda, tenía el pelo castaño claro y los ojos tristes. Su sonrisa era tan escasa y especial que Maisie aprendió a valorarla como si de un tesoro se tratara. La institutriz era una maestra vocacional, y solía recompensar los esfuerzos de Maisie; a veces, con su sonrisa.
La chica aprendía rápidamente. Aprendió cosas que le parecieron útiles e importantes, cosas que solían quedar fuera de los planes de estudio de la mayoría de las jovencitas de su edad, especialmente de las que no nacían en familias privilegiadas.
En cuanto supo leer con propiedad, Cyrus Lafayette empezó a darle algunas clases personalmente, tal como le había prometido. Se sentaba con ella cuando la señora Hinchcliffe ya había vuelto a su casa. Los libros que le enseñaba eran muy distintos de los que leía con la institutriz por las mañanas. Al principio los guardaba en una vitrina cerrada con llave en la habitación que usaban para las clases, pero la señora Hinchcliffe miraba los libros con recelo, así que finalmente volvieron a la biblioteca, de donde habían salido.
—No debes contarle a nadie lo que aprendes en estas clases —le dijo su tutor después de trasladar los libros a la biblioteca—. Ni mamá Beth ni la institutriz comprenden lo importantes que son esos temas, y mi deber es protegerte de los que desean castigarte, como castigaron a tu madre.
Mientras le decía eso, la llevaba de la mano a su biblioteca personal. Maisie se la apretó con más fuerza.
Durante los primeros meses no solía recordarle la muerte de su madre muy a menudo, pero, cuando lo hacía, siempre era en tono de advertencia.
Jamás hablaba con su esposa del contenido de los libros que compartía con ella. Mamá Beth nunca estuvo presente en ninguna de sus clases especiales.
—Quiero que conozcas y comprendas tus orígenes —le dijo a Margaret—. Provienes de una larga dinastía de brujas. Eres una persona especial, muy dotada. No es mi intención ahogar esa parte de tu naturaleza. De hecho, quiero potenciarla, pero sólo en privado. Será nuestro secreto.
—¿Por qué es usted tan generoso conmigo, maestro Cyrus?
—Porque tu talento me interesa mucho. Si aprendemos juntos podré protegerte y, tal vez algún día, tú puedas ayudarme a mí.
—¿Querrá que lo cure?
—Es posible.
Maisie era muy inocente y no sospechaba las auténticas motivaciones de Lafayette.
—Estudiaremos juntos todos los libros que tengo sobre el tema y discutiremos sobre ellos. ¿Lo entiendes?
La joven Margaret asintió. Le hacía mucha ilusión y al mismo tiempo se sentía muy agradecida. Era casi increíble que un hombre como él se molestara en cultivar esa parte de su herencia, por la que tantos otros la denunciarían.
—Cuando leamos juntos descubrirás que hay gente en todo el mundo que entiende el ritmo natural de la vida y el poder de la naturaleza.
—¿En todo el mundo?
Cyrus asintió y abrió el primer libro.
Pasaron varias semanas estudiando ese primer volumen, volviendo una y otra vez al principio para releerlo varias veces, comentando las partes importantes. Margaret aprendió que la gente practicaba la magia en países muy lejanos, que no era algo exclusivo de las Highlands escocesas. El libro estaba manuscrito con una hermosa y cuidada caligrafía, y cada página ilustrada con diminutos dibujos. Le encantaba aprender. Cada nuevo conocimiento le abría otras posibilidades más allá de su propia experiencia y de las dificultades que su familia había tenido que soportar en las Lowlands.
Cyrus poseía varios libros sobre el tema, y uno en concreto conquistó el corazón de Maisie, ya que documentaba la brujería en Escocia. La muchacha quedó fascinada al leer las palabras en gaélico antiguo y en picto escritas en él. Había hechizos que su madre le había enseñado sin ayuda de ningún libro, y muchos más.
—Algunos los había oído, pero otros no.
—Si quieres, puedes probar los nuevos —la animó su tutor—. Únicamente cuando estemos a solas, por supuesto.
Ella asintió, entusiasmada.
—Lo prometo. Sólo haré magia cuando esté con usted, maestro Cyrus.
Los labios de Lafayette se curvaron en una sonrisa satisfecha.
Bajo su atenta mirada, Maisie practicó y perfeccionó sus conocimientos, ampliando sus poderes y su repertorio de hechizos. Fue una buena época para ella. Durante aquellos años, la lealtad de la niña hacia su maestro fue en aumento.
Más adelante, sin embargo, el entusiasmo de Maisie se enfrió cuando Cyrus le hizo estudiar una clase de libros muy distintos. Eran tratados sobre la persecución y la ejecución de brujos y brujas. La joven Margaret, que había florecido gracias a los nuevos co no cimientos adquiridos, estaba convencida de que la muerte de su madre había sido un terrible error. Cuando vio los libros que su maestro quería que estudiara, se asustó. Habían pasado dos años y volvía a sentirse segura. Y ahora todo eso quedaría en nada.
—¿Por qué?
—Para que te conviertas en una mujer fuerte, debes entender las razones que llevan a la gente a temer y a perseguir a los que son como tú. Has de ser valiente y leerlo todo. Sólo si conocemos bien cómo piensan esos ignorantes podremos enfrentarnos a ellos.
Sin embargo, cuando Maisie comenzó a leer el primer libro —la Demonología del rey Jacobo—, su joven corazón se hizo añicos al ver su vida desde otra perspectiva. Ese libro era el responsable de todas las leyes que habían permitido la persecución de la brujería en Escocia. Era una condena feroz, que usaba la justicia y el poder de la religión y la monarquía para perseguir y matar a los suyos.
—Sé que no te será fácil leerlo —la advirtió Cyrus—, pero es importante que recuerdes siempre que ellos se mueven por el miedo.
Cuando sólo había leído unas cuantas páginas, Margaret empezó a marearse. Las palabras y las imágenes que el libro conjuraba la hacían sentir enferma, porque le hacían revivir aquel fatídico día. Desde entonces su mente se había abierto al conocimiento y se había alegrado mucho al comprobar que existía gente que comprendía y practicaba la magia por todo el mundo. Aunque había presenciado la ejecución de su madre con sus propios ojos, seguía sin entender cómo algo nacido directamente de la naturaleza podía ofender y asustar tanto a tantas personas. Ese libro ponía de manifiesto que ella y los suyos estaban siempre en peligro. Los que ocupaban cargos de poder —la monarquía y la Iglesia— los temían y los despreciaban, y hacían que los honestos trabajadores se volvieran contra ellos. Cuanto más leía, peor se encontraba.
Apartó la vista del libro, aturdida.
—Podríamos probar a leerlo en voz alta y discutir lo que pone —sugirió Cyrus, animándola a leer una página más.
Maisie había esperado que le dijera que podían dejarlo para otro día. Las palabras del libro reflejaban una experiencia demasiado parecida a la suya. Las palabras del magistrado y de la gente que había ejecutado a su madre estaban plasmadas en cada frase.
—Pregúntame lo que quieras —insistió Cyrus.
¿Por qué estaba tan interesado en que siguiera leyendo? Margaret miró la página titubeante, pero lo cierto era que no quería decepcionarlo.
—Aquí pone que las brujas sirven a un maestro. ¿Quién es ese maestro?
Él la observó entornando los ojos.
—Sigue leyendo.
La chica continuó leyendo en voz alta, tratando de transmitirle su confusión.
—El diablo. Aquí dice que el diablo seduce a las brujas para que lo sirvan. Las atrae con promesas de grandes riquezas para que lo sigan. —Maisie se detuvo y se volvió hacia el hombre que era su único maestro y protector—. ¿El diablo? Pero ésa es una creencia cristiana. Lo dijeron de mi madre, pero no lo entendí entonces y no lo entiendo ahora. Nosotros creemos en eso que se encarna una y otra vez trayendo la vida, el crecimiento de las plantas y de las cosas buenas… Creemos en el poder de la naturaleza, en las estaciones y en el renacimiento de todo lo bueno.
Él asintió.
—Tu gente ha sido a menudo acusada injustamente de maldad, aunque algunos de los tuyos hayan acabado volviéndose malos.
Cyrus dio un golpecito con el dedo en la página para que siguiera leyendo.
Ella obedeció a regañadientes.
—Pone que el diablo nos dio el conocimiento necesario para curar las enfermedades —Maisie sacudió la cabeza con incredulidad, puesto que nunca había oído nada semejante— o para maldecir y matar a otras personas usando figuras de cera. —Sintió que se le encogía el estómago—. ¿Figuras de cera para maldecir y para matar? Es la primera vez que oigo algo parecido. —Confundida, disgustada y enfadada, sintió deseos de destrozar el libro y todo lo que significaba—. ¡Todo esto son mentiras!
—Pero la gente lo cree porque es la palabra de un rey, y porque la Iglesia y los gobernantes están de acuerdo y usan el libro para hacer cumplir sus leyes. Trata de imaginar cómo te sentirías si no supieras nada de brujería, leyeras este libro y te creyeras lo que dice.
La muchacha sintió un escalofrío al imaginarlo.
—Me asustaría. Si hay gente que realmente es capaz de hacer esas cosas…, gente que use la magia en su propio beneficio…, entonces entiendo que haya personas dispuestas a creer en las palabras del rey.
Cyrus permaneció en silencio unos instantes.
—¿Cuál es el remedio que recomiendan? —preguntó poco después. Parecía dispuesto a que la niña acabara de leer la Demonología esa noche.
Ella volvió a leer en voz alta, incapaz de analizar las palabras por sí sola.
—«¿Qué castigo creéis que merecen los magos y las brujas? Merecen morir siguiendo la ley de Dios, las leyes civiles, imperiales y municipales de todas las naciones cristianas. —La voz de Maisie se quebró al recordar. Con los ojos llenos de lágrimas, siguió leyendo—: Pero, os preguntáis, ¿cómo deben morir?»
La muchacha volvió a oír las acusaciones, las burlas, el sonido sordo de las pedradas que hacían caer y sangrar a su madre. No necesitaba leer más. Conocía la respuesta perfectamente: el fuego.
«¡Quemadla! —habían gritado—. Librad a nuestro pueblo del mal».
Las lágrimas rodaron por las mejillas de Margaret mientras las heridas se reabrían y revivía el dolor de aquel día.
—Calla —le dijo Cyrus Lafayette, cómodamente reclinado en su silla—. Estás a salvo. A mi lado siempre estarás a salvo.
Sollozando angustiada, a Maisie le costaba ver a causa de las lágrimas.
—No pretendo recordarte el fatal destino de tu madre, ya lo sabes —le dijo pasados unos minutos—, pero es importante que comprendas lo que pasó.
Ella levantó entonces la cabeza y le preguntó mirándolo a los ojos:
—¿Por qué creen esas cosas de nosotros?
—Cuando la gente actúa contra alguien tan especial y con tanto talento como tú lo hacen por ignorancia o por envidia —respondió él, devolviéndole una mirada pensativa—. O por miedo. Tienen miedo del poder que podrías ejercer sobre ellos —añadió alzando las cejas.
Maisie se lo quedó mirando con atención. Su tutor parecía satisfecho. ¿Sería porque había sido valiente y había leído el libro hasta el final?
Cyrus la miraba con los ojos brillantes.
—Yo no tengo tus poderes, preciosa, pero los respeto. Nadie te hará daño mientras estés bajo mi cuidado. Eso te lo prometo.
Y ella se lo creyó.
—Con el tiempo, esas leyes serán revocadas —añadió él—. He oído conversaciones al respecto en las más altas esferas. Mucha gente ha escrito sobre las injusticias que se han llevado a cabo. —Sonrió—. Y mucha otra gente ni siquiera cree en la brujería, lo que a nosotros nos conviene, ¿no crees?
Margaret asintió, aunque en realidad habría querido decirle que no estaba de acuerdo, que lo que ella quería era que reconocieran su existencia y que la respetaran. Sin embargo, confiaba en el maestro Cyrus para orientarla y protegerla en la vida.
—Ojalá sea así. Ojalá pronto cambien las leyes. —Maisie apartó el libro de un empujón, resistiendo el impulso de quemarlo usando un hechizo en picto.
Las lecciones eran duras, pero aprendió mucho.
El conocimiento, la aceptación, la cautela y la experiencia fueron entretejiéndose en su alma a medida que iba creciendo. Había nacido en una familia distinta de la mayoría. Provenía de un linaje de mujeres y hombres que debían guardar su talento en secreto. Lo aceptaba. Cuanto más leía bajo la supervisión del maestro Cyrus, más cosas comprendía. Con el paso del tiempo se fue volviendo desconfiada. No le gustaba salir de casa. Y, así, Maisie Taskill se convirtió en Margaret Lafayette, una joven elegante, hermosa, educada y muy desconfiada para su edad. Una joven que se había ganado la aprobación de su tutor y maestro.
Cuando alcanzó la edad adecuada, Cyrus y mamá Beth la presentaron en sociedad. En general, fue muy admirada. Cuando usaba la magia para aguzar los sentidos, oía que la gente comentaba su expresión pensativa y su mirada resignada. Algunas personas señalaban que tenía mucho talento, que se decía en los salones que su mente era tan aguda como la de cualquier hombre, si no más. Y todos lo achacaban a la influencia de su inteligente tutor.
Su inteligente tutor, que nunca la perdía de vista…
Cuando la joven Margaret floreció y se convirtió en una mujercita, Cyrus sacó su tomo de brujería más preciado: el libro que hablaba sobre los poderes que podían obtenerse mediante la unión física y emocional de los amantes.
Como de costumbre, se sentaron el uno al lado de la otra frente a la maciza mesa de caoba de la biblioteca privada de Cyrus. La luz de las velas parpadeó cuando el maestro depositó sobre el escritorio el pesado volumen que pensaba estudiar con ella esa noche.
Margaret lo observó con curiosidad. No estaba encuadernado en cuero como los demás, ni tenía título. Las páginas sueltas de pergamino estaban cosidas de manera burda. El pergamino era grueso y pesado. Cuando el maestro Cyrus volvió la primera página con cuidado, la muchacha vio que las primeras palabras estaban escritas con caligrafía insegura, como si alguien las hubiera escrito a toda prisa.
El contenido la sorprendió todavía más, pues hablaba de carnalidad.
Alzó la vista sorprendida.
—Creo que ya eres lo bastante adulta para estudiar la asignatura más importante —dijo Cyrus—, la puerta de entrada a la magia más potente.
Margaret sintió que se ruborizaba y no pudo mirar a su tutor a la cara. En vez de eso, se quedó observando el texto que tenía delante. Sentía una gran vergüenza porque él pretendía que lo estudiaran juntos. Sin embargo, su instinto le decía lo que iba a encontrar en aquellas páginas y lo importante que era. Oyó voces susurrándole en la mente, una de las cuales era la de su madre.
—¿Por qué nos has traído a las Lowlands? —le había preguntado su hermano a su madre una vez en que se estaban burlando de sus costumbres paganas.
—Porque hemos de encontrar a vuestro padre. Sin él, no estoy completa —había replicado ella.
—No se lo merece; no si nos abandonó como dices —protestó Lennox antes de marcharse enfadado, como hacía a menudo. Era su manera de rebelarse contra la carga de tener un padre ausente.
A continuación, su madre se había vuelto hacia Maisie y su hermana gemela y les había confiado el secreto mejor guardado de una bruja:
—Es durante la unión física que la magia alcanza su máximo poder. Cuando seáis mujeres hechas y derechas y os acostéis con vuestro amante, seréis mucho más poderosas. Pronto aprenderéis todo cuanto necesitáis saber. Yo me ocuparé de enseñároslo.
Sin embargo, no fue de su madre de quien Maisie Taskill aprendió, sino de Cyrus Lafayette.
—No debes sentir vergüenza —le dijo él—. Éste es tu destino. Para ser una mujer y una bruja completa debes conocer estas cosas y estar preparada para cuando llegue el momento adecuado.
Maisie siguió con la vista clavada en las páginas, con las mejillas ardiendo mientras leía las apasionadas palabras y descripciones y examinaba las ilustraciones que mostraban a amantes entrelazados. Vio el deseo en sus rostros y reconoció la exaltación en sus expresiones mientras una nueva vitalidad se despertaba en ellos al hacer el amor. Sintió que la sangre se le calentaba en las venas y que el corazón le dolía de ganas de completarse.
Las palabras y las imágenes le estimulaban la imaginación y el cuerpo. Sintió deseos de aprender más, pero al mismo tiempo no soportaba la idea de que el maestro Cyrus la estuviera mirando. Le daba mucha vergüenza que él se encontrara allí mientras leía esas cosas tan íntimas.
No obstante, él permaneció a su lado, y el ambiente se volvió tenso.
—Si quieres preguntarme algo o discutir algún tema mientras vas leyendo, ya sabes que puedes hacerlo.
—Gracias. —Maisie no le hizo ninguna pregunta.
Por suerte, su tutor no le pidió que leyera en voz alta, como hacía tantas veces.
En vez de eso, la muchacha siguió leyendo en silencio. Sus emociones no eran naturales, porque se veía forzada a leer sabiendo que él no perdía detalle de sus reacciones. Incluso le pasaba las páginas.
Ella bajaba la mirada en silencio cuando llegaba al final de una página, y Cyrus la volvía sin que ella tuviera que pedírselo. No intercambiaron ni una palabra, y Maisie lo agradeció. Sin embargo, notaba la mirada de su maestro fija en ella todo el rato, lo que la hacía sentirse muy incómoda.
Al llegar al final del documento, él cerró el libro. Luego la forzó a mirarlo poniéndole un dedo bajo la barbilla y le examinó la cara con sus ojos brillantes.
Margaret no se podía creer que la estuviera mirando de esa manera. Se ruborizó una vez más y se revolvió en su silla, con las mejillas ardiendo.
Cyrus no dijo nada, pero su boca se curvó en una astuta sonrisa que le heló a Maisie las entrañas.