Maisie se despertó sobresaltada y vio que el capitán Cameron estaba sentado junto a ella en la cama. Se quedó inmóvil, mirándolo con toda la compostura de la que fue capaz y tratando de disimular que el corazón le latía desbocado y que la mente le iba a toda velocidad, llena de imágenes del futuro inmediato. Un futuro que se había buscado ella solita.
Durante unos instantes que se le hicieron eternos, él pareció querer leer en lo más profundo de su alma, observándola con fuego y curiosidad en la mirada. Los ojos del capitán la hacían arder. Le costaba mucho quedarse quieta y no revolverse porque entendía el significado de esa mirada: quería poseerla. Y, sin embargo, había cautela mezclada con ese ardor. ¿Tal vez había notado algo distinto en ella? ¿Se habría dado cuenta de que era una bruja?
Levantando un poco la cabeza, el capitán le dirigió una sonrisa franca.
—Eres la mujer más hermosa con la que he compartido cama.
Maisie respondió rápidamente, dejándose llevar por el instinto:
—Alguna vez me han dicho que soy agradable a la vista, pero tú eres un capitán que ha viajado por los siete mares. Estoy segura de que has conocido a muchas mujeres y que sólo quieres halagarme.
Se levantó y se echó a reír con ganas. Su voz era ronca y atractiva.
Maisie lamentó haber sido tan brusca al responder. Normalmente no era tan directa. Su tutor y maestro le había enseñado a ser sincera sólo con él, diciéndole que era por su seguridad.
Se sentó en la cama y bajó los pies al suelo. A pesar de que no notó la fuerza que le confería la fértil y exuberante tierra cada vez que la pisaba, al menos el suelo de madera le proporcionó un eco de esa vitalidad.
—He conocido a unas cuantas, no lo niego —replicó él, mirándola por encima del hombro—, pero tú no te pareces en nada a ellas.
A Maisie se le encogió el estómago. Lo que el capitán decía era la pura verdad, pero no podía permitir que siguiera creyéndolo.
—No soy más que una mujer —insistió—. Una mujer que está a tu merced.
Él se volvió y se acercó a la cama. Alargó el brazo y le rodeó el cuello con la mano, acariciándole la clavícula con el pulgar.
—Así que a mi merced, ¿eh?
Maisie trató de disimular el escalofrío de excitación que la recorrió. Qué fácilmente la seducía. Notaba el hambre del capitán, un hambre contagiosa. Si eso mismo lo hubiera hecho su tutor, se habría sentido muy mal. Pero con ese desconocido las cosas eran distintas. Ojalá hubiera realizado una buena elección. Ya que le había ofrecido su virginidad a cambio del pasaje, pensó que debería sacar cuanto pudiera del momento.
—Debe hacerse de una manera determinada —dijo.
—Oh, sé exactamente cómo debe hacerse, muchacha, no te preocupes por eso —replicó él, arrodillándose entre sus piernas y deslizando las manos bajo la falda para separárselas.
Maisie ahogó una exclamación. No se refería a eso. Para ella, ese momento era más sagrado de lo que lo sería para una mujer normal. Su magia se vería fortalecida; podría dar rienda suelta a su poder.
Sin embargo, Cameron le había separado los muslos con un deseo tan evidente que no pudo resistirse a él. Se sentía excitada y, sobre todo, sentía una enorme curiosidad por experimentar lo que iba a pasar. A pesar de que había sido decisión suya, no se imaginaba que las caricias de un amante entregado la afectarían tanto. Los actos del capitán la hacían sentir como si estuviera elevándose y hundiéndose a la vez. Su cuerpo respondía al fervor de ese hombre con más fervor. «Me excita», se dijo.
En los planes que Maisie había trazado cuidadosamente para perder la virginidad —esa joya tan codiciada por su tutor—, nunca había pensado en eso.
—¿Estás lista para mí? —preguntó él, acariciándole los muslos con las manos mientras le levantaba la falda un poco más.
El tacto de sus rudas manos por encima de las medias, donde la piel desnuda era especialmente sensible, le inflamó los nervios.
—Por favor… por favor, capitán, un momento.
Maisie miró a su alrededor buscando su hatillo, donde guardaba varias cosas que necesitaba, como piedras magnéticas que atraparían la energía que se liberaría al desatar sus poderes carnales.
—¿Un momento? De acuerdo, es tuyo. Pero no mucho más. —Riéndose, él se puso en pie y empezó a quitarse la ropa—. Eres demasiado tentadora, y yo soy un hombre, no un santo.
Maisie sabía que debía darse prisa, pero era incapaz de apartar la mirada del capitán mientras se desnudaba. Se quitó las botas y las lanzó lejos. La joven se reprendió y se forzó a concentrarse. Cogió el hatillo y lo abrió. Se aseguró de que los imanes estuvieran en la parte superior y luego dejó el paquete discretamente bajo la cama, a la altura de su vientre.
El capitán Cameron se volvió para mirarla justo cuando se incorporaba.
Se quitó la amplia camisa por encima de la cabeza, dejando al descubierto el pecho. Maisie no había tenido tiempo de recuperarse de la visión cuando él se llevó las manos a la cintura para desabrocharse los pantalones. Sus ojos siguieron el movimiento de sus masculinos dedos. Bajo la tela de los pantalones había un bulto evidente. Ahogando una exclamación, la joven volvió la cabeza, incapaz de observar cómo se quitaba el resto de la ropa. Era demasiado para ella. Miró con el rabillo del ojo y vio que acababa de desvestirse. Su pecho parecía todavía más ancho una vez desnudo, y tenía los brazos sorprendentemente fuertes. Su modo de moverse despedía potencia masculina a raudales, y la fascinaba. Cuando se libró de la ropa, lanzándola a un lado y dejando al descubierto su virilidad, no pudo apartar la vista. El miembro se alzaba desde sus ingles como el tronco de un árbol. Era imposible ocultar su estado de excitación. La idea de esa vara invadiendo su intimidad la dejó sin respiración. Sabía que era posible, ya que había visto ilustraciones en los textos que había leído, pero una cosa eran los libros y otra la vida real. Con la sangre latiéndole desbocada por las venas, dudó de su decisión.
Mientras se estaba planteando si debería desvestirse o no, él se le acercó rápidamente, la levantó en volandas y la depositó sobre la cama antes de tumbarse a su lado. El calor y la presencia de su cuerpo desnudo hicieron que Maisie se llevara la mano al pecho en un intento de calmarse.
—La litera no es muy grande —comentó él—, pero cabremos si nos pegamos bien el uno al otro. Y te garantizo que nos arrimaremos bien.
La risa ronca de Cameron le acarició los oídos mientras la miraba de arriba abajo sin disimular el interés y la admiración que sentía.
Su cercanía era un modo de seducción en sí mismo. Alzando la mirada hacia él, Maisie permaneció inmóvil, sin saber qué hacer. Pero no tuvo que preocuparse por ello mucho tiempo, ya que él se inclinó para besarle el cuello mientras le levantaba la falda y se la recogía a la altura de la cintura, revelando cuanto había debajo.
—Dios mío, menuda visión —murmuró él cuando se apartó para echar un vistazo.
Maisie estaba demasiado nerviosa. Para calmarse, tragó saliva y se concentró en mirarlo a la cara. Tenía los ojos brillantes de deseo, lo que alteraba su expresión, confiriéndole un aire distinto. En ese instante, él le acarició la cadera con los dedos, y la sensación se extendió como un cosquilleo bajo la piel. Su caricia y su mirada ardiente le encendieron una hoguera entre las piernas.
La expresión de Cameron se había oscurecido. Ahora la miraba de un modo posesivo.
—Te voy a montar bien. Una dama como tú se merece que la monten bien —susurró.
Su promesa hizo que Maisie se estremeciera deliciosamente y que le costara respirar. Vacilante, le puso una mano en el cuello y lo agarró por la nuca. Le apoyó la otra mano en el hombro. Deseaba copular con un hombre; llevaba mucho tiempo esperándolo. Sus entrañas se contraían al imaginarse cómo sería sentir sus embestidas mientras la llenaba por dentro. Al ver que la boca del capitán se acercaba, alzó la barbilla para recibirla. Cuando sus labios se encontraron, él la abrazó.
Maisie cerró los ojos, sintiendo que su cuerpo se derretía, rindiéndose a él. La boca de Cameron le obligó a abrir la suya, y el beso que compartieron la enredó en una maraña de sensaciones. Una gran necesidad se despertó en su interior. Reaccionó levantando las caderas mientras buscaba las del capitán. Su fuerza y su masculinidad la envolvían por completo. Su piel estaba extremadamente sensible y caliente, como si tuviera fiebre. Cuando la lengua del capitán se hundió en su boca, Maisie gimió de deseo, disfrutando de la experiencia.
Entonces, él la animó a separar las piernas con las manos. Rompiendo el beso, se situó entre ellas, sin darle otra opción que recibirlo. Ya casi había llegado el momento. Pensando en las piedras magnéticas que había escondido bajo la cama, deseó que lo que estaba a punto de pasar la fortaleciera.
El capitán maldijo entre dientes mientras situaba su rígido miembro entre los pliegues húmedos de Maisie. Ella contuvo el aliento al notar el contacto de la vara dura y caliente. Sintió deseos de retorcerse contra ella, pero no lo hizo por miedo a que no fuera correcto. Al notar que una gota de humedad le brotaba de las entrañas y le humedecía los muslos, se ruborizó.
—Ah, no hay nada mejor que una mujer deliciosamente húmeda —la tranquilizó él. Tenía las caderas apoyadas en las de ella, y la presionaba con su erección, manteniéndole los pliegues abiertos.
Maisie bajó la vista entre ellos, dudando una vez más. Le parecía demasiado grande, demasiado rígida. La punta asomaba sobre su falda, que él había arremolinado alrededor de su cintura.
—Pareces sorprendida —bromeó Cameron, señalándose la verga con la barbilla. Moviendo las caderas, le acarició los pliegues con ella, lo que la hizo gemir—. ¿Te gusta lo suficiente para recibirla en tu interior?
Maisie no estaba segura de si le gustaba o no. Había visto ilustraciones de mujeres recibiendo miembros erectos en su interior, pero sospechaba que ése era demasiado grande para ella.
—¿Te excita ver a una mujer sorprendida por tu tamaño? —le preguntó, poniéndose a la defensiva.
Él la miró con los ojos entornados de lujuria.
—Me excita verte ansiosa por darle la bienvenida. ¿Estás preparada?
Doliera o no, tenía que hacerlo, por lo que asintió con la cabeza.
—Sí, estoy preparada para darle la bienvenida.
La respuesta de Maisie pareció complacer enormemente al capitán. Cuando éste bajó la cabeza hacia su escote, ella siguió la dirección de su mirada y se percató de que los pezones le asomaban por encima del corsé. A Maisie le pareció una imagen obscena, pero él se limitó a sonreír y le acarició ambas puntas rosadas con la lengua. La sensación que le provocó fue dolorosamente agradable. Y no sólo la sintió en los pechos, sino en todo el cuerpo, hasta lo más hondo del vientre.
—Ahora no tengo tiempo de desnudarte —dijo él—, pero lo haré antes del segundo.
«¿Antes del segundo?»
Sin dar más explicaciones, cambió de postura para apoyarse en un brazo y, bajando la otra mano, le acarició los pliegues. Con un gruñido de satisfacción, añadió:
—Tengo muchas ganas de estar dentro de ti. No puedo esperar más.
Maisie cerró los ojos unos instantes mientras él dirigía su rígida erección hacia su entrada y la bañaba con sus fluidos. El deseo de la joven no hizo más que aumentar. Ya no le importaba si era demasiado grande o no. Quería que la penetrara de una vez.
—Me tocas de una manera… —Maisie sacudió la cabeza a un lado y a otro y luego se lo quedó mirando fijamente, cautiva del deseo que vio arder en los ojos de Cameron. Su cuerpo reaccionó como un eco, anhelando ser poseída—. Tómame. Hazme tuya.
Él gruñó al oírla, y su gruñido hizo nacer algo entre ellos, algo salvaje pero bueno. Cada partícula de Maisie lo llamaba a gritos.
Con una mano, él se acarició el miembro arriba y abajo, lo que hizo brotar una gota de la punta. Ella cerró los ojos y maldijo en voz baja al volver a ver su tamaño. Se contrajo sin poder evitarlo. Era demasiado grande, demasiado rígida. ¡Le iba a hacer daño! Pero no tuvo tiempo de negarse, porque ya estaba entrando en su interior.
De pronto sintió que la estiraban por dentro, y las sensaciones se apoderaron de ella por completo.
—¡Oh!
Él siguió presionando.
Cuando sus tejidos no pudieron aguantar más el asalto, el capitán no se detuvo, decidido a obtener su botín sin que nadie pudiera impedirlo. Maisie sintió un dolor agudo y un fluido caliente deslizándose entre sus muslos hacia la cama. Volvió a gritar. Sus músculos internos se contrajeron tratando de apartarse de él.
El capitán alzó la cabeza y la miró, sorprendido.
—Entonces ¿era verdad? ¿Tú nunca…?
—Claro que era verdad —soltó ella, con la vista nublada.
Él se detuvo, pero no se retiró. En vez de eso, apretó mucho los dientes y apoyó las manos en las caderas de Maisie para impedir que siguiera moviéndose.
—¡Oh, oh! —gritó ella—. Es demasiado.
—Calla, aguanta un poco, enseguida habrá pasado. —Muy lentamente, él se retiró—. Estás lo bastante húmeda para recibirme. Iré despacio tanto rato como pueda.
Con esa promesa, volvió a entrar en ella, centímetro a centímetro.
Y entonces, a través del dolor, un inmenso placer fue abriéndose camino. Maisie lo miró asombrada.
—¿Mejor?
Ella asintió, obligándose a respirar hondo. La rígida vara de su sexo estaba caliente y palpitaba contra su carne tierna y dolorida, pero se notaba que se estaba reprimiendo, esperando a que se habituara a su presencia allí. Agradecida por su delicadeza, lo abrazó por los hombros y alzó las caderas, tratando de acostumbrarse a él y de ver hasta adónde podía entrar en su interior. Enseguida se dio cuenta de que podía apresarlo con sus músculos internos, dándole la bienvenida.
—¡Ah! —exclamó él—. Ahora soy yo el que no puede soportarlo. —Tenía los músculos del cuello rígidos de tanto contenerse—. Estate quieta o no podré aguantar más.
Ella asintió.
—No aguantes más —susurró—. Enséñame qué tengo que hacer.
Los ojos de Cameron se iluminaron. No necesitó que lo animara más. Movió las caderas para retirarse antes de volver a clavarse profundamente. Luego repitió la acción una y otra vez hasta que Maisie creyó que se desmayaría por la presión que le estaba creando en el vientre.
—Sí, oh, sí —murmuró, casi desvariando de placer, un placer que aumentaba al mismo tiempo que su poder, con una intensidad tan grande que amenazaba con ahogarla—. Por favor… —susurró, rogando sin saber exactamente qué necesitaba.
—Vuelves a estar ansiosa —bromeó él—. Así me gusta más.
Pero Maisie ya no podía bromear. La necesidad en su interior se había convertido en un incendio. Enfebrecida, movía las caderas buscando alivio. Se sorprendió un poco al comprobar que no necesitaba que él le dijera qué tenía que hacer. El instinto ya se ocupaba de todo.
El capitán se retiró casi por completo antes de volver a clavarse en ella en un frenesí de excitación y placer. Los músculos de sus brazos brillaban de sudor a la luz de las velas mientras aguantaba el peso sobre ellos y arremetía contra ella con una decisión casi feroz. Cuanto más gemía ella, más rápido la embestía, como si quisiera volverla loca.
El éxtasis se apoderó de su cuerpo. A cada nueva acometida, Maisie gemía en voz alta. La fuerza de su acoplamiento la inundaba de emociones. Se sentía pletórica. El pozo donde se almacenaba su magia estaba rebosante. Pronto sería visible en sus ojos. Para evitarlo, le soltó los hombros y dejó que parte de esa energía pasara al aire a su alrededor, lo que creó un leve temblor en el camarote. La llama de la vela que había dentro del quinqué chisporroteó y el cristal estalló. El capitán le echó un vistazo rápido, pero no dejó lo que estaba haciendo. Sin embargo, había cambiado ligeramente de postura, y Maisie volvió a agarrarse con fuerza a su espalda porque le pareció que iba a ahogarse de tanto placer. Quería hablar, pero el ruego se le había quedado atascado en la garganta. El fuego que sentía en el vientre creció en forma de grandes llamaradas, pero al mismo tiempo cada vez estaba más húmeda.
—Ah, sí, esto es el placer encarnado —jadeó él.
Su miembro pareció endurecerse un poco más aún. Maisie notó cómo daba un brinco justo antes de que él se retirara definitivamente. Tumbándose de costado, entró en erupción en su mano, que siguió bombeando arriba y abajo durante unos momentos. Ella lo observó fascinada.
Cuando el capitán se percató de ello, pareció satisfecho. Tras besarla en la boca, se levantó para lavarse. Luego regresó y empezó a desnudarla.
Aturdida por el placer, pero ansiosa por hacer lo correcto, Maisie se incorporó, dándole acceso a las cintas del corpiño, que se ataban a la espalda.
—¿Haces de doncella muy a menudo? —murmuró.
—No, pero no parece muy distinto de desatar los nudos de las jarcias, y eso siempre se me ha dado bien.
Ella se echó a reír y, al mirarlo por encima del hombro, vio que él sonreía. Desde que se habían separado, se sentía extrañamente a la deriva, pero la estaba desnudando con tanto cariño y cuidado que se tranquilizó. Sin embargo, cuando quedó desnuda del todo, volvió a sentir vergüenza.
Cameron levantó la colcha y le indicó que se acostara y se cubriera con ella. Mientras tanto, él fue a dejar el vestido y el resto de su ropa sobre la mesa de los mapas.
Se acostó a su lado, apoyó la cabeza en un brazo y la contempló con aún más atención que antes. No cabía duda de que la miraba con admiración.
Maisie se dio cuenta de que también la observaba con curiosidad. Estaba claro que lo había impresionado.
No obstante, no había sido ésa su intención. Para Maisie, todo aquello era el medio necesario para lograr un fin. Su virginidad se había convertido en un estorbo del que debía librarse cuanto antes, ya que era demasiado importante para su tutor.
Lo cierto era que estaba acostumbrada a que la admiraran. Llevaba tanto tiempo siendo cultivada por Cyrus Lafayette, envuelta en un capullo de seguridad —o eso había creído ella— dentro de su mundo cosmopolita, que se había acostumbrado a que los hombres la observaran embelesados.
Pero al mirar a los ojos de su amante, lo que veía en ellos era algo muy distinto. Sí, era admiración, pero él no sabía nada de sus poderes secretos, por lo que la estaba admirando como mujer, una mujer capaz de satisfacer su deseo sexual.
Menuda sorpresa. Sabía lo que estaba haciendo cuando le había ofrecido su cuerpo y por qué, pero lo que no había esperado era disfrutarlo. Y lo había disfrutado muchísimo.
Tampoco se había imaginado que el hombre al que las circunstancias la habían forzado a elegir a cambio de un pasaje a Dundee acabaría tan saciado y satisfecho con su compañía.
—Hay algo que no comprendo. —El capitán observaba su cuerpo femenino tumbado en la litera mientras hablaba—. Es obvio que no te habías acostado con ningún hombre antes…
Hizo una pausa y levantó la colcha. Con los ojos entornados, le examinó la delicada zona entre las piernas que acababa de asaltar con su rígida erección y los hilillos de sangre que le manchaban los muslos.
Maisie se estremeció. Las sensaciones que había experimentado hacía unos instantes —el placer, el dolor, y luego una vez más placer hasta alcanzar el éxtasis— estaban tan frescas en su memoria que, cuando la miraba así, sentía como si miles de relámpagos cayeran sobre su piel. Era muy extraño que la hubiera afectado tanto. Con el corazón desbocado, se maravilló pensando que un placer tan intenso hubiera podido nacer del dolor.
—¿Cómo es, entonces —siguió diciendo él mientras volvía a cubrirla con la ropa de cama—, que pareces tan experta en el arte de complacer a un hombre? ¿Cómo es que te has entregado con tantas ganas? —Era una pregunta delicada, pero el capitán la hizo con su franqueza habitual.
¿Cómo responder a eso? La respuesta le sonaría rara a cualquiera. Maisie no podría culparlo si no la creyera.
Era una virgen que había recibido una esmerada educación sobre el arte de fornicar.
No le extrañaba que Cameron tuviera el cejo fruncido. La joven no se atrevió a responderle en voz alta. En vez de eso, se incorporó un poco para distraerlo besándolo en los labios.
«Porque mi tutor me enseñó todo cuanto debía saber, y eso incluía el estudio detallado de la naturaleza del acto sexual y de todo lo que conlleva para una mujer como yo».